lunes, 29 de octubre de 2018

Si vas a crear, lo harás pase lo que pase


Los escritores que nos gustan son los que dicen aquello que ya intuimos, que de alguna manera ya sabemos pero no ha tomado forma de palabra. Aquellos que ponen orden al conjunto amorfo y caótico que hay en nuestra cabeza.

 Es como si leyeran tu mente pero, en realidad, están leyendo y desentrañando la esencia humana gracias a su gran sensibilidad y talento.

 Son esos escritores que conocimos en un momento crucial de nuestras vidas, que nos dieron una luz casi sobrenatural en el camino. Y, claro, son esos a los que volvemos por consuelo, por cariño, por sabiduría, por un jalón de orejas.

 Un ejemplo para mi es el poema “air and light and time and space” (así, sin mayúsculas ni comas) de Charles Bukowski. Este señor es todo un mito no solamente por sus escritos sino también por su forma de ver la vida. En estos versos quiere desmitificar la idea que se necesita “aire y luz y tiempo y espacio” para crear.

 Dejarlo todo (trabajo, familia, amigos) y crear “un santuario” para escribir puede sonar ideal, pero en la práctica no sé si funciona. Según Bukowski, el que va a crear lo va a hacer en cualquier lugar, bajo cual cualquier circunstancia.

 Es más, yo tengo la idea que la vida aparentemente ordinaria pero pesada, con sus problemas y los golpes que nos propina, otorga un ingrediente misterioso pero muy necesario para que lo que escribimos tenga sabor, calle, carcajadas, sangre, lágrimas y maldiciones verdaderas.

 De esa cuenta, si vas a crear, según don Charles, lo harás “trabajando 16 horas por día en una mina de carbón, o vas a crear en una pequeña pieza con 3 niños mientras vives de la asistencia social, vas a crear aunque te falte parte de tu mente y de tu cuerpo, vas a crear ciego, mutilado, loco, vas a crear con un gato trepando por tu espalda mientras la ciudad entera tiembla en terremotos, bombardeos, inundaciones y fuego”.

 El poema remata diciendo que las condiciones ideales, “aire y luz y tiempo y espacio”, “no tienen nada que ver con esto y no crean nada, excepto quizás una vida más larga para encontrar nuevas excusas”.

 Revisitar este poema me alivia, pues si no estoy creando no es por culpa de nada ni de nadie. Quizá solo no es el momento.

 Filgua se adentra en El mundo de Asturias

 En las 14 ediciones que lleva de realizarse la Feria Internacional del Libro en Guatemala (Filgua) no siempre he estado de acuerdo en algunos detalles de su organización y desarrollo. No obstante, comprendo la necesidad que se lleve a cabo y que todos nos involucremos.

 Como muchos, he participado en sus actividades tanto como expositora y como público, he pasado buenos momentos en ella, he conocido y reencontrado a interesantes personas. Como la mayoría de actividades de cualquier tipo, el espíritu y el resultado depende mucho de quienes las organizan. En estos años Filgua ha tenido grandes aciertos y aportes, pero también algunos resbalones. Pero es la feria que tenemos y allí va creciendo.

 Lo que no me parecía era que se resaltara más la parte comercial de la industria editorial y menos el contenido de los libros. Es de entender que es una asociación empresarial la que organiza, Gremial de Editores, y que para ellos es una gran inversión que deben procurar les traiga beneficios.

 Pero supongo que una cosa no pelea con la otra, porque entre más prestigiosa es una feria tendrá más “valor” y atractivo. Apoyo una feria que además involucre a otras entidades académicas y de peso en el mundo de las letras, del arte y la educación para que su contenido aporte a nuestra sociedad.

 Este año, en medio de las celebraciones del cincuentenario del Premio Nóbel de Miguel Ángel Asturias, es justo decir que las 383 actividades de este año están muy interesantes y balanceadas. Hay temas light, sí, pero también muchos escritores serios y otros expertos aportando, sobre todo en cuanto a la obra de El Gran Moyas.  Algo que también noté es que hay expositores de varias corrientes de pensamiento.

 También se apoya a la niñez, juventud y docencia con actividades de lectura, creación y bibliotecas.

 Ojalá que lo que vemos en blanco y negro en la programación se traduzca en una verdadera fiesta. En mi opinión, que haya cambiado de sede no debería afectar, aunque el Parque de la Industria era más cercano para cierto sector, Forum Majadas es un opción para atraer a quienes viven en esa otra parte de la ciudad. En todo caso, siempre se podrá cambiar de sede si el experimento no funciona.

 ¡Que vivan los libros!

 Un humanista gana el premio Cardoza y Aragón

 Ramón Urzúa-Navas es el flamante poeta laureado con el premio mesoamericano de poesía Luis Cardoza y Aragón 2017, que otorga la Embajada de México en Guatemala. La poesía sigue produciéndose a pesar de los pocos o nulos incentivos, lo cual es una buena noticia.

 Me enteré todavía contrariada por la amplia y desgastante discusión sobre racismo en nuestro país. Como con temas anteriores, triste ejemplo es el genocidio, el tema ha provocado una enfrentamiento entre dos posturas que parecen no quererse conciliar. He tenido “encontronazos” con personas que aprecio y respeto, por lo que queda uno bastante desanimado.

 Pero hoy, al ver que el arte sigue fluyendo y se niega a desaparecer, sólo puedo decir “poetas por favor no dejen de existir, los necesitamos”. Son tiempos donde el humanismo y el arte podrían ser la solución a tantos dilemas.

 Siempre me alegro al ver los ganadores de los premios, sólo puedo imaginar la dulce sensación, quizá efímera, que algo ha hecho bien uno con sus letras. Pero cuando el objeto de los aplausos y reconocimientos es mi amigo o conocido, me siento doblemente orgullosa. Y me ha pasado muchas veces.

 Conocí a Ramón en la Facultad de Humanidades de la Usac a finales del siglo XX, cuando yo era una estudiante rezagada y malportada que de pronto estuvo en salones de clase con personas más jóvenes. Ellos me inyectaron mucha vitalidad, ellos no vivieron los 90s, los estertores de un conflicto largo y manoseado.

 Cuando ya casi tiraba la toalla apareció este grupo de buenos estudiantes, realmente enamorados de las letras y me sumé a ellos. Hasta empecé a ser mejor y finalmente cerré el pensum.

 Ramón, según reportan los medios, no sólo es licenciado en letras sino que está haciendo un doctorado en Nueva York. Aunque es inédito en el mundo editorial, sus textos publicados en diversas páginas y revistas son compartido por muchos.

 Aunque hay muchos escritores autodidactas, los han también académicos. No hay una fórmula, es más bien cómo cada uno se aproxima a la literatura.

viernes, 19 de octubre de 2018

El tema del narco en los libros


De los títulos que más han pegado en la industria editorial en las últimas décadas son  los que hablan sobre los narcotraficantes. Como tema para escribir, para hacer una película, para retratar este fenómeno, es riquísimo. Una verdadera obra de arte puede ayudar a la sociedad a ver desde un punto de vista más humano cualquier tópico.

El primer libro que leí sobre el narco fue Noticia de un secuestro, de Gabriel García Márquez. En ningún momento explota los detalles morbosos o sus excesos. Sobrio, ameno y bien escrito. También me gustó mucho La virgen de los sicarios, libro maravilloso de Fernando Vallejo donde se presencia una orgía de muerte que raya en lo absurdo. Texto bello y terrible.

Esas son excepciones. La mayoría de estas “obras” sobre el narco no son precisamente joyas de la literatura. Esperaba más, por ejemplo, de La reina del sur de Pérez Reverte, que me pareció aburrida. Curiosamente, Sin tetas no hay paraíso de Gustavo Bolívar no es tan aburrida, pero tampoco llega a “clásico” de la literatura. Pero El cartel de los sapos de Andrés López ni siquiera la puedo leer, está mal hecha, nada entretenida, es un bodrio.

Luego de leer lo suficiente acerca del narcotráfico como para tener un conocimiento general de este subgénero, lo dejé. Pero al parecer los libros sobre el tema siguen surgiendo, incluso sobre personajes sobre los que ya se ha escrito, y filmado, lo suficiente, como Pablo Escobar Gaviria.

En la Filgua 2017 el hijo de este infame colombiano vendrá a presentar su segundo libro. Juan Pablo Escobar era un adolescente cuando acribillaron a su papá y tuvo problemas para encontrar su lugar en el mundo después. Ha de ser duro llevar a cuestas esa “herencia”.

Por eso me gustó mucho el documental Pecados de mi padre, del 2010, lo vi como un esfuerzo de Escobar hijo de entender su nuevo papel, también de contribuir en la reconciliación en un país tan golpeado como Colombia.

Luego publicó un libro en 2015, Pablo Escobar mi padre, que fue todo un éxito. Y ahora que viene a Guatemala a presentar el segundo, In fraganti lo que mi padre nunca me contó, me han comisionado para entrevistarlo. Apenas tengo un par de semanas para conocer los textos y decidir sobre qué hablaremos.

Este caso no es como entrevistar a un escritor, cosa que he hecho muchas veces y disfruto mucho. La tarea no es fácil, sí debemos hablar del libro pero no como una obra creativa sino como parte de su vida. Toda una nueva experiencia para mí.

Cuando publicar puede ser un lío

No se puede negar, cuando uno quiere tener una carrera literaria busca publicar lo más pronto posible. Es lógico, si uno no publica no puede darse a conocer y no puede seguir avanzando. Muchos lo comparan con tener un hijo pues se concibe, se desarrolla dándole lo mejor de uno y, finalmente, sale a la luz, nace para el mundo.

