lunes, 1 de junio de 2020

Tus abrazos me curan



Pensaba que madurar, envejecer, era volverse más fuerte y tener el paso más seguro. No es así, por lo menos en mi caso. Toda esa bravura que tuve fue aplacada a puro golpe, la piel se hizo más delgada y el andar incierto. El mundo, al que me enfrenté para domar, ahora solo me duele. Pero esa es otra historia. 


Lo que quiero decir hoy es que tus abrazos me curan, siempre. Hay algo que caza perfectamente, tu ancho torso, tus brazos fuertes, tus manos suaves. Además, tu temperatura es exacta a mis necesidades, tu olor me dopa. 


Me envuelves, mi pequeña talla ayuda para que el abrazo abarque gran parte de mi cuerpo. Aunque aprietes, y mis huesos crujan a veces, siempre es un deleite pues es como si todo lo que estaba desencajado vuelve a su lugar. 


¿Cómo hacía antes sin tus abrazos? Supongo que andaba toda desacomodada, desarticulada. 


Desde la primera vez que te vi, tan apuesto y serio sobre un escenario, intuí ese súper poder secreto. 


Debo confesar que tengo problemas para acercarme a los demás, desde niña destrozaron mi capacidad de confiar en quien entra a mi espacio personal e íntimo. Siempre sospecho malas intenciones y falsedad, a veces sin fundamento. 


Claro, aún así abrazaba pero ansiaba el momento de quedar sola. 


Hasta que te encontré de nuevo, sentí algo muy raro. Un fuego que me empujaba hacia ti, una fuerza me atraía, mi cuerpo suplicaba por un abrazo tuyo. 


Y lo logré, allí estás como un faro que me guía a casa y que al llegar me abre los abrazos. Siempre es un buen momento para abrazarnos, si hay frío, si estoy triste, si estás cansado, si pasó algo incomprensible o aterrador, si ganamos algo, o perdimos todo. 


El problema es cuando te vas. Me despierto junto al vacío, abrazo el aire. Me voy a trabajar sin mi dosis, absorbo el smog y las malas vibras sin protección, sin el escudo protector que me das. 


(Escrito durante la gira que te alejó de mí… publicado durante la cuarentena que nos reunió de nuevo y me tiene disfrutando tus brazos todo el tiempo).





lunes, 30 de septiembre de 2019

De cómo reencontré al príncipe



(Texto escrito en octubre 2018 pero publicado el 30 de septiembre 2019 durante el luto por el Príncipe de la Canción).

