lunes, 20 de diciembre de 2010

Chicas de hoy


Desde pequeña, me ha dado pereza oír cómo ciertas mujeres viven preocupadas porque les pueden robar al marido. Siendo una niña curiosa, me quedaba pensando ¿y eso cómo será? ¿viene una ladrona y mete al susodicho en un costal y se lo lleva?

Pero luego descubrí que esa institución llamada matrimonio está quedando un poco estrecha y caduca en tiempos modernos. Que por enamorados que estuvieran los contrayentes cuando se casaron, con los años podían cambiar de opinión, que el robo no era tal, ya que si alguien no quiere ser “robado” simplemente no se va. También aprendí que muchos hombres mujeriegos firman semejante contrato a sabiendas que nunca lo cumplirán, confiados en que la mujer debe aguantarse las infidelidades, si es que quiere permanecer casada.

Ver tantos matrimonios infernales y fracasados jamás me hizo pensar “el mío será diferente”, como muchos prefieren creer, sino me hizo huirle y temerle. No fuera a ser que luego anduviera temiendo que me robaran al preciado consorte. Muchas veces envidié, tengo que reconocer, la fiesta y la alegría del día de la boda, pero no las limitaciones que se le imponen a la mujer, solo a ella, luego de tan esplendoroso día. Para mí, simplemente no valía la pena.

Lo triste es que todavía hay mujeres que viven con pánico de que el hombre que se casó con ellas ponga los ojos en otra. Tienen pesadillas con eso, por lo que comparten consejos (los mismos que se daban en la década de los 50s) para evitar el desastre. Ser bellas, esbeltas y arregladas, perfumadas y sonrientes, recibir al rey del hogar con un trago y un elogio. No contrariarlo con sus “tonterías”, instruir a los niños para que no molesten al cansado e incomprendido hombre de la casa. Y, créanlo o no, encima se sienten feministas. Qué risa.

Una mujer debe ser como quiera ser por ella misma. No torturarse con los cánones de belleza impuestos por los medios, ni pretender que está feliz si no es así. Si el hombre se fija en una mujer más delgada y joven, quizá le conviene que se lo lleve, tal vez ya no tienen cosas en común, tal vez es un superficial que ve a la mujer como un trofeo.

Afortunadamente, muchas son las mujeres que no ponen toda su felicidad, toda su vida, en el amor de su hombre, es decir, no son las señoras de nadie. Tienen problemas existenciales más importantes que tener una pareja y cuidarla. Viven el amor y el sexo con más libertad, y si viene la convivencia y los hijos será porque ambos quieren y con las condiciones que a ambos les parezcan.

Es por eso que adoro a mis amigas, artistas e intelectuales. En lugar de acomodar su vida alrededor de un individuo, el susodicho individuo debe acomodarse a la vida que ambos quieren llevar. Es un alivio escucharlas hablar, son el orgullo del género.

No me alegra que se acaben los matrimonios y las uniones, sobre todo si hay hijos, pero sí me enorgullecen las mujeres que tienen un plan de vida propio, que saben tomar decisiones difíciles tomando en cuenta también lo que ellas necesitan.

Ellas ya no se aguantan abusos e infidelidades, si no las tratan bien se van aunque sea duro. Un buen abogado y un terapeuta comprensivo, así como las amigas incondicionales, pueden ayudarla a salir del bache.

Se siente que las cosas están cambiando y me gusta. Amar a alguien y casarse (o unirse) no significa pasar a ser propiedad de. Es compartir entre iguales.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Midiendo las palabras


La autocensura es como usar un corsé, queremos vernos bien, sin llantitas, sin redondeces. Queremos una cintura de avispa que provoque envidia. Pero algunos lo que escondemos son demasiadas carnes, demasiadas cicatrices, demasiadas vivencias. Aquella masa pugna por romper los lazos de seda, la estructura metálica, el delicado encaje. Quiere salir tal cual es, aquella piel pálida, que quiere disfrutar del sol que no le han dado.

Hay algo en nosotros que nos hace creer que lo que hacen y dicen otras personas de alguna manera nos afecta. Que la esposa representa a su esposo, que los hijos son el reflejo de sus padres, que los empleados son una extensión de las empresas, que los ciudadanos responden por el honor de la patria. ¿Por qué? Supongo que debemos ser muy seguros de nosotros mismos para no pedir que otros no nos hagan quedar mal.