Pero siguiendo esta analogía del hijo, se debe ser muy honesto consigo mismo  para decidir el momento en que queremos dar vida a tal libro/hijo. Puede ser que las circunstancias para tal nacimiento no sean las mejores o, peor, que el feto no se haya formado bien y no tenga muchas esperanzas de vida.

Muchas personas en su afán de publicar a cómo dé lugar, se precipitan y buscan opciones quizá muy forzadas. Una es de gastar ahorros o hacer préstamos para hacer una publicación “de autor” en una editorial y luego no saber cómo promocionar, distribuir y vender los numerosos ejemplares.

En este caso, al menos, la inversión implica que el libro en cuestión tiene cierta calidad.

He visto a otros que se unen para enfrentar este dilema juntos, algunos con gran éxito y profesionalismo hacen ediciones independientes y que valen la pena conocer. Personas emprendedoras y talentosas que se unen a otros iguales y así se garantizan dar un paso firme en el largo recorrido del escritor.

Pero, hay que decirlo, hay quienes que se aprovechan de los otros y así se provocan grandes líos que terminan en enemistades y hasta endeudamientos. Debemos ser cuidadosos y reconocerlos.

Son escritores que en lugar de trabajar para mejorar sus obras cada vez más y así destacar, para poder ofrecerlas después a una editorial profesional, se van por el camino fácil. Se echan porras unos a otros, sin crítica seria, para hacer juntos un tiraje con alguna imprenta.

A sus presentaciones llegan solo sus familiares y amigos quienes suelen comprar el ejemplar con mucho cariño. Pero el libro de suele llegar solo hasta allí, sobre todo porque la edición no suele ser muy cuidada.

Veo que al no resultar las cosas como esperaban se acaban las ilusiones y las esperanzas, empiezan los reclamos y no falta el que no paga su parte. Así, la aventura de publicar en lugar de dejar un buen sabor de boca, deja a los involucrados peor que al principio.

Plasmar en el papel lo que tenemos en la mente

No es snobismo ni pretensión desear que el idioma sea usado de la mejor manera. Tampoco es cosa de personas anticuadas. Se trata de usar una maravillosa herramienta que nos ayuda a expresarnos y a comunicarnos.

Es todo un reto editar a otros porque no estamos en su cabeza. Partimos del supuesto que un escritor, o periodista, es capaz de ordenar sus ideas y plasmar aun lo más complicado, o sublime, de manera que cualquiera pueda entender.

Para revisión se deberían entregar piezas novedosas que se puedan “beber” o “devorar” fácilmente y con gusto. En este caso, la labor del editor es verificar detalles y hacer sugerencias para potenciar aún más el texto. Encontrar los aciertos y resaltarlos, quizá obviar partes que no aporten, sugerir ciertas aclaraciones o un mejor cierre.

Pero lo que pasa en la realidad tristemente es muy diferente, sobre todo porque la figura del corrector en muchas redacciones se ha “recortado”. También está el hecho que muchos de los que llegan con la ilusión de ser periodistas, o escritores, no siempre tienen las mejores habilidades de redacción.

Los textos llegan más que crudos y, por las premuras de tiempo, se “componen” solamente para que se comprendan apenas. En el caso de los periodistas, me da la impresión que están inmersos en la agenda noticiosa, en el impacto o en la importancia que tienen los hechos. Aunque puede que estén haciendo bien su trabajo de reporteo, en la ejecución fallan porque no transmiten bien el mensaje.

Y en el caso de los escritores de ficción, creo que nos metemos demasiado en ese mundo interior y perdemos de vista que alguien más entrará a él por medio de las palabras, nuestras palabras.

Esta desconexión, entre lo que queremos decir y lo que finalmente queda en el papel, es un problema serio para quienes queremos dedicarnos a escribir.

Muchos expertos en el tema, como la periodista mexicana Leila Guerrero, opinan que las deficiencias vienen de nuestra formación. No adquirimos el hábito de la lectura, sin el cual es imposible adquirir ese bagaje que nos acompaña frente a la hoja en blanco.

Aunque parezca obvio decir que tanto periodistas como escritores deber visitar, y revisitar, a los grandes escritores tanto de ficción como de no ficción, pocos son los que lo hacen y las consecuencias saltan a la vista: textos apenas comprensibles.

miércoles, 17 de octubre de 2018

Algunos apuntes sobre las antologías literarias


Cada cierto tiempo aparece un entusiasta de la literatura que quiere hacer una antología. A veces es parte de alguna editorial pero también puede ser algún solitario amante de las letras. Eso me parece genial porque de esa manera podemos leer, generalmente en uno solo libro, a varios escritores reunidos alrededor de un tema o generación.

Esta labor favorece a todos. Si los literatos están empezando su carrera, es una excelente forma de darse a conocer. En cuanto a los lectores, así tienen frente a sí a una selección editada y curada por un conocedor que los guía. En el caso de que sea una antología de un solo autor, tenemos la oportunidad de apreciar lo más representativo de su obra.

La palabra antología se refiere no solamente a la recopilación de variados textos según determinado criterio, también implica que lo elegido tiene una calidad digna de ser resaltada. Por eso la palabra de usa también para designar algo realmente extraordinario. “Un gol de antología” dicen los cronistas deportivos.

Como casi en todo lo humano, aquí también hay conflicto. ¿Quién puede decidir sobre la calidad del arte? ¿acaso estamos diciendo que una obra es mejor que otra? Opino, como lo he dicho antes, que esta labor debe ser encargada a un experto, a un erudito capaz de apreciar con elementos analíticos los aportes de cada obra.

Y aun así tendrá problemas para elegir, por lo que al final será su propio punto de vista el que mandará. Esto no pocas veces provoca recelo entre los escritores y lectores que no siempre entienden o aceptan el criterio del antologador.

Pero debemos convenir que es su privilegio y alguien tiene que elegir.

Por otro lado, una antología no es la última palabra en cuanto a un género o a la calidad. Siempre habrá otra recopilación con otro criterio. Lo que sí deberíamos evitar a toda costa es tratar de armar libros convocando a amigos y “compadres”. Si eso ocurre quizá lo más honesto es llamarle “colección” o “compilación “ o algo parecido.

A mí me ha pasado que me han convocado a participar en antologías personas que no me conocen personalmente pero un texto mío les ha gustado. Aunque no se lo digo a muchos, eso me llena de satisfacción porque puedo decir que mis cuentos hablan por sí mismos.

En los próximos meses seré parte de dos antologías,una es “Penélope, antología de cuentistas centroamericanas”, y la otra es "Conjuro y concilio. Narrativa fantástica centroamericana". Me emociona ser tomada en cuenta, claro, pero más me alegra que los proyectos hayan podido nacer porque me consta el largo y espinoso camino que han recorrido.

La industria del libro no solo es literatura

Según contaba Diderot, en 1764 de cada diez libros que se publicaban, cinco generaban pérdidas, cuatro recuperaban la inversión y sólo uno era exitoso. Al parecer la situación no ha cambiado mucho que digamos, ni siquiera en los países que tienen una industria grande no digamos en países como Guatemala.

Entonces ¿por qué se siguen publicando libros? Ese es un fenómeno complejo, sobre todo cuando se ven estadísticas que dicen que las personas promedio gastan muy poco dinero en la compra de textos al año.

No han sido pocos los que le han buscado una explicación a cómo trabajan hoy día las editoriales. Por ejemplo, Fernando Esteves en su libro “Manual de supervivencia para editores del Siglo XXI” dice que los libros exitosos, conocidos como best sellers, no pueden fabricarse ni mandarse a hacer. Es más, no siempre tienen las mismas características.

Con eso en mente, se publicanmuchos con la esperanza de encontrar el ‘título salvador’”. Así por vitrinas, anaqueles y presentaciones desfilan libro tras libro por poco  tiempo. Como es obvio, todos ellos elegidos según su potencial para ser vendidos. En su mayoría, como dicta el mercadeo, responden a los intereses específicos de los consumidores.

Por esa razón prácticamente hay libros sobre cualquier tema, lo que se les ocurra. Ante este panorama, vemos que la literatura es parte importante pero no es lo que “mueve” las ventas. El motor son otros textos que llegan a ser tendencia, esos que compran hasta los que no suelen leer. Es un mercado de “novedades”.

Pero, claro, lo que le da peso y “prestigio” al oficio de editar, son las grandes obras literarias. Esas que no venden cientos de miles, pero de las que los conocedores hablan porque han ganado premios y buenas críticas.

Como cualquier otra industria o negocio, se hacen actividades para impulsar las ventas. En este caso, las Ferias del Libro buscan atraer a los clientes, lectores empedernidos que sí quieren gastar, para ofrecerle las novedades y ofertas.

Allí se exponen verdaderas joyas entre otras que son más bien lentejuelas y luces de neón. Cada quien busca lo que necesita, y así todos felices se reúnen a celebrar que leen, cada quien su tema.

Las películas sobre escritores ¿inspiran?

Existen muchas películas sobre el oficio de escribir, principalmente historias reales sobre quienes se ha dedicado a esto a lo largo de la historia. Hay de toda clase, desde cintas que son muy buenas y ganadoras de premios, hasta otras que han quedado en el olvido.

La mayoría de los films reflejan la azarosa vida de artistas solitarios y, muchas veces, pobres. Sin importar la época que les haya tocado vivir y a pesar de lo importante que ha sido la literatura para nuestras sociedades, al parecer no han sido valorados en su momento y el camino a recorrer nunca ha sido fácil, sobre todo al inicio.

Y si se trata de escritores ya consagrados, estas películas suelen reflejar momentos de crisis por vidas excesivas, problemas con la ley, problemas existenciales y problemas de bloqueos creativos.

No, no son películas que reflejen la dichosa vida del que escribe. Aunque seguro hay escritores felices y con vidas sin contratiempos, quizá sus historias no serían las más apropiadas para hacer una película, no habría drama ni tensión.

