domingo, 22 de septiembre de 2013

Stepford wives ¿a la tortrix?


Escribo este posts luego de un largo fin de semana de andar de socialité, soccer mom y de host (todo escrito en inglés a propósito). No sé ni siquiera si hará sentido, miremos.

Dice un dicho “feministas hasta que se casan”. Detesto ese pensamiento, porque la gente lo dice a la ligera sin tomar en cuenta muchos factores, es cierto que en muchos casos aplica, pero en otros no. Además, también deberían decir “machos y donjuanes hasta que se casan”.

He tenido un tema en la cabeza desde hace unas semanas: lo que conlleva ser amas de casa y madres en Guatemala. Y he estado pensando en eso por dos razones: dos blogs. Uno está es parte de la Revista Contrapoder y se llama el Blog de mamá firmado por una joven madre profesional, y el otro se llama The housewife wannabe y lo hace una guapa señora que así se “distrae”.

Ambas publicaciones han provocado críticas de cierto sector. En pocas palabras, sus detractores consideran que con estos blogs son un atraso para la mujer, que es una vergüenza y que deberían desaparecer.

Por curiosidad, como muchos otros, fui en busca de ambas vitácoras. No vi nada diferente a otros tantos sobre el tema, a miles de artículos que se publican diariamente. ¿Por qué entonces han molestado tanto?

Hace unos años hubiera pensado igual. Yo creía que con cada generación la vida de las mujeres debía ir evolucionando, es decir, que nuestras madres y abuelas estaban equivocadas. Que fueron presas de una sociedad que les impuso una vida que quizá no querían.  Sin otra opción en la vida, fueron madres y esposas tristes, frustradas, oprimidas.

Con eso en mente, para mi era inconcebible que las mujeres modernas, más evolucionadas en todo aspecto, pudieran querer esa vida despreciable de las generaciones anteriores.

La sorpresa fue cuando todas las chicas que me rodeaban empezaron a casarse y, claro, a parecerse mucho a sus madres y abuelas. ¡Pobres! Pensaba yo, han sido “vencidas” por el sistema patriarcal, sufrirán, serán infelices, según yo era una tragedia. Yo seguía fiel a mis ideas, sentía cierto desencanto por mis contemporáneas.

Pensaba que la generación posterior, las más jovencitas, serían las verdaderas pioneras del feminismo en Guatemala. Pero en lo que va de este nuevo siglo descubrí que ellas todavía buscaban con ilusión la vida tradicional de la mujer (casarse y tener hijos), no quieren cambiar las tradiciones y a la mayoría el feminismo les suena como algo de pasado de moda.

Cada día veo más bodas, más embarazos, más gente comprando sus casas en los suburbios, organizando despedidas de solteras, baby showers, piñatas. Creo que mi lógica de juventud no era la correcta. Ahora, más vieja, pienso que lo que evolucionan son las condiciones en las que nos desenvolvemos, la equidad y la igualdad, pero los deseos del ser humano de procrear y tener un techo sobre su cabeza son eternos.

A mi también me llegó el turno, por allá de los 32 años empecé a pensar seriamente en tener un hijo. Como dice el lugar común, el reloj biológico empezó a hacer tic tac. Resultado: 9 años después estoy enamorada y tengo un hijo en edad escolar, me preocupo por educarlo bien, por llevarme bien con mi pareja, me afano por combinar todos los aspectos de mi vida de manera equilibrada, y porque mi casa sea confortable y que en mi mesa haya buena comida, todo tratando de verme siempre bien, nunca fodonga.

Sí, la vida me acercó peligrosamente a esas mujeres que criticaba y compadecía. No soy esclava de mi hogar, tengo quien me ayude, pero sí me interesan los detalles.

Por ejemplo, odiaría que me regalaran una plancha para mi cumpleaños, pero cuando descubrí que las mangas abombadas se arrugan más de la cuenta, salí corriendo a comprar una plancha de vapor y me encanta. Es como cuando uno arma su oficina: para hacer bien el trabajo diario, la equipas y te esfuerzas porque todo esté a la mano.

