sábado, 6 de octubre de 2018

¿Qué es el pacto narrativo?

Cuando una persona toma un libro y se dispone a leerlo está aceptando su naturaleza. Puede ser una biografía, un ensayo académico, un poemario o una novela o libro de cuentos. Si no existe esta conciencia, no estaría viviendo a cabalidad la experiencia de leer.

Sí podría haber confusiones cuando no se trata de un libro si no de fragmento de un texto, allí hace falta que el lector tenga el olfato para percibir de inmediato la naturaleza de lo que tiene enfrente. El lector inexperto o despistado podría confundirse y creer, por ejemplo, que lo que un personaje de un relato está haciendo o pensando es lo que piensa el autor.

Es como si confundiéramos una película con un documental y pensáramos que todo allí pasó en realidad.

En literatura, la narrativa es la que suele causar más enredos si se saca de contexto. Darío Villanueva, en su “Comentario de textos narrativos: la novela”, dice que el pacto narrativo es un “contrato implícito que se establece entre el emisor de un mensaje narrativo y cada uno de sus receptores”.

Continúa diciendo que los receptores (lectores) aceptan determinadas normas para una cabal comprensión del mismo. Una de esas normas es que lo que se cuenta es ficción. “Es decir, la renuncia a las pruebas de verificación de lo narrado y al principio de sinceridad por parte del que narra”, explica.

Si es un buen escritor logrará que el lector no solo se sienta inmerso en los lugares y situaciones que describe, sino además los hechos le parecerán creíbles. Incluso si son imposibles. Por ejemplo, cuando Julio Cortázar en el cuento “Carta a una señorita en París” dice que el protagonista vomita conejitos, generalmente deslumbra a los lectores en lugar de escandalizarlos. A esas alturas los tiene tan “enganchados” que ya aceptan, gracias al pacto narrativo, cualquier cosa que él narre.

Es posible que alguien que no entiende la literatura fantástica y no haga el pacto narrativo con Cortázar, resulte alegando que es imposible que un ser humano vomite conejitos. En ese caso, este lector no está disfrutando de la maravillosa literatura del argentino.

Pero quizá donde cuesta más que se acepte que lo que pasa no es "cierto", es en los relatos realistas. En algunos casos “presenciamos” cómo ciertos personajes realizan actos fuera de la ley o de la moral. Si el texto está sostenido por impecables técnicas narrativas, no juzgaremos su actuar ni el del autor sino que tendremos la oportunidad de ver de cerca, incluso dentro de su mente, cómo es la vida de un anti héroe.

De historias reales también surgen novelas

Una de las características de las novelas es que es sus historias suelen ser ficticias, pero hay algunas que cuentan hechos reales, como la testimonial o metaficcional.

Se trata de un género híbrido que combina elementos literarios con características periodísticas. Aunque tuvo su auge en los años 70s, cuando fue bautizada así, nació a mediados del siglo XX. Se caracteriza por contar el testimonio de una o varias personas reales, no personajes inventados, pero con recursos y herramientas literarias.

El oficio del escritor logra darle toda la “redondez” que tiene una novela. Generalmente lo logra con cierto grado de “ficcionalidad”, pero debe ser una pluma avezada para que aun con estas licencias literarias el relato siga siendo íntegro en cuanto a los hechos.

Siempre que inicia una obra, el autor hace investigación tanto de campo como bibliográfica, de lo contrario podría no tener recursos para sustentar sus escenas aunque sean ficticias. Cuando se hace una novela metaficcional debe aplicarse con más disciplina en este aspecto y volverse un periodista o investigador acucioso. Ningún dato relevante a la historia medular debe ser inventado.

Como se trata de un testimonio, la entrevista se vuelve el punto de partida. Como en el periodismo, las horas de conversación no serán suficientes, también hay que consultar a otras fuentes y cruzar datos para que no haya duda de lo que se contará.

Ya con lo recabado, el autor elegirá las estrategias literarias para contar lo que sucedió. Algunos preferirán centrarse totalmente en los hechos reales desde un principio, otros los sumergirán en personajes y hechos ficticios para que no sea una “noticia dura”. La ideas es humanizar algo que probablemente salió sin muchos detalles, o con tintes amarillistas, en las páginas de los periódicos.

Existen numerosas novelas que ejemplifican este género, como Operación masacre de Rodolfo Walsh; Los ejércitos de la noche de Norman Mailer; A sangre fría de Truman Capote; La noche de Tlatelolco. Testimonios de historia oral: Elena Poniatowska;  entre muchas. 

En un mundo que parece indiferente ante el dolor humano es necesario que la sensibilidad del artista ponga frente a sus ojos hechos que no deben olvidarse.

Talleres de escritura ¿sí o no?

Me encantan las películas que tratan sobre quienes se dedican a escribir creativamente. Una de ellas es Adaptation, del director Spike Jonze, donde chocan las historias escritas por Susan Orlean y Charlie Kaufman.

Admiro el trabajo de Kaufman, autor de historias inolvidables como Eternal Sunshine of the spotless mind, Being John Malcovich y Anomalisa. Cuando me sumerjo en sus historias, debo confesar que pienso “por qué no me ocurre algo así a mí”. Maestro de lo inesperado de lo raro, de lo original.

Pues en Adaptation, presentada en español como el Ladrón de Orquídeas, los personajes principales son el mismo Kaufman y un gemelo inventado. En cierto momento, ellos tienen una discusión acerca de cómo empezar a escribir una historia. El hermano ficticio, que apenas escribe su primer guión, está emocionado porque asiste a un famoso taller de escritura. Allí recibe tips y consejos para tener éxito, pensando de antemano más que todo en que sea una historia que guste.

Charlie Kaufman, atormentado por un súbito bloqueo creativo, enfurece con la sola idea de que alguien dé recetas para un oficio que precisamente es tan impredecible. “Escribir se trata de adentrarse a lo desconocido”, dice a punto de tener un colapso nervioso.

He allí dos posturas a la hora de aproximarse a la necesidad de contar algo. Creo que la idea de que sólo por asistir a un taller se podrá concebir una obra de arte es ingenua. No tengo nada en contra de estos eventos, podrían dar herramientas prácticas y opiniones de otra personas acerca de nuestras ideas, pero no será suficiente.

Por cierto, considero que la opinión de otras personas debe pedirse cuando la obra ya está bien pulida, no cuando está naciendo.

Apoyo la idea de Kaufman, deberíamos escribir algo que nadie más ha escrito, algo que falta por descubrir y que por eso mismo nos sorprenda y nos conmueva, que cambie algo en nosotros. Esta monumental tarea podrá quitarnos el sueño y la tranquilidad, pero alguien tiene que hacerlo.

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