Así tenemos las cintas como Antes que anochezca sobre Reinaldo Arenas, Wilde sobre Oscar Wilde, Total eclipse sobre Rimbaud y Verlain, La escafandra y la mariposa sobre Jean-Dominique Bauby, Raven sobre Edgar Allan Poe, The invisible woman sobre Charles Dickens, Heny and June sobre Anais Ninn y Heny Miller, Howl sobre el poema de Allen Ginsberg, Capote e Infamous sobre Truman Capote, y la lista podría seguir y seguir.

Muchos son los que acuden a películas y libros sobre escritores como para inspirarse, como para adentrarse en el universo literario. Yo no estoy tan segura que esto ayude, en mi caso me dejan con más dudas que respuestas, y con más inquietudes.

Aunque hay pocas películas sobre escritoras, como suele pasar en todos los campos, hay dos que me han llevado a las lágrimas y a alborotarme los nervios. Las horas, donde se habla de los últimos días de Virginio Woolf, y Silvia sobre la vida de Silvia Plath, me han hecho enfrentarme al lado más oscuro de tener sensibilidad artística, ese que hace vivir todo al extremo.

“Alguien debe morir para que el resto pueda seguir viviendo”, dice Woolf en una escena. Verla hundirse en el agua me hizo hundirme también en mis propias angustias. Amé la película, pero no la volvería a ver.

lunes, 15 de octubre de 2018

La literatura: la cara humana de la historia

La noche de la Usina del argentino Eduardo Sacheri ganó el premio Alfaguara 2016, él es el mismo autor de La pregunta de sus ojos, que luego se adaptó al cine como El secreto de sus ojos.

Como se puede adivinar, la obra está excepcionalmente escrita como un artista con oficio, experiencia y talento puede hacerlo. Eso, en los concursos, es apenas el punto de partida. Aunque es obvio, he visto que algunos en la convocatoria especifican que los textos que se envían deben tener “calidad literaria”. ¿Qué significa eso?

Como lo hemos dicho antes, el oficio literario incluye una amplia preparación y práctica que implica no solo leer mucho sino saber dominar el idioma en el que se escribe. Es muy poco probable que alguien que no sabe armar oraciones y frases con sentido pueda construir un universo con palabras. Cuando he sido jurado en concursos, he visto obras que simplemente no se entienden y hay que descartarlas en las primeras evaluaciones.

Luego, las que se quedan en la competencia pueden ser obras magistralmente escritas y estructuradas. En un concurso tan importante como el Alfaguara, que convoca a los escritores más relevantes de habla hispana, es de suponer que la mayoría de las novelas candidatas presentan un excelente trabajo artístico y creativo.

Entonces, ¿cómo pueden elegir al ganador entre tantas historias buenas? Aunque depende del jurado al que le han encomendado el trabajo, y que pondrá su propio sello a la elección, se puede decir que las historias, como en el arte en general, deben apelar a su tiempo y su escenario pero además deben ser universales. No se trata solamente de una idea interesante llevada a cabo con originalidad, sino que tenga cierto encanto, un “no sé qué”.

En el caso de La noche de la Usina, le pone rostros, almas y sentimientos a la crisis en la economía argentina del 2001. Un hecho que es ampliamente conocido, es explorado y desarrollado con situaciones concretas que nos hacen comprender a nivel humano qué fue lo sucedió, cómo afectó a la gente común.

Pero además el autor le agrega una situación ficticia, una especie de justicia poética que nos hace identificarnos con los protagonistas, todos ellos imperfectos y muy humanos. Es una novela que se lee con gusto pero además deja algo en nosotros al final.

Y así hay muchos otros episodios en todos nuestros países que podrían ser material para novelar, quizá lo que hace falta son escritores dispuestos a explorarlos.

¿Por qué a los lectores les interesa el trasero de una famosa?

Al artista en general no debería afectarle lo que piensen los otros, aunque sean su potencial público. Eso le da autenticidad a sus obras pues no están pensadas para gustar sino para expresarse. Lo mismo sucede con el escritor, como lo hemos dicho antes en este espacio.

Elegir un tema para una historia literaria pensando en qué quieren leer los demás, podría afectar la calidad y “pureza” de la obra. Pero al final, es la decisión de cada creador quien por general guarda para sí sus motivaciones.

Pero en el periodismo la cosa cambia. Esta sí es un tipo de escritura pensada exclusivamente para que guste a un público objetivo. Por esa razón, para elegir lo que publicamos suele estar regido por las tendencias y las métricas de mercadeo. Lo que se busca siempre es subir la audiencia, ganar más clicks, likes y visitas.

Y eso se ha vuelto una tiranía difícil de sobrellevar porque los gustos son volátiles y las tendencias son fuertes pero no duran. Y cuando los números caen hay que hacer lo que sea para subirlos. Temas relevantes quedan eclipsados por otras que no le dejan nada bueno a la humanidad, como el trasero de alguna famosa o el divorcio de algún actor.

Una llega a preguntarse ¿qué es lo que realmente le interesa a las personas allá afuera? ¿cuáles son sus pensamientos al estar frente a un diario o revista, o asomados frente a las pantallas de sus computadoras, teléfonos o tablets?

Una llega a imaginar a una multitud de seres incomprensibles y caprichosos que juntos hacen un oscuro océano difícil de navegar.

Otro fenómeno que se ve es que las redacciones se están volviendo cada vez más pequeñas y con poco personal deben “suplir” todo ese material que sube las estadísticas. Y todo corre a la velocidad de un tuit. Como resultado vemos jóvenes periodistas que no tienen respiro buscando lo que puede gustarle a cualquiera que  esté conectado, quien sea. La forma y la profundidad pueden sacrificarse si el tema es realmente impactante. Se ha visto casos extremos en los que hasta la sagrada veracidad se ha visto abandonada porque primero se publica, para que no nos gane la competencia, y luego se averigua si es cierto.

¿Hacia dónde vamos? ¿No será que el público nos va probando para ver hasta podemos cumplir sus más extraños deseos? Como un niño malcriado e insaciable. Quizá debamos darle unas nalgadas y decirle que lo que pide no le hace bien y que debe crecer.

Los caminos de la lectura

Hay varias formas o “caminos” para adentrarse en la lectura. Sin duda cuando se lee sólo por placer hay total libertad y priman nuestros gustos personales. Lo único negativo es que quizá podríamos ir sin rumbo eligiendo caprichosamente o aconsejados por otros, lo cual no siempre nos lleva a los mejores títulos.

Otra forma de leer es por razones académicas. Cuando se estudia literatura no sólo se lee metódicamente sino que se abarcan todas las épocas y estilos literarios, y se analiza además el contexto social, artístico y filosófico de cada obra. También se aprende a criticar profesionalmente lo cual nos lleva a desarrollar un criterio más amplio. Aquí el reto es leer hasta lo que no nos interesa con el mismo ahínco. Y estoy hablando de títulos que ya ni siquiera se editan comercialmente y hasta cuesta trabajo conseguir y, debido a su antigüedad, hasta entender.

Y hay una tercera forma que descubrí después, leer por trabajo. Las editoriales suelen enviar libros a las redacciones de los medios para que se reseñen y así impulsar sus títulos. Es una ruleta rusa pues nos sabes lo que te va a tocar, puede ser una joya de la literatura o el último éxito de superación personal. Y en medio, todo tipo de material gráfico que viene empaquetado como libro.

Una reseña es una cosa rara, no es una crítica seria. En general, los editores no permiten que se hagan comentarios negativos sobre un libro. Creo que en todo caso, prefieren no publicar nada. Me parece curioso que aun cuando los medios entran en polémicas con todo tipo de temas, sin temor de herir a nadie, cuando se trata de arte no es bien visto señalar los errores. Por lo menos en Guatemala.

Además, existe la creencia que todos los libros son buenos, que lo importante es leer. Tan solo una vez me atreví a criticar abiertamente uno, era de un músico. El texto no tenía ni pies ni cabeza pero gracias a la publicidad que le hacía el mismo autor la gente lo compraba y encima pagaba caro.

Usando el espacio que me habían encomendado para dar mi opinión con libertad, advertí acerca de lo malo que era el libro. Resalté lo positivo que tenía, que en este caso era solo que la historia verídica era impresionante, pero que la ejecución era pésima. Dije que en manos de un verdadero escritor sería un libro memorable.

Solo me gané regaños y enemistades, al punto que de allí en adelante sólo podía reseñar libros para recomendarlos. Fue una lección en muchas maneras.

lunes, 8 de octubre de 2018

(Foto de la obra Girl with balloon del genial Bansksy)

Pesadilla moderna: perder los archivos digitales de tu obra

Es difícil imaginar cómo era el oficio del escritor antes de las computadoras, antes de las máquinas de escribir, antes de los bolígrafos.

¿Se imaginan cómo era? escribir usando tinta y pluma y si era de noche usando la luz de las velas. Para corregir había que volver a escribir todo, o buena parte del texto. Ya en la época de máquinas de escribir, de todas maneras había que volver a teclear la nueva versión luego de corregir.

Ahora tenemos tantas herramientas para hacernos más fácil la tarea de escribir pero tiene sus tragedias. Tenemos todo a un click pero también todo es virtual, está pero no está en nuestras manos.

Con las computadoras, tenemos la opción de borrar, sustituir, cortar y pegar trozos de texto en donde queramos. Claro, sigue siendo un trabajo minucioso que lleva muchas horas de trabajo.

Quizá nos acomodamos demasiado y dependemos de la tecnología al 100% y ese es un error, créanme. Estoy en una crisis. La novela que tengo años de estar escribiendo ya había agarrado forma, al fin estaba cuajando. Pero por descuido, solo estaba en mi computadora que tuvo un fallo general hace unos días.