Me preguntan por qué me gusta la música de José José, sí, el cantante mexicano que oían nuestras madres. Me dicen “¿a  ti, la rebelde de la generación X orgullosa de haber vivido el grunge, que creció en una tradición rockera?
Esta pregunta me remonta a bastantes años atrás. No, no me recuerda mis noches de karaoke con amigos periodistas, ni fiestas hipsters en el centro histórico.
En realidad me remonta a una noche lluviosa a principios de siglo cuando debía desalojar el departamento donde vivía en la 31 calle de la zona 12. Era el fin de una era para mí, renunciar a una vida muy cómoda y desenfrenada.
Imaginen la escena. Estábamos desmantelando el que había sido el hogar de un grupo muy peculiar de personas. La vieja y enorme refrigeradora se estaba descongelando para poder llevarla. Parecía llorar a mares, llenando de agua gran parte del comedor y la sala. Pero ya nada nos importaba.
Teníamos 24 horas para irnos.
Esto provocaba pesar a muchas personas, no solo a las 4 que todavía vivíamos allí. No era una mudanza feliz, por lo que no había mucho entusiasmo de hacer maletas. 
Allí había desembocado todo tipo de gente, de toda edad y costumbres, en ciertos momentos parecía una comuna hippie. Herencia de eso era un CD de José José que apareció por allí.
Era la época cuando se compartían MP3 y los que vendían discos piratas tenían unos con las 100 mejores canciones de X artista, estilo musical o época. Por alguna razón, allí entre nuestras cosas estaban Todos los éxitos del Príncipe de la canción.
Tengo que reconocer que al principio solo trajo a mi mente recuerdos de infancia, la mayoría no muy gratos. Las fiestas y borracheras de mis padres, también sus peleas y la melancolía de mi mamá. Me recordó al barrio y sus adolescentes enamoradas, los chismes que esos romances provocaban y mi deseo de crecer para enamorarme también.
Es mi visión de niña precoz queriendo crecer rápido y comerme al mundo.
Esos violines dramáticos y arreglos orquestales de las canciones de José José parecían sacados de una de las películas y telenovelas que miraban las mujeres encerradas en su casa. Todas (adolescentes, casadas y solteronas) parecían anhelar algo que se les negaba, algo que se les escapaba de las manos. ¿Amor, juventud, dinero, libertad, independencia, lujuria? parecían no saberlo.
La zona 5 de mis recuerdos es así, la escenografía de una película de los años 80s, donde yo era poco menos que un extra, alguien haciendo bulto.
Muchos años después, durante esa noche de mudanza en la zona 12, mientras bebíamos cerveza tibia porque la refri ya estaba fuera de servicio, el cielo tronaba y parecía caerse, algo hizo “crack” en mí. Tanto rock, tanta trova, tanta música de huelga y de protesta no habían logrado borrar esa fibra cursi, el barrio seguía latiendo en mí.
“Qué triste fue decirnos adiós, cuando nos adorábamos más, hasta la golondrina emigró presagiando el final”, se oía en la bocina y crecía la melancolía no sé si era por dejar esa casa donde fui verdaderamente libre, o por los amores fallidos que allí nacieron y murieron, o la incertidumbre de ir a una nueva casa y a una nueva vida.
El refugio más seguro siempre es la niñez, o al menos los recuerdos de esta. Allí estaba yo descubriendo que me conocía esas letras y que tocaban sentimientos que había querido olvidar. En ese momento yo estaba a punto de cumplir 30 años y aún trabajaba como secretaria pero que había publicado un libro y había obtenido reconocimiento por ello.
Tenía un pie en cada mundo, uno en el del proletario lleno de dramas que se gasta su quincena en borracheras inútiles. Pero el otro adentrándose a otro lleno de promesas.
Así José José me permitió vivir el drama que conllevaba ese momento. Dejé las cajas y los planes de empacar y nos fuimos bajo la lluvia cada quien por su lado, yo a un bar que estaba en la misma calle. Los cuatro habitantes de la casa creo que estábamos en el mismo dilema.
El dueño del bar, asombrado de que llegara empapada y sin ganas de hablar, fue paciente y aceptó poner a José José. Mientras al fin tomaba cerveza fría, recordaba cómo había llegado a esa casa luego de que mi familia estalló en mil pedazos.
De la zona 5 al epicentro universitario sancarlista, una relación que había empezado en los 90s cuando llegué a estudiar a Humanidades. Al inicio llegaba solo por las noches a clases pero luego conseguí un trabajo allí mismo pero en otra facultad. Así, ponía pie en la ciudad universitaria a las 7:30 de la mañana y me iba poco después de las 8:30 de la noche, muchas veces haciendo una escala en algún antro de las afueras.
Cuando pasé a vivir allí, mi mundo ya se redujo solamente a ese radio de acción. Al irme de esa casa era como cerrar el círculo a mi manera, así como soy yo, de manera definitiva pero extrema y decadente.
Como he dicho antes, contar lo que pasó en ese apartamento sería muy largo, tal vez algún día lo haga. Pero las bacanales eran tales que la dueña empezó a recibir muchas quejas.
Es más, debo reconocer que algunas de las residentes de nuestro apartamento se fueron porque no compartían ese estilo de vida. Recuerdo una vez que estábamos en el Tarro Dorado, que también estaba en la misma calle, y coincidió con un partido de la selección de fútbol.
Había optimismo en el aire porque iban ganando, cuando terminó el partido había tal euforia que todos empezamos a hacernos amigos. Por eso no dudamos en trasladar la fiesta al apartamento donde se volvió una escena digna de esas películas de fraternidad gringa.
La cosa se agravó porque para nuestra mala suerte, una de las residentes se apareció por la mañana con su santa madre. Aquello parecía el paisaje después del paso de un huracán.  A esas horas de la mañana de un sábado no teníamos mucha conciencia, por lo que no pudimos argumentar nada cuando la mamá visitante aseguró haber encontrado en un rincón un vaso lleno de orina.
Esa es apenas unas de las razones por las que nos debíamos ir, así como las bolsas de basura que dijeron encontrar destrozadas por gatos y perros dejando al descubierto botellas, chencas y preservativos. O cuando nos inculparon por un calzoncillo (usado) encontrado tirado por allí, cuando allí no vivían hombres.
Por eso las súplicas y negociaciones con la dueña para quedarnos no surtieron efecto, debíamos irnos y punto. Sentada en ese bar la noche antes de partir me sentía culpable por muchas cosas, pero además dichosa de haber vivido esa época. Estaba segura, y así fue, que fueron lecciones valiosas.
Porque también hubo amistad, amor, solidaridad, alegría, tristezas compartidas, pobrezas creativas, carcajadas y llantos. La puerta estaba siempre abierta para quien lo necesitara.
Ahora pienso que si la anciana no nos hubiera sacado, esa etapa se hubiera alargado innecesariamente. Pero esa noche no lo entendía, así que volví al amado departamento a seguir tomando cerveza tibia y el disco de José José siguió sonando.
Fue un duro despertar al día siguiente, sin haber empacado y con resaca. Ninguno de los que llegó alguna vez a la casa a beber, comer o a ponerse high estuvo allí para ayudar. Si no hubiera sido por los novios de mis compañeras no sé qué hubiéramos hecho, pasamos todo el día moviendo cosas con la ayuda de un pequeño pick up.
El condominio quedó feliz y tranquilo, las brujas nos fuimos. Pero nosotras sacudimos nuestras melenas y seguimos adelante. Pronto dejaría la USAC y me convertiría en periodista y empezaría una nueva etapa.
Veo atrás y agradezco la locura de esos años y, claro, la llevo conmigo aunque no se me note. Y me quedó el José José que luego me dediqué a cantar en karaokes kitsch con la Iglesia de José José conformada por periodistas y escritores, así como en las fiestas hipsters de Simplemente Rosita.