Antes me burlaba de Martha Stewart, porque su cabello me parece feo y porque se fue al bote por no pagar impuestos, pero luego por cuestiones de trabajo conocí su libro Entertaining y me encantó. Hay algo encantador en recibir gente en tu casa para hacerlos pasar un buen momento, empecé a como jugando a la casita, pero poco a poco le agarré el gustillo. Claro, mis reuniones son bastante etílicas, bulliciosas y largas, pero el papel de anfitriona me encanta!

Eso me hace comprender, en cierta medida, a quienes se quedan enamoradas de ese papel tan antiguo. 

Esas dos mujeres que escriben sus blogs, Corinne Dedik y Bárbara de Marsicovétere en realidad representan a millones de mujeres que quieren hacer un papel de madre, esposa y ama de casa de la mejor manera. ¿Qué le vamos a hacer? Quieren una guía en el camino, quieren compartir con otras sus inquietudes, es natural.

Lo que a mi me gustaría es que eso no fuera el centro de sus vidas y que todas, toditas, lo hagan por elección y no por la fuerza ni por resignación.  Porque, claro, una cosa es ser un ama de casa y otra una mujer maltratada. Las segundas no necesariamente son de las que se quedan en casa, las hay de todo tipo y profesión.

Todavía es sorprendente para mi es que una mujer que pudo haber elegido cualquier otro camino en su vida, decida ser ama de casa. Es más, que aspire a ser una perfecta, tipo Stepford wife.

Eso es simplemente agotador… y creo que imposible. Yo necesité un trago a media noche de este domingo para aceptar que mi fin de semana, mi adorado fin de semana, se me fue volando en actividades, mandados, tareas, compras, llamadas, visitas y compromisos.

El sentimiento es confuso, a parte de que me duele la cara y la cabeza de tanto hablar y sonreír, mi egoísmo de antaño me hace sentir que debí haberme dedicado más tiempo a mi, a mi adorada yo. Porque, encima, ya está empezando una semana que se pinta dura y yo no recargué mis baterías…

Salud por las que hacen todo eso y todavía se van a dormir con una sonrisa en los labios, descansando su bella cabeza en una almohada ortopédica que huele a lavanda envuelta en una sobrefunda de algodón egipcion de 300 hilos… esperando la semana que empieza para hacer la vida de los que las rodean más bella y deliciosa…

Salud!

domingo, 18 de agosto de 2013

Me vi, me vi, me vi… yo no buscaba a nadie y me vi


 La foto es de Marisa Vincent, “Tacones en la noche”

Ir de parranda como turismo, para ir a ver todo eso de lo que otros hablan, ver si realmente vale la pena. Para poder tomarse la foto y tener prueba de que estuviste allí, que nadie te venga con cuentos porque tú ya sabes de qué se trata… Vives la experiencia con aplomo aunque los baños te den asco, la gente desconfianza y la comida náusea. Tus verdaderos lugares de diversión no están en este pasaje, están bien lejos de aquí, con parqueos seguros y comida gourmet.

Ö ir de parranda como venganza contra el mundo, abrir esa ventana donde eres malo, donde te permites hacer todo lo que siempre te limitas cuando estás en tu vida real, somatar junto a los tarros rebosantes de espuma y que hacen cling también tu rabia contra el mundo y todos los que te han herido, allí en esos antros oscuros puedes cambiar los papeles y ser tú el que hiere, tortura, mata. Cualquiera puede ser el recipiendario de todo lo que quieres escupir, gritar, eyacular.

Pero tu caso es diferente, muy diferente a ellos.

Tú vas de parranda como a revisitarte, recorrer tus pasos antiguos uno por uno, ese devenir que ahora parece tan largo. En cada esquina el eco de una risa o de un grito de histeria o de un lamento. Recordar ese andar nervioso casi siempre acompañado por el tac tac tac tac de tacones de diversos estilos y alturas que tambaleaban mientras balanceaban tu blando y frágil ser. Siempre buscando un lugar a dónde ir, dónde refugiarse, dónde desplomarse. Siempre a la caza del drama, de la pasión, del enfrentamiento.

