jueves, 15 de septiembre de 2016

Me daba miedo tu corazón

Imaginaba tu corazón así de grande, poderoso e incansable, pero nunca sospeché lo que me turbaría sentirlo tan cerca. Sentirlo bombear con tanta energía como si de él dependiera la vida en todo el mundo.


Nunca había pensado que pudiera existir un corazón así, que aun en reposo lata como conteniendo la lava caliente de un volcán. Por eso cuando ya lo vi en ebullición, haciendo erupción violenta, pensé que se rompería, que quedaría sin vida luego de dar tanto. Y te lo dije, ¿recuerdas? Te pregunté si estabas bien, te dije que me daba miedo tu corazón.


Pero tu sonreíste como nunca vi a nadie, como solo puede hacerlo alguien después de procrear un milagro, exhausto e iluminado. Y entonces vi cómo en lugar de matarte, esta explosión te eleva a un estado donde tu corazón se vuelve cósmico e inmortal, late al ritmo de todo lo bueno que hay en este mundo y que se resiste a desaparecer.


Y su compás tan poderoso y místico me invitó a sincronizarme. Mi pequeño corazón encontró el ritmo que estaba buscando, luego de andar tan errático, a veces como ausente, a veces colérico. Alterado por el dolor y las sustancias.


Tu corazón es un campeón mundial, un atleta de alto rendimiento. El mío un emo desnutrido. Pero igual iniciaron una carrera juntos que a veces se vuelve caminata, a veces un baile descontrolado, a veces manifestación. Con mucho ejercicio y horas bajo el sol, mi remendado corazón recuperó su olvidada vitalidad, pudo seguir.


Pero el recorrido ya se ha hecho largo y a veces va cuesta arriba, parece carrera de obstáculos. En especial en estos últimos meses mi corazón ha vuelto a renegar, a resistirse. Tratando de disimular sufre a veces de arritmia, de taquicardia, de ansiedad. 


Tu bello, tu hermoso, tu heroico corazón no lo ha dejado allí tirado en la lluvia, lo ha sacado del lodo y se lo ha echado a cuestas, muchas veces. ¿Cómo agradecerte esas transfusiones de sangre fresca, esa resucitación salvadora? No podría ni en diez vidas, solo puedo entregarme entera.


Pronto muy pronto encontraremos una planicie, una pradera, donde podremos descansar y volveremos a latir despreocupados. Lo sé, estoy segura. Mientras tanto sigamos dándonos uno al otro respiración de boca a boca, ese soplo de vida que nos damos en cada beso cada día, cada noche.


Acostarse junto a tu corazón es como dormir mientras se oye el mar rugir, inmenso y poderoso pero a la vez bello e infinito. Su oleaje me lleva a lugares y estados que nunca pensé visitar. Me arrulla entera, me hace sentir ligera y libre nadando desnuda bajo la luz de la luna.


‘I CARRY YOUR HEART’ BY E.E. CUMMINGS

 i carry your heart with me (i carry it in 

my heart) i am never without it (anywhere

i go you go, my dear; and whatever is done

by only me is your doing, my darling)

i fear

no fate (for you are my fate, my sweet) i want

no world (for beautiful you are my world, my true)

and it’s you are whatever a moon has always meant

and whatever a sun will always sing is you

here is the deepest secret nobody knows

(here is the root of the root and the bud of the bud

and the sky of the sky of a tree called life; which grows

higher than the soul can hope or mind can hide)

and this is the wonder that’s keeping the stars apart

i carry your heart (i carry it in my heart)


martes, 30 de agosto de 2016

Su majestad: la lengua española


(Columna publicada en el Diario de Centroamérica el 22 de agosto 2016 en el espacio Leitmotiv).

El título es de Miguel de Unamuno, data de 1908 cuando defendía “su augusta majestad” en un texto. Hoy más que nunca estoy de acuerdo.

Hace poco tomé un curso de escritura creativa en inglés. Todo hubiera estado bien si no fuera porque las tareas debían hacerse redactando textos en inglés.

Qué bochorno. Aunque soy un hablante funcional de ese idioma, al tratar de escribir creativamente sentí que perdí todo “mi poder” para expresar lo que realmente quería. Era como tener un chaleco de fuerza cuando lo que yo quería era bailar La Macarena.

La novelista estadounidense Amity Gaige, precisamente en ese curso, explica que escribir es como contarle un sueño a alguien. Ya saben, los sueños son medio locos y enredados, pero la mayoría de veces son fantásticos e incluyen todo tipo de sensaciones y saltos en el tiempo y cambios de locación. Requiere un esfuerzo muy creativo poder plasmar con palabras esa visión para que los demás “sueñen” igual que nosotros.

En el caso de nuestro idioma, las herramientas son maravillosas y nos otorga extensas posibilidades para trasladar al lector a ese lugar en nuestra cabeza. Tratando de escribir en inglés comprobé la frustración de tener muchas ideas, pero no saber cómo plasmarlas.

El idioma es pensamiento, también es identidad y es cultura. No hay unos mejores que otros, cada uno tiene características propias que las personas creativas saben explotar y lograr así tremendas obras.

En el mencionado texto de Unamuno, acerca de los defectos que se le achacan al castellano él decía que son “tonterías de pedantes, que en ninguna parte faltan, y de literatos condenados a no ser cosa alguna ni a encontrar aplauso y eco sino expresándose en la lengua casera, la del comedor y la alcoba”.

Sé que los tiempos han cambiado y con ellos el uso del idioma. Esto no es malo, las lenguas son entes vivos que van evolucionando según las necesidades de quienes los hablan. No soy purista, amo la lengua que hablo pero tampoco creo que debe reducirse a un sinfín de reglas y acepciones.

Sin embargo, es un desperdicio que no se aproveche el potencial que tiene el español. Hay que estudiarlo, sí, pero más que todo conocerlo, poder ver su inmensidad e intentar navegar lo más posible en sus aguas. Amarlo, vivirlo, saborearlo en nuestra propia boca y en la de los demás, dominarlo hasta donde se pueda y después desarmarlo, armarlo otra vez, creando algo nuevo.

¿Duda si tiene talento?

(Columna publicada el 8 de Agosto 2016 en el Diario de Centroamérica en el espacio Letimotiv).

Cuando queremos elogiar a alguien es común decirle que es talentoso, como queriendo decir que tiene un don especial. Tristemente, cuando a alguien a pesar de su entusiasmo no le suena la flauta, se suele decir que “no tiene talento”.

Ante esa lapidaria palabra, no es raro que el escritor, o aspirante a serlo, se pregunte seriamente ¿tengo talento? La noción de esta virtud ha ido cambiando con los tiempos. Aunque se puede resumir como la capacidad para el desempeño de algo, hay mucho más involucrado.

Rosina Cazali, crítica y curadora con especialización en arte contemporáneo, señala que la palabra talento mide habilidades. “Tradicionalmente con ella se asumía que solo algunas personas tienen talento y muchas otras no. Ese ha sido, por muchos siglos, la base del entrenamiento artístico clásico”, dice la experta. Por siglos, este talento de unos cuantos supuso la capacidad de desarrollar y controlar habilidades técnicas que le permitieran alcanzar la maestría e incluso la perfección.