miércoles, 11 de septiembre de 2019

Respirar con la cabeza bajo el agua


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Hay personas que no se dan cuenta lo atractivas que son para otros, son bellos despistados. Tú eres uno de ellos, mi hermoso novio.

La primera vez que te hablé cuando no había cumplido todavía los 16 años, en realidad yo no había hablado con muchas personas que digamos. Mi mundo en 1988 era el colegio y mi casa. Fui una niña introspectiva y reservada, hasta un poco triste.

Aún así esa niña de chongos y calcetas, luego de verte cantar, hizo la mayor travesura que había hecho hasta entonces. Un grupo de patojitas colegiales no descansamos hasta dar con el lugar donde tu grupo, el más famoso por entonces, ensayaba.

No tienes idea, no puedes imaginar, el gran esfuerzo que significó para mi armarme de valor y, luego de muchos intentos fallidos, hablarte a la cara. Verte de frente y tratar de articular palabra fue lo más valiente que había hecho hasta entonces.

Fue como lanzarse al agua sin equipo de buceo y sin saber nadar siquiera, hundirse y encontrarse de pronto sin poder respirar. No se oye igual, las cosas se ven borrosas y todo parece más lento y pastoso.

No puedo imaginar qué pensaste tú, era una más de las que llegaba a buscarte, supongo. Ahora veo lo amable que eres con todos los fans, siempre con tiempo y una sonrisa para escucharlos. Así fuiste conmigo en 1988. Pero ¿qué podíamos hablar tú y yo en ese entonces? Apenas balbuceé un par de tonterías de las que tú te reíste con ternura, firmaste lo que te pedí y me hiciste un par de preguntas. Para ti, un día más en la vida del rockstar, para mi, el día más fantástico de mi corta existencia.

Traigo este primer encuentro para ir ahora al que tuvimos el 11 de septiembre de 2004, en Aguacatán. Diez y seis años después, luego de haber vivido intensamente tantas cosas, con más de 30 años de edad y una vida de mujer emancipada de la que estaba muy orgullosa, emprendí el largo viaje a ese lejano lugar de Huehuetenango sin haber dormido bien, muerta del susto y los nervios por hablarte. Volví a ser una adolescente.

Y allí empezó una etapa muy curiosa, otra vez, como bajo el agua: literalmente no podía respirar frente a ti. No sabía qué cara poner, cómo hablar, como moverme, qué decir para que te fijaras en mi. Esto me hacía sudar como desquiciada, durante meses, que duró esta etapa, creo que me deshidraté y tuve arritmia cardíaca.

