domingo, 30 de septiembre de 2018


Tratando de entender el bloqueo del escritor

Hace poco vi la película ‘Papa Hemingway in Cuba’ (2015), que la verdad pasó sin pena ni gloria para los cinéfilos. Aunque esta no es una reseña a la película, quiero decir que fue un desperdicio de historia en manos de tan malos actores.

Pero lo que sí captó mi atención es que en la cinta podemos ver a un Ernest Hemingway en un caótico estado en 1959, justo antes de la Revolución cubana cuando vivía en la isla caribeña. Allí se expone que parte de su drama era que estaba padeciendo el temido y horroroso bloqueo de escritor. Vemos los líos con la esposa, su depresión y sus problemas con la botella.

Se dice que al menos una vez en la vida, aunque pueden ser muchas, los escritores simplemente no pueden escribir. Esto es más dramático cuando se trata de alguien que tiene una larga y exitosa trayectoria porque se suele esperar mucho de él o ella. Sus lectores siguen atentos a lo que va a escribir después y pasan meses y años en un incómodo silencio.

Porque no se trata de no tener ‘ganas’ de sentarse a escribir solamente, hay algo más profundo que nos impide tener ideas nuevas y desarrollarlas. Sicoanalistas han estudiado esta condición desde 1947, puede ser provocada por circunstancias estresantes en la vida del escritor que lo alejan de su creatividad temporalmente hasta que se resuelven, pero puede haber otras razones.  Se cree que bajo estrés nuestro cerebro pasa el control de la corteza o córtex cerebral al sistema límbico y limita el proceso creativo de una persona.

Consejos para sobrepasar este estado son muchos, incluyen la meditación, escribir diarios, el trabajo en equipo, el ejercicio físico y la sicoterapia. Como se ha dicho antes, cada persona es diferente y debe enfrentar su bloqueo de manera individual.

Una idea que suele pasar por la mente cuando se tiene este bloqueo es que ya no hay nada más que decir por medio de la literatura, que la flauta dejó de sonar y que es el fin. No se puede negar que a veces así termina una carrera literaria, pero también es cierto para muchos es muy probable que un día de estos las ideas vuelvan de a montón.

A quienes no les ha pasado y están en una buena racha de creatividad, no debe angustiarles este tema por el momento. Aunque quizá saber que podrá afectarles alguna vez les ayude a valorar esas horas escribiendo de un tirón. Deben hacerse muchos apuntes, no desperdiciar ni una idea, no se sabe cuándo nos pueden servir para traernos de vuelta.

¿Por qué unas historias nos “enganchan” más que otras?

Estoy en plena maratón de películas por la temporada de premios de cine, cada año nos sorprenden con todo tipo de historias, algunas más atractivas que otras. Al igual que en las novelas, hay unas que nos atrapan desde los primeros minutos y hay otras que toman más tiempo en ganarnos.

La narración es algo muy humano, como dice la frase atribuida a Eduardo Galeano, estamos hechos de historias. Está comprobado que la forma más efectiva de llevar un mensaje es por medio de un relato. No nos atraen los datos duros, fríos, nos apasionan saber que algo le pasó a alguien con quien nos podemos identificar en alguna medida.

Todos somos contadores de historias, pero sobre todo somos receptores.  Vamos en el Transmetro, o estamos en la cola del banco, y sin querer terminamos oyendo la historia de otras personas. Si nos bajamos antes, o nos llega el turno en la ventanilla, podemos hasta sentirnos frustrados por no saber el final. Incluso, nuestra mente puede aventurarse a imaginar un final para calmarnos.

 Por esta razón el futuro de los cineastas y novelistas, también cuentistas y todo tipo de narrador, es prometedor sin importar el desarrollo de la tecnología. 

Sin embargo, el creador debe procurar ser original y expresar algo único, algo íntimo e importante para él o ella. Se debe evitar repetir “fórmulas” que han sido exitosas o tocar temas que estén de moda o que sean escandalosos para asegurarse llamar la atención. Las historias que nos cautivan son las que presentan ingredientes extra que nos sorprenden y nos atrapan. La honestidad también se percibe y actúa a nuestro favor.

Existen numerosos libros e instructivos sobre cómo escribir una historia. Pueden ser útiles para tener una idea de cómo lo hacen otros, pero no deben tomarse como recetas que se deben cumplir al pie de la letra. Opino que hay que consultarlos si se necesita pero sólo cuando ya se tiene adelantado el manuscrito.

En lo personal, algunas veces la historia tiene como quien dice “vida propia” y sale de una vez hecha, quizá solo necesitando algunos toques. Pero en otras ocasiones, pareciera que aún no ha tomado forma. En esas ocasiones he encontrado ayuda en ciertos esquemas la solución para poner orden al caos.

La forma y el contenido no se oponen, se complementan


Dice el dicho que “nadie nace sabiendo” y eso se aplica a todos los campos de la vida. Con la escritura pasa lo mismo, es una habilidad que en teoría todos aprendemos en la escuela, pero he notado que a algunos se les da más que a otros eso de expresarse por escrito.

Escribir es importante en muchos campos laborales, todos deberíamos tener esa habilidad sin importar nuestra profesión. Como periodista y editora, me topo con gente que se dedica a comunicar y no sabe escribir bien. Yo me pregunto si no estarán en la carrera equivocada, porque eso es básico en este trabajo. Se supone que la etapa de aprender a redactar con propiedad ya la han pasado, pero algunos escriben como estudiantes de básicos.