Solo han pasado unos años y algunos lugares ya ni siquiera existen, en su lugar hay abarroterías o zapaterías, incluso algunos han sido demolidos hasta sus cimientos y  ahora allí se estacionan los automóviles de los nuevos entusiastas que salen a invadir la noche, la que antes era tuya.

Pero hay algunos antros que allí están todavía, algunos se llaman igual pero hay otros que fueron rebautizados. Casi puedes oler el perfume que llevabas esa vez que tuviste una pelea con un guardia de seguridad en una banqueta. El aire electrizado te recuerda la lluvia que te mojaba al hacer amistad con los travestis. Casi puedes escuchar las carcajadas de cuando fumaste mariguana en un callejón y luego tú y tus amigos se reían como locos oyendo tristes canciones de trova. Al ir al baño, casi sientes el olor a gasolina de la cocaína, su sabor bajando por la garganta y la explosión en tu cerebro, la euforia. Al verte en el espejo, casi casi te ves con las pupilas dilatadas y demenciales. En alguna esquina casi puedes oír a un amante fortuito pidiéndote que lo acompañaras hasta el amanecer en alguna anónima cama.

Tú, la nueva tú, decides entrar a un bar de antes que todavía está en pie. Aquél a donde nadie iba antes, ese lugar donde se podía platicar por horas sin ser molestados por la música estridente. La dueña ya no es la misma, sus descendientes reemplazaron a la tranquila señora  y encontraron la fórmula de volverlo un lugar de moda, con música salsa y cumbia. Era la única forma de competir con los otros bares de reguettón y bachata.  Los meseros son jóvenes, nadie te recuerda. Miras alrededor, los clientes son todos nuevos, no hay nadie del pasado, nadie de los que te vieron en aquellos tiempos, algunos con asombro, otros con simpatía, otros con lástima, pocos con fascinación.

Un lugar tan tuyo antes, tan lleno de tus lágrimas y mocos y saliva y excrementos, ahora tan ajeno y tan indiferente. Pero por eso mismo ahora puedes sentarte y sonreír pícara y recordar. Ver todas tus versiones de ti sentadas en las diferentes mesas, tú la enamorada, tú la revolucionaria, tú la escritora, tú la decadente, tú el alma perdida.

Te fuiste de allí hace rato, la última vez tus botas vaqueras baratas se rayaban contra el empedrado mientras alguien te llevaba hacia afuera. Pasaste esas puertas de metal sin siquiera darte cuenta.

Ahora nada de allí es tuyo, sientes la nostalgia que tendrías al ver fotografías de antes, a solas en un desván. Nada más. Tus dramas, tu felicidad, tu éxtasis, tus excesos, tu locura se mudaron de lugar. Tu hoy es tan distante. Pero aún así bebes y bebes con la esperanza de sentir algo de todo lo que sentiste en esas mismas mesas y sillas, pero no pasa nada. Solo ves alrededor a los nuevos parroquianos viviendo sus propias noches locas. Construyendo el pasado que luego recordarán muchos años después en sus casas de suburbio.

Bajo tu apariencia normal, si se mira bien al fondo de la maquillada mirada, se puede ver que no estás reformada, no estás rehabilitada, solo que tus demonios ahora te visitan en otros lugares, entre otras personas, haciendo otras locuras. Tu escenario ahora es otro, venciste ya este cuadrilátero y ahora libras otras peleas en otras arenas. Te sientes victoriosa, no eres un cadáver como el que salió arrastrando las botas, eres más un fantasma. Has evolucionado. Eres un milagro, eres una sobreviviente, llena  de cicatrices que te recuerdan a diario de dónde vienes, cuánto gozaste, cuánto sufriste, cuán intensa fue la vida pasando a través de ti como mil voltios. Sin embargo, siempre queda espacio para un estigma nuevo, otro tatuaje de fuego.