Pero los tiempos han cambiado y el arte ha evolucionado por lo que hoy se enuncia desde dimensiones menos reglamentadas. Basándonos en esto podemos decir que la disciplina, la observación y el pensamiento creativo pueden alcanzar resultados brillantes y no precisamente basados solamente en el talento.

Por esa razón, ahora la producción artística estimula las dudas, la experimentación, la investigación e incluso los errores. Ya no hay artistas infalibles ni perfectos, sino dinámicos y que retan al público.

Ya aterrizando en la literatura, específicamente en el campo de la narrativa que es lo que más conozco, hay narradores naturales que tienen una imaginación desbordada y que pueden inventar mundos con facilidad. Podríamos decir que tienen talento para eso.

Pero a la hora de poner esas historias por escrito algo suele “faltar”. Ha de ser esa falta de disciplina y dedicación para aprender a trabajar con el idioma como lo hace el escultor con el mármol o el bronce, y luego experimentar creativamente con él.

El talento además del deseo y la habilidad de narrar, o hacer poesía, tiene un componente técnico que debe ser dominado para que la obra quede plasmada como la pensamos, como la soñamos, como la adivinamos. El lenguaje es la materia prima, es como un barco mágico que puede llevarnos a donde queramos en el tiempo y en el espacio, pero solo si sabemos tomar el timón.

¿Qué se necesita para ser escritor?

(columna publicada en el Diario de Centroamérica el 1 de Agosto 2016, en el espacio Leitmotiv)

Todos hemos tenido un affair con un libro alguna vez. Leemos la última línea, cerramos el libro y ya no somos los mismos y nos encanta. Pero además algunos, unos cuantos, deciden que quieren llegar a crear algún día esa misma magia.

Aspirantes a escritores, de cualquier edad, se preguntan cómo se logra eso. Por supuesto, existen muchísimas posturas al respecto. Como antes de columnista soy periodista, he decidido que en este espacio incluiré la opinión de expertos y escritores para que no sea un monólogo.

El escritor guatemalteco Javier Payeras le recomienda a los que quieran descubrir qué se necesita para ser escritor que lean con atención los ensayos de Jorge Luis Borges, los poemas de Alejandra Pizarnik y Roberto Juarroz, así como la novela de Juan Rulfo.

Payeras también recomienda estudiar los textos de Ezra Pound y de John Gardner acerca del tema, así como los relatos de Raymond Carver y artículos de Susan Sontag, mejor si en inglés.

Para unos podría llevar años entender el oficio, pero para otros podría ser una epifanía repentina. La mayoría de conocedores del tema están de acuerdo en que antes de escribir hay que leer, leer y volver a leer. Ver qué han hecho los grandes escritores, por dónde han caminado, cómo han sido sus pasos. Nada peor que alguien que cree que está inventando el agua azucarada. Leer a esos monstruos además va construyendo en nuestra mente un vocabulario amplio y nos acerca al uso más exquisito del lenguaje.

Pero luego, claro, llega la hora de escribir y así darnos cuenta si este es realmente nuestro camino. Payeras aconseja escribir claramente y sin arrogancia, hay que pensar más de lo que se escribe. Estoy de acuerdo y opino que la obra en realidad es la punta de un iceberg que tiene profundidades insondables.

Un buen consejo que nos da Javier es que escribir bonito no es hacer arte. “Tu trabajo no es un tendedero de palabras vacías sino de ideas e imágenes escritas”, dice. Yo agregaría que no hay que buscar lo escandaloso, lo complicado, lo oscuro o lo fácil a propósito solo para escandalizar o gustar.


En lo personal opino que hay personas que tienen una “habilidad” natural para escribir. Y hay otros que estudian y se forman para lograr hacerlo “decentemente”. El prodigio ocurre cuando quien tiene el don además se dedica con disciplina a desarrollar su escritura, allí es cuando podría empezar una carrera.

Los desafíos del escritor en Guatemala



(Desde el 25 de julio 2016 inicié una nueva etapa como columnista en el Diario de Centroamérica en el espacio que nombré Leitmotiv, estaré publicando aquí las columnas, aquí la primera columna publicada).

Hace poco una madre preocupada me escribió, quería que le diera ideas a su hija para encaminar su carrera. “¿A qué se dedica?” pregunté, “es escritora” me contestó orgullosa. Ella quiere que su hija de 23 años realice en su sueño literario, pero también que se pueda ganar la vida con las letras. Tratar de contestarle fue complicado, ser escritor no se parece a las otras profesiones.

Sí, quien escribe es especial de muchas maneras, con y sin comillas. En este espacio hablaremos acerca de la peculiar vida del escritor. Esta profesión es grandiosa, pero suele ser solitaria y casi siempre se debe tomar como una segunda ocupación, la mayoría de las veces no remunerada.

Pero aun así, siempre hay gente escribiendo. Además de quienes publican sus obras, dictan conferencias y participan en conversatorios, hay miles de escritores que trabajan a la sombra, enfrentando día a día la página en blanco a solas.

Para los lectores también puede ser interesante adentrarse en el trabajo creativo que conlleva la narrativa y la poesía, ellos son parte importante de la literatura. Así que también están invitados a leer esta columna, quizá descubran que detrás de su irresistible atracción hay deseos de crear.

Desde la sola palabra ‘escritor’ empiezan los retos. ¿Cómo, cuándo y por qué alguien puede ser llamado escritor? Este dilema ocurre en la mayoría de ramas del arte y no es cuestión de formación académica. Eruditos puede que no creen nada, y puede que autodidactas tengan obras de calidad.

Ya que aquí hablaremos de aquellos que escriben literatura, podríamos decir entonces que quien crea una obra literaria es escritor, pero ¿quién decide que su obra es literatura? ¿las editoriales? ¿otros escritores? ¿críticos? Y aún cuando alguien es un escritor con futuro, ¿existen las condiciones para que se dedique a eso? Ahondaremos en todos esos temas.

A la amiga que me pidió consejo para su hija le dije que los escritores aquí deben crear sus propias oportunidades. En nuestros países, donde se lee poco y no hay industria editorial, es más bien un apostolado como diría el escritor argentino Ernesto Sabato. “Porque si en cualquier lugar del mundo es duro sufrir el destino del escritor, aquí es doblemente duro, porque además sufrimos el angustioso destino del hombre latinoamericano”, escribió alguna vez.

jueves, 21 de julio de 2016

Lo logré, tengo un diploma virtual

Hace rato que tenía la curiosidad de probar los cursos en línea. Tenía conocidos que hace años tomaban cursos de e-learning que, al parecer, eran bastante rígidos y difíciles. Allí los miraba haciendo tareas y exámenes en la madrugada para cumplir con los requerimientos y fechas, además, debían hacen tele conferencias e incluso acudir a lugares físicos para hacer exámenes.


Recuerdo en especial a mi amiga Ericka, con la que hice un viaje a Bélgica. Debido al drástico cambio de horarios, mientras el resto dormíamos para descansar de las caminatas diarias, ella debía pasar gran parte de la noche recibiendo clases de su diplomado que no podían aplazarse.


Otro factor que me detuvo alguna vez de entrar a uno de estos diplomados fue el costo, era bastante elevado. Sin embargo, era muy apetecible tener un diploma de alguna universidad prestigiosa del mundo, así que me quedó siempre la espinita.