Todavía hay esperanzas, dicen que algo se podrá recuperar, pero el terror se apodera de mi. ¿Perder lo que he escrito con tanto esfuerzo? Es difícil resignarse.

Aprovecho para aconsejarles que nunca son suficientes los backups para no quedarse sin nada. Viendo las cosas en perspectiva, aconsejo tener tres: una copia en la nube, otro en un disco duro externo y otro en un cd o memoria USB. Incluso, si se trata de algo realmente valioso, hasta aconsejaría que se imprima en papel.

Tomen en cuenta que el acceso a la nube puede terminar, sobre todo si el servicio es pagado, el disco duro externo puede dejar de funcionar solo porque sí (me pasó también) y los CDs y USB se pierden con facilidad. El papel, claro está, también es perecedero.

Pero si estamos protegidos, alguno de estos soportes sobrevivirá y lo que hemos escrito seguirá con nosotros. Quienes escriben saben que volver a dejar las frases exactas como estaban no se puede. En todo caso, si volvemos a empezar será una obra diferente.

¿Qué leeremos para celebrar el Día del Libro?

El 23 de abril se celebra el día internacional del libro desde 1926. Se conmemora la muerte de Miguel de Cervantes, William Shakespeare y Garcilaso de la Vega. ¿Qué significa esto en nuestros días?

Haciendo una encuesta a la gente que me rodea, personas trabajadoras y estresadas en su mayoría, veo que nadie o casi nadie está leyendo un libro en la actualidad. Muchos desearían tener el tiempo y los recursos para hacerlo, pero muchos otros ni siquiera lo han considerado.

Supongo que antes sin libros no se podía vivir. Se leía para enterarse de la historia y de la actualidad en el mundo, para aprender, para sublimar los sentimientos, para entretenerse y para incrementar la espiritualidad. El conocimiento humano estaba en libros, no había otra manera de acceder a él.

No creo que hoy la gente sea precisamente más ignorante por no andar con un libro bajo el brazo. Hoy toda esa información, creación y entretenimiento se puede encontrar en otros soportes que son más accesibles y, por qué no decirlo, más de moda.

Así como no podemos juzgar a los antiguos a partir de nuestras creencias y convicciones actuales, tampoco podemos creer que la gente de hoy está mal por no leer como se hacía antes. Son diferentes, viven en otras circunstancias y se interesan por otras cosas.

En todo caso, hay que comprender cómo son las sociedades hoy en medio de tanta tecnología. La información está a un click, el entretenimiento es interactivo y llamativo, el arte se encuentra en muchas nuevas manifestaciones. Para aprender no son necesarios solamente libros, novedosos medios audiovisuales son aprovechados para captar la atención de los inquietos estudiantes de hoy.

Pero aún en este panorama hay gente que lee todavía, prueba de ello es que las librerías no han desaparecido y las ferias del libro suelen llenarse, incluso en Guatemala. Esto es bueno y lo celebro. 

Sin embargo, hay que ver qué libros se compran. Tengo la impresión que muchos celebraron el día del libro leyendo biografías de narcos, novelas rosa o de porno “soft”, consejos para tomarse selfies o adelgazar o un manual para hacerse rico. Tristemente, esos son los libros que más llaman la atención. En el afán de promover la lectura, sea cual sea, el mercadeo ha bajado la calidad de los textos para que leer no sea “aburrido”.

En mi encuesta pude ver que muy pocos se interesan por los clásicos de la literatura, conocen a Shakeaspeare por alguna película y a Cervantes lo tuvieron que leer en el colegio o universidad. De Garcilaso no les suena ni una campana.

Opino que la literatura no desaparecerá porque es una necesidad humana, pero no es el libro comercial precisamente el vehículo para darla a conocer. Le toca a los escritores encontrar nuevos caminos en este mundo moderno.

¿Deberíamos recomendar libros?

Hace años, a inicios del siglo, me recomendaron un libro de una escritora estadounidense que decían era la “Bret Easton Ellis del género femenino”. Me entusiasmó la idea porque el autor de Less than zero es toda una inspiración para mi. Procedí a comprar el título recomendado, Prozac nation de Elizabeth Wurtzel, corrí a casa a empezar a leerlo con la ilusión de encerrarme por el fin de semana hasta terminarlo.

Eso no ocurrió. Nunca hice click con el libro, no podía avanzar y todas las situaciones me parecían banales y hasta desesperantes. Es un texto autobiográfico y creo que la falta de enamoramiento fue porque no tiene el poder narrativo del Easton Ellis, cosa muy importante para mi. En cambio, es un libro confesional y para mi lleno de lamentos. No vi el parecido por ningún lado. Expectativa versus realidad. Quizá si no hubiera tenido semejante recomendación hubiera tenido una mejor experiencia.

En cambio, lamenté haber gastado en el libro. Unos 10 años después me topé con la película que hicieron basándose en él y al verla otra vez sentí el mismo rechazo. Me pareció increíble cómo hay historias que apasionan a unos y repelen a otros, porque tanto el libro como la película de Prozac nation tienen sus seguidores.

Siempre veo que las personas piden, incluso en las redes sociales, que les recomienden qué leer. Y allí van las muchas recomendaciones de todo tipo y yo me quedo pensando ¿realmente le son útiles esa variada selección de títulos y temas al lector desorientado?

Leer no es solamente una inversión de dinero, también hay tiempo y sentimientos involucrados. Deberíamos enfocarnos en aquellos más ad hoc para cada uno.

Opino que la solicitud de sugerencias debe ir dirigida a personas que tengan los mismos gustos o inclinaciones que nosotros. Si no, podríamos sugerir un título clásico a alguien que anda buscando un libro de “moda”, por ejemplo

Quizá lo más recomendable es preguntarle al interesado en nuestra opinión ¿qué busca en las páginas de un libro? Así podemos decidir si estamos en la posición de recomendarle algo porque, eso sí, cuando se recomienda un libro es mandatorio haberlo leído de pe a pa. Si estamos de lado de quien pide recomendaciones, es bueno leer reseñas de críticos profesionales para hacernos una idea más amplia y así tomar una mejor decisión.

Leer debe ser una experiencia sublime, fuera de este mundo, transformadora, por eso es tan importante buscar el libro perfecto.

sábado, 6 de octubre de 2018

¿Qué es el pacto narrativo?

Cuando una persona toma un libro y se dispone a leerlo está aceptando su naturaleza. Puede ser una biografía, un ensayo académico, un poemario o una novela o libro de cuentos. Si no existe esta conciencia, no estaría viviendo a cabalidad la experiencia de leer.

Sí podría haber confusiones cuando no se trata de un libro si no de fragmento de un texto, allí hace falta que el lector tenga el olfato para percibir de inmediato la naturaleza de lo que tiene enfrente. El lector inexperto o despistado podría confundirse y creer, por ejemplo, que lo que un personaje de un relato está haciendo o pensando es lo que piensa el autor.

Es como si confundiéramos una película con un documental y pensáramos que todo allí pasó en realidad.

En literatura, la narrativa es la que suele causar más enredos si se saca de contexto. Darío Villanueva, en su “Comentario de textos narrativos: la novela”, dice que el pacto narrativo es un “contrato implícito que se establece entre el emisor de un mensaje narrativo y cada uno de sus receptores”.

Continúa diciendo que los receptores (lectores) aceptan determinadas normas para una cabal comprensión del mismo. Una de esas normas es que lo que se cuenta es ficción. “Es decir, la renuncia a las pruebas de verificación de lo narrado y al principio de sinceridad por parte del que narra”, explica.

Si es un buen escritor logrará que el lector no solo se sienta inmerso en los lugares y situaciones que describe, sino además los hechos le parecerán creíbles. Incluso si son imposibles. Por ejemplo, cuando Julio Cortázar en el cuento “Carta a una señorita en París” dice que el protagonista vomita conejitos, generalmente deslumbra a los lectores en lugar de escandalizarlos. A esas alturas los tiene tan “enganchados” que ya aceptan, gracias al pacto narrativo, cualquier cosa que él narre.

Es posible que alguien que no entiende la literatura fantástica y no haga el pacto narrativo con Cortázar, resulte alegando que es imposible que un ser humano vomite conejitos. En ese caso, este lector no está disfrutando de la maravillosa literatura del argentino.

Pero quizá donde cuesta más que se acepte que lo que pasa no es "cierto", es en los relatos realistas. En algunos casos “presenciamos” cómo ciertos personajes realizan actos fuera de la ley o de la moral. Si el texto está sostenido por impecables técnicas narrativas, no juzgaremos su actuar ni el del autor sino que tendremos la oportunidad de ver de cerca, incluso dentro de su mente, cómo es la vida de un anti héroe.

De historias reales también surgen novelas

Una de las características de las novelas es que es sus historias suelen ser ficticias, pero hay algunas que cuentan hechos reales, como la testimonial o metaficcional.

Se trata de un género híbrido que combina elementos literarios con características periodísticas. Aunque tuvo su auge en los años 70s, cuando fue bautizada así, nació a mediados del siglo XX. Se caracteriza por contar el testimonio de una o varias personas reales, no personajes inventados, pero con recursos y herramientas literarias.

El oficio del escritor logra darle toda la “redondez” que tiene una novela. Generalmente lo logra con cierto grado de “ficcionalidad”, pero debe ser una pluma avezada para que aun con estas licencias literarias el relato siga siendo íntegro en cuanto a los hechos.

Siempre que inicia una obra, el autor hace investigación tanto de campo como bibliográfica, de lo contrario podría no tener recursos para sustentar sus escenas aunque sean ficticias. Cuando se hace una novela metaficcional debe aplicarse con más disciplina en este aspecto y volverse un periodista o investigador acucioso. Ningún dato relevante a la historia medular debe ser inventado.