Pero por hoy ya es tarde. Cuando empieza la ley seca, te pones tu impermeable y te cuelgas de su brazo y sales…. 

sábado, 8 de junio de 2013

La incondicional

Mucho se ha dicho sobre el ejército y sus miembros en los últimos meses, a causa del juicio por Genocidio, tanto en contra como a favor. Aunque me cueste entenderlo y aceptarlo, sí hay quienes los defienden, claro, de una manera muy peculiar.

Eso me ha dejado pensando mucho. Estando en la universidad y metida en diversas organizaciones “de izquierda” empezó mi rechazo a los militares, gracias a mis lecturas y conversaciones con los compas. Era lo más natural, como si fuéramos enemigos naturales.

Sin embargo, crecí en un mundo donde el papel de los militares era considerado importante y de prestigio. Esto ocurría en medio de la guerra, cuando no se sabía en detalle todo lo que ocurría en realidad en el interior. A la ciudad sólo nos llegaban las noticias oficiales dónde, claro, los héroes eran los chafas.

Estudié en un colegio católico de la zona 5 que está muy cerca del Campo Marte (el patio colindaba con la escuela de equitación del ejército). Un colegio austero, ni bonito ni feo, académicamente muy bueno y que aceptaba jovencitas de todo tipo. Habíamos muchas del barrio, hijas de obreros y comerciantes, gente sencilla. Pero además había hijas o familiares de militares. Algunas venían expulsadas de colegios “caqueros”, pero a otras  sus padres querían enseñarles algo al inscribirlas en un colegio promedio. Vivían en la zona 16, en la colonia “Lourdes” y sus alrededores (algunas, como V. vivían en grandes terrenos que más parecían granjas).

Allí se creía que estar emparentado o relacionado con algún miembro del ejército tenía algo de glamour. Para terminarla de fregar, estaba de moda “La incondicional” de Luis Miguel,  en cuyo video se podía ver una romántica historia de amor imposible entre una colegiala y un cadete. Mis compañeras suspiraban por los estudiantes del Adolfo V. Hall o de la Politécnica, sobre todo vestidos de gala (yo suspiraba por un guitarrista). Que te invitaran a uno de sus “bailes” era algo que te daba status (yo fui una vez acompañando a un primo que no encontró con quién ir, fue una experiencia bastante aburrida, estirada y fría, nada parecida al video clip del mexicano).

Claro, con el tiempo comprendí que quienes miraban de lejos a los militares solo apreciaban la fachada, el brillo y la pompa. Pensaban que ser novia o esposa de un oficial era sacarse la lotería, que se aseguraban una vida de comodidades y mimos. Sin embargo, también descubrí que las que estaban adentro vivían muchas veces realidades muy poco románticas que incluían infidelidades, indiferencia, machismo y violencia intrafamiliar que se vivían de la puerta para adentro.

Nunca voy a olvidar a V. cuando le tocaba hacer la oración de la mañana. Ella era una patoja flaquita, obediente y calladita, pero había algo de tristeza en su mirada. Tal vez era solo mi imaginación. Estábamos en 5to secretariado bilingüe, era el año 1989, en su plegaria además de pedir por nosotras y nuestras familias, ella con los ojos cerrados, casi a punto de llorar, le pedía a Dios por los “especialistas” del ejército que estaban luchando por la patria. Yo era muy ingenua todavía y no sabía de qué hablaba.

Cuando me enteré qué eran los especialistas y cuál era su trabajo, me sentí muy ofendida por haber sido parte de esas oraciones. Menos mal nunca tuve verdadera fe, así que de mi parte esas peticiones no creo que hayan servido de nada.

Está claro que gente como V. y su familia ahora no entienden a los que vemos con horror lo que realmente pasó en la guerra y pedimos justicia. Para ellos esos militares son héroes a los que hay que honrar. Lo tienen metido en su cabeza desde niños. Me gustaría ahora hablar con V. y preguntarle si volvería a rezar por un torturador, pero casi puedo oír su larga e indignada respuesta como la misma de ayer, la incondicional, o sea que mejor no lo haré.

jueves, 9 de mayo de 2013






El primer día de la madre

Allí estaba yo: soltera y embarazada a los 33 años. Fue todo un shock, la noticia más devastadora que había recibido jamás. Como suele pasar, fueron mis compañeros de trabajo en Siglo Veintiuno quienes se enteraron en primicia, todos ellos solteros y bohemios que lejos estaban de siquiera pensar en tener hijos. Sin embargo, fueron muy solidarios.

Me sentía de bajón, la sensación del embarazo era muy rara para mí. Cansancio, sueño, calor, náusea, emociones encontradas, euforia, incertidumbre, todo junto. Supongo que hay personas que se han pasado toda su vida esperando por el momento de ser padres y lo ven como algo indispensable. Pero hay otros, como yo, que no están tan seguros que sea una buena idea traer a otro habitante a un mundo tan decadente y corrompido.

Con un poco más de dos meses de embarazo, o sea que casi no se me notaba, no les había contado a muchas personas acerca de mi estado. Tenía que asimilarlo yo primero, lo más importante era acomodar esa sensación dentro de mí. Además, no sabía qué respondería a las preguntas que inevitablemente vendrían, sobre todo de mi familia, si no había resuelto qué haría con mi existencia y la del fruto de mis entrañas.

Sin duda, era tan fuerte el dilema que estaba pasando que afectaba mi trabajo, el cual hasta entonces era lo más importante en mi vida. Por esa razón, en una reunión editorial, decidimos que escribiría un tema sobre algo que no sabía que existía: la depresión pre parto. Así mataría dos pájaros de un tiro: haría un artículo para el día de la madre y encontraría respuestas a mi problemática.

Investigué el tema y no fue difícil entender que efectivamente eso era lo que yo tenía. Sentía que el mundo seguía adelante sin mí, que ya no encajaba en él. Al terminar de escribirlo, me sentí mucho mejor al comprender que ser madre es un proceso complejo, no era para nada como yo me lo imaginaba. Si yo a los 33 años estaba en medio de una tormenta al enterarme de mi embarazo, me imagino lo que tienen que pasar las adolescentes que “meten las patas” y son juzgadas por quienes las rodean.

Escribí el artículo de manera bastante personal, dejando claro que yo estaba embarazada. Sería mi muy particular forma de dar a conocer que sería madre. Tenía tanta libertad creativa en ese entonces, así como le declaré mi amor al padre de mi bebé por medio de una columna, le gritaría al mundo por medio de una nota periodística que tendría un bebé, dándole la bienvenida como a un pasajero dentro mi para iniciar un viaje juntos.

Solo había un problema, mi mamá no sabía todavía y sería de muy mal gusto que se enterara al leer el periódico. Debía decirle antes porque lo primero que hacía mi mamá los domingos, luego de servirse el café, era abrir la Magazine 21 para ver qué había escrito su hija.

Los días pasaban y no me atrevía, mientras tanto el artículo iba derecho a las rotativas para imprimirse. Saldría el domingo 8 de mayo, sin falta. Yo que tan osada me creía, tan liberada, tan avant garde, tenía pánico de enfrentarme a mi madre, oh,  mi madre. Una mujer sencilla tan diferente a mí, que se escuda tras su maternidad sufrida y abnegada, que ve todo blanco y negro, que pensaba que yo era una oveja negra que algún día se blanquearía y entraría en el rebaño.

Pero yo quería ser madre para seguir creciendo como ser humano, pero sin renunciar a todo lo que había conseguido, a mi forma de vida, a mis principios.

Así que llegó el viernes 6 de mayo 2005, mi última oportunidad para decirle a mi mamá que sería abuela otra vez. Decidí ir sola porque yo sabía que no sería nada fácil, no quería que mi amado sufriera las consecuencias. Fui a su casa y la encontré inusualmente contenta, me dio pena arruinarle ese día su alegría, luego de cenar me hizo piojito hasta que me quedé dormida y ella miraba noti7. El sábado por la mañana yo tenía un antojo muy fuerte de huevos revueltos con pan francés, y ella muy complaciente me los sirvió y desayunamos. No me atrevía, ¿cómo decirle que estaba embarazada sin estar casada cuando para ella eso era literalmente pecado?