Y eso que se trata de una escritura sencilla, no creativa ni literaria.

Creo que algunos creen que es “sólo” la forma, que no tiene importancia, que para esos están los correctores y editores, que su trabajo es otro. Yo opino lo contrario. Es vital saber expresar con claridad las ideas para llevar el mensaje preciso y de manera efectiva. Si no, de nada sirve el reporteo y la investigación. 

¿De dónde viene nuestra falta de habilidades para escribir? Es clásico que a la mayoría niños no les gusta la clase de “idioma español” en la escuela, la ven como aburrida, y luego las de redacción y literatura las ven como anticuadas y sin propósito. Allí empieza el problema de no saber escribir bien. Hacen falta buenos maestros que adapten estos contenidos educativos para los niños y adolescentes de hoy, tan inquietos y tecnológicos.

Porque la realidad que vemos es complicada. Abundan personas que se comunican pobremente, que apenas leen tuits y post de Facebook, también mal escritos. Y más allá de eso no quieren leer más, por lo que no mejoran ni su vocabulario ni tienen apreciación artística.

Antes de pensar siquiera en ser escritores, debe estarse seguro que se tiene como mínimo la capacidad de expresarse por escrito coherentemente. La mayoría de literatos no tienen ni correctores ni editores cuando empiezan, por lo que los borradores que hacen deben estar bien terminados y pulidos.

No querrán pasar la vergüenza de presentar a un concurso ó a una editorial un texto que ni siquiera se entienda. Clases básicas de redacción (y de paso de ortografía) son una buena idea para empezar el camino literario.

Pero dominar la gramática no garantiza nada. Es apenas abrir la puerta al mundo de las letras. Luego viene mucho trabajo creativo que, otra vez, no a todos se les facilita.


martes, 25 de septiembre de 2018


¿Cuáles son las opciones para publicar un libro?

Aunque muchos digan que escriben para sí mismos, lo cual es totalmente válido, cuando ya se tiene una obra literaria terminada y bien pulida lo más natural es publicarla.

La primera opción es poner la obra, o parte de ella, en internet. Vivimos tiempos muy buenos para dar a conocer fácilmente y de manera gratuita nuestros pensamientos y escritos. La mejor opción para empezar es un blog donde se puede publicar con absoluta libertad. Gracias al auge y casi “dominio” de las redes sociales en nuestras relaciones interpersonales, lo que se publique puede ser dado a conocer ampliamente e incluso volverse viral.

Pasa muy seguido que uno quiere leer lo que alguien escribe pero no tiene todavía un libro, pero gracias a un blog se puede conocer su obra. Por eso es necesario que lo que allí se publique sea trabajo muy bien pulido. Es como una carta de presentación si se quiere, además, el feedback que se recibe es muy valioso.

Otra opción es autopublicar un libro, esto es, pagar a una editorial o imprenta para que lo publique en papel, o usar alguna plataforma virtual como Amazon KDP o Kobo Writing para hacer un ebook. Esto otorga mucha autonomía al autor, pero conlleva trabajo extra de promoción y mercadeo lo cual también tiene costos y requiere tiempo. Para quienes ya tienen lectores fieles o saben cómo autopromocionarse esta podría ser una alternativa. Para autores desconocidos será muy difícil que el libro circule pues hay numerosos libros en el mercado.

La manera ideal de publicar es que la obra sea “comprada” por una editorial reconocida, que ya tiene una infraestructura de distribución y profesionales que se encargan de la edición, diseño, promoción comercial y también en la prensa y otros sectores culturales. Esto debería incluir un contrato e incluso cierta cantidad de dinero como adelanto.

En nuestro país no hay un mercado editorial fuerte, por lo que para las casas editoriales publicar literatura no es fácil pues deben enfocarse en otro tipo de libros. Sin embargo, publican varios títulos literarios al año. En cada caso se negocia de manera particular, pero en general se habla que le corresponde un 10% del tiraje al autor.

Quizá podría parecer difícil acercarse a una editorial, pero si se tiene una obra bien pulida, que haya ganado algún premio o reconocimiento o tenga buenas críticas de escritores y profesionales relacionados, debe intentarse un acercamiento.


Si no quieres escribir, está bien

Quién no quisiera ser un prolífico creador, que cada año o cada 6 meses tiene una obra nueva. Pero es muy raro que eso ocurra, lo contrario es más común: literatos que no escriben con tanta frecuencia como quisieran.

Hay días en que simplemente no se tienen ganas, energía o “humor” para escribir y es totalmente normal. Sin embargo, esto puede hacer sentir mal a quienes han soñado con terminar su obra para determinada fecha por cualquier razón. Pero digamos que eso es algo que no se puede controlar.

Porque si forzamos la creación lo que se obtiene es un producto no totalmente desarrollado. Algunas personas me han mostrado su trabajo con ansias y al leerlo se puede apreciar que hay “algo allí” (un buen inicio, una buena idea, un esbozo de personaje genial) pero no se dieron el tiempo de que madurara, de que creciera a su propio ritmo.

La intuición de cuándo está uno listo para sentarse a escribir hay que irla adquiriendo. Como en realidad antes debemos concebir las ideas en nuestra cabeza, ese proceso depende no solo de cada persona sino de la complejidad de la historia. Pueden ser semanas, o años.

Al momento de sentarse a escribir, todo debe estar casi “cocinado”. Es como si al poner las imágenes en palabras vamos dando los toques finales que darán la sazón final a la historia, corrigiendo algunas cosas y resaltando algunas otras.

Si no hay ganas de sentarse a escribir, es quizá porque esa dinámica interna no ha terminado. Esto puede pasar en cualquier tramo de la creación, tanto al inicio como entre capítulos o poemas, o puede ser que sea el final el que no “sale” de manera convincente.

En esos casos es mejor dejar la obra reposar o marinar, igual que en una receta de cocina. Hay que pensar en otras cosas y hacer otras actividades. El cerebro tiene curiosos mecanismos para encontrar sus respuestas. Algunos lo hacen en sueños, otros en una charla u oyendo un concierto, otros solo observando a los demás o caminando a solas. Lo importante es salir a buscarlas, no quedarse en las mismas cuatro paredes.

También se puede buscar en obras de otros autores pero, aunque suene obvio, sin la intención de copiar nada. Quizá para tomar “tono” o para entrar en “ambiente”, pero nada más.


Eso sí, cuando el deseo irrefrenable de escribir nos ataca, hay que obedecerlo, no importa la hora y el lugar. Ese fluir de la conciencia puede añadir cosas que quizá conscientemente no tomaríamos en cuenta.

Hay que poner a ejercitar el estilo

 Si no hay ideas concretas o “inspiración” para seguir con la obra en la que estamos centrados, es mejor no forzar el asunto. Esto no significa que no se pueda seguir escribiendo otras cosas, lo cual puede ayudar a sacar de la cabeza lo que nos estorba y, quien sabe, nos ayude a ejercitar el estilo, un músculo que hay que tener bien definido, no flácido y flacucho.

No es necesario argumentar demasiado sobre la importancia del estilo propio. Es lo que nos da una identidad única en el mundo de la Literatura. No importa lo bien hecha que esté una obra que imite el estilo de otros, siempre será una impostura. Encontrar nuestra voz, ciertamente, no es fácil. Se logra con mucho ejercicio y autoconocimiento. A la larga, los lectores buscan a determinado autor por esa forma de hablarles de sus mundos interiores. Ambas cosas, tanto esos lugares únicos como la forma en que son llevados a él, son los que logran una conexión entre ambos.

Escribir diarios, bitácoras o blogs, o en redes sociales de más corto formato, puede ser útil porque allí podemos poner en orden las ideas que nos atormentan. Estas pueden ser de carácter intelectual y académico, pero también de índole personal y hasta mundano. Si algún sentimiento o preocupación no lo deja crear, escribirlo en otro lugar puede liberarlo.

Si es que estos escritos son hechos públicos, a los lectores estos desahogos les pueden servir para comprender mejor a la persona detrás de las obras literarias.

También pueden ocurrir felices y afortunados accidentes al darse cuenta que esa idea que nos ronda en la cabeza es, en realidad, otra obra queriendo empezar a emerger. No hay que limitarse, varias obras pueden iniciar su camino al mismo tiempo, claro que cada una a su propio ritmo.

Otra posibilidad es ejercitar las ideas y personajes que estamos creando por ejemplo para una novela por medio de un cuento, como lo hizo Gabriel García Márquez al empezar a darle vida a Macondo.

Mucho antes de publicar “Cien años de soledad” en 1967, empezó a desarrollar este fascinante mundo en textos como el cuento “Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo” en 1952 y la novela corta “La Hojarasca” publicada en 1955. En otros textos es evocado o mencionado, como en “En el Coronel no tiene quien le escribae”, publicada en 1961.

Vemos así que Macondo no es solo un lugar ficticio, sino también una estrategia literaria, un espacio metonímico que finalmente puede resumir su obra.

lunes, 24 de septiembre de 2018

Un artista no piensa en premios cuando crea


Aunque Bob Dylan no fue a la entrega del Premio Nobel de Literatura, mandó un discurso que fue leído en su nombre. Es un sentido mensaje que nos deja ver lo honrado que está por recibir este galardón.

Retomo unos aspectos que mencionó sobre la creación. A la hora de crear la cabeza del artista es un “hervidero” de ideas que le ayudan a desarrollar lo que tiene en su mente. Todas responden a una necesidad de expresarse. Pero, ciertamente, lo último que le pasa por la mente es lo que dirán los demás o en reconocimientos.

Dylan menciona, en su discurso, el caso de William Shakespeare que se consideraba ante todo un dramaturgo, un hombre de teatro que escribía para que sus palabras fueran representadas, y que no se sabe si él estaba consciente de que lo que hacía era literatura. Según menciona Dylan, lo más seguro que en su mente, cuando montaba Hamlet por ejemplo, estaban otras preocupaciones como cuáles actores eran los más indicados, cómo sería la representación en el escenario, si era correcto que la obra fuera ambientada en Dinamarca.

Opina además que también tenía otras preocupaciones más mundanas como el financiamiento, los asientos para sus mecenas y dónde conseguiría un cráneo humano por ejemplo. Lo importante era, seguramente, todo aquello que le permitiera llevar a cabo su visión de manera magistral hasta el último detalle.

Entregarse a su obra y trabajar duro para hacerla una realidad es el trabajo del escritor. Quien crea pensando en el reconocimiento lleva las de perder. Comprobado. Por otro lado, el tema de tener en mente al lector cuando se escribe es debatible.

Hace años unos estudiantes universitarios, de la carrera de Mercadeo, me entrevistaron. Uno de ellos me preguntó “¿cuál es su público objetivo a la hora de escribir?”. En ese momento puse el grito en el cielo y traté de explicar que al crear literatura no se se piensa en tal cosa, en todo caso, el público es cualquier ser humano que pueda entender y sentir el mensaje que se quiere transmitir.

Sin embargo, con el tiempo, he notado que dentro de los cursos y talleres de escritura, que se imparten tanto aquí como en otros países, sí se enseñan técnicas para llegar a cierto tipo de público, especialmente clasificados por edad. No me parece mala la idea, pero considero que ante todo el artista se debe a su obra, debe respetarla y no modificarla para complacer a los demás.

Concursos literarios: ¿son una oportunidad?

Cada quien habla de la fiesta, o de los concursos, según cómo le fue. Hay quienes los detestan y les echan pestes, pero hay otros que les agradecen haberles dado un “empujón” en su carrera. También hay gente que se pregunta si debe o no participar, si en realidad tendrán alguna oportunidad de ganar, incluso si hay honestidad en su organización.

Luego de algunos años en el medio, tengo cierta experiencia en los certámenes. Estoy dentro de los que los han ganado algunos, pero también he participado en un par sin éxito, además he sido jurado calificador en otros. No se puede hablar en general sobre ellos, hay de todo tipo, pero en general son transparentes.

Hablé al respecto con el editor Raúl Figueroa Sarti, quien a través de F & G Editores organiza el Certamen BAM Letras. Él opina que en un medio como Guatemala, en donde no hay un mercado del libro desarrollado, los concursos suelen dar la posibilidad a quienes ganan de publicar.

“Las editoriales que apostamos por nuevos valores somos de pequeño tamaño y no contamos con recursos para publicar todo lo que recibimos. Entonces ser galardonado otorga la posibilidad de darse a conocer como escritor”, opina.

Una regla de oro es que no se debe escribir solamente para participar en un certamen. Las obras deben trabajarse siempre y si ya se tiene una terminada, o solo hace falta revisarla, entonces se debería tomar la decisión de participar si coincide con las bases. Al respecto, Figueroa hace hincapié en leerlas bien y seguirlas al pie de la letra. “En el concurso del BAM descartamos a muchos porque no cumplen con los requisitos mínimos”, explica.

Y, aunque suene obvio, se debe enviar la obra ya pulida, no borradores o “intentos”. Cuando he sido jurado, al leer ciertos textos he pensado que la idea inicial era buena, pero lo que mandaron no estaba listo para ser leído por otros.

El dicho popular de que “el que se enoja pierde” es muy cierto en este tema. Es difícil aceptar que quizá la que consideramos nuestra obra maestra no fue del gusto de los jurados. Aunque no se puede negar que a veces hay injusticias, debemos tener en mente que el jurado responderá no solamente a las bases del certamen si no a sus propios gustos y objetividades. Aunque puede haber muchas obras buenas en competencia, solo pueden ganar una.

No ganar un concurso no demerita lo que escribimos, significa que debemos seguir trabajando e intentando hasta que “suene la flauta”.

Ya terminaste tu libro ¿ahora qué?


¿Quién no quisiera tener una carrera literaria que incluya el éxito editorial internacional? Siempre había tenido duda acerca de cómo lograrlo, les comparto mis hallazgos.

El proyecto final de la especialización sobre Escritura Creativa de la Universidad de Wesleyan, que estoy tomando, incluye algunos consejos acerca de cómo hacer para publicar a lo “grande”. Esta hazaña, aseguran, es sumamente difícil pero no imposible. Tiene mucho que ver con el trabajo duro y con la persistencia. Hay que estar preparados para recibir muchos “No” por respuesta.

El escritor Brando Skyhorse, profesor de esta Especialización y ex editor en Grove Atlantic, señala que la mayoría de escritores inexpertos que terminan su libro y luego se preguntan “¿y ahora qué?” en realidad no tienen una obra terminada. “Generalmente este es el momento de obtener opiniones de otras personas. Mejor si no son muy cercanas porque ellos no querrán herir nuestros sentimientos”, señala en el curso.

Es mejor buscar “lectores profesionales”, alguien como un colega escritor, un profesor de literatura o un lector empedernido. Ellos pueden dar no solamente una opinión más sincera sino más específica. En este punto, el autor puede hacerles preguntas directas, es casi seguro que sabe dónde están sus debilidades y debe procurar corregirlas. También se debe buscar ideas leyendo a teóricos y a otros autores.

Por esa razón, Skyhorse recomienda que se esperen algunos meses antes de intentar publicar. Esto depende de cada persona, pero él habla de que al menos deben ser siete meses si es una historia corta. Si es una novela el tiempo que recomienda es de un año a un año y medio.

Skyhorse cuenta que su primer libro fue rechazado unas 70 veces a lo largo de 12 años. Cuando ve hacia atrás considera que esto se debió a que el libro no estaba listo. Ahora piensa que se habría ahorrado muchos rechazos y hubiera publicado antes si se hubiera sentado a revisar con más detenimiento.

No hay que comer ansias, es mejor apartarse un poco de la obra y luego volver a revisarla incorporando los hallazgos propios y el “feedback” de otros. Para llegar a la mejor versión posible incluso recomienda pagarle a un editor y corrector profesional para que sea impecable.

Luego la obra estará lista para ofrecerla para su publicación. Para lograr la mencionada carrera literaria internacional, en la actualidad se debe conseguir un agente literario y así poder acceder a las más grandes editoriales.

viernes, 21 de septiembre de 2018



Amor complicado: Periodismo y literatura

(Columnas publicadas en noviembre y diciembre 2016 en el Diario de Centroamérica)

Esta semana se celebra el Día del Periodista en Guatemala, excusa perfecta para tocar la relación, a veces tormentosa, que tiene el escritor con las salas de redacción.

Desde que existen los periódicos, muchísimos escritores han trabajado escribiéndolos. No es casual que en América Latina todos los grandes escritores fueron alguna vez periodistas. Borges, García Márquez, Fuentes , Onetti, Vargas Llosa, Asturias, Neruda, Paz, Cortázar y la lista sigue.

En cada una de sus crónicas, aun con la presión de la hora de cierre, estos maestros de la literatura se comprometieron como lo hicieron con sus obras decisivas. Y es que no pueden dividirse entre el escritor que busca la expresión justa durante la noche, y el reportero indolente que malgasta sus palabras en la sala de redacción durante el día. El compromiso con la palabra es a tiempo completo.

El ahora famoso nuevo periodismo o periodismo literario, no es tan nuevo. Tuvo sus primeras semillas aquí en América hace más de un siglo. En las plumas de José Martí, Manuel Gutiérrez Nájera y Rubén Darío los lectores de entonces pudieron conocer la realidad bien contada. Gabriel García Márquez, que tuvo un largo affair con el periodismo, declaró que el reportaje debería ser un género literario más. Impulsó este tipo de escritura por medio de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericana.

Todos los escritores de ficción, a su modo, son reporteros e investigadores. El aproximarse a la realidad es común en ambos campos, así como las formas y estructuras narrativas.  La literatura ha influido en el periodismo con la transposición de estructuras y formas narrativas propias del cuento, la novela o el teatro, que han sido asimiladas dando lugar a géneros narrativos como el reportaje, la crónica, la entrevista y el perfil.

La diferencia más crítica entre ambos campos tiene que ver con la ética. En periodismo un solo dato falso desvirtúa a los datos verídicos. En la ficción, en cambio, un solo dato real bien usado puede volver verídicas a las criaturas más fantásticas. La norma tiene injusticias en ambos lados: en periodismo hay que apegarse a la verdad, aunque nadie la crea, y en cambio en la literatura se puede inventar todo, siempre que el autor sea capaz de hacerlo creer como si fuera cierto.

Ejercer el periodismo le aporta al escritor disciplina y humildad pues es un trabajo duro que no siempre es reconocido ni bien remunerado. También le ayuda estar en contacto con esa realidad que existe más allá de su escritorio.



Escribir es como desnudarse ante todos

Cuando se nace para hacer algo, existe un llamado muy fuerte que no se puede ignorar.  Este es un aspecto bastante subjetivo de la carrera de cualquier artista.

Desde muy pequeña supe que me gustaba escribir, pero creía que era un sueño dedicarme a eso para vivir. Sobre todo con el poco apoyo de profesores, amigos y familia que no comprendían por qué querría dedicarme a algo que “no da dinero”. Llegué a pensar que estaba loca por querer dedicarme a algo que los demás consideraban “descabellado”. Sin embargo, nada me hace más feliz que escribir, hubiera sido muy desdichada si hubiera escuchado a los demás.

Por esa razón me ilusionó mucho ser parte de un proyecto para crear libros de textos donde se explica a adolescentes detalles sobre el oficio de escribir y animarlos a hacerlo. Un trabajo fascinante y muy complejo pero importante. En definitiva, hay que incentivar a los futuros escritores desde niños, darles herramientas y dejarlos crear.

Para mí la falta de apoyo no se acabó en el colegio. Cuando llegué a la universidad y conocí a mis doctos profesores me preguntaba ¿por qué ellos no estaban escribiendo y publicando? Si tenían ideas geniales, dominaban la lengua de Cervantes y conocían las características de la buena escritura.
Pronto me di cuenta que precisamente por eso no lo hacían. O por lo menos no se atrevían a publicar aunque escribieran. ¿Por qué? Pues porque sus estándares de calidad y sus influencias eran elevadísimos.

Vi muchas veces su sonrisa de ternura cuando sus alumnos, ingenuos recién iniciados en las letras, les decíamos que estábamos escribiendo. Claro, ninguno nos atrevimos a enseñarles los textos porque nos medirían con la misma vara que a García Lorca o a Borges.

Como decía Marco Antonio Flores, muchos eruditos tienen a la literatura en una torre de marfil idolatrada, no le han perdido el respeto. La aman pero le temen.

De esta experiencia de escribir para adolescentes me quedó la inquietud de alguna vez hablarles con franqueza a los escritores más jóvenes. Decirles que además de perderle el miedo a la literatura, para poder publicar yo me animé a escribir desde el fondo de mis tripas. Aunque usando toda la corrección lingüística, saqué demonios que vivían dentro de mí a puros escupitajos. Me expuse como quien dice desnuda frente a todos, sin pudor.

Les diría que esto podría parecer aterrador, pero que en realidad es una catarsis que nos hace más humanos.



Los buenos personajes son como hijos rebeldes y caprichosos

Hay personajes literarios que llegamos a amar o a odiar. Nos arrancan las lágrimas, suspiros y también maldiciones. Llegamos a extrañarlos y se quedan en nuestra memoria por siempre.

Lograr esto conlleva para el escritor un arduo trabajo que es la vez fascinante. Al ser literalmente, su creador, se convierte en su padre o madre. Les da los genes y la sangre, pero ellos tienen su libre albedrío. Quien escribe cree que su historia será de determinada manera, pero ellos suelen rebelarse y se van por donde quieren. Son hijos caprichosos.

Los escritores de ficción pueden llegar a ser  progenitores de diversos tipos de personajes. Algunos se parecen muchos a ellos, otros son sus opuestos o alter egos. Sin embargo, todos llevan en ellos algo heredado de manera intencional o inconsciente.

Deben responder a profundas motivaciones que pueden ser compartidas con personas de todo tipo, en cualquier lugar y época. Por eso un personaje bien construido se vuelve universal y atemporal. En su gran mayoría son seres imperfectos, atormentados y que van en busca de algo. Cada escritor suele impregnarlos de algo que para él es importante.

Por ejemplo, como muchos yo le temo a la locura. Miedo a de repente perder la razón, salirme de mí, ser otra, una mujer demencial. Por eso tengo tendencia a hacer que los personajes enfrenten todo eso por mí. Los saco de mi lado más oscuro, engendrados y alimentados con mis más sombríos pensamientos.
Como suelen se mujeres, yo las llamo “mis locas”. También admiro a las locas de otros, esas mujeres que cometen actos de locura (que no de maldad). En literatura se me ocurren Yocasta, Madame Bovary, Mrs. Dalloway, la Maga. En el cine también hay muchas otras.

Puedo mencionar a tres que me fascinan por ser personajes bien construidos. Laura Brown, una ama de casa en la película The hours (basada en la novela de Michael Cuningham) joven y embarazada, en los años 50s no encuentra otra salida a su aburrida vida que intentar suicidarse con todo y el bebé en su vientre. La otra es April Wheeler de Revolutionary Road, de Sam Mendes. Una mujer que ve poco a poco derrumbarse sus sueños, enclaustrada en su linda casa de suburbio.

La tercera es Jasmine, protagonista de la cinta de Woody Allen Blue Jasmine. Personaje fascinante, decadente y que va perdiendo la razón ante nuestros ojos. La viuda de un corrupto que luego de vivir con lujos por muchos años no se acostumbra a ser pobre.

miércoles, 19 de septiembre de 2018


Vieja disputa: el poeta ¿nace o se hace?

Hay versos que casi nos detienen el corazón, que de un golpe de palabras nos ponen un mundo en la mente. Poemas que, más aún, nos hacen sentir la pasión (desdicha, lujuria, locura, amor) de quien los escribió.

No sé cómo describir la poesía a quien se empieza a interesar en ella, no sólo no es mi género sino que además le tengo cierto miedo-respeto. En su primera acepción, el diccionario dice que es “la manifestación de la belleza o del sentimiento estético por medio de la palabra, en verso o prosa”. Pero eso se queda muy muy corto.

Para mí es un como una forma de expresarse mágica y misteriosa. Opino que la poesía exige un alma especial, una forma diferente de ver la vida. Tener la capacidad de pasar la realidad por un crisol (a veces sublime, a veces sicodélico, a veces brutal) y traducirla en versos contundentes, o en una poderosa prosa.

Algo seguro es que la poesía no es un juego de palabras ingeniosas o difíciles, o frases aparentemente brillantes. Tampoco es escribir de manera cursi, aunque se hable de amor.

Sospecho que antes de usar el lenguaje articulado hay algo previo que se gesta en el interior del poeta. Se nota cuando un poema salió de las tripas de alguien, que lo vio primero en su quizá atormentada mente, que lo vivió en su onírico mundo y luego lo vertió sobre un papel.

Cuando estudié Letras tuve problemas para tratar de acercármele y tratar, oh profanadora, de analizarla. No tuve mucho éxito, lo más que hice fue verla como quien contempla, arrobado, una aurora boreal sin tener la más mínima idea del por qué del fenómeno pero se siente profundamente conmovido.

Mi opinión es que esta no es una habilidad que se puede adquirir y mejorar, es una condición con la que se nace. Lo fundamental es reconocer si la tenemos o no. Primero leyendo mucho y luego dejando que las cosas fluyan. Claro, cursos y talleres pueden ayudar, pero solo para pulir el estilo. Porque aún a quienes tienen el don en un inicio les cuesta encontrar su propia voz.

La poesía suele ser la más atrevida a la hora de hacer innovaciones, los poetas suelen ser los primeros que rompen con lo establecido para ir abriendo nuevas brechas. Conocen y, a veces, veneran a los clásicos pero siempre están buscando cómo reinventar este arte y el lenguaje para expresarse.
Pero, además, como dijo alguna vez Allen Ginsberg, el poeta deber ser franco consigo mismo, ser real.

El escritor y su leitmotiv


Algunos piensan que los artistas, incluidos los escritores, son personas testarudas a quienes se les mete algo en la cabeza y no hay quién se los saque. Puede que no estén del todo equivocados. 

Autores como Ernesto Sabato opinan que el fanatismo es la “condición más preciosa del creador”, quien debe tener una obsesión ante su obra y nada debe anteponerse ante ella.Decidí nombrar este espacio semanal como Leitmotiv porque siempre me ha parecido interesante lo que esa palabra significa. El término fue acuñado por los estudiosos de la música, específicamente de Richard Wagner, por lo que se define como el tema musical dominante y recurrente en una composición.

En narrativa es el motivo central o asunto que se repite, especialmente en  una obra literaria o cinematográfica. Es el “móvil” que nos hace escribir sobre determinado asunto y no sobre otro.

Hay miles de temas sobre los que podemos escribir por lo que elegir uno puede parecer difícil si se hace de manera racional. Es mejor que el tema lo escoja a uno, para eso debe estarse atento e identificar esa idea que ronda no solo nuestras ideas diurnas, sino también nuestros sueños más raros.

Es esa motivación que aparece en cualquier lugar y en cualquier momento pero que no es casualidad. Los sicólogos dicen que es una forma de describir los condicionantes inconscientes más arraigados en la vida de una persona. Erich Fromm, en su libro ''El lenguaje olvidado'', dijo que los sueños que se repiten durante muchos años con frecuencia reflejan un leitmotiv, es decir, un motivo inconsciente que nos guía.

Identificar cuál es nuestro leitmotiv es de gran utilidad pues nos hace escribir con ímpetu y hasta con esa obsesión de la que habla Sabato. De otra manera, sentarse frente a la hoja en blanco y no tener esa urgencia de escribir puede ser muy frustrante.

Muchos opinan que el leitmotiv no está solamente en una obra del autor sino que suele repetirse en todas. Es parte de su estilo, parte de su “voz”. A quienes escriben sin pasión se les nota porque aunque formalmente la obra esté muy bien presentada, no tiene ni corazón ni tripas. Es muy mala idea sentarse a escribir sobre un tema pensando que podría “pegar” o que se podría “vender”, pero que en realidad no nos mueve nada por dentro.

Al guiarse por motivaciones genuinas se obtiene una obra honesta que puede comunicarse con el lector de muchas maneras.

El centauro de los géneros literarios


Un profesor que tuve en la Facultad de Humanidades contaba la misma anécdota cada año: a los estudiantes en un principio les costaba entender qué son los ensayos, pero luego les costaba dejar de escribirlos.

El ensayo es considerado un género literario por su uso del lenguaje de forma creativa y personal, pero algunos piensan que es un sub género, algo así como un subalterno de otras formas de escribir más elaboradas y con fines de expresión literaria. Se le llama también “el centauro” de los géneros pues no está definido, habita entre dos reinos: la didáctica y la literatura. Yo agregaría que también colinda los barrios del periodismo, recordemos que las columnas de opinión de los diarios son consideradas un tipo de ensayo.

Para los escritores muchas veces son apuntes al margen, bitácoras o anécdotas que no pueden entrar en sus otros escritos. Para los académicos constituyen una forma para dar a conocer sus hallazgos de manera sencilla.

José Ortega y Gasset en 1914 dijo que “el ensayo es la ciencia, menos la prueba explicita”.  Por su parte el Diccionario de la Real Academia dice que es un "escrito en el cual un autor desarrolla sus ideas sin necesidad de mostrar el aparato erudito".

Resumamos en que es una forma de escribir prosa de forma libre, sus principales características son la libertad temática, el estilo personal o amistoso en la escritura, puede incluir o no citas o referencias, no tiene una estructura definida pues el autor escoge el orden en que desarrolla su argumento y está dirigido generalmente a un público amplio. Yo agregaría que su extensión y ´tono´ depende de dónde será publicado. También algunas veces trata de persuadir o convencer.

Según el profesor que ya mencioné, el problema es que al tenerse tanta libertad y no tenerse que usar fuentes bibliográficas o de otro tipo, él  encontraba poco rigor y poco ejercicio de estilo en los ensayos que le presentaban por tareas.

Si esta forma de escribir nos interesa, debemos  usar sus características a nuestro favor. Puede servirnos para desarrollar ideas originales y practicar para encontrar nuestra voz. Es común que no sea el único género que un literato usa, y muchas veces no es en el que más se luce.

En realidad la calidad y el resultado del ensayo depende de quién lo lleve a cabo. De manera estricta quien escribe un ensayo no puede considerarse un escritor, así como alguien que escribe una columna de opinión no puede considerarse un periodista. En todo caso, para tener esas calidades en ambos casos dependerá de los recursos que use de tales forma de escribir, es decir si el ensayo tiene características literarias o la columna tiene elementos periodísticos.

martes, 18 de septiembre de 2018



La literatura no sólo está en los libros

Fue todo un shock que Bob Dylan ganara el Premio Nobel de Literatura, muchos creen que ese galardón está reservado para quienes publican libros. ¿Un músico ganando un premio literario?

Esto me da pie para hablar de los géneros. Desde que Aristóteles los redujo a tres (épica, lírica y dramática) se han ido desdibujando y hasta mezclando y junto a esta expresión artística han ido evolucionando. La clasificación no puede ser tan rigurosa hoy pero sigue partiendo de esa que estableció el griego. Es más que todo útil para quien estudia la literatura, no para quien la escribe.

Escribir es una tradición que se va heredando, como un oficio, es algo que uno no se inventa sino que adquiere leyendo y aprendiendo de maestros previos. Ya después cada quien decide si rompe con sus “padres literarios” y toma otro rumbo. Los caminos pueden llevarlo a la narrativa, teatro o poesía (algunos agregan el ensayo, la crónica y otros sub géneros que incluyen, ya llegaremos a eso, a la canción).

En una parte de su devenir, la lírica tuvo una vertiente que desembocó en la música popular gracias al juglar y al trovador medievales. Este último componía poemas para ser musicalizados e interpretados por el juglar. Si hacía los dos trabajos era lo que hoy se conoce como cantautor.

La poesía juglar tenía la característica de estar en contacto no solo con nobles sino también, o quizá más, con el público de a pie. Era una tradición oral que mantenía vivas historias y personajes que a las personas les interesaba conocer, les llevaba mensajes de su interés.

Esto prosiguió con el teatro de calle y con la canción popular. En la segunda parte del siglo XX, en medio de importantes cambios sociales y culturales, hubo un movimiento que reunió manifestaciones como la música folk y de protesta con la poesía. Uno de sus epicentros fue Estados Unidos en donde músicos como Bob Dylan coincidieron con poetas beatniks. De allí, este incansable cantautor no ha dejado de componer y de presentarse en una larga carrera, fundando escuela pues ha influenciado a generaciones de músicos y poetas.

Todos los géneros o manifestaciones literarios son importantes. Como dijo la Academia Sueca, se reconoce así una tradición musical folk riquísima, teniendo en Dylan quizá al cantautor con mejor lírica, el trovador juglar evolucionado. La literatura también puede ser escuchada y aunque parezca más humilde está muy cerca de las personas.



El papel del escritor ante la sociedad

En principio, el trabajo del escritor es crear sus obras de manera profesional. Por medio de ellas puede no solamente desarrollar su visión estética, sino también echar luz sobre temas que para él son importantes, entre ellos están los sociales.

En épocas anteriores ser escritor era sinónimo de ser intelectual. Ocupaba un lugar especial en el imaginario de la sociedad, se consideraba que además de desarrollar su obra podía, e incluso debía, disertar sobre todo tipo de temas. Un escritor podía llegar a ser una especie de rockstar, multitudes acudían a sus charlas donde se hablaba no solamente de literatura. Era una época en la que la persona común no tenían canales para dar a conocer sus propias posturas.

Pero el mundo ha cambiado. Por un lado, lo que más se vende y lo que más conoce la gente no es literatura sino otro tipo de best sellers. Y por otro, es un mundo donde importa más la celebridad de una persona que su calidad intelectual. No es raro que los escritores más laureados e importantes sean desconocidos para la mayoría.

Además, hoy casi todos externamos nuestras opiniones usando las múltiples plataformas que existen, cientos y hasta miles de personas pueden conocerlas y así se inician debates y polémicas. En este intercambio el escritor ¿es un interlocutor más? ¿o tiene algún papel diferente?

Porque le toca asumir un nuevo papel en esta realidad virtual de tuits y mensajería instantánea, no cabe duda que este mundo sigue necesitando de la literatura, del arte en general, para no perder lo que nos hace humanos.

Opino que hay que redefinir su papel de acuerdo con los tiempos que corren, donde el feedback de los lectores es inmediato, las tendencias van y vienen rápidamente y donde todos somos de alguna forma analistas y activistas virtuales. El primer compromiso, indiscutiblemente, es con la calidad de su obra. Debe decir allí con honestidad todo lo que necesita expresar. De esto ningún escritor debe desentenderse.

Luego muchos expertos opinan que los siguientes niveles de compromiso pueden ser opcionales y deben ir acorde a la sociedad actual. Estos serían ofrecer también un “ejercicio de expansión intelectual” y el de ejercer la denuncia social, apoyando lo que consideren causas justas propiciando el diálogo, no la imposición de ideas.

Cada escritor decide cuáles son los compromisos que le interesa asumir.



Dramaturgos nacionales y las puestas en escena

Por supuesto, aquí hablamos de teatro como género literario. Quizá es el más complejo a la hora de escribir pues se crea para ser representado. Se requiere a un conocedor del mundo de las tablas para entender su dinámica, hábil para comunicar su historia por medio no solo de diálogos efectivos, sino a través de movimientos y hasta silencios.

En cualquier lugar del mundo requiere de una gran vocación y dedicación, pero en nuestro país podría parecer descabellado querer hacer una carrera en la dramaturgia.

Quizá por eso hay poca gente escribiendo teatro. Conozco a muchos narradores y poetas, pero solo a un dramaturgo: Estuardo Galdámez.  Si en general hay pocos incentivos para hacer literatura, para escribir drama hay todavía menos. “Por ejemplo, ya no hay premios de dramaturgia, han desaparecido”, me comenta Tato (Estuardo) quien, por cierto, recibió algunos de ellos.

En contraste, hay numerosos actores y grupos teatrales de todo tipo que se presentan en diversos escenarios, también público que acude a verlos. “A donde más acuden es al ‘café teatro’, al resto de representaciones llegan menos”, aclara el experto.

El movimiento escénico dedicado a obras literarias es pequeño y persiste gracias, de forma literal, al amor al arte. “Cuando se logra pagar la inversión pues ya nos sentimos contentos, pero a veces ni eso”, dice Galdámez. En las filas de estos grupos suelen haber surgir talentosos dramaturgos.

Siempre me ha surgido la duda del por qué muchos grupos eligen poner obras de teatro basadas en textos extranjeros, incluso de películas. Algo que me cuenta Tato, de lo cual no tenía ni la menor idea, es que muchos directores y productores prefieren montar obras de afuera o de autores ya fallecidos para no pagar los derechos de autor a un dramaturgo nacional, vivo y activo.

En el quehacer teatral tanto el escritor como el director tienen papeles importantes y diferentes que deberían complementarse y no provocar conflictos.  En definitiva, se necesita profesionalizar a todo el gremio de las tablas para que cada quien cumpla de forma efectiva su papel.

“Quienes escriben obras de teatro y quieren verlas en escena, deben armarse de paciencia. Exponer sus textos vinculándose con directores y actores, o produciendo y dirigiendo sus propios textos”, considera.

La oferta teatral debe diversificarse y darles oportunidad a autores nacionales, seguramente el público responderá positivamente.