Si mi marido fuera un chara que se quedara tirado, sentiría pena por él porque no querría que nada le pasara. Pero no sé si me daría vergüenza, si lo reprendería por hacerme quedar mal.

Si mi hijo, por aquello de la dialéctica, me saliera derechista daría un fuerte respiro y pensaría dos veces antes de sacarlo de mi vida o de querer hacerlo cambiar. Porque si es un derechista con argumentos bien planteados y que respeta a los demás, podría llegar a entenderme con él. Pero, ¿qué sentiría cuando los demás dijeran: vé, a la izquierdoza le salió el tiro por la culata?

Pero hay niveles y niveles de autocensura. Lo primero que sale de mi cabeza, oh sí mi gastada y golpeada cabeza*, no siempre es lo que realmente quiero decir. Supongo que mi pobre inconciente vomita cosas putrefactas que ni yo misma comparto. Por eso no debo compartirlas así tal cual son. Hay un filtro, un diálogo, entre mi yos. Luego convenimos las cosas que diremos. Claro, aquí todavía son barrabasadas que muchos no quisieran oír.

La literatura es magnífica para esto, pero aquí hay otro filtro, uno que me hace corregir lo mal escrito, los lugares comunes, las muladas (como diría Pérez Reverte, a quién le interesan mis aventuras de adolescencia y cosas parecidas).

Antes no me medía para nada, nunca. Eso me metió en problemas muchas veces. Ahora vivo en una cuerda floja todo el tiempo. Yo soy una buena persona, pero según quienes me quieren, también debo parecerlo. Lo que salga de mi boca, de mi teclado o de mi pluma debe hacerme quedar bien.

Pero me da la impresión que están pensando en ellos más que en mí. Es decir, mis opiniones no deben hacer pasar vergüenzas a nadie. Esto no es justo. Si a la gente temas como el aborto, las drogas, la homosexualidad, el ateísmo, el feminismo y el suicidio, por ejemplo, simplemente les choca, ¿qué culpa tengo yo?

No ha faltado quien me ha advertido que soy una persona pública, que debo pensar antes mis acciones (y palabras) por eso. Qué curioso. Nunca pedí ser una persona pública, yo solo quería escribir. Todo lo demás vino después.

Tal vez sería mejor que me atacara la temida locura, que borrara cualquier filtro. Que el corsé explotara, dejándome tal cual soy: excesiva, pálida y llena de rollos y cicatrices.


*mi cabeza es grande y algo cuadrada, muchos sombreros y gorras no me quedan, pero afortunadamente tengo un lindo cabello. Me he golpeado la cabeza creo que demasiadas veces, tantas que no sé cómo no me morí o quedé con problemas (bueno, de eso no estoy tan segura). Tres ejemplos. Una vez peleando una hamaca en un hotel de San Pedro la Laguna caí y me dí con el filo de una grada. Los presentes se quedaron por un segundo pensando que me había desnucado, cuando de pronto, como un resorte, me puse de pie y le gané la hamaca a mi amigo, que se quedó paralizado del susto. Meses después, en una noche de copas, un amigo quiso ayudarme a llegar al carro cargándome en su hombro, más no contaba que pesaría más que un muerto. Así que cuando le fallaron las fuerzas me dejó caer en el pavimento, donde mi cabeza rebotó dos veces. Perdí el conocimiento. Muchos creyeron que era mi fin, pero al día siguiente me reí mucho al ver las fotos (que tomó uno de los testigos), aunque en realidad no recordaba el evento.
Cuando mi hijo era un bebé que apenas se sentaba, estábamos solos y yo me preparaba para bañarlo. Sin darme cuenta, el baño se inundó y el agua llegó hasta donde estábamos. Cuando caminé rumbo a la cocina el agua me hizo trastabillar (como en las caricaturas), y caí estrepitosamente frente a mi bebé. Otra vez me desmayé, no sé por cuánto tiempo. Cuando desperté, Manuel lloraba desconsolado (deplano dijo mi mamá se rompió la madre).

martes, 7 de diciembre de 2010

De generaciones y escritores



Los escritores más o menos de mi edad, unos años más unos años menos, ahora son cuates. Pero en sus inicios, eran totalmente extraños para mí. Cuando a finales del siglo pasado se difundió el atrevido manifiesto de la Editorial X me dio un poco de ilusión ser escritora.

Pero luego me sentí ajena, sobre todo cuando dijeron (en una entrevista en el periódico) que no tenían nada que ver con la guerra y el conflicto que acababa de terminar, que eran totalmente ajenos a lo que ya se había escrito, sin padres literarios, una generación espontánea.

Sancarlista y militante, admiradora del Bolo Flores, de Otto René Castillo y de Francisco Morales Santos, ya no me sentí identificada.

Quise que los escritores como yo, sin recursos ni lecturas sofisticadas, también sacáramos un manifiesto. Que también nos escucharan como la otra cara de la moneda, los feos y mal vestidos. Pero mientras los X hacían sus performances y hacían lecturas donde hablaban de tirar bebés desde los edificios, la coyuntura política de la pos guerra a nosotros nos entristecía, nos ahogaba, nos borraba. ¿Quién tenía tiempo, recursos, ánimos?

Así nació mi cuento Razón del heroísmo (título robado de un poema de Morales Santos), con rabia, con desesperanza, con ganas de hacer otra guerra. Así, sin proponérmelo, me hice notar pues gané un concurso, luego otro, y todo empezó para mí. Tanto, que Maurice Echeverría fue mandado por su editor a hacerme una entrevista (ya conté antes esa desafortunada experiencia).

En medio del vendaval que era mi vida entonces, decidí que debía hacerme notar también, aunque fuera solita.

Cuando esperaba en la recepción de El Periódico a Maurice, porque ni siquiera fue a buscarme, salió una chava con pelo muy corto y cara muy linda, pero con una expresión dura. Era Lucía Escobar. Me dijo parca “¿vos sos Jessica Masaya?”, al asentir me dijo que su profesora Aída Toledo quería contactarme. Apenas me dijo cómo y se fue.

Luego Maurice me habló de él en un jardín, casi ni hablé yo. La entrevista nunca salió, como ya dije, según ellos no tenía nada que decir.

Esa tarde eligieron a Ana María Rodas Premio Nacional de Literatura 2000, prefiriéndola sobre Isabel de los Angeles Ruano, yo fui al cine con mis amigas de la USAC y horas después paré en el hospital con mi primera crisis nerviosa. Vaya recuerdos ¿no?

Prado y yo tuvimos luego algunos encuentros y me encantó su modo, nada pretencioso, muy bonachón el patojo, parecía un osito de peluche. Eso sí, los encuentros fueron en lugares oscuros y hasta peligrosos, en medio de inolvidables noches de locura.

Han pasado 10 años del mencionado manifiesto. Hoy algunos jóvenes, como Vania Vargas en Luna Park, están sacando a luz nuevamente los textos y escritores de Editorial X y me alegro, deben conocerse más. Pero así también muchos otros escritores, de todo tipo, de todo origen.

Dejando atrás nuestras tendencias de primera juventud, todos somos diferentes ahora. Yo sigo siendo rebelde pero me tengo que acomodar a mi situación, por lo que refunfuño todo el tiempo, trabajando demasiado y sin tiempo ni para leer ni para escribir.

A Prado lo he visto varias veces en Oakland Mall con su esposa y pequeño hijo, por supuesto que no me saluda. Los demás han evolucionado muy a su manera, Lucía Escobar es una de las mujeres a quien más admiro, su linda cara ya no es dura.
Javier, Julio, Paquito y Ronald son amigos muy queridos, ahora personas serias y amplios conocedores de la literatura, algunos profesores universitarios.

Maurice le acaba de aclarar, muy públicamente pues fue en el Facebook, a Vania Vargas que él no firmó el Manifiesto X, es más, que ese proyecto era el de una persona, que lo recuerda con cariño pero nada más. Asegura él que no hay que “reificar” (sic) (tal vez quizo decir deificar) en esceso a la Editorial X. Asegura que en realidad cada uno tenía su propio proyecto. ¡Qué tal!

Me preocupa que una década después se quiera hacer leyenda a escritores que apenas están alcanzo la madurez (algunos). ¿Qué sigue después? ¿darles el Premio Nacional de Literatura? (me consta que el año pasado estaba nominado uno de los X, de apenas 35 años).

Más pan para mi matate.

Posdata
Debo tomar la decisión, ¿renunciar o no al Consejo Asesor para las Letras el próximo 14 de diciembre? Se acerca la fecha y no me decido.