sábado, 6 de abril de 2013

Escritores inéditos dejan de serlo


He sido jurado en un concurso de literatura, una vez más. Cada vez que lo hago siento una gran responsabilidad pero también mucha honra.

Leí poemas, cuentos y novelas de todo tipo. De personas que están empezando, de otras que están a medio camino para tener “oficio” y de otras que saben lo que están haciendo pero simplemente no les sonó la flauta de la inspiración. Digamos que hasta aquí es más o menos fácil ser objetivo, pues se eliminan los que no llenan los requisitos mínimos y no tienen “atributos” como para ser premiados.

Solamente una vez en un concurso después de leer todos los cuentos, 50, supe exactamente cuál debía ser el ganador y coincidimos con el resto del jurado (al abrir la plica la obra era de Maurice Echeverría, cosa que no me sorprendió para nada).

En cambio esta vez había varios finalistas, todos ellos escritores que no han publicado nunca y que seguramente están esperando por una oportunidad. Todos tenían algo interesante, pero había que escoger a los ganadores.

En el caso del cuento, para elegir al primer lugar me decidí por una colección de cuentos que me cautivaron desde la primera línea, que me llevaron a un mundo íntimo y fascinante. Cuando abrimos la plica, descubrí que se trata de una mujer, no sé de qué edad pero si pudiera adivinar diría que está entre los 35 y 40.

Se aprecia claramente una voz literaria que seduce y entretiene, a la vez que sorprende. Con una mirada intimista, en estos cuentos es posible asomarse en la vida de mujeres de diversas edades, tanto en sus alegrías como en sus vicisitudes. Las historias tienen cierres eficaces que dejan al lector satisfecho y con ganas de seguir leyendo.

Y para el segundo lugar elegí un solo cuento largo, que en un inicio me pareció que había sido escrito por un hombre, pero no. Al abrir la plica vimos que se trata de otra mujer, seguramente joven, que no ha llegado a los 30. El cuento tiene una excelente caracterización del personaje principal, quien además es el narrador. Se aprecia un lenguaje urbano bien utilizado y una introspección muy efectiva. Por otro lado, gracias a la descripción tan certera, el lector puede sentirse realmente frente a los personajes y en medio de las situaciones que allí se cuentan. Además, tiene pasajes poéticos y oníricos que conducen hábilmente hacia un final inesperado.

Da gusto encontrar escritoras como estas. Me imagino que son personas que ha trabajado a la sombra y con mucho empeño. Se notan que son buenas lectoras pero que a la hora de escribir no se quieren parecer a nadie. Ahora debo esperar al día de la premiación para conocerlas, será maravillosa estrecharles la mano y conversar.

Al final ser jurado, contrario a lo que pensé al empezar a leer, fue una experiencia enriquecedora. Me encantaría ser yo quien les diera la noticia de que ganaron, decirles que su gran ilusión, la de ser escritores publicados, se hará realidad. Pero no me corresponde, solo me queda imaginar, recordando mi propia experiencia, la agradable sensación que se tiene al descubrir que un jurado ha considerado que tu obra es merecedora de un premio.

Recuerdo cuando me llamaron por primera vez para decirme que había ganado un concurso nacional. Antes de esa llamada no me creía que fuera capaz de publicar jamás. Como no le daba a leer a nadie mis escritos, no tenía la menor idea si estaba haciendo algo digno de leerse o no. Pero luego de saber que era la ganadora, fui a mi cuarto y me cambié, simbólicamente me vestí de “escritora”, llamé a mi mejor amiga y nos fuimos a celebrar a La Bodeguita. Desde ese momento, la imagen que tenía de mi misma cambió para siempre.

Qué daría por volver a tener esa sensación…

Hay que disfrutarla mientras dure, porque cuando pasa uno se da cuenta que la cosa no es tan fácil, que publicar en un país como Guatemala no significa mayor cosa, que es una profesión solitaria y que requiere mucho trabajo.

martes, 2 de abril de 2013

Escritura automática


Hay un demonio en mí, ni dudarlo. A veces duerme por días, semanas, meses, mientras aparento ser normal, como todos los demás. Me gustan los helados, los atardeceres y los niños. Sonrío y me sonríen de vuelta, sin que la gente se imagine que en cualquier momento despertará el demonio. Paso las horas sin decir mayor cosa, sin opinar, sin proferir nada amenazante.
A veces pienso que ya nunca volverá, que ha partido a través de mi aliento de la madrugada buscando otra mente con la cual jugar. Me pregunto si acaso ya soy normal, si ya no habita en mi la necesidad de amasar la locura como barro para hacer espectrales figuras.
Pero de pronto todo cambia. La respiración se acelera, se siente la atmósfera diferente.
Él toma mi mente, mis palabras y mis dedos. Sé que ha vuelto porque la amargura se instala y hasta lo más sublime me parece estúpido. Y, así, al fin, empiezo a escribir otra vez. Los ojos se dilatan, la mirada se pierde y pican los dedos. Empieza un frenesí guiado por no se sabe que fuerzas oscuras, una actividad febril adentro de la cabeza.
Escribir es caer en trance, como un médium, ser poseído sin saber si son fuerzas buenas o malas las que mueven la mano que escribe mensajes de seres de otras realidades.