No es que no me guste ir a un salón de clases real, actualmente me encuentro trabajando mi tesis y eso es otro tipo de actividad académica. Lo que pasa es que ahora mi vida tiene muchos otros aspectos que debo manejar por lo que el tiempo es un recurso vital, sin mencionar el tráfico y el costo del combustible. El diplomado que hice el año pasado de la UNIS e Inguat fue agotador físicamente, recordé lo que implica la logística de los traslados y las levantadas temprano.


Así que estudiar en línea se vuelve entonces una excelente opción.


Mi primer intento fue con un curso gratis del a UNAM el año pasado. Me apunté pero nada pasó, no me avisaron nunca qué debía hacer ni recibí ningún material ni links, no sé si mi dirección de correo no fue incluida en la lista de alumnos. Lo cierto es que solo recibía notificaciones acerca las tareas y exámenes que no había hecho. Nunca supe qué pasó, en ese momento pensé que ese era el problema de un curso gratis: muchas personas han de tomarlo desde muchos países y se vuelve difícil el control.


Pero no me di por vencida, era obvio que con el avance de toda la tecnología y las herramientas que giran alrededor de la web habría cambios importantes. Los cursos que se conocen como MOOC (Massive Open Online Courses), han evolucionado lo cual hace todo mucho más sencillo.


Aunque muchas universidades ofrecen sus propios MOOCs, existen plataformas como Coursera y Edx que en un solo sitio web reúnen a cientos de Universidades y ofrecen cientos de cursos. Estan diseñados para que todo sea mucho más flexible y fácil desde cualquier lugar en cualquier momento, todo es en línea y sin horarios. Uno de sus principios es, además de ser masivo, que el acceso al material del curso es gratis, lo que se debe pagar es el diploma, y en algunos casos las evaluaciones.


Lo no tan bueno


Siempre hay pros y contras en todo. En estos cursos el proceso enseñanza-aprendizaje no se cumple a cabalidad, pues todo está basado en lo que dicen los profesores que están lejos, con los que no se puede interactuar. Está claro que en la vida real en muchas clases lo más enriquecedor sucede cuando participan todos y se intercambian ideas.


Además no hay verdadera interacción entre estudiantes, no surgen esas amistades basadas en una pasión en común y que suelen durar toda la vida.


Todos los estudiantes son tratados iguales, lo cual perjudica tanto a los que tienen ciertas desventajas como los que van más adelantados. Además, si algo no está claro es difícil resolver dudas de inmediato, se puede pero lleva su tiempo.


En realidad es una educación solitaria, no suceden todas esas actividades “extra aula” que son tan importantes en la vida de un estudiante. Por eso quizá es más recomendable para quienes ya pasaron por las aulas universitarias y quieren explorar temas específicos y actuales, y no para los jóvenes que deben tener toda la experiencia educativa en sus 20s. Claro, también es muy recomendable para quienes por alguna razón no pueden salir de sus casas.


Lo que sí me gustó


Pero por supuesto que tiene sus cosas positivas. A diferencia de los cursos en línea tradicionales, los MOOCs son más accesibles pues, en principio, cualquier persona puede aprender sin tener que pagar porque las lecciones son gratis. Y aún los diplomas son más baratos y se pueden pagar por curso ($79). Es decir, hay “especializaciones” que constan de varios cursos, pero uno los toma y los paga de acuerdo a su tiempo y conveniencia. Y si no le interesa el diploma no paga y solo aprende.


Yo estoy sacando la especialización de Creative writing, sí, en inglés porque no encontré uno parecido en español. Es impartido por la Weslayan University por excelentes profesores y escritores. Ha sido un reto escribir creativamente en otro idioma que no es el mío, pero lo importante son las herramientas que estoy adquiriendo y puliendo, en el caso de las que ya tenía.


Me encanta que pueda ver las lecciones cuantas veces quiera, incluso en mi iPhone o iPad, pues la aplicación es genial. No se cómo serán los otros cursos, pero me gusta que no se vayan por las ramas, no es un curso introductorio, nos tratan como si ya todos fuéramos escritores. Claro, esto podría afectar a quienes nunca han escrito, pero supongo que por eso uno debe elegir cuidadosamente los cursos.


También me agrada que las tareas sean escribir textos aplicando específicamente lo que se aprendió.  Al principio me dio miedo, nunca había escrito relatos en inglés, pero cuando te obligan a hacerlo no queda de otra. Afortunadamente, los comentarios han sido mucho más positivos de lo que esperaba (tengo 100 de nota final). Y la verdad, no estoy allí para lucirme, realmente quiero aprender, lo cual me lleva al último punto.


De cierta manera, me gusta el anonimato con el que se toman los cursos. Mis compañeros son personas de las que nunca había oído hablar, igual para ellos soy una latina que escribe tímidamente en inglés. No soy muy aficionada a los talleres que se organizan en “vivo” (algunos bastante caros), a veces la gente no llega precisamente a aprender sino a lucirse o a ser escuchada, y por eso a veces se pierde valioso tiempo.


Lo cierto es que ya tengo mi primer diploma (that baby goes straight to my CV), y voy por más!


martes, 7 de junio de 2016

Periodismo y literatura


Este texto lo escribí en 2007 pero creo que todavía contesta muchas preguntas sobre estas dos maneras de escribir. Hice esta investigación sobre este tema para participar en un simposio en la Universidad Mariano Gálvez y luego este texto salió en la Revista de la USAC. (Las fotos son de aquel año, andaba reportando desde España).

Acaso el video no sólo mató a la estrella de radio, sino también intenta acabar con el periodista. Todos los días, miles de ellos se preguntan cómo escribir acerca de lo que el público ya vio en la televisión e Internet. Al igual que en el pulso entre la literatura y el cine, el periodismo debe usar las armas que le corresponden frente a la imagen.

Existen muchas posturas acerca de la escritura en los periódicos. Algunos dicen que es diferente a la otra escritura, a la literaria. Teóricos como José Luis Benavides Ledesma y Carlos Quintero Herrera dicen que el poeta, el literato y hasta el articulista tienen libertad para complicar el lenguaje a su antojo, a sabiendas que sus lectores lo quieren así. Según ellos, el periodismo debe abarcar un público mucho más amplio, suponiendo que la literatura no.

El resultado de estas doctrinas es un periodismo no muy agradable de leer, donde la nota dura predomina. Como se preguntaba Tomás Eloy Martínez, en una conferencia dictada ante la Sociedad Interamericana de Prensa en 1997, ¿con qué palabras narrar, por ejemplo, la desesperación de una madre a la que todos han visto llorar en vivo delante de las cámaras? ¿cómo seducir usando un arma tan insuficiente como el lenguaje, a personas que han experimentado con la vista y con el oído todas las complejidades de un hecho real? La alternativa ante este problema, oh sorpresa, es la narración.


Narrando desde el principio

Ya a finales del siglo pasado, la mayoría de periódicos importantes, como el New York Times, desafiaba las seis preguntas básicas (ya saben: qué, quién, dónde, cuándo, cómo y por qué) y la pirámide invertida, iniciando la mayoría de sus noticias con historias sobre algún individuo. Así, descubrieron que las noticias mejor contadas son aquellas que revelan, a través de la experiencia de una sola persona, todo lo que hace falta saber. Claro, sin falsear la verdad y escogiendo muy bien al personaje y a la historia, pues no todas las noticias pueden ser narradas.

Eloy Martínez también advierte que no todos los periodistas pueden narrar, aunque sean buenos en otros aspectos de la profesión. Y es que existe un fenómeno que nos aqueja en el periodismo actual: casi todos los periodistas están mejor formados que antes, pero tienen menos pasión, y conocen mejor a los teóricos de la comunicación, pero leen mucho menos a los grandes novelistas. Quizá ahí su falta de interés en la narración.


Aprendiendo un oficio en la marcha

Algunos editores de medios escritos en nuestro país, no muchos, han querido darle un toque más narrativo a sus publicaciones. Por eso me invitaron a escribir en un periódico hace ya casi cuatro años. Cuando les advertí mi falta de experiencias en técnicas reporteriles, pues hice mi carrera en letras, me dijeron que precisamente eso querían aprovechar de mí. Literalmente, me dijeron que era más fácil que un narrador aprendiera a reportear, que un reportero aprendiera a narrar.

Para ser sincera, no fue tan fácil como me hicieron creer. Narrar historias en periodismo trae consigo determinados problemas. Todos los escritores de ficción, a su modo, son reporteros e investigadores. El aproximarse a la realidad es común en ambos campos, así como las formas y estructuras narrativas. 

La literatura ha influido en el periodismo con la transposición de estructuras y formas narrativas propias del cuento, la novela o el teatro, que han sido asimiladas dando lugar a géneros narrativos como el reportaje, la crónica, la entrevista y el perfil. 

El principal problema que ha surgido de este intercambio de herramientas, es el problema ético de diferenciar la ficción de la realidad. Famoso es el caso de la reportera del Washington Post, Janet Cooke, quien ganó un Premio Pulizter en 1981, con una bien escrita historia sobre un niño de ocho años que se inyectaba heroína con la complacencia de su madre. El relato conmovió al mundo, pero resultó ser falso. En vista de que se trataba de un premio periodístico y no de ficción, Cooke fue despedida y tuvo que devolver el galardón.

Se parecen, pero no son iguales

Para un novelista lo primordial no es saber si tal niño existe o no, sino establecer si su naturaleza de fábula corresponde a una realidad humana y social, dentro de la cual podría haber existido. Este niño, como muchos otros, podría haber sido una metáfora legítima para hacer más cierta la verdad de su mundo.

Lo malo, es que en periodismo un solo dato falso desvirtúa a los datos verídicos. En la ficción, en cambio, un solo dato real bien usado puede volver verídicas a las criaturas más fantásticas. La norma tiene injusticias en ambos lados: en periodismo hay que apegarse a la verdad, aunque nadie la crea, y en cambio en la literatura se puede inventar todo, siempre que el autor sea capaz de hacerlo creer como si fuera cierto. 

Por su parte el lingüista europeo Eugenio Coseriu explica que el punto de partida para diferenciar a la literatura del periodismo se encuentra después de comprender que se trata de discursos susceptibles de definirse sólo por su finalidad. Aunque ambos escritos puedan prácticamente iguales, son radicalmente distintos por su índole. El informativo tienen una finalidad exterior o instrumental; el literario, en cambio, tiene una finalidad interna, sin fin exterior, pues su objetivo es la obra misma.


Amor prohibido

No todos están de acuerdo con el romance entre la literatura y el periodismo. Muchos pusieron el grito en el cielo cuando García Márquez, que tiene un viejo affair con el periodismo, declaró que el reportaje debería ser un género literario más. Para tan prolífico narrador, tal afirmación parece de lo más natural. Sin embargo, para el reportero promedio, que repite fórmulas y obedece reglas, es lo más descabellado del mundo. ¿Trabajar más con la palabra? ¿Hacer de cada noticia una historia diferente? No, gracias.

Desde que existen los periódicos, muchísimos escritores han trabajado escribiéndolos. No es casual que en América Latina todos los grandes escritores fueron alguna vez periodistas. Borges, García Márquez, Fuentes , Onetti, Vargas Llosa, Asturias, Neruda, Paz, Cortázar y la lista sigue. En cada una de sus crónicas, aun con la presión de la hora de cierre, estos maestros de la literatura se comprometieron como lo hicieron con sus obras decisivas. Y es que no pueden dividirse entre el escritor que busca la expresión justa durante la noche, y el reportero indolente que malgasta sus palabras en la sala de redacción durante el día. El compromiso con la palabra es a tiempo completo.

El problema es con aquellos que trabajan de periodistas y no conocen bien su idioma. Existen demasiados reporteros que no saben escribir, pero que sueñan con cambiar el curso de la historia, a-lo Watergate. Aun el periodista más comprometido, debe empezar sabiendo cómo trabajar con su materia prima: la lengua.


Los lectores, ¿leen o no?

El famoso nuevo periodismo o periodismo literario, no es tan nuevo. Tuvo sus primeras semillas aquí en América hace más de un siglo. En las plumas de José Martí, Manuel Gutiérrez Nájera y Rubén Darío los lectores de entonces pudieron conocer la realidad bien contada. Sin embargo, en la actualidad es una escuela que muchos se resisten a seguir.

¿Cuándo y cómo caímos al periodismo actual? En el auge de la era de la informática, los empresarios de la comunicación decidieron que para enfrentar el avance de la tecnología, había que reducir los textos y agrandar las fotos, con el pretexto que el lector no tiene tiempo para leer. Quizá tengan razón cuando las noticias no son amenas para leer, pero cuando a alguien le interesa una historia, hará lo posible por conocerla, aunque llegue tarde al trabajo, se le quemen las tortillas ó se pierda su telenovela o talk show favorito.

En la actualidad en Guatemala es mi opinión que los directores de los periódicos no se interesan por buenas plumas, sino por reporteros eficientes. Aquellos que aunque sin mucha preparación cobren poco y hagan mucho. Cuando alguien interesado en narrar la realidad de una manera diferente llega a una sala de redacción, es común que un editor de la vieja escuela, o sin escuela del todo, lo frene. Muchas buenas historias son mutiladas por malos editores, o ni siquiera son tomadas en cuenta. Es así que relatos que pudieron haber sensibilizado al público acerca de la violencia , son reemplazadas por conteo de muertos.

Estos comunicadores pierden de vista que muchos expertos afirman, como el ensayista norteamericano Hayden White, que lo único que el hombre realmente entiende, lo único que de veras conserva en su memoria, son los relatos. No cifras, no estadísticas. Historias.


Para qué sirve el periodismo entonces

Desde que hay teóricos del periodismo, se han debatido acerca de su papel en la sociedad y en la democracia. A pesar de que una de sus ideas básicas es proveerle al público la información necesaria para auto gobernarse, en la práctica esto no se cumple ni en países desarrollados. En el debate, avivado por Walter Lippman y John Dewey ya en 1920, se enfrentan dos posturas contrarias: los que creen que los medios deben informar a los lectores acerca de lo que quieren saber, y los que dicen creen debemos llevarles lo que necesitan saber. Muchos votan por medios que combinen ambas cosas, otros subestiman al lector y les dan mujeres con poca ropa y fútbol.

Idealistas, como yo, pensamos que el papel del periodista es llevarle al público información que le ayude a ser libre, a ser mejor. Lo que le informamos debe serle útil para tomar decisiones acertadas en su vida.

En mi caso, tuve la insólita oportunidad de escribir grandes (por extensas) historias en Magazine 21, suplemento dominical de Siglo Veintiuno. Como era de esperarse, dicha revista dejó de existir después de 15 años, porque tenía demasiado texto. Ahora, peleo diariamente contra Shakira y Paulina para poder incluir temas culturales en la noticia diaria. Ya no tengo el mismo espacio, pero es interesante cada vez que logramos vencer al próximo bebé de Britney Spears para informar acerca de un festival de arte en el Cerrito del Carmen, por ejemplo.

En la actualidad las personas tienen acceso a toneladas información de todo tipo, no solamente por medio de los periódicos. La televisión y sus realities, la Internet y sus blogs y otros millones de sitios, las revistas y sus paparazzis, los seudo periódicos y sus noticias amarillistas, han cambiado el panorama del periodista. Ya no se trata de llevarle de primero la información a la que no tenía acceso al lector, como antes, sino de ordenarle ese caos informático que está allá afuera. De darle sentido a lo que ocurre, y sobre todo narrar las historias desde otro ángulo, uno más humano, pues Hegel primero y luego Borges, escribieron que la suerte de un hombre resume, en ciertos momentos esenciales, la suerte de todos los hombres.



martes, 5 de abril de 2016

Cumple a la vuelta de la esquina

(Foto tomada en Nueva York en 2008)

Tengo cierta compulsión por archivar las cosas donde pueda encontrarlas y usarlas cuando las necesite. Una manía de secretaria primero y de periodista después. Estoy depurando viejas computadoras y haciendo back ups, la idea de perder cosas importantes me abruma.

Por eso en la actualidad ando echando un vistazo a diarios, fotos, escritos y otros recuerdos. Esto me pone de un humor especial, quizá porque mi cumpleaños se acerca.

Además de sentirme nostálgica, me siento dichosa. Qué vida, literalmente, qué vida he tenido, rica en todo sentido. Cuantas metidas de pata, tristezas, penurias, lágrimas y corazones rotos, pero también cuánto aprendizaje, cuánta evolución y crecimiento, cuántos viajes y personas interesantes. Todo ese cúmulo de cosas me ha servido para ser quién soy hoy, este yo con quien me siento tan a gusto hoy.

Como dicen mis amigas, ¿quién nos quita lo bailado?

Pero no me gusta vivir de recuerdos tampoco, las etapas se viven, se agotan, se cierran y se empieza otra, es la única forma de crecer. Claro, lo que traes atrás te nutre y te da soporte, pero no hay que quedarse en el pasado. Eso es patético.

Inicié este blog exactamente hace 9 años, cuando iba a cumplir 35 años. El primer texto es una declaración algo parecida a esta. Me complace ver que sigo fiel a estos objetivos.

Me criaron para luchar por lo que quiero cada día. Esto es bueno, y es malo. Ha traído mucho estrés en mi vida, incluso culpabilidad cuando no estoy trabajando por lo que sueño (cada minuto debe ser aprovechado, llegando al punto de hacer ejercicio mientras miro un documental o escucho un audio libro).

Sí, soy medio freak con ese tema, pero eso me ha llevado lejos. En palabras de hoy, ser proactiva me ha hecho tener éxito, hasta en el amor. 

Quizá por eso no temo cumplir años, ni envejecer, para mí se trata de cumplir las metas. Recuerdo cuando tenía ansiedad de cumplir 25 y vivir todavía con mis papás, de cumplir 30 y no haber terminado la U y publicado un libro, de cumplir 35 y de no haber encontrado el amor y tenido un bebé. Los 40 traían el reto de tener casa propia y otras cosas materiales.

Es satisfactorio ver a atrás y comprobar que se ha cumplido lo trazado. Me siento en paz con mi edad, en una semana cumpliré 44 años.

Y todo lo que falta. Espero que me queden por lo menos otros 44 años para seguir cumpliendo sueños y metas. Por lo pronto me entusiasma la publicación de un tercer libro, así como haber sido seleccionada para otra antología de cuento centroamericano, que se publicará en el istmo y también en España.

Este cumpleaños viene lindo, mi vida es linda. Soy feliz.

jueves, 31 de marzo de 2016

Dejar ir, perdonar, para poder avanzar

Tengo una amiga muy querida y admirada que no se casó. Profesional, culta, bonita y simpática, quetzalteca para más señas. Cuando la conocí tenía unos 45 años, era de las mujeres más elegantes que conocía, pero a la vez su presencia imponía respeto, una líder natural. Tenía no pocos problemas con los machistas que no podían aceptar a una mujer profesional que en lo académico estuviera en igual o mejor posición.

Me costó hacer amistad con ella, en un inicio chocamos, no podíamos ser más diferentes. Todos decían que es dura pero en realidad es una persona reservada. Con los años y el trabajo diario pude al fin llamarle amiga, aprendí mucho de ella en todos los campos a veces por las buenas, pero también por las malas. Me enseñó muchas cosas como a escuchar música académica y a vestirme más “profesional” (casi se desmaya una vez cuando me aparecí con medias púrpuras y enormes zapatos mary janes, eran los 90s).

En mis ojos de veinteañera no entendía por qué ella no estaba casada. En esa época yo vivía una vida sentimental un poco menos que turbulenta, por lo que ella me veía flotar por las nubes de ilusión, vivir un romance y luego arrastrarme por los suelos de decepción para después volver a empezar todo ese ciclo.

Un día ella me dijo que ella también podría aprender de mí, no me esperaba que me dijera algo así, fue un cumplido sobretodo viniendo de ella.

Resulta que le rompieron el corazón muchos años atrás de la manera más dramática posible, cuando era jovencita. Allí aprendió, supongo, a ser más precavida. Dejó pasar muchos años antes de volver a confiar en alguien, tanto fue su dolor.

Como mujer que todo lo planifica, tenía el perfil del hombre que podría ganarse de nuevo su corazón. Ya terminando los 30s lo encontró, dicen que se miraban muy felices y las cosas iban bien.  

Pero ¿adivinan qué? El susodicho hombre volvió a romperle el corazón así bien feo y tengo la impresión que allí sí decidió cerrarle la puerta al amor. Es un enigma cuál es el factor del éxito en el amor, es un tema complejo como para analizarlo aquí. Pero sí creo que hay gente maravillosa y buena que por alguna razón está sola.

Claro, yo no le contaba a ella mayores detalles de mis romances, era mi jefa, pero le divertía la versión editada que le compartía. Y un día me dijo que me admiraba porque me recuperaba rápidamente de un corazón roto. No había reparado en eso, yo pensaba que a todos les ocurría igual. Pero no, algunas personas nunca se recuperan, o se tardan muchos años para olvidar un desengaño.

¿Yo? tenía un proceso más o menos rápido y eficaz. Con la ayuda de las amigas y de mí misma iniciaba una terapia intensiva. Escribir, llorar, hablar, escribir, llorar, tequila, cantar, maldecir, reír, volver a llorar y a escribir, un poco más de tequila, muchos apapachos y ¡voilá! Jamás me quedaba atascada con ninguna historia, mis ganas de vivir y avanzar eran más fuertes.

Se dice fácil, pero el proceso era desgastante. Sin embargo, me dejaba más cosas y enseñanzas positivas que negativas. ¿Tiempo estimado para olvidar a alguien? Depende, si fue una romance corto no deberían ser más de dos o tres meses, más un tiempo de soledad. Claro, si fue una relación larga y seria el tiempo será más largo pero no debería extenderse más allá de un año, en mi humilde opinión. La vida es muy corta para quedarse lamentando por alguien que ya no está.

Como cuando uno es pequeño y va corriendo y de pronto se cae de bruces. Claro que uno llora y se enoja y le da miedo volver a correr. Pero es necesario sacudirse el polvo y arreglarse el cabello y seguir corriendo, la vida sigue y uno debe seguir con ella.

Nada de creer cosas como “algún día volverá”, “se va a arrepentir”, “se va a dar cuenta que es a ti a quien quiere”, menos aquellos consejos que proponen una reconquista o hacerle la guerra. Tener amigas sensatas es muy importante, así como ayudar a quien necesite salir de un corazón roto y seguir adelante (el tequila se puede obviar pero usado con moderación y acompañamiento es altamente efectivo).

Lo que mi amiga quería aprender era ese valor de aceptar que si alguien falló no significa que todos fallarán. Y lo más difícil: aceptar que alguien simplemente no nos quiere y no quiere estar con nosotros. Punto.

En los últimos años de trabajo con C. algo cambió en ella. Me contó que tenía un “compañero”, nada formal. Me alegré mucho, para entonces ella ya pasaba los 50 y pico y estaba dándose el chance de dar y recibir amor.

Es muy importante dejar ir, desapegarse del otro y perdonarlo. Y sobre todo, desearle el bien. Deseándole lo peor y odiándolo no se conseguirá más que atascarse más, y esos deseos pueden revertirse hacia uno.

Sé que hablar es fácil, hacer no tanto. Falta ver cómo me iría si me tocara dejar ir al amor tan intenso y monumental que vivo ahora. Mejor ni pensarlo.

martes, 15 de marzo de 2016

No quiero que mi hijo llore porque tu hijo lo insulta

Desde que nació mi hijo también nació una sensación nueva para mí, presente cada día, a cada momento. Diez años y cuatro meses de tener una mezcla de preocupación, miedo, ternura y amor (premieteamor). Es difícil de explicar, es la sensación de haber adquirido una responsabilidad descomunal para la cual no sabes si tienes lo que se necesita.

Quizá no todos los padres vivan así, tal vez depende de cada personalidad. En mi caso años y años de vivir para mí misma hicieron que pensar que no podría ni siquiera mantener con vida a una cosita tan pequeña y tan indefensa. Por eso pasé de ser despreocupada a tomarme muy en serio mi nuevo papel.

Por unos seis años, dormí con una oreja “encendida”, cualquier ruido en el monitor me hacía brincar como un resorte en una fracción de segundo. Los primeros años los retos fueron las enfermedades, la alimentación, las travesuras y los accidentes.

Cuando eso pasó llegó una etapa de la cual no tenía idea: la interacción con el mundo exterior. Los primeros años en el colegio se caracterizaron por el cariño y la sobreprotección que mi hijo despertaba en los demás, por ser tan dulce y pequeño. También tuve que soportar que otros niños le introdujeran a cosas que yo le había ocultado, como las chucherías y las gaseosas, e incluso le compartieran alguno que otro “animalito” en su cabeza.

Tener un hijo parecía una oportunidad de poner en práctica los ideales, de aportar en algo a este mundo. De enmendar los errores que habían cometido en nosotros, de corregir el rumbo. Así que nos hemos esmerado en inculcarle lo que creemos lograría ese cometido.

Pero conforme creció las cosas se complicaron pues los niños empezaron a dar a conocer sus personalidades, enriquecidas y también “contaminadas” por los adultos que los rodean. Así como llevan su alegría natural de niños, su curiosidad y compañerismo, también llevan sus prejuicios, la prepotencia y la violencia en la que han crecido. Resultado: como dice la gente, los niños pueden ser crueles, y vaya si no lo son.

Así que de repente, de la noche a la mañana Manuel empezó a ser blanco de burlas y chistes. Y, sí, empezó a retumbar en mi cabeza esa palabra tan mediática ahora, cual peste o epidemia que se quiere evitar: bullying.

Mi hijo, como todos los niños, es especial. Es creativo y se apasiona en extremo por un tema a la vez. Ama los videojuegos y le gusta expresarse con el cuerpo y bailar al ritmo de las canciones que él mismo inventa. No le gustan las actividades deportivas ni violentas. Pero su mayor “problema”, según los otros niños, es que no es tan alto como el promedio. Además, según nos han explicado, todavía es bastante fantasioso e infantil, cada niño crece de diferente manera. No dudo que a veces es difícil de manejar y de persuadir.

No me lo esperaba, en mi ingenua cabeza pensaba que el colegio era su oportunidad de divertirse, aprender y hacer amigos, pues al ser hijo único el resto del día se la pasa acompañado de adultos. Mi ilusión terminó cuando regresó triste y me preguntó por qué era “tan pequeño” que se burlaban de él. Me quedé fría. Busqué mis palabras con cuidado para explicarle la situación, pero no le sirvió de mucho consuelo. 

Me duele solo escribir que ese fue solo el principio, han sido al menos tres años de escucharle con un nudo en la garganta contar todo tipo de insultos e incluso ataques físicos del que ha sido víctima. Pero desde hace unos ocho meses la cosa se ha agravado.

Me toca ser comprensiva y darle un enorme abrazo y un beso, cuando lo único que quiero es llorar y romper algo. Hablamos y hablamos, parece sentirse mejor, cuando vuelve a sus solitarios juegos me escondo para lloriquear y maldecir.

Toca meditar y pedir opiniones a expertos, leer mucho y buscar orientación. Hablar en el colegio no ha dado mucho resultado, al parecer controlar este fenómeno está fuera de su alcance. Es más, insinúan que nosotros debemos hacer algo con respecto a nuestro hijo, dando a entender que él es quien tiene un problema.

Podría escribir miles de palabras para desahogarme acerca de lo inconforme que estoy, como todos, con el sistema escolar, pero no tengo energías. Lo tengo en ese colegio privado (Lehnsen) porque gente que estudió en otras épocas allí nos lo recomendó y porque nos queda frente al edificio pensando que así tendría calidad de vida, pero quizá hemos sacrificado la calidad educativa. 

Otros colegios quizá son mejores en cuanto a la academia pero son religiosos y exageradamente estrictos, dos cosas que no me gustan para nada. Me han hablado de colegios que son buenos pero que están muy lejos y los que realmente me gustan, por sus métodos educativos y por ser más humanísticos, son simplemente imposibles de pagar.

Me siento muy confundida y frustrada. Algunos me dicen que lo que le está pasando es normal, otros que le enseñe a ser igual a los demás incluso en cuanto a la violencia, otros que lo cambie de colegio. También me dicen que vaya a la PDH, a la DIACO y con especialistas. Claro, también hay momentos en que me pregunto a mí misma ¿qué he hecho mal?

La cita “It takes a whole village to raise a child” (yo lo traduzco como “toma un pueblo entero educar a un niño) es cierta, pero en la realidad los padres nos sentimos solos. Ni el sistema de salud, ni de educación funcionan bien, ni siquiera las calles son seguras y la indiferencia es generalizada.

Por otro lado, al ver ciertas conductas me imagino a los niños recibiendo insultos, golpes y indiferencia en sus casas, o presenciándola, por lo que acumulan toda esa energía negativa que luego van a descargar al colegio. Al final son el reflejo de sus familias y de su sociedad. Entonces me doy cuenta que es un problema mucho más complejo que en la práctica es manejado por maestras y personal sin capacitación ni motivación, pues los hacen trabajar largas horas por un sueldo bajo ya que la educación en los colegios es un negocio. Está hechos para rendir ganancias a los dueños principalmente, no para ayudar a formar a seres humanos felices. Porque, eso sí, aunque mi hijo prefiera no salir al recreo para que no lo molesten y tenga temor de ir al baño debemos pagarles hasta el último centavo, incluyendo colegiaturas y otras cosas no precisamente necesarias, como un show de talentos en un teatro alquilado y una cuota para empresarios juveniles.

Duele la impotencia que se siente al darse cuenta que aunque pensemos diferente y queramos educar de otra manera a los hijos, es inevitable estar inmersos en una sociedad problemática donde la calidad de la educación no es una prioridad, menos la felicidad de los niños.
Entiendo que debo dejar que crezca y madure, y que en ese camino son necesarios los golpes y cierta frustración. Sé que hay cosas que no puedo ni debo controlar pero me aterra que se cruce la línea y se llegue a un abuso que traiga consecuencias irreparables.

Lo cierto es que cada tarde lo espero con los nervios de punta, con temor de oír lo que le han dicho o hecho esta vez. No quiero que responda igual, no quiero que sea como ellos, sino que exija respeto y el sistema lo apoye. Pero también quiero que esto termine, que sea feliz. ¿Es mucho pedir?

martes, 1 de marzo de 2016

Los pezones de la discordia

Tener un bebé recién nacido es una experiencia complicada, hermosa sí, pero llena de achaques en un cuerpo que apenas se recupera de haberle dado vida a otro ser humano. En medio de suturas, hormonas locas y trastornos del sueño, una está con el pendiente de que “baje” la leche porque es lo mejor que podemos darle a nuestro pequeño hijo. Lo oímos de los médicos y de las masivas campañas a favor de la lactancia materna, así como de madres, tías, abuelas.

Es lo más natural, te dicen, lo necesita para tener mejores defensas, te aseguran. Es un deber de la buena madre. Pero el asunto es bastante complejo, sobre todo para las primerizas.

Simplemente amé darle el pecho a mi hijo, es una experiencia sin comparación. Los muchos libros que están disponibles en el mercado, y en la internet, dicen que el bebé al nacer no sabe que ya no es parte del cuerpo de la mamá y depende totalmente de ella. Estudios serios dicen que los bebés humanos nacen sin estar listos, porque no pasarían por el canal del parto, así que la gestación continúa afuera. Los primeros meses realmente los dos seres están unidos por los sentimientos más fuertes que he conocido.

Según los mismos libros, se suponía que al nomás nacer debían darme a mi bebé para prenderlo de mi pecho y así estimular la producción. Pero ni me preguntaron y le dieron su “pacha” recién salidito de mí. ¿Han visto la boquita de un recién nacido? Es una minúscula máquina succionadora, los mismos libros dicen que por un buen tiempo ese prodigio será su comunicación con un mundo nuevo y aterrador para ellos.

Antes de tener un hijo sentía que los pechos eran más o menos sensibles, sobre todo en ciertos días del mes, pero en general eran algo que simplemente estaba allí.

Conforme avanzaba el embarazo empezaron a cambiar, sobre todo en su tamaño, temperatura y aspecto. Las areolas se oscurecieron y unas venas nunca antes vistas surgieron de la nada. Como otras partes de mi cuerpo, sin previo aviso dolían como si estuvieran electrificados y al tocarlos estaban calientes. Uno empieza a sentir que no tiene control de nada.

Me dieron consejos durante el embarazo para que me “hiciera” los pezones más grandes y duros para dar de mamar, pero no hice nada más que todo porque eran “ejercicios” bastante dolorosos.

Muchas mujeres, por si no lo sabían, tenemos pezones diferentes. Yo tengo uno que es plano, hay otras que lo tienen totalmente invertido. Quienes tienen los pezones normales al estimularlos forman una perfecta boquilla de la cual se prenden las ávidas boquitas succionadoras.

Pero con uno plano o invertido, sin importar la estimulación tal “boquilla” no existe, apenas hay una protuberancia con un agujerito. Los pechos empiezan a crecer y a subir todavía más su temperatura, venas y sensibilidad, es obvio que la leche está lista para salir, pero pareciera que el conducto de salida apenas permitirá que salgan gotas.

Pues allí estaba yo, días después de salir del hospital con un bebito hambriento y unos pechos turgentes, lista para llevar a cabo una acción tan primitiva como hermosa. Pero no sabía cómo hacerlo, no crean, es difícil encontrar un estilo, una postura que favorezca a la mamá, al bebé y a la salida del alimento. Cuidando todavía una dolorosa cesárea, o sea una herida de unos 10 centímetros, aquello llevó muchas horas e intentos.

El niño lloraba sin parar con ese llanto tan característico de los recién nacidos, lo cual me parecía que estimulaba más todavía la producción. Pareciera que con la ayuda del olfato sienten que el pecho, y el alimento, está cerca e inician una búsqueda desesperada. Pero para nosotros fue complicado, en parte porque no podía acomodar su boquita y su hambre en un pezón “sin forma”, y empezaba su llanto otra vez. Y a veces el mío también. Y los pechos se desbordaban con sendas lágrimas blancuzcas y pegajosas.

En mi dormitorio desfilaron varias mujeres, libros y consejos para lograr el objetivo, enumeraban las muchas técnicas que existen. Y nada. Debido al insomnio y las hormonas que no terminaban de acomodarse, mi desesperación era mayúscula e incluía temores de que la leche cuajaría dentro de mí, o peor, que los pechos estallarían o reventarían como globos con agua.

Un día estaba sola comiendo en la mesa porque, oh sí, el hambre de una mamá que produce leche es voraz. Mi bebé estaba junto a mí en su moisés con ruedas y empezó a llorar de hambre, como cada 2 ó 3. No había intentado darle pecho en otro lugar que no fuera mi cama, pero pensé que probaría sentada en una silla.

Esta vez él estaba más decidido que yo pues sin esperar que lo pusiera de forma horizontal, como se supone debe ser, estando como quien dice “hincado” se prendió de mi pezón más grande. Y allí ocurrió el milagro, sentí cómo salía la leche de mí y entraba en su boquita. La cara del bebé que toma su pecho es de concentración, de felicidad, de gozo. Hasta la respiración le cambió porque al parecer la leche salía a borbotones.

He buscado la forma de describir con palabras lo que se siente y me ha sido difícil. Es una experiencia de unión total, la madre primitiva en una se siente satisfecha de darle algo tan puro y sano que sale de su cuerpo y que el hijo espera y recibe feliz. La sensibilidad de ambos pechos me cambió, sentía un cosquilleo nuevo, rico, que no venía precisamente de afuera sino desde dentro. Era el momento de los dos, a veces nos quedábamos dormidos él con el pecho entre sus manitas y yo con una sonrisa en los labios.