Como se trata de un testimonio, la entrevista se vuelve el punto de partida. Como en el periodismo, las horas de conversación no serán suficientes, también hay que consultar a otras fuentes y cruzar datos para que no haya duda de lo que se contará.

Ya con lo recabado, el autor elegirá las estrategias literarias para contar lo que sucedió. Algunos preferirán centrarse totalmente en los hechos reales desde un principio, otros los sumergirán en personajes y hechos ficticios para que no sea una “noticia dura”. La ideas es humanizar algo que probablemente salió sin muchos detalles, o con tintes amarillistas, en las páginas de los periódicos.

Existen numerosas novelas que ejemplifican este género, como Operación masacre de Rodolfo Walsh; Los ejércitos de la noche de Norman Mailer; A sangre fría de Truman Capote; La noche de Tlatelolco. Testimonios de historia oral: Elena Poniatowska;  entre muchas. 

En un mundo que parece indiferente ante el dolor humano es necesario que la sensibilidad del artista ponga frente a sus ojos hechos que no deben olvidarse.

Talleres de escritura ¿sí o no?

Me encantan las películas que tratan sobre quienes se dedican a escribir creativamente. Una de ellas es Adaptation, del director Spike Jonze, donde chocan las historias escritas por Susan Orlean y Charlie Kaufman.

Admiro el trabajo de Kaufman, autor de historias inolvidables como Eternal Sunshine of the spotless mind, Being John Malcovich y Anomalisa. Cuando me sumerjo en sus historias, debo confesar que pienso “por qué no me ocurre algo así a mí”. Maestro de lo inesperado de lo raro, de lo original.

Pues en Adaptation, presentada en español como el Ladrón de Orquídeas, los personajes principales son el mismo Kaufman y un gemelo inventado. En cierto momento, ellos tienen una discusión acerca de cómo empezar a escribir una historia. El hermano ficticio, que apenas escribe su primer guión, está emocionado porque asiste a un famoso taller de escritura. Allí recibe tips y consejos para tener éxito, pensando de antemano más que todo en que sea una historia que guste.

Charlie Kaufman, atormentado por un súbito bloqueo creativo, enfurece con la sola idea de que alguien dé recetas para un oficio que precisamente es tan impredecible. “Escribir se trata de adentrarse a lo desconocido”, dice a punto de tener un colapso nervioso.

He allí dos posturas a la hora de aproximarse a la necesidad de contar algo. Creo que la idea de que sólo por asistir a un taller se podrá concebir una obra de arte es ingenua. No tengo nada en contra de estos eventos, podrían dar herramientas prácticas y opiniones de otra personas acerca de nuestras ideas, pero no será suficiente.

Por cierto, considero que la opinión de otras personas debe pedirse cuando la obra ya está bien pulida, no cuando está naciendo.

Apoyo la idea de Kaufman, deberíamos escribir algo que nadie más ha escrito, algo que falta por descubrir y que por eso mismo nos sorprenda y nos conmueva, que cambie algo en nosotros. Esta monumental tarea podrá quitarnos el sueño y la tranquilidad, pero alguien tiene que hacerlo.

jueves, 4 de octubre de 2018

Oh página en blanco: te conquistaré


Parece tan inofensiva allí solitaria y pulcra, inmaculada. Pero la página en blanco puede llegar a torturarnos y derrotarnos. Puede ser el adversario en una lucha desigual, pero también el campo de juegos para nuestras ideas, o el lecho para hacerle el amor a las palabras.

Puede ser un mar blanco ante el cual naufragamos y morimos sin haber dicho nada coherente antes del glup glup. O puede ser el camino y paisaje para el viaje que nos llevará a donde hemos soñado. ¡Oh página en blanco! ¿cómo es posible que no te han escrito más canciones, versos y novelas?

Igual que cuando se va a la guerra o a conquistar un amor, el secreto es ir preparados para que ella no nos agarre desprevenidos y nos derrote por knock out. Algunos dirán que estoy exagerando, pero otros comprenderán el terror que se siente cuando se abre esa página en blanco y sin guardar, y no sabemos si seremos capaces de desplegar allí todo lo que hemos estado planeando en nuestra cabeza.

Este miedo irracional ataca más duro a quienes buscan escribir su mejor obra o por lo menos el mejor intento. Otros no se lo toman tan en serio y se conforman con balbucear cualquier cosa. Dichosos despreocupados.

Aún quienes practican la escritura automática o el fluir de la conciencia, pueden encontrar obstáculos cuando tratan de poner en palabras lo que hay en su mente.

No por gusto cada quien busca la manera de enfrentarla para vencerla o enamorarla. No faltan los que se fían de rituales, como escribir a la misma hora en el mismo lugar usando su bufanda de la suerte o un amuleto antiguo, entre otras muchas cosas, porque deben llegar lo más seguros que puedan ante ella.

Cada escritor debe buscar sus propios trucos que le hagan sentir en un lugar seguro. Pero esto no garantiza el éxito de la cruzada, apenas es como santiguarse para darse ánimos.

Nunca le cuento a nadie cómo escribo yo, supongo que a nadie le interesa y yo misma no había reparado cómo lo hago. Pero ahora que lo pienso, me gusta tener sensaciones orgánicas presentes como sueño, hambre, estrés o cansancio, por raro que parezca. Supongo que al estar en contacto con sensaciones tan urgentes, escribir se vuelve algo menos consciente y rebuscado. Algo hasta visceral.

Pero cada persona es diferente, así que las ideas ajenas no ayudan mucho. Además, es mucho más importante el trabajo previo para llegar decididos a la conquista de la evasiva hoja en blanco.

El escritor y los medios de comunicación

En este tema me siento partida, estoy en ambos lados. Pero por lo mismo puedo entender la problemática que puede surgir.

Uno de los mejores trabajos que existen en el mundo es ser periodista cultural. Adentrarse todos los días en el quehacer de los artistas, dar a conocer sus agendas, entrevistarlos, ir a presentaciones y exposiciones para luego reportar lo que pasó. Y encima, recibir un pago por hacer esto.

Claro, este paraíso tiene su lado problemático. Existe la creencia, cada día más, que a la gente no le interesa la cultura y sus protagonistas. Esto no es cierto pero hay que reconocer que la atención del “gran” público es volátil. Así que dependiendo del medio al que uno pertenezca, el espacio e importancia que se le dé a la sección cultural puede ser pequeña o mínima (o, tristemente, inexistente).

Como consecuencia, con tanta oferta cultural que existe, no da chance de darle cobertura a todos. Peor ahora con la era digital cuando los editores buscan notas que se vuelvan virales o que den clicks. Por supuesto hay excepciones cuando se trata de publicaciones no comerciales o que estén totalmente dedicadas a la cultura.

Entonces, del otro lado, existen muchos artistas que tocan las puertas de los medios de comunicación y no siempre se abren. Desde del punto de vista de los creadores, este apoyo es de vital importancia para darse a conocer y darle un empujón a su carrera. Porque, claro está, el literato, por ejemplo, no tiene un presupuesto para difusión o publicidad.

Así que es posible que los escritores se sientan no valorados y que no hay apoyo al arte nacional. Es una relación complicada, pero hay que entender que la mayoría de veces no depende del editor o reportero. En todo caso, refleja cuál es la naturaleza de los medios de comunicación y, en cierto modo, el lugar que ocupa la cultura en nuestro país.

Pero no todo en el panorama es oscuro. Algo positivo de los tiempos modernos es que la comunicación ha cambiado gracias a las redes sociales y otras plataformas. Opino que cuando se quiere dar a conocer una actividad u obra, debemos aprovechar esos canales sin importar la atención que nos den los medios de comunicación tradicionales. Claro, sin dejar de cultivar la relación con las secciones de cultura, que algún fruto rendirá.

Sacando la literatura de contexto

La obra literaria es un universo en sí misma, se rige con sus propias leyes y su dios, el que mueve los hilos y decide todo, es el autor.

Un buen relato se convierte en una gran metáfora del mundo, de la vida, del ser humano. Esto incluye lo sublime, lo bello, lo bueno, pero también incluye lo feo, lo ilógico, lo sucio. Como hilo conductor está la intención del autor. A veces quiere llevar un mensaje, a veces solo quiere dejarnos ver algo, o incluso quiere hacernos sentir, no importa si es asco e incluso odio.

Este trabajo es valioso no solo desde el punto de vista estético, también lo es hasta en un sentido antropológico. Es como tomarle un pulso a la sociedad en la que se vive, una fotografía del momento en la que concibió la obra. La mayoría de obras memorables no son sobre jardines de rosas y felicidad eterna, por el contrario, versan sobre lo que le atormenta al creador.

Hay arte realmente chocante que te lleva hasta el límite que puedes soportar. Pienso en la películas de Passolini, los relatos del Marqués de Sade, algunas pinturas de Goya o de Bacon, ó los performances tan rechazados de los dadaístas.

El arte que no rompe, que no impacta, que no cambia algo, no es arte.

Sin embargo, en estos tiempos donde los artistas son difícilmente separados de su obra, existe el riesgo que las palabras se saquen de contexto. Se cree que aquello que hacen, piensan y creen los personajes es en realidad lo que hace, piensa y cree el escritor.

Hace unos días un autor nacional consiguió que un medio de comunicación masivo le diera un blog. Esto conlleva un triunfo para los escritores pues la creencia es que la literatura no interesa al “gran” público. Sin embargo, su primer texto no tuvo buena acogida y no porque fuera chocante de manera obvia.

El personaje, que está casado, está enamorado de una cajera de banco que no le hace caso pero él insiste. Eso expuesto en un medio popular y en sus redes sociales, donde todos son jueces y verdugos de todo, hizo que se le acusara de promover el acoso.

