martes, 25 de noviembre de 2008

Se necesitan periodistas

Estoy recibiendo un curso de lo más interesante. Verán, yo no estudié periodismo, sino letras. Esta profesión no era mi vocación inicial, digamos, pero una vez me dieron la oportunidad me gustó. En ese entonces, hace 5 años, me contrataron para que contara la realidad por medio de relatos. Qué tiempos aquellos. Ahora le entro a lo que sea…
Lo que necesitaba saber, lo fui aprendiendo en la marcha. Claro, no fue fácil, todavía me falta. Tuve grandes maestros, en persona y a la distancia, que me inspiraron.
La mayoría de personas cree que hay algo “emocionante” o “chic” en ser periodista. A veces sí, muchas otras no. Definitivamente no es una profesión aburrida, cada día hay algo nuevo.
El domingo próximo, 30 de noviembre, es el “Día del periodista”. Excusa perfecta para organizar y asistir a alegres fiestas. Fingiendo por un día que somos un gremio unido, compartimos con colegas de todos los medios los traguitos, las boquitas y hasta el baile. Recibimos agradecimientos y regalitos por hacer un trabajo tan importante para la sociedad.
Sin embargo, no me pareció que sea así ahora que estoy recibiendo este curso sobre periodismo de investigación. Haciendo conciencia, estamos mal, muy mal.
Se necesitan más periodistas con buen “ojo” y colmillo, que hagan evidente lo que está oculto, lo que la gente necesita saber. Que visibilicen lo importante, que ignoren lo obvio. Que busquen y descubran sus propios Watergates en un país donde debe haber uno en cada esquina. De aquellos románticos que no se dan por vencidos, que buscan historias incluso donde pareciera que no las hay.
En cambio, somos reporteros de declaraciones, de nota roja y amarilla, de contenidos light, de agenda comprometida (comercial y políticamente). Expertos del copy-paste, de la entrevista telefónica y por email, consultando una y otra vez a las mismas fuentes. Periodistas que le temen a la verdad, que no quieren riesgos, no quieren complicaciones, pero sueñan con premios y viajes.
De esos, abundan.

jueves, 13 de noviembre de 2008

Soy bien chillona


Leer el periódico me afecta cada día. La verdad no debería hacerlo, pero es parte del trabajo.
He llorado varias veces con el periódico en la mano. Un par de ocasiones porque me conmovió algún hecho trascendental, todas las demás de rabia, de miedo.
Tengo que reconocer que me afectan principalmente los hechos que tienen que ver con niños. Hubo una semana, el año pasado, que lloré dos veces. La primera fue por aquella familia que se reunió en Metronorte, dos niños y los padres. No se sabe, ni se sabrá, por qué se los llevaron a un lugar apartado. Luego, torturaron a los niños hasta matarlos, supuestamente por algo que habían hechos sus padres, que también murieron. Levante la vista del periódico y lloré casi sin darme cuenta. Me serví un café y traté de ser la misma, pero ya no pude. Unos días después, una familia entera, indígenas trabajadores, fue muerta por no pagar el tributo a las maras. Dormían todos en su abarrotería cercana a la 18 calle de la zona 1. Tocaron la puerta, pensaron que era el pan. Mandaron a uno de los niños a abrir y fue muerto de inmediato, seguido por sus hermanos y padres. Conmocionada todavía por el hecho anterior, quedé estupefacta.
Hoy leí de una mujer que, como cientos de miles, fue a dejar a su hijito para que se lo cuidaran. Se despidió y subió a su carro para ir a trabajar, entonces un adolescente se le acercó y la mató. Así nomás. Se me enchinó la piel y se me aguaron los ojos.
Me recordé de mi amiga Mónica Chinchilla. Recuerdo lo graciosa que era en el colegio, cómo bailé en sus 15 años, cómo era de las más aventadas y tuvo novio antes que la mayoría. Bailaba merengue y soca (de moda en los 80s) como nadie, su madre era bastante joven y andaban juntas hasta en las discotecas. Todas le teníamos mucho afecto.
Le perdí la pista, solo me enteré que se casó y tuvo hijos. Volví a saber de ella una mañana, abruptamente, hace un par de años. Una amiga en común me llamó para contarme que la habían asesinado, frente a su hija y a su mamá.
Supongo que es algo bueno que estos hechos me afecten y no me dejen indiferente, pero a este paso me estoy enfermando de los nervios.
Asturias dijo aquello de que “en Guatemala sólo se puede vivir bolo” hace más de medio siglo. Si le hubiera tocado vivir en nuestros tiempos, quizá hubiera cambiado el guaro por algo más fuerte. Dan ganas de volver a la evasión…

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Ojeando libros

Qué días ajetreados. Para los que vivimos escribiendo por adelantado, ya llegaron las fiestas. Es curioso, vivo más de un mes adelantada. Para mí ahorita todo se trata de la Navidad y el año Nuevo y la fiestas y los regalos y los convivios…
Para cuando de veras llegue el fin de año, yo ya andaré pensando en el verano…
Pues, ayer pasé gran parte de mi día en una sesión de fotos en el estudio de PL. Estando un poco aburrida en la penumbra, mientras la cámara fotografiaba a una bella modelo, unos ojos me miraban. En una librera, como agazapado, estaba Julio Cortázar viendo lo que ocurría. Se trataba del magnífico libro con las fotografías que Sara Facio le tomó al venerado escritor. Fue un encuentro gratificante, dadas las circunstancias, pero apenas pude echarle una veloz ojeada pues debía seguir con mi trabajo. Oh Cortázar, cuántas vidas y cuántas plumas has alentado, con los guiños de tus cuentos.
Hoy tuve otro encontronazo con un libro, pero menos afortunado. Resulta que la muy leal y honorable Editorial Santillana lanzará pronto un libro sobre Carlos Peña…
No sé por qué me resulta tan chusco el asunto. El librito es de la mejor calidad, full color, y se llama “Qué onda con Carlos Peña”, según el comunicado de prensa los escribió el papá de Carlos, don Hugo, pero la portada dice The Peña´s family donde debería ir el autor. Luego dice “su familia, sus amigos, sus estudios, sus sueños”.
La edición está a cargo de la división Aguilar/Superación, y ofrece revelar lo que no se conoce sobre el “ídolo”, con la idea de motivar a padres y a jóvenes.
En la primera página, hay un espacio para el autógrafo del cantante, y luego empieza una especie de texto que no había visto jamás. Además de fotos tomadas la mayoría con cámaras caseras, hay variadas caricaturas donde aparecen todos los integrantes de la familia. Se pueden ver a los padres casándose, así como el árbol genealógico del muchacho, y un sinfín de opiniones de seguidores (del tipo de “en el cole mandamos mensajitos todos”) y cursilerías de ese tipo. No lo leí, claro, pero pude darme cuenta que el tono del libro va como “soy un ejemplo, si yo pude tú también”.
No tengo tiempo ni ganas de analizar este fenómeno creado por Hugo Peña, que trata de que no se olvide el único momento de gloria de su hijo a toda costa, pero supongo que no faltará el erudito que lo haga. No sé cómo le fue a Peña con la venta de discos (en una época donde ya no es negocio ni para los más grandes), pero este ya es una desfachatez, un desesperado intento de mercadear al joven. Ya me imagino la estrategia que hará don Hugo para venderlo, incluso en colegios…
Yo que pensaba que Shery y su esposo eran los masters de la autopromoción y el autobombo, pero Carlos Peña y su padre los hace ver como chancletas viejas.
Como me suele pasar, no puedo dejar de pensar en los verdaderos libros que se dejan de publicar por falta de interés de las editoriales. Cuántos autores que se queman las pestañas y la vida creando textos y no pueden ni soñar con una edición tan lujosa como ésta.
¿Lo van a mercadear como el regalo perfecto para Navidad? Seguramente. No se asusten si reciben uno el 24 de diciembre…