martes, 18 de julio de 2017

De chavorrucos, viejóvenes y viejipis


La edad poco a poco se va manifestando aunque no queramos, tanto en nuestra autopercepción pero mucho más en ojos de los demás. No importa si genuinamente te sientes joven como siempre, después de los 40 la forma en que te tratan cambia, para bien y para mal.

Pero creo que mi generación, la X, le está costando conciliar lo que pensamos de nosotros mismos y cómo nos ven los demás. Tengo amigos que nunca usaron pelo corto ni zapatos “formales” y no ven por qué cambiar si se sienten cómodos siendo como siempre han sido, incluyendo su forma de hablar y, claro, de pensar.

Y así nacieron los que ahora llaman, a modo de broma pero con cierto desdén, “chavorrucos”.

Debo admitir que empecé a pensar en el tema por culpa de los memes, antes para mi no había ningún problema en que los cuarentones fuéramos a las tienda de moda. En esas pensadas para flacas millenials, como Bershka y Forever 21, sí he notado ciertas miradas inquisidoras hasta de las que allí trabajan. Muy diferente es cuando voy a Zara o Lolita, como si en realidad allí perteneciera.

A mi me gusta la ropa, la moda, punto. Pero al parecer además de buscar cosas que me queden bien por mi figura y complexión, ahora debo pensar en que vaya acorde a mi edad. Curiosamente en mis 20s me pasó algo parecido: en un empleo me obligaban a vestirme formal para parecer más madura para que “me respetaran”. Es pesado que los demás quieran opinar en algo tan personal como la vestimenta.

¿Por qué otros deben dictarnos cómo vestirnos? ¿la percepción de lo que somos está realmente “atada” a lo que vestimos?

Cuando era jovencita no había chavorrucos, era como si los adultos de entonces estaban orgullosos de ser formales, desdeñaban las modas “locas” de los jóvenes y las consideraban de mal gusto.

Y ahora que lo pienso, cuando me intentaba vestir a-lo Madonna y luego con la moda grunge, buscando una identidad generacional, si mi mamá o alguna tía también lo hubieran hecho hubiera sido raro. Es decir, mi forma de vestir trataba de decir “aquí estamos los jóvenes, son somos diferentes a ustedes, los mayores, por eso queremos romper con lo establecido”. Cuando me pintaba los labios y las uñas de negro, el gesto hubiera perdido fuerza si hubiera descubierto a mi mamá probándose esos colores junto a mi.

Por ese lado, entiendo el recelo de las chicas y chicos que se burlan de los que les llevan 10, 15, 20 años y usan las mismas prendas que ellos. Ellos tratan de tener un estilo propio, en todos los sentidos, que sea solo de ellos como tribus urbanas.

Como principio, los X estamos acostumbrados a no darle mucha importancia lo que piensan la mayoría, podría importarnos tal vez la opinión de aquellos que admiramos y respetamos. Así que no esperen que desaparezcan los chavorrucos así nomás.

No sé si califico como chavarruca, supongo que sí porque no me miro como una doñita convencional. Desde que soy consciente del término, quizá me fijo más en no usar las prendas que usan las hijas de mi marido por ejemplo, pero también es cierto que si algo me gusta me lo pondré y ya.

No es de extrañar que existan palabras como chavorrucos, pues siempre estamos fijándonos en los demás y nombrándolos. Por ejemplo, tenemos un chiste privado donde nos referimos a esos jóvenes, generalmente hombres, que parecen más viejos de lo que son. Visten y piensan de manera conservadora, al ser sedentarios lucen pancitas y para su mala suerte empiezan a perder el pelo al final de los 20s. Esos que no toman riesgos y repiten los patrones que les inculcaron, que no quieren cambiar nada del mundo que les tocó vivir. Ellos son los viejóvenes.

Y más recientemente hemos bautizado a unos amigos mayores que los chavorrucos, esos que vivieron el verano del amor, pacifistas que siguen soñando con flores, drogas sicodélicas y un mundo mejor: los viejipies. Ellos me caen muy bien porque lucen con orgullo sus prendas holgadas y coloridas y suelen promover un mundo de amor y paz. Y vaya si saben divertirse.