Quizá el medio no fue suficientemente claro acerca que se trataba de ficción, quizá el mismo autor quiso jugar con la duda de si era él quien hablaba. Queda la reflexión si la literatura debería ser ofrecida sólo a los que entienden el “pacto narrativo”.

domingo, 30 de septiembre de 2018


Tratando de entender el bloqueo del escritor

Hace poco vi la película ‘Papa Hemingway in Cuba’ (2015), que la verdad pasó sin pena ni gloria para los cinéfilos. Aunque esta no es una reseña a la película, quiero decir que fue un desperdicio de historia en manos de tan malos actores.

Pero lo que sí captó mi atención es que en la cinta podemos ver a un Ernest Hemingway en un caótico estado en 1959, justo antes de la Revolución cubana cuando vivía en la isla caribeña. Allí se expone que parte de su drama era que estaba padeciendo el temido y horroroso bloqueo de escritor. Vemos los líos con la esposa, su depresión y sus problemas con la botella.

Se dice que al menos una vez en la vida, aunque pueden ser muchas, los escritores simplemente no pueden escribir. Esto es más dramático cuando se trata de alguien que tiene una larga y exitosa trayectoria porque se suele esperar mucho de él o ella. Sus lectores siguen atentos a lo que va a escribir después y pasan meses y años en un incómodo silencio.

Porque no se trata de no tener ‘ganas’ de sentarse a escribir solamente, hay algo más profundo que nos impide tener ideas nuevas y desarrollarlas. Sicoanalistas han estudiado esta condición desde 1947, puede ser provocada por circunstancias estresantes en la vida del escritor que lo alejan de su creatividad temporalmente hasta que se resuelven, pero puede haber otras razones.  Se cree que bajo estrés nuestro cerebro pasa el control de la corteza o córtex cerebral al sistema límbico y limita el proceso creativo de una persona.

Consejos para sobrepasar este estado son muchos, incluyen la meditación, escribir diarios, el trabajo en equipo, el ejercicio físico y la sicoterapia. Como se ha dicho antes, cada persona es diferente y debe enfrentar su bloqueo de manera individual.

Una idea que suele pasar por la mente cuando se tiene este bloqueo es que ya no hay nada más que decir por medio de la literatura, que la flauta dejó de sonar y que es el fin. No se puede negar que a veces así termina una carrera literaria, pero también es cierto para muchos es muy probable que un día de estos las ideas vuelvan de a montón.

A quienes no les ha pasado y están en una buena racha de creatividad, no debe angustiarles este tema por el momento. Aunque quizá saber que podrá afectarles alguna vez les ayude a valorar esas horas escribiendo de un tirón. Deben hacerse muchos apuntes, no desperdiciar ni una idea, no se sabe cuándo nos pueden servir para traernos de vuelta.

¿Por qué unas historias nos “enganchan” más que otras?

Estoy en plena maratón de películas por la temporada de premios de cine, cada año nos sorprenden con todo tipo de historias, algunas más atractivas que otras. Al igual que en las novelas, hay unas que nos atrapan desde los primeros minutos y hay otras que toman más tiempo en ganarnos.

La narración es algo muy humano, como dice la frase atribuida a Eduardo Galeano, estamos hechos de historias. Está comprobado que la forma más efectiva de llevar un mensaje es por medio de un relato. No nos atraen los datos duros, fríos, nos apasionan saber que algo le pasó a alguien con quien nos podemos identificar en alguna medida.

Todos somos contadores de historias, pero sobre todo somos receptores.  Vamos en el Transmetro, o estamos en la cola del banco, y sin querer terminamos oyendo la historia de otras personas. Si nos bajamos antes, o nos llega el turno en la ventanilla, podemos hasta sentirnos frustrados por no saber el final. Incluso, nuestra mente puede aventurarse a imaginar un final para calmarnos.

 Por esta razón el futuro de los cineastas y novelistas, también cuentistas y todo tipo de narrador, es prometedor sin importar el desarrollo de la tecnología. 

Sin embargo, el creador debe procurar ser original y expresar algo único, algo íntimo e importante para él o ella. Se debe evitar repetir “fórmulas” que han sido exitosas o tocar temas que estén de moda o que sean escandalosos para asegurarse llamar la atención. Las historias que nos cautivan son las que presentan ingredientes extra que nos sorprenden y nos atrapan. La honestidad también se percibe y actúa a nuestro favor.

Existen numerosos libros e instructivos sobre cómo escribir una historia. Pueden ser útiles para tener una idea de cómo lo hacen otros, pero no deben tomarse como recetas que se deben cumplir al pie de la letra. Opino que hay que consultarlos si se necesita pero sólo cuando ya se tiene adelantado el manuscrito.

En lo personal, algunas veces la historia tiene como quien dice “vida propia” y sale de una vez hecha, quizá solo necesitando algunos toques. Pero en otras ocasiones, pareciera que aún no ha tomado forma. En esas ocasiones he encontrado ayuda en ciertos esquemas la solución para poner orden al caos.

La forma y el contenido no se oponen, se complementan


Dice el dicho que “nadie nace sabiendo” y eso se aplica a todos los campos de la vida. Con la escritura pasa lo mismo, es una habilidad que en teoría todos aprendemos en la escuela, pero he notado que a algunos se les da más que a otros eso de expresarse por escrito.

Escribir es importante en muchos campos laborales, todos deberíamos tener esa habilidad sin importar nuestra profesión. Como periodista y editora, me topo con gente que se dedica a comunicar y no sabe escribir bien. Yo me pregunto si no estarán en la carrera equivocada, porque eso es básico en este trabajo. Se supone que la etapa de aprender a redactar con propiedad ya la han pasado, pero algunos escriben como estudiantes de básicos.

Y eso que se trata de una escritura sencilla, no creativa ni literaria.

Creo que algunos creen que es “sólo” la forma, que no tiene importancia, que para esos están los correctores y editores, que su trabajo es otro. Yo opino lo contrario. Es vital saber expresar con claridad las ideas para llevar el mensaje preciso y de manera efectiva. Si no, de nada sirve el reporteo y la investigación. 

¿De dónde viene nuestra falta de habilidades para escribir? Es clásico que a la mayoría niños no les gusta la clase de “idioma español” en la escuela, la ven como aburrida, y luego las de redacción y literatura las ven como anticuadas y sin propósito. Allí empieza el problema de no saber escribir bien. Hacen falta buenos maestros que adapten estos contenidos educativos para los niños y adolescentes de hoy, tan inquietos y tecnológicos.

Porque la realidad que vemos es complicada. Abundan personas que se comunican pobremente, que apenas leen tuits y post de Facebook, también mal escritos. Y más allá de eso no quieren leer más, por lo que no mejoran ni su vocabulario ni tienen apreciación artística.

Antes de pensar siquiera en ser escritores, debe estarse seguro que se tiene como mínimo la capacidad de expresarse por escrito coherentemente. La mayoría de literatos no tienen ni correctores ni editores cuando empiezan, por lo que los borradores que hacen deben estar bien terminados y pulidos.

No querrán pasar la vergüenza de presentar a un concurso ó a una editorial un texto que ni siquiera se entienda. Clases básicas de redacción (y de paso de ortografía) son una buena idea para empezar el camino literario.

Pero dominar la gramática no garantiza nada. Es apenas abrir la puerta al mundo de las letras. Luego viene mucho trabajo creativo que, otra vez, no a todos se les facilita.


martes, 25 de septiembre de 2018


¿Cuáles son las opciones para publicar un libro?

Aunque muchos digan que escriben para sí mismos, lo cual es totalmente válido, cuando ya se tiene una obra literaria terminada y bien pulida lo más natural es publicarla.

La primera opción es poner la obra, o parte de ella, en internet. Vivimos tiempos muy buenos para dar a conocer fácilmente y de manera gratuita nuestros pensamientos y escritos. La mejor opción para empezar es un blog donde se puede publicar con absoluta libertad. Gracias al auge y casi “dominio” de las redes sociales en nuestras relaciones interpersonales, lo que se publique puede ser dado a conocer ampliamente e incluso volverse viral.

Pasa muy seguido que uno quiere leer lo que alguien escribe pero no tiene todavía un libro, pero gracias a un blog se puede conocer su obra. Por eso es necesario que lo que allí se publique sea trabajo muy bien pulido. Es como una carta de presentación si se quiere, además, el feedback que se recibe es muy valioso.

Otra opción es autopublicar un libro, esto es, pagar a una editorial o imprenta para que lo publique en papel, o usar alguna plataforma virtual como Amazon KDP o Kobo Writing para hacer un ebook. Esto otorga mucha autonomía al autor, pero conlleva trabajo extra de promoción y mercadeo lo cual también tiene costos y requiere tiempo. Para quienes ya tienen lectores fieles o saben cómo autopromocionarse esta podría ser una alternativa. Para autores desconocidos será muy difícil que el libro circule pues hay numerosos libros en el mercado.

La manera ideal de publicar es que la obra sea “comprada” por una editorial reconocida, que ya tiene una infraestructura de distribución y profesionales que se encargan de la edición, diseño, promoción comercial y también en la prensa y otros sectores culturales. Esto debería incluir un contrato e incluso cierta cantidad de dinero como adelanto.

En nuestro país no hay un mercado editorial fuerte, por lo que para las casas editoriales publicar literatura no es fácil pues deben enfocarse en otro tipo de libros. Sin embargo, publican varios títulos literarios al año. En cada caso se negocia de manera particular, pero en general se habla que le corresponde un 10% del tiraje al autor.

Quizá podría parecer difícil acercarse a una editorial, pero si se tiene una obra bien pulida, que haya ganado algún premio o reconocimiento o tenga buenas críticas de escritores y profesionales relacionados, debe intentarse un acercamiento.