Pero no todo es lindo. Hay dolor, escozor, heridas y más dolor. Hay que curar uno de los pechos y dar solo uno, luego curar el otro. Esto provoca que se tengan pechos notablemente diferentes entre sí y una incomodidad difícil de explicar.

Pero está claro que la mujer moderna no vive encerrada en su casa, pasada la cuarentena de rigor suele volver a su vida habitual y allí la cosa se complica aún más. La leche se sigue produciendo, a veces mancha la ropa, además yo sentía que mis pechos no cabían en ninguna blusa, incluso estorbaban por su tamaño.

A pesar del hambre voraz que ya mencioné, hay que cuidar lo que se come. Se debe seguir una dieta especial para que la leche no cambie de sabor ni afecte la digestión del pequeño ser que apenas está estrenando su sistema digestivo. Aunque una añore un puyazo con chimichurri y pan con ajo, con una cerveza helada, debe seguir las indicaciones al pie de la letra. Eso es fuerza de voluntad.

La producción de leche sigue si se sigue estimulando y el hambre de los pequeños no se detiene jamás. Así que hay que hacer todo el ritual en donde uno se encuentre, ya sea en su casa o la de alguien más, un restaurante, el carro, un centro comercial, un parque. La operación entonces se vuelve un poco más complicada y encima está el factor de las miradas curiosas. No es que una quiera andar sacando el pecho en cualquier lugar, es una necesidad y un deber.

Por donde se le vea, es una situación nada sencilla y, sobre todo para las primerizas, estresante hasta cierto punto.

Solo di pecho seis meses, el tiempo mínimo para darle los beneficios. El trabajo periodístico que a veces me llevaba a coberturas nocturnas no me permitió seguir. Fue difícil la separación de su boquita y mis pezones chuecos, pero ya bebía de esa leche carísima de bote que cualquiera que lo estuviera cuidando podía preparar.

Aquellos imponentes pechos, llenos de calor, venas, color y vida, fueron reduciéndose poco a poco. Lo que nunca se fue, eso sí, fue esa sensibilidad que me recuerda que con ellos alimenté a mi hijo. Cuando veo a una mamá amamantando siento ternura y también envidia.

Por eso me indigno al ver que las personas rechazan a las mamás que dan pecho en público. No entiendo, en una sociedad hipersexualizada donde el cuerpo de la mujer es usado para vender productos por doquier sin que nadie diga nada, resulta que es ofensivo que una mamá saque un pecho y alimente con amor a su hijo.

He visto videos donde la gente de la manera más abusiva les pide que se vayan, ¡no lo puedo creer! También he oído a mujeres que dicen dar pecho en público está mal ¿y la sororidad? A mí no me pasó pero puedo imaginar lo tristes que se han de sentir quienes reciben tal rechazo.

Hay una gran contradicción y dilema en este tema, te dicen que hay que dar de amamantar pero ¿en secreto? ¿sin que nadie se entere? ¿las madres lactantes deben vivir aisladas, sin salir, sin trabajar, sin tener vida social?

Mi solidaridad para ellas, y mi aplauso para las campañas que ciertos restaurantes hacen para permitir que las madres no solo entren a amamantar sino que además les ofrecen una bebida gratis.  Quizá poquito a poquito vamos cambiando las cosas.



lunes, 22 de febrero de 2016

Sólo sé escribir

Desde muy pequeña supe que me gustaba escribir, pero creía que era un sueño dedicarme a eso para vivir. Sobre todo con el poco apoyo de las maestras del colegio donde estudiaba que, como ya conté antes, no comprendían por qué querría dedicarme a algo que “no da dinero”.

No obstante el poco apoyo, desde hace 12 años me dedico a escribir día y noche. Es cierto, esto no me ha hecho rica pero me encanta lo que hago. Tanto lo que publico, como periodismo o ficción, como lo que me guardo. Algunas cosas las pulo y las pulo, otras las olvido, otras de plano las descarto.

Actualmente soy parte de un proyecto de una editorial. Estoy escribiendo para libros de textos donde se explica a adolescentes el arte de escribir. Un trabajo fascinante, pero a la vez, muy complejo pero que me parece de mucha importancia. Hay que incentivar a los futuros escritores desde niños.

Hace unas semanas al llegar a la USAC pude recordar cómo fue llegar a los 18 años a la Facultad de Humanidades a estudias Letras. Mientras que para otras personas la experiencia fue, y sigue siendo, desagradable, para mí fue como llegar a mi nave nodriza. Sedienta de conocimiento, y de vivir, hice de ese edificio mi hogar por quizá demasiados años.

Para otros era, y es, una institución retrógrada, para mí era el mundo de los libros y lecturas que había añorado. He oído a escritores decir que ese lugar no les aportó nada en la vida, que lo que saben lo aprendieron afuera. He oído que la detestan y hasta se burlan de ella.

Yo no puedo dejar de agradecerle a esa Facultad, fundada por el primer gobierno revolucionario de 1944, los mejores años de mi vida. En sus aulas, a veces llenas y a veces solo para mí, me terminé de enamorar de la literatura y del idioma español.

Ya escribía antes de entrar y al conocer a mis doctos profesores me preguntaba ¿por qué ellos no estaban escribiendo y publicando? Si tenían ideas geniales, dominaban la lengua de Cervantes y conocían las características del buen escribir.

Pronto me di cuenta que precisamente por eso no lo hacían. O por lo menos no se atrevían a publicar aunque escribieran. ¿Por qué? Porque sus estándares de calidad y sus influencias eran elevadísimos.

Vi muchas veces su sonrisa de ternura cuando sus alumnos, ingenuos recién iniciados en las letras, les decíamos que estábamos escribiendo. Claro, ninguno se atrevía a enseñarles los textos porque nos medirían con la misma vara que a García Lorca o a Borges.

Como decía Marco Antonio Flores, muchos eruditos tienen a la literatura en una torre de marfil idolatrada, no le han perdido el respeto. Estos profesores la aman y le temen, lo cual nos trataban de infundir también a nosotros, haciéndonos creer que esos seres que escribieron esos maravillosos libros que analizábamos eran de otras dimensiones, diferentes, elevados, lejanos.

Eso podía desanimar a cualquiera, lo cual era una especie de colador que nos filtraba. Los primeros en irse eran los que querían ser escritores por la fama y la fortuna por obvias razones, luego se iban los que pensaban que escribir “era fácil”. Se quedaron, bueno, nos quedamos, los necios, los empedernidos.

Cuando gané algunos concursos y luego publiqué mi primer libro, creo que mis profesores realmente se sorprendieron, pero no tanto como yo. Los demás parecían preguntarse cómo lo había hecho.

Así lo hice: además de perderle el miedo a la literatura, me animé a escribir desde el fondo de mis tripas. Usando toda la corrección lingüística, saqué demonios que vivían dentro de mí a puros escupitajos. Me expuse como quien dice desnuda frente a todos, sin pudor. En general es difícil de explicar, especialmente a niños y adolescentes.

Lo cierto es que así llegué al lugar al que pertenecía y nunca me fui: el mundo de las letras, de las palabras. En los últimos días he estado tratando de descubrir si existe algún otro ámbito en el que pudiera desenvolverme, pero descubrí que no. Pues yo solo sé escribir.