Ese sábado en Aguacatán, cuando finalmente llegué junto a otros periodistas, saliste y hasta en ese momento salió el sol para mi. Tenías verdes y bellas montañas como marco, vestías de tela cruda casi blanca, tenías puesto caites que dejaban ver tus blancos pies. Extendiste la mano, sonreíste con mucha paz y me diste la bienvenida. ¿Yo? Paralizada, hiperventilada, con la mente en blanco. Bajo el agua.

Meses enteros así, sin creer que estaba contigo, con miedo a que en cualquier momento te desilusionaras o te aburrieras. ¿Qué cara pone uno para verse más bonita? ¿qué postura se asume? ¿cuáles eran las palabras mágicas para que entendieras que moría de amor por ti desde hacía años?

 Pero afortunadamente tú me fuiste calmando hasta que fue más fácil estar cerca de ti. Me sacaste del error de pensar que el amor es gustar solo por fuera, quisiste conocer lo que tengo adentro y ¡te gustó! Y a mi me encantó lo que fui descubriendo en ti. Tu belleza se equipara con tu interior, un equilibrio perfecto. Por alguna razón tú amaste mi locura, mis ideas, mis dolores, mis alegrías, mis éxtasis.

Así han pasado 15 años, te veo llegar y todavía me agito, me preparo para tirarme al agua donde ya me muevo con más propiedad. Tengo que confesar que aun hoy a veces no puedo creer que estés conmigo, mi príncipe rockero soñado.

Y al parecer, otros también se lo preguntan.

Hace un par de años había una plaza que me interesaba mucho. Un trabajo que tenía que ver con el arte y la cultura. Me llamaron para una entrevista y yo me emocioné. Llegué puntual y dispuesta a explicar por qué era la persona indicada para el puesto.

Sí hablamos de mi curriculum y la oportunidad laboral, pero solo unos minutos. Rápidamente el director de esa institución me preguntó por ti. No es raro, la gente te adora y siempre quieren hablar de ti. Pero esa vez fue diferente.

El funcionario serio y formal de pronto se volvió un individuo curioso y chismoso. Literalmente me preguntó cómo había hecho para “atraparte”, siendo tú un hombre tan codiciado y cotizado.

Me quedé sin habla, para eso no me había preparado. Mientras él esperaba mi respuesta, por mi mente desfilaron miles de cosas, pero nada en concreto.

Sonreí y le dije que ni yo lo sabía.

Pero en realidad no te "atrapé", mi hermoso. Cuando te volví a encontrar pude ver en tus ojos lo que necesitabas. Como dice la primera canción que me hiciste (aquí el hermoso video), ni tú sabías que no había calor en tu pecho, pero yo te incendié por fuera y por dentro. Te di una nueva ilusión, un nuevo proyecto de vida junto a una compañera, una igual.

Hoy cuando vengas por mi y vea tu sonrisa emerger de entre la multitud, me pondré mi gorrito de nado y mis googles, me tiraré una vez más al agua e iremos a celebrar mientras yo apenas puedo respirar de la emoción.

Feliz aniversario, bonito.

lunes, 9 de septiembre de 2019

Vuelvo a escribir en este blog


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Hace más de dos años que no escribo algo personal en este blog.

Razones hay muchas, la primera (oh sorpresa) son las redes sociales. Muchos teóricos como Jaron Lanier, que irónicamente es un pionero de internet y de la realidad virtual, han desatado las alertas contra este nuevo modo de ver el mundo: a través de fotos trucadas, estados de ánimo falsos, opiniones de gente que no sabe de lo que habla y gente que odia a diestra y siniestra.

Lanier considera que los beneficios que traen estas redes no compensan los inconvenientes. Y en su libro, Ten Arguments For Deleting Your Social Media Accounts, enumeran los contra de vivir por medio de las redes.

En su opinión, el totalitarismo digital es la nueva amenaza para el orden social, como lo fueron el fascismo y el comunismo anteriormente (lo sé, suena dramático). Lejos de alinearse en el bando de los tecnófobos, Lanier lanzó el  manifiesto You're not a gadget pidiendo la reinvención de Internet y sus aplicaciones, pensando en el individuo más que en las máquinas, en la utilidad más que en la rentabilidad, en el progreso más que en el resultado inmediato.

Una de las tantas advertencias que da el autor es que las redes sociales han reducido nuestra capacidad de ser empáticos.