Si no quieres escribir, está bien

Quién no quisiera ser un prolífico creador, que cada año o cada 6 meses tiene una obra nueva. Pero es muy raro que eso ocurra, lo contrario es más común: literatos que no escriben con tanta frecuencia como quisieran.

Hay días en que simplemente no se tienen ganas, energía o “humor” para escribir y es totalmente normal. Sin embargo, esto puede hacer sentir mal a quienes han soñado con terminar su obra para determinada fecha por cualquier razón. Pero digamos que eso es algo que no se puede controlar.

Porque si forzamos la creación lo que se obtiene es un producto no totalmente desarrollado. Algunas personas me han mostrado su trabajo con ansias y al leerlo se puede apreciar que hay “algo allí” (un buen inicio, una buena idea, un esbozo de personaje genial) pero no se dieron el tiempo de que madurara, de que creciera a su propio ritmo.

La intuición de cuándo está uno listo para sentarse a escribir hay que irla adquiriendo. Como en realidad antes debemos concebir las ideas en nuestra cabeza, ese proceso depende no solo de cada persona sino de la complejidad de la historia. Pueden ser semanas, o años.

Al momento de sentarse a escribir, todo debe estar casi “cocinado”. Es como si al poner las imágenes en palabras vamos dando los toques finales que darán la sazón final a la historia, corrigiendo algunas cosas y resaltando algunas otras.

Si no hay ganas de sentarse a escribir, es quizá porque esa dinámica interna no ha terminado. Esto puede pasar en cualquier tramo de la creación, tanto al inicio como entre capítulos o poemas, o puede ser que sea el final el que no “sale” de manera convincente.

En esos casos es mejor dejar la obra reposar o marinar, igual que en una receta de cocina. Hay que pensar en otras cosas y hacer otras actividades. El cerebro tiene curiosos mecanismos para encontrar sus respuestas. Algunos lo hacen en sueños, otros en una charla u oyendo un concierto, otros solo observando a los demás o caminando a solas. Lo importante es salir a buscarlas, no quedarse en las mismas cuatro paredes.

También se puede buscar en obras de otros autores pero, aunque suene obvio, sin la intención de copiar nada. Quizá para tomar “tono” o para entrar en “ambiente”, pero nada más.


Eso sí, cuando el deseo irrefrenable de escribir nos ataca, hay que obedecerlo, no importa la hora y el lugar. Ese fluir de la conciencia puede añadir cosas que quizá conscientemente no tomaríamos en cuenta.

Hay que poner a ejercitar el estilo

 Si no hay ideas concretas o “inspiración” para seguir con la obra en la que estamos centrados, es mejor no forzar el asunto. Esto no significa que no se pueda seguir escribiendo otras cosas, lo cual puede ayudar a sacar de la cabeza lo que nos estorba y, quien sabe, nos ayude a ejercitar el estilo, un músculo que hay que tener bien definido, no flácido y flacucho.

No es necesario argumentar demasiado sobre la importancia del estilo propio. Es lo que nos da una identidad única en el mundo de la Literatura. No importa lo bien hecha que esté una obra que imite el estilo de otros, siempre será una impostura. Encontrar nuestra voz, ciertamente, no es fácil. Se logra con mucho ejercicio y autoconocimiento. A la larga, los lectores buscan a determinado autor por esa forma de hablarles de sus mundos interiores. Ambas cosas, tanto esos lugares únicos como la forma en que son llevados a él, son los que logran una conexión entre ambos.

Escribir diarios, bitácoras o blogs, o en redes sociales de más corto formato, puede ser útil porque allí podemos poner en orden las ideas que nos atormentan. Estas pueden ser de carácter intelectual y académico, pero también de índole personal y hasta mundano. Si algún sentimiento o preocupación no lo deja crear, escribirlo en otro lugar puede liberarlo.

Si es que estos escritos son hechos públicos, a los lectores estos desahogos les pueden servir para comprender mejor a la persona detrás de las obras literarias.

También pueden ocurrir felices y afortunados accidentes al darse cuenta que esa idea que nos ronda en la cabeza es, en realidad, otra obra queriendo empezar a emerger. No hay que limitarse, varias obras pueden iniciar su camino al mismo tiempo, claro que cada una a su propio ritmo.

Otra posibilidad es ejercitar las ideas y personajes que estamos creando por ejemplo para una novela por medio de un cuento, como lo hizo Gabriel García Márquez al empezar a darle vida a Macondo.

Mucho antes de publicar “Cien años de soledad” en 1967, empezó a desarrollar este fascinante mundo en textos como el cuento “Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo” en 1952 y la novela corta “La Hojarasca” publicada en 1955. En otros textos es evocado o mencionado, como en “En el Coronel no tiene quien le escribae”, publicada en 1961.

Vemos así que Macondo no es solo un lugar ficticio, sino también una estrategia literaria, un espacio metonímico que finalmente puede resumir su obra.

lunes, 24 de septiembre de 2018

Un artista no piensa en premios cuando crea


Aunque Bob Dylan no fue a la entrega del Premio Nobel de Literatura, mandó un discurso que fue leído en su nombre. Es un sentido mensaje que nos deja ver lo honrado que está por recibir este galardón.

Retomo unos aspectos que mencionó sobre la creación. A la hora de crear la cabeza del artista es un “hervidero” de ideas que le ayudan a desarrollar lo que tiene en su mente. Todas responden a una necesidad de expresarse. Pero, ciertamente, lo último que le pasa por la mente es lo que dirán los demás o en reconocimientos.

Dylan menciona, en su discurso, el caso de William Shakespeare que se consideraba ante todo un dramaturgo, un hombre de teatro que escribía para que sus palabras fueran representadas, y que no se sabe si él estaba consciente de que lo que hacía era literatura. Según menciona Dylan, lo más seguro que en su mente, cuando montaba Hamlet por ejemplo, estaban otras preocupaciones como cuáles actores eran los más indicados, cómo sería la representación en el escenario, si era correcto que la obra fuera ambientada en Dinamarca.

Opina además que también tenía otras preocupaciones más mundanas como el financiamiento, los asientos para sus mecenas y dónde conseguiría un cráneo humano por ejemplo. Lo importante era, seguramente, todo aquello que le permitiera llevar a cabo su visión de manera magistral hasta el último detalle.

Entregarse a su obra y trabajar duro para hacerla una realidad es el trabajo del escritor. Quien crea pensando en el reconocimiento lleva las de perder. Comprobado. Por otro lado, el tema de tener en mente al lector cuando se escribe es debatible.

Hace años unos estudiantes universitarios, de la carrera de Mercadeo, me entrevistaron. Uno de ellos me preguntó “¿cuál es su público objetivo a la hora de escribir?”. En ese momento puse el grito en el cielo y traté de explicar que al crear literatura no se se piensa en tal cosa, en todo caso, el público es cualquier ser humano que pueda entender y sentir el mensaje que se quiere transmitir.

Sin embargo, con el tiempo, he notado que dentro de los cursos y talleres de escritura, que se imparten tanto aquí como en otros países, sí se enseñan técnicas para llegar a cierto tipo de público, especialmente clasificados por edad. No me parece mala la idea, pero considero que ante todo el artista se debe a su obra, debe respetarla y no modificarla para complacer a los demás.

Concursos literarios: ¿son una oportunidad?

Cada quien habla de la fiesta, o de los concursos, según cómo le fue. Hay quienes los detestan y les echan pestes, pero hay otros que les agradecen haberles dado un “empujón” en su carrera. También hay gente que se pregunta si debe o no participar, si en realidad tendrán alguna oportunidad de ganar, incluso si hay honestidad en su organización.

Luego de algunos años en el medio, tengo cierta experiencia en los certámenes. Estoy dentro de los que los han ganado algunos, pero también he participado en un par sin éxito, además he sido jurado calificador en otros. No se puede hablar en general sobre ellos, hay de todo tipo, pero en general son transparentes.

Hablé al respecto con el editor Raúl Figueroa Sarti, quien a través de F & G Editores organiza el Certamen BAM Letras. Él opina que en un medio como Guatemala, en donde no hay un mercado del libro desarrollado, los concursos suelen dar la posibilidad a quienes ganan de publicar.

“Las editoriales que apostamos por nuevos valores somos de pequeño tamaño y no contamos con recursos para publicar todo lo que recibimos. Entonces ser galardonado otorga la posibilidad de darse a conocer como escritor”, opina.

Una regla de oro es que no se debe escribir solamente para participar en un certamen. Las obras deben trabajarse siempre y si ya se tiene una terminada, o solo hace falta revisarla, entonces se debería tomar la decisión de participar si coincide con las bases. Al respecto, Figueroa hace hincapié en leerlas bien y seguirlas al pie de la letra. “En el concurso del BAM descartamos a muchos porque no cumplen con los requisitos mínimos”, explica.

Y, aunque suene obvio, se debe enviar la obra ya pulida, no borradores o “intentos”. Cuando he sido jurado, al leer ciertos textos he pensado que la idea inicial era buena, pero lo que mandaron no estaba listo para ser leído por otros.

El dicho popular de que “el que se enoja pierde” es muy cierto en este tema. Es difícil aceptar que quizá la que consideramos nuestra obra maestra no fue del gusto de los jurados. Aunque no se puede negar que a veces hay injusticias, debemos tener en mente que el jurado responderá no solamente a las bases del certamen si no a sus propios gustos y objetividades. Aunque puede haber muchas obras buenas en competencia, solo pueden ganar una.

No ganar un concurso no demerita lo que escribimos, significa que debemos seguir trabajando e intentando hasta que “suene la flauta”.

Ya terminaste tu libro ¿ahora qué?


¿Quién no quisiera tener una carrera literaria que incluya el éxito editorial internacional? Siempre había tenido duda acerca de cómo lograrlo, les comparto mis hallazgos.