Salimos a caminar, hacía un día precioso, pensé “se lo diré bajo un árbol, en medio de flores y pájaros, y será un momento inolvidable”. Pasamos el árbol y fuimos a comprar ingredientes para un almuerzo que según ella me gustaría. Sin embargo, todo lo que olía me daba náusea y estaba cansada de tener que disimular.

Apenas toqué la comida, luego me dio un sopor extraño que me daba luego del almuerzo: sueño y calor, una incomodidad total. Me dormí un rato, inquieta. Desperté sudando y decidida. La senté en la mesa, la vi a los ojos y le dije que tenía algo importante que decirle. Ella, todavía sonriente, me preguntó “¿se va a casar?”. Cuando le dije que no, pero que estaba embarazada, fue lo más parecido a romperle el corazón.

A la vez que mi cuerpo se relajaba y la pancita se asomaba con más confianza, ella fue montando en cólera. Como no podía agredirme físicamente (por primera vez algo la detenía), me acuchilló con palabras más hirientes que una bofetada. No paró hasta que me sacó de su casa, sabía que su enojo no terminaría, así prefería que me fuera. Agarré mis cosas y me fui.

Fue la caminata más triste, no sabía hacia dónde ir, así exactamente me sentía con mi vida. No sabía que rumbo tomar. Tomé un bus pues mi carcacha no estaba funcionando, y me senté viendo hacia afuera. El mundo se miraba diferente, más amenazante y complicado. Cuando me di cuenta estaba llorando y tenía náuseas por el humo negro. Me bajé en el Parque Central a pensar.

Millones de mujeres han pasado por esto, pensé, pero no deja de ser impactante darte cuenta que no solo darás vida sino que serás responsable de ella por muchos años. Luego tendrás un vínculo que no se romperá ni con la muerte. Todavía no tenía un rostro o una manita a la cual adorar o aferrarme, mi hijo todavía era algo abstracto allá dentro que me hacía sentir físicamente mal.

Fui a comer sola a la Patsy y pedí un chuchito, otro antojo. Mientras miraba a la gente pasar, pensé que como siempre lo había hecho hasta ese día, sería totalmente responsable de mis actos, asumiría las consecuencias como vinieran, con valor.

Al día siguiente salió el artículo que pueden ver arriba, todo el mundo se enteró que sería mamá y viví un embarazo difícil por muchas razones. Lo bueno, lo veo ahora, es que esos 9 meses y sus achaques y clavos no son nada comparados con la felicidad que vino luego. Exactamente un año después de ese fin de semana con mi mamá, inicié la etapa más feliz de mi vida y que no ha terminado aún junto al hombre que amo y a mi precioso Manuel, el mejor maestro que he tenido. Todo el sufrimiento valió la pena.

sábado, 6 de abril de 2013

Escritores inéditos dejan de serlo


He sido jurado en un concurso de literatura, una vez más. Cada vez que lo hago siento una gran responsabilidad pero también mucha honra.

Leí poemas, cuentos y novelas de todo tipo. De personas que están empezando, de otras que están a medio camino para tener “oficio” y de otras que saben lo que están haciendo pero simplemente no les sonó la flauta de la inspiración. Digamos que hasta aquí es más o menos fácil ser objetivo, pues se eliminan los que no llenan los requisitos mínimos y no tienen “atributos” como para ser premiados.

Solamente una vez en un concurso después de leer todos los cuentos, 50, supe exactamente cuál debía ser el ganador y coincidimos con el resto del jurado (al abrir la plica la obra era de Maurice Echeverría, cosa que no me sorprendió para nada).

En cambio esta vez había varios finalistas, todos ellos escritores que no han publicado nunca y que seguramente están esperando por una oportunidad. Todos tenían algo interesante, pero había que escoger a los ganadores.

En el caso del cuento, para elegir al primer lugar me decidí por una colección de cuentos que me cautivaron desde la primera línea, que me llevaron a un mundo íntimo y fascinante. Cuando abrimos la plica, descubrí que se trata de una mujer, no sé de qué edad pero si pudiera adivinar diría que está entre los 35 y 40.