Antes le dábamos nuestra opinión a quien le interesaba, la mayoría de veces de cara a cara. Solo unos pocos tenían la oportunidad de “publicar” sus ideas en algún medio de comunicación o libro. Como eran espacios reducidos, se consideraba que quienes los usaban eran “expertos”, ya sea por formación o por experiencia, por lo que sus lectores podían confiar que leían a alguien confiable.

Esto tenía la desventaja que el ciudadano común, de a pie, no tenía oportunidad de dar a conocer su punto de visa.

Pero luego todo cambió, hace una década la democratización de la expresión llegó cuando todos pudimos, primero en blogs y luego en redes sociales, decir literalmente lo que nos da la gana. Claro, con el riesgo ineludible de recibir mucho odio a cambio (y un poquitito de amor). Y a sí empezó al pelea campal que vemos hoy día y que nos llevado a muchos a callar.

Uno se sentía especial por poder publicar algunas ideas en columnas de opinión (o blogs), luego, a nadie le importó. El mundo cambia y uno se debe acomodar a los nuevos tiempos. A lo que no se debe uno acostumbrar es a las noticias falsas, a los ataques sin fundamento, a la discriminación disfrazada de crítica, al odio desmedido.

Además me quedaba como perpleja pues muchas veces al leer a alguien escribiendo sobre cualquier cosa, me preguntaba ¿a quién le importa? Pero luego, me ponía en el lugar del susodicho y pensaba otra vez, ¿será que alguien quiere saber lo que yo pienso? Me apabullaba el hecho que la mayoría lo que hace es criticar y trolear solo porque pueden.

Así uno se hace de haters que te leen casi religiosamente, solo para sacar información y usarla para hacer daño. Gente con el corazón podrido, quizá de tanto dolor, que buscan en lo que escribes tus partes vulnerables para burlarse ó malinformar.

Algo que también me orilló a silenciar mis opiniones fue la profesión de periodismo. Luego de 16 años me acostumbré más a registrar, a investigar, a presentar los hechos y perspectivas relevantes sobre un hecho. Comprendí que en la mayoría de los temas aunque tengo una opinión no tengo la formación necesaria. No entendía cómo otros pretenden explicarnos el mundo con tanta prepotencia, verlos me desanimaba mucho más.

De esa manera y en plena era digital, cuando es más fácil que nunca compartir tu vida y tus ideas, yo dejé de hacerlo. De ser un libro abierto, sobre todo desde este blog, pasé a ser una ermitaña, por primera vez me guardé mis más íntimos pensamientos para mi y mi círculo cercano.

Otra razón de peso fue que, aquí viene la confesión de este post para seguir con la tradición de antes, atravesé por la crisis de la edad madura. O mejor dicho, ella me atravesó y casi me mata. En el ínterin, escribí dos libros y viví intensamente.

Pero, claro, eso queda para contarlo en un nuevo texto.

Por el momento solo estoy aquí para decir “he vuelto” y recargada porque necesito escribir esta especie de desahogo que hago aquí. Tengo que aceptar que tengo muy buenos lectores que me comprenden y tienen aprecio, así que por un par de personas que hacen mal uso de mis palabras no voy a dejar de expresarme. He aprendido a ignorar y sobrellevar a los haters, así que aquí les voy…


viernes, 19 de julio de 2019

¿Un premio Nobel para el terror?



El Día de Muertos, y toda la temática de Halloween, me hizo recordar que en un conversatorio de narrativa nos preguntaron a los participantes si conocíamos escritores que hicieran relatos de terror o ciencia ficción. Los demás dijeron que no, y yo solo he oído de dos que se inclinan por ese género.

Sin duda alguna en Guatemala existe gente a la que le gusta leer y crear historias que despierten horror, pero no son de los más conocidos. Si partimos de que la literatura es una tradición, quizá la mayoría nos inclinamos por aquella realista, o hasta hiper realista, que descubra y denuncie lo que ocurre a nuestro alrededor.

En ese conversatorio también se dijo que a lo mejor en nuestras sociedades llenas de problemas y dramas cotidianos, el material para inspirarse y escribir, incluso con un tono de miedo, está en la cotidianidad.

Hay historias reales que, como dice el viejo dicho, superan a la ficción. Fantasmas, zombis, monstruos e invasores de otros mundos parecen inofensivos ante ciertos personajes de la vida real.