El proyecto final de la especialización sobre Escritura Creativa de la Universidad de Wesleyan, que estoy tomando, incluye algunos consejos acerca de cómo hacer para publicar a lo “grande”. Esta hazaña, aseguran, es sumamente difícil pero no imposible. Tiene mucho que ver con el trabajo duro y con la persistencia. Hay que estar preparados para recibir muchos “No” por respuesta.

El escritor Brando Skyhorse, profesor de esta Especialización y ex editor en Grove Atlantic, señala que la mayoría de escritores inexpertos que terminan su libro y luego se preguntan “¿y ahora qué?” en realidad no tienen una obra terminada. “Generalmente este es el momento de obtener opiniones de otras personas. Mejor si no son muy cercanas porque ellos no querrán herir nuestros sentimientos”, señala en el curso.

Es mejor buscar “lectores profesionales”, alguien como un colega escritor, un profesor de literatura o un lector empedernido. Ellos pueden dar no solamente una opinión más sincera sino más específica. En este punto, el autor puede hacerles preguntas directas, es casi seguro que sabe dónde están sus debilidades y debe procurar corregirlas. También se debe buscar ideas leyendo a teóricos y a otros autores.

Por esa razón, Skyhorse recomienda que se esperen algunos meses antes de intentar publicar. Esto depende de cada persona, pero él habla de que al menos deben ser siete meses si es una historia corta. Si es una novela el tiempo que recomienda es de un año a un año y medio.

Skyhorse cuenta que su primer libro fue rechazado unas 70 veces a lo largo de 12 años. Cuando ve hacia atrás considera que esto se debió a que el libro no estaba listo. Ahora piensa que se habría ahorrado muchos rechazos y hubiera publicado antes si se hubiera sentado a revisar con más detenimiento.

No hay que comer ansias, es mejor apartarse un poco de la obra y luego volver a revisarla incorporando los hallazgos propios y el “feedback” de otros. Para llegar a la mejor versión posible incluso recomienda pagarle a un editor y corrector profesional para que sea impecable.

Luego la obra estará lista para ofrecerla para su publicación. Para lograr la mencionada carrera literaria internacional, en la actualidad se debe conseguir un agente literario y así poder acceder a las más grandes editoriales.

viernes, 21 de septiembre de 2018



Amor complicado: Periodismo y literatura

(Columnas publicadas en noviembre y diciembre 2016 en el Diario de Centroamérica)

Esta semana se celebra el Día del Periodista en Guatemala, excusa perfecta para tocar la relación, a veces tormentosa, que tiene el escritor con las salas de redacción.

Desde que existen los periódicos, muchísimos escritores han trabajado escribiéndolos. No es casual que en América Latina todos los grandes escritores fueron alguna vez periodistas. Borges, García Márquez, Fuentes , Onetti, Vargas Llosa, Asturias, Neruda, Paz, Cortázar y la lista sigue.

En cada una de sus crónicas, aun con la presión de la hora de cierre, estos maestros de la literatura se comprometieron como lo hicieron con sus obras decisivas. Y es que no pueden dividirse entre el escritor que busca la expresión justa durante la noche, y el reportero indolente que malgasta sus palabras en la sala de redacción durante el día. El compromiso con la palabra es a tiempo completo.

El ahora famoso nuevo periodismo o periodismo literario, no es tan nuevo. Tuvo sus primeras semillas aquí en América hace más de un siglo. En las plumas de José Martí, Manuel Gutiérrez Nájera y Rubén Darío los lectores de entonces pudieron conocer la realidad bien contada. Gabriel García Márquez, que tuvo un largo affair con el periodismo, declaró que el reportaje debería ser un género literario más. Impulsó este tipo de escritura por medio de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericana.

Todos los escritores de ficción, a su modo, son reporteros e investigadores. El aproximarse a la realidad es común en ambos campos, así como las formas y estructuras narrativas.  La literatura ha influido en el periodismo con la transposición de estructuras y formas narrativas propias del cuento, la novela o el teatro, que han sido asimiladas dando lugar a géneros narrativos como el reportaje, la crónica, la entrevista y el perfil.

La diferencia más crítica entre ambos campos tiene que ver con la ética. En periodismo un solo dato falso desvirtúa a los datos verídicos. En la ficción, en cambio, un solo dato real bien usado puede volver verídicas a las criaturas más fantásticas. La norma tiene injusticias en ambos lados: en periodismo hay que apegarse a la verdad, aunque nadie la crea, y en cambio en la literatura se puede inventar todo, siempre que el autor sea capaz de hacerlo creer como si fuera cierto.

Ejercer el periodismo le aporta al escritor disciplina y humildad pues es un trabajo duro que no siempre es reconocido ni bien remunerado. También le ayuda estar en contacto con esa realidad que existe más allá de su escritorio.



Escribir es como desnudarse ante todos

Cuando se nace para hacer algo, existe un llamado muy fuerte que no se puede ignorar.  Este es un aspecto bastante subjetivo de la carrera de cualquier artista.

Desde muy pequeña supe que me gustaba escribir, pero creía que era un sueño dedicarme a eso para vivir. Sobre todo con el poco apoyo de profesores, amigos y familia que no comprendían por qué querría dedicarme a algo que “no da dinero”. Llegué a pensar que estaba loca por querer dedicarme a algo que los demás consideraban “descabellado”. Sin embargo, nada me hace más feliz que escribir, hubiera sido muy desdichada si hubiera escuchado a los demás.

Por esa razón me ilusionó mucho ser parte de un proyecto para crear libros de textos donde se explica a adolescentes detalles sobre el oficio de escribir y animarlos a hacerlo. Un trabajo fascinante y muy complejo pero importante. En definitiva, hay que incentivar a los futuros escritores desde niños, darles herramientas y dejarlos crear.

Para mí la falta de apoyo no se acabó en el colegio. Cuando llegué a la universidad y conocí a mis doctos profesores me preguntaba ¿por qué ellos no estaban escribiendo y publicando? Si tenían ideas geniales, dominaban la lengua de Cervantes y conocían las características de la buena escritura.
Pronto me di cuenta que precisamente por eso no lo hacían. O por lo menos no se atrevían a publicar aunque escribieran. ¿Por qué? Pues porque sus estándares de calidad y sus influencias eran elevadísimos.

Vi muchas veces su sonrisa de ternura cuando sus alumnos, ingenuos recién iniciados en las letras, les decíamos que estábamos escribiendo. Claro, ninguno nos atrevimos a enseñarles los textos porque nos medirían con la misma vara que a García Lorca o a Borges.

Como decía Marco Antonio Flores, muchos eruditos tienen a la literatura en una torre de marfil idolatrada, no le han perdido el respeto. La aman pero le temen.

De esta experiencia de escribir para adolescentes me quedó la inquietud de alguna vez hablarles con franqueza a los escritores más jóvenes. Decirles que además de perderle el miedo a la literatura, para poder publicar yo me animé a escribir desde el fondo de mis tripas. Aunque usando toda la corrección lingüística, saqué demonios que vivían dentro de mí a puros escupitajos. Me expuse como quien dice desnuda frente a todos, sin pudor.

Les diría que esto podría parecer aterrador, pero que en realidad es una catarsis que nos hace más humanos.



Los buenos personajes son como hijos rebeldes y caprichosos

Hay personajes literarios que llegamos a amar o a odiar. Nos arrancan las lágrimas, suspiros y también maldiciones. Llegamos a extrañarlos y se quedan en nuestra memoria por siempre.

Lograr esto conlleva para el escritor un arduo trabajo que es la vez fascinante. Al ser literalmente, su creador, se convierte en su padre o madre. Les da los genes y la sangre, pero ellos tienen su libre albedrío. Quien escribe cree que su historia será de determinada manera, pero ellos suelen rebelarse y se van por donde quieren. Son hijos caprichosos.

Los escritores de ficción pueden llegar a ser  progenitores de diversos tipos de personajes. Algunos se parecen muchos a ellos, otros son sus opuestos o alter egos. Sin embargo, todos llevan en ellos algo heredado de manera intencional o inconsciente.

Deben responder a profundas motivaciones que pueden ser compartidas con personas de todo tipo, en cualquier lugar y época. Por eso un personaje bien construido se vuelve universal y atemporal. En su gran mayoría son seres imperfectos, atormentados y que van en busca de algo. Cada escritor suele impregnarlos de algo que para él es importante.

Por ejemplo, como muchos yo le temo a la locura. Miedo a de repente perder la razón, salirme de mí, ser otra, una mujer demencial. Por eso tengo tendencia a hacer que los personajes enfrenten todo eso por mí. Los saco de mi lado más oscuro, engendrados y alimentados con mis más sombríos pensamientos.
Como suelen se mujeres, yo las llamo “mis locas”. También admiro a las locas de otros, esas mujeres que cometen actos de locura (que no de maldad). En literatura se me ocurren Yocasta, Madame Bovary, Mrs. Dalloway, la Maga. En el cine también hay muchas otras.

Puedo mencionar a tres que me fascinan por ser personajes bien construidos. Laura Brown, una ama de casa en la película The hours (basada en la novela de Michael Cuningham) joven y embarazada, en los años 50s no encuentra otra salida a su aburrida vida que intentar suicidarse con todo y el bebé en su vientre. La otra es April Wheeler de Revolutionary Road, de Sam Mendes. Una mujer que ve poco a poco derrumbarse sus sueños, enclaustrada en su linda casa de suburbio.

La tercera es Jasmine, protagonista de la cinta de Woody Allen Blue Jasmine. Personaje fascinante, decadente y que va perdiendo la razón ante nuestros ojos. La viuda de un corrupto que luego de vivir con lujos por muchos años no se acostumbra a ser pobre.