Se aprecia claramente una voz literaria que seduce y entretiene, a la vez que sorprende. Con una mirada intimista, en estos cuentos es posible asomarse en la vida de mujeres de diversas edades, tanto en sus alegrías como en sus vicisitudes. Las historias tienen cierres eficaces que dejan al lector satisfecho y con ganas de seguir leyendo.

Y para el segundo lugar elegí un solo cuento largo, que en un inicio me pareció que había sido escrito por un hombre, pero no. Al abrir la plica vimos que se trata de otra mujer, seguramente joven, que no ha llegado a los 30. El cuento tiene una excelente caracterización del personaje principal, quien además es el narrador. Se aprecia un lenguaje urbano bien utilizado y una introspección muy efectiva. Por otro lado, gracias a la descripción tan certera, el lector puede sentirse realmente frente a los personajes y en medio de las situaciones que allí se cuentan. Además, tiene pasajes poéticos y oníricos que conducen hábilmente hacia un final inesperado.

Da gusto encontrar escritoras como estas. Me imagino que son personas que ha trabajado a la sombra y con mucho empeño. Se notan que son buenas lectoras pero que a la hora de escribir no se quieren parecer a nadie. Ahora debo esperar al día de la premiación para conocerlas, será maravillosa estrecharles la mano y conversar.

Al final ser jurado, contrario a lo que pensé al empezar a leer, fue una experiencia enriquecedora. Me encantaría ser yo quien les diera la noticia de que ganaron, decirles que su gran ilusión, la de ser escritores publicados, se hará realidad. Pero no me corresponde, solo me queda imaginar, recordando mi propia experiencia, la agradable sensación que se tiene al descubrir que un jurado ha considerado que tu obra es merecedora de un premio.

Recuerdo cuando me llamaron por primera vez para decirme que había ganado un concurso nacional. Antes de esa llamada no me creía que fuera capaz de publicar jamás. Como no le daba a leer a nadie mis escritos, no tenía la menor idea si estaba haciendo algo digno de leerse o no. Pero luego de saber que era la ganadora, fui a mi cuarto y me cambié, simbólicamente me vestí de “escritora”, llamé a mi mejor amiga y nos fuimos a celebrar a La Bodeguita. Desde ese momento, la imagen que tenía de mi misma cambió para siempre.

Qué daría por volver a tener esa sensación…

Hay que disfrutarla mientras dure, porque cuando pasa uno se da cuenta que la cosa no es tan fácil, que publicar en un país como Guatemala no significa mayor cosa, que es una profesión solitaria y que requiere mucho trabajo.

martes, 2 de abril de 2013

Escritura automática


Hay un demonio en mí, ni dudarlo. A veces duerme por días, semanas, meses, mientras aparento ser normal, como todos los demás. Me gustan los helados, los atardeceres y los niños. Sonrío y me sonríen de vuelta, sin que la gente se imagine que en cualquier momento despertará el demonio. Paso las horas sin decir mayor cosa, sin opinar, sin proferir nada amenazante.
A veces pienso que ya nunca volverá, que ha partido a través de mi aliento de la madrugada buscando otra mente con la cual jugar. Me pregunto si acaso ya soy normal, si ya no habita en mi la necesidad de amasar la locura como barro para hacer espectrales figuras.
Pero de pronto todo cambia. La respiración se acelera, se siente la atmósfera diferente.
Él toma mi mente, mis palabras y mis dedos. Sé que ha vuelto porque la amargura se instala y hasta lo más sublime me parece estúpido. Y, así, al fin, empiezo a escribir otra vez. Los ojos se dilatan, la mirada se pierde y pican los dedos. Empieza un frenesí guiado por no se sabe que fuerzas oscuras, una actividad febril adentro de la cabeza.
Escribir es caer en trance, como un médium, ser poseído sin saber si son fuerzas buenas o malas las que mueven la mano que escribe mensajes de seres de otras realidades.