El género de terror u horror se ha considerado “menor”, aunque grandes escritores como Edgar Allan Poe y Horacio Quiroga lo cultivaron. En Latinoamérica muchos experimentaron con lo que se conoce como literatura fantástica, como Gabriel García Márquez y Julio Cortázar, pero no era estrictamente
parte de esta forma de escribir que, básicamente, busca dar miedo.

Hay quienes escriben relatos que te perturban y no te dejan dormir por las noches. Puede que vendan millones de libros, pero estos carecen de valor literario y no pasarán a los anales de la historia. Una
gran excepción es Stephen King, quien tiene títulos alabados por la crítica y que persisten en el tiempo.

Con una carrera de no menos de 40 años y decenas de libros, King no solo nos ha hecho tener miedo, también ha retratado y criticado a la sociedad en la que le ha tocado vivir. Otro mérito es que ha conseguido que multitudes lean.

Muchos dicen que deberían darle el premio Nobel, aunque tenga en contra ser un creador de best sellers y que sus historias sean de terror (llevadas muchas veces a la pantalla). Los puristas rechazan
la idea, pero son los mismos que no esperaban que se lo otorgaran a Bob Dylan.

Sin duda, este debate está apenas empezando, no dudo que en los años venideros veremos esfuerzos por vindicar el género de terror y ciencia ficción, que ha ido evolucionando y perfeccionándose.

La literatura y el suicidio, vaya tema complejo

A pesar de mi pánico escénico, me he propuesto dar clases como una opción para mis próximos años. Por eso, cuando me preguntaron si podría hacerme cargo de un taller en la Fundación Paiz en octubre,
accedí de inmediato.

El tema ya estaba establecido y no se podía cambiar. Debo impartir un taller acerca de la relación entre la literatura y el suicidio. No sé si soy la persona más adecuada para hablar sobre eso. Por supuesto, me parece un tópico interesante, quizá demasiado.

Ante esa casi “fascinación” es fácil caer incluso en promoverlo, así como en rechazarlo y condenarlo sin analizar todos sus ángulos. Quien diserte sobre esto debe guardar un equilibrio y espero poder hacerlo.

El suicidio ha estado presente en la literatura universal desde siempre, no solamente como tema sino como el desenlace en la vida de no pocos autores. Virginia Woolf ahogándose en un río, Mariano José de Larra dándose un escopetazo, Sylvia Plath metiendo la cabeza en un horno y Horacio Quiroga bebiendo cianuro.

Albert Camus dijo que el suicidio es un acto de libertad, mientras que Balzac que es un sublime poema a la melancolía. Un tema escabroso, la muerte autoinfligida abarca aspectos médicos,
sociales, estéticos y hasta ideológicos. He decidido hacer un recorrido por los casos
más emblemáticos de suicidas escritores, analizando cómo esta forma de ver la vida afectó a su obra.

Serán cuatro sesiones a las que todos los interesados pueden asistir. En la primera haremos consideraciones médicas y sociales del suicidio. Dejaremos los prejuicios de lado, pero sin glorificarlo. ¿Acaso los artistas son más propensos a llevarlo a cabo?

En la siguiente cita nos preguntaremos si ¿la muerte es la novia de la literatura? Descubriremos desde cuándo hay escritores suicidas.

En la tercera sesión hablaremos sobre tipos de autores suicidas: algunos oyen voces en su cabeza, otros no soportan el dolor y el abandono, no faltan los que llevaron sus ideales al extremo. Tocaremos
casos paradigmáticos.

Para la última fecha abordaremos lo que pasa con los lectores de estos escritores. Haremos un recuento de las opiniones más aceptadas acerca de la influencia de la literatura, y sus temáticas, en los lectores.

Busco que todos lleguemos a una opinión propia sobre el tema.



Las cartas ¿todavía se usan?

Vivimos en una era de comunicaciones instantáneas y parecen ya lejanas las épocas en que uno tenía que tomar lápiz y papel para escribir una carta y luego mandarla. La espera para recibir la respuesta podía ser muy larga y se sentía eterna. Ahora las cartas parecen exclusivas de las oficinas, que también las usan cada vez menos.

Por eso me causó mucha sorpresa que las Aldeas Infantiles SOS en Guatemala me invitaran a dar un taller acerca de cómo contar historias por medio de cartas. Acepté de inmediato porque esto reúne
dos formas de escribir a las que me he dedicado por muchos años: la correspondencia fue el pan diario cuando era secretaria, y la narrativa, pues es mi pasión.

