sábado, 24 de marzo de 2012

Me contaron de mí



Antes me enorgullecía de mi memoria, realmente creía que no olvidaba nada ni a nadie. Eso cambió hace unos años, pues hay muchas cosas que no recuerdo. Eso es embarazoso cuando alguien te lo trae a colación y te dice “te acordás aquella vez que hiciste y dijiste tal cosa?”, yo me siento realmente avergonzada por no tener la menor idea y termino asintiendo.

Ahora, resignada ante mi falta de registro, bromeo acerca de las veces que me he golpeado la cabeza, sobre las neuronas y el alcohol y cosas por el estilo. Secretamente, me he dicho a mi misma que he vivido tanto y he conocido a tantas personas, que es imposible recordarlo todo.

Pero, por qué recordamos algunas cosas y otras no? Yo creía, hasta hoy, que lo más importante, impactante, espeluznante, era lo que no se borraba y lo insignificante se iba sin remedio. Siempre he dicho que mi recuerdo más antiguo es el terremoto de 1976, ya que a pesar de tener solo 4 años tengo algunas imágenes en mi cabeza.

Eso también me hace sospechar de que algunos son, incluso, falsos recuerdos, cosas que otras personas te contaban y terminaste plantando en tu cabeza tomando forma de recuerdos. No sé.

Es que a veces dudo de ciertas memorias, pues algunas situaciones son hasta increíbles, tanto por ser demasiado hermosas o extremadamente estúpidas. De estas últimas, algunas quisiera no solamente que se borraran sino que no hubieran sucedido. Me puse en riesgo de maneras tan absurdas, que realmente no sé cómo estoy aquí.

Pero hoy sucedió algo realmente impresionante. Yo, la que soy a punto de cumplir 40 años, soy un resultado de tantas cosas, de una evolución. Encontrarme con las personas que convivieron con todas las demás que fui antes es como revisitarme a mi misma.

Todas esas Yo son como mis huellas, algunas torcidas, algunas firmes, algunas borrosas, algunas sutiles. Han sido 40 años tan ricos, tan duros, tan bellos, tan horribles, tan difíciles, tan alegres, tan decadentes, no sé cuántas yo ha habido.

Pero hoy me recordaron a una Yo que me hizo llorar. Una que andaba perdida, buscando algo desesperadamente en la calle, en las cervezas, en la gente. Una que salía a jugarse la vida en la oscuridad, en el peligro, a pesar de todavía estar en casa y en el yugo de mis padres.

La persona que me la recordó ha visto mi evolución por más de dos décadas, o sea, conoce muchas Yo. Me quedé fría cuando me contó, por que ella fue testigo, como mi Yo de hace unos 20 años fue vapuleada y golpeada, a patadas y en el piso, por mis padres y mi hermano.

Fue impactante, porque como no recordaba nada, nadita de esa ocasión, tuve que preguntar todo como si se tratara de la vida de alguien más. Fue realmente bizarro.

Tuve tanta lástima por esa mi Yo veinteañera, esa que nunca quiso hacer caso de las reglas, que nunca llenó los requisitos de ser una niña de su casa. La persona que me lo contó, mi cómplice de esa noche, me dijo que para ella el recuerdo era vívido por impresionante. Esa lejana noche, al bajarme de su carro, las personas que vivían conmigo, que debían amarme y protegerme, me golpearon como a un perro sarnoso.

Por qué borré ese recuerdo? Qué tan borracha llegué? Sentí los golpes? Cómo llegué a mi cuarto, a mi cama? Cómo amanecí el día siguiente? Quién me consoló y ayudó con las secuelas? Todo es un misterio, doloroso. Me imagino allí, pálida y sangrando, tratando de endurecer mi corazón. Con lágrimas en los ojos, estoy descubriendo que seguramente fue algo tan espantoso que preferí olvidarlo, o quizá allí empezaron los famosos golpes en la cabeza.

Lo que sí recuerdo de esos años es el vacío, el dolor, la necesidad de huir. Con episodios como este, seguramente se explican tantas cosas de mi Yo posterior, pues en esos años se incubaba la peor yo, la más monstruosa.

Cómo pude perdonarlos? Seguramente me convencieron, como solían hacerlo, que todo era mi culpa. ¡Qué daría por ir a abrazar a esa pobre yo!, allí deseando morir pero no a manos de ellos.