miércoles, 25 de noviembre de 2009

El amor no duele


Ser mujer puede ser difícil en muchas formas. Sin embargo, jugársela en un mundo de hombres y lograr salir adelante, es una gran satisfacción.

Quien recibe golpes de quien se supone la ama está en una situación diferente. Conozco varias, son mujeres a quienes quiero pero no entiendo. Al principio me enojaba porque veo que han tenido oportunidad de huir, de escaparse, pero ahí se quedan. Ahora entiendo que es una codependencia, un círculo vicioso.

Cuando ocurre la crisis, puede que busquen ayuda y hablen con otras personas, pero después ellos las convencen de que las quieren. Algunos ni siquiera eso, sino que les dicen que sin ellos no valen nada, que no pueden hacer nada, que no tienen nada. Entonces ellas vuelven y todo vuelva empezar.

Trato de ponerme en sus zapatos, creyendo que aman a ese hombre y que él las ama, que sus hijos están mejor en un hogar “integrado” que en uno deshecho, que es más difícil la vida sin él. Pero no puedo comprenderlo.

Hoy mi corazón está con ellas con la esperanza que algo cambie. Además, crece mi admiración para esas otras mujeres, en su mayoría feministas, que no solo han visibilizado este flagelo, sino también han logrado cambios que se traducen en leyes y acciones.

Es alarmante además que los niños que son testigos de esta violencia crezcan creyendo que es de lo más normal y, tristemente, muy probablemente la reproduzcan.
Debemos enseñar tanto a niños como a niñas que la violencia no es una opción. Pero eso, en nuestras condiciones actuales, es todo un reto.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Por ellos


Ella no le había puesto mucha atención a la polémica por la Ley de Planificación Familiar hasta que oyó algo en el trabajo y me lo comentó. Una de las secretarias dijo que pretendían explicarles a los niños qué tipos de prácticas sexuales hay.

“Eso es bueno”, me dijo casi llorando. Si a ella le hubieran explicado qué era el sexo, no habrían abusado de ella desde los 6 años. Durante el resto de su niñez soportó lo que un muchacho le hacía sin ella supiera qué era eso. Para cuando se enteró, sintió mucha culpa. El abusador aprovechó esto, amenazándola de que iba a contar las cosas malas que ella hacía. “Por años, quizá hasta ahora, me he sentido sucia”, me dijo. Ahora comprende que esto es parte del estrés postraumático, algo que no la deja disfrutar plenamente de su vida, de su cuerpo.

Todo hubiera sido diferente si no hubiera crecido en una familia tan religiosa y conservadora, que miraba al sexo como algo secreto, de “adultos”. Si un niño se interesaba, era un niño malo. Lo que no imaginaban era que dentro de su misma casa había alguien que estaba dispuesto a aprovecharse de esa ignorancia.

“Tengo que ser diferente a mi mamá, tengo que explicarles a mis hijos que nadie puede tocarlos. Que el sexo es algo personal que cada quien debe descubrir por decisión propia, no por abuso”. Oírla hablar a esta joven mujer duele.

La educación sexual no es solamente anticonceptivos, embarazos, abortos. También es llamar las cosas por su nombre y quitarle todo lo “oscuro” a algo que debe verse como natural.

Quiero que mi hijo crezca no solamente sabiendo qué es el sexo, sino consciente de que su cuerpo es privado, que debe respetarse y respetar a los demás. Quiero que cuando las hormonas se le alboroten, tenga toda la información disponible para tomar buenas decisiones. Si bien es posible que se abstenga, lo más probable es que no. Sea cual sea su decisión, quiero apoyarlo, hacerlo sentir bien.

Me parte el alma pensar cuántas personas vivieron o viven lo que mi amiga, pero está en nuestras manos lograr cambios. Dejemos de oír a los que ya hicieron suficiente daño.

lunes, 16 de noviembre de 2009

Dance therapy


Creo que es la mejor terapia (la de compras te deja en la calle y la de guaro y drogas, pues, peor). Vos y la música, mejor si con luces hipnóticas. Antes, lo que más me gustaba era bailar canciones y ritmos conocidos. Cantar hasta desgañitarse mientras se baila con todo el cuerpo y el alma. En esos casos, se tienen hasta coreografías aprendidas y ensayadas quizá frente al espejo. Un goce del ego, hedonista, sensual.
Pero luego aprendí una gran lección con la música electrónica. Oír por primera vez determinado track, conocerlo con cada brinco, cada contorsión, con cada luz que te ciega. Amar esa música intensamente mientras atraviesa tu cuerpo como un rayo fulminante, para luego irse sin dejar rastro. Sin saber si la oirás otra vez.
Ambas formas son excelentes. La que descarto totalmente es bailar en una reunión social, como una boda o convivio. Ese trámite incómodo de que te saquen a bailar cuando justo están tocando El meneadito, La Macarena, o peor, El Venado. No poder decir que no y bailar muy consciente de tus movimientos mientras otros te miran.
No. Hablo de bailar sola, cómo te dé la gana, sin esperar a que te saquen ni tener que entablar ninguna conversación de cortesía. Esas horas bailando (que dejan el cuerpo molido, deliciosamente molido) pueden reconectarte con tus instintos, con tus entrañas. Tu cuerpo se vuelve una orquesta que actúa con precisión, usas esos músculos que olvidas que tenés. Instintivamente bailáss siguiendo el ritmo, como la tribu alrededor del fuego. El ritmo se vuelve el latido de todos.
Todos deberían intentarlo. Un par de zapatos cómodos, o descalzos. El volumen alto pero bien ecualizado. Luego, cerrar los ojos y dejarse llevar, como salga, como venga, como nazca. El tiempo se alterará, las cosas se verán diferentes. Hasta el más tronco se descubrirá como un bailarín natural. Lo prometo.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Tal vez Maurice tenía razón


A mí me gusta escribir, pero debo tener una buena razón para hacerlo. Una historia, una causa, algo que me queme las entrañas luchando por salir, la necesidad de expresarme.
Escribir sin ganas, eso es lo que hago todos los días en el trabajo. Lo mío, lo que realmente me representa, no puede salir así nomás porque “tengo que”.
A veces todos se nubla y se tuerce, a veces pareciera que nada vale la pena, ni tu vida. A veces hasta las sonrisas más dulces se vuelven dagas al dar la espalda, a veces no sabés para qué estás en este mundo.
Y entonces, el amor propio, la autoestima, tambalea. Allá arriba en su frágil pedestal, casi resbala con cada lágrima, con cada escupitajo, con cada mirada de desdén. Entonces empiezas a pensar que al final no eres la gran cosa, que nunca lo fuiste y hasta te da vergüenza haberlo pensado alguna vez.
Entonces solo quieres huir, o mejor, enterrarte en las chamarras, o ahogarte en alcohol y drogas. Hacer de caso que estás demente, ida, catatónica. Así nadie podría herirte más.
Emo, eso soy soy, una pinche emo. Todo me afecta, todo me duele.
Como cuando fui a El Periódico (hace años) a que me entrevistaran. Yo ERA una promesa de la literatura. Un malhumorado Maurice E. me habló como haciéndome el favor. Yo, tonta, me sentí halagada y emocionada. Nunca salió publicado nada.
Meses después, me enteré de buena fuente que él había reportado que yo no tenía nada interesante que decir.
Tal vez tenía razón.