Esta entidad no lucrativa acoge a niños que lo necesitan, tengan o no padres, y les otorga un entorno familiar, una casa. Muchas veces aceptan hermanos, por lo que pueden seguir creciendo unidos
en un hogar. Junto a otros niños y una educadora, que hace las veces de mamá, viven en familia, por lo que no se pierden de ninguna experiencia de la infancia y adolescencia.

La organización funciona en todo el mundo y en Guatemala tiene presencia en varios departamentos. En una sociedad en que tantos niños son dejados a su suerte, su labor es admirable.

Como se puede adivinar; para funcionar necesitan de la ayuda de la mayor cantidad de personas. Así que dentro y fuera del país cuentan con padrinos para estos niños que los apoyan y acompañan, aunque sea a la distancia, en su crecimiento y formación.

Precisamente para que quienes colaboran con los niños puedan enterarse de lo que pasa en sus vidas, cada año las directoras de estos centros les escriben dos cartas que van acompañadas de fotografías.
Escribir estas cartas es una tarea difícil, ya que deben encerrar tantas vivencias y sentimientos que los acerquen a sus ahijados. Por años lo han hecho muy bien; se nota que han desarrollado la habilidad de poner en palabras y en papel eso en lo que su ayuda se traduce.

Son historias de retos y obstáculos, pero también de triunfos diarios y metas logradas. A pesar de que las directoras de estos proyectos tienen mil cosas que hacer, pues trabajan los siete días de la semana, sin horario de entrada ni salida, se toman el tiempo para sentarse a escribir.

Ante esta experiencia y loable labor, yo solo llegué a refrescarles ciertas nociones. Y mi mayor aporte fue, creo, compartirles trucos y métodos para hacer su escritura más efectiva y ordenada.
No se puede enseñar a escribir en un taller, pero sí compartir experiencias para probar con nuevos métodos. Ojalá les haya aportado algo.

¿DEBEMOS REFORMAR EL PREMIO NACIONAL DE LITERATURA?


Hace unos años me metí en problemas por decir mi opinión acerca del Premio Nacional de Literatura a un medio de comunicación. Dije que debería espaciarse la premiación para darle chance a los escritores activos a desarrollar su carrera. Esto porque se supone que se galardona “al conjunto de la producción de un autor o autora, en consideración de su calidad y aporte al desarrollo de la literatura guatemalteca”.

Según yo debería darse cada 4 años con un reconocimiento en metálico más alto, creo que mencioné Q200 mil (sumando los Q50 mil que actualmente se dan de manera anual). Y además opiné que en los años intermedios debería promoverse y distinguirse la creación de autores jóvenes, y no tan jóvenes, para que así vayamos “cultivando” a esos premios nacionales.

Fui muy criticada y hasta la fecha veo ciertas miradas de reproche. Se dijo que eso era no valorar a los autores y que el dinero, aunque poco, se podría perder si no se entrega y, lo más escandaloso, que no eran “narcos” para estar dando más dinero a un escritor. En fin, a veces decir lo que se piensa no es bien recibido por todos.

Todo esto vino a mi mente, porque hace unos días la Universidad del Valle deGuatemala (UVG), para celebrar los 10 años que lleva invitando a un autor nacional a que hable con los estudiantes, realizó la actividad Conmemoración y celebración de la literatura guatemalteca.

Uno de los oradores, no digo su nombre porque no le quiero acarrear los mismos problemas que yo tuve, dijo con otras palabras casi lo mismo que yo pienso acerca del máximo galardón a las letras.

Agregó otra idea que me pareció genial: que en lugar de un solo y escuálido galardón, se entregue una pensión vitalicia.

Sería reconocer a un escritor, pensador y ciudadano guatemalteco que haya aportado con su obra y su vida a la literatura del país, que haya marcado un precedente con su estilo y que incluso haya iniciado escuela. Alguien que haya invertido décadas en promover no solo sus propias letras sino la de otros
escritores, motivando a los jóvenes a leerlos y también a escribir.

Como afirmó este orador en el evento de la UVG, esos personajes no abundan y hay que darles tiempo y condiciones para surjan. Cuando el premio fue creado en 1988, por suerte, había muchos
autores a quienes premiar,sobrevivientes de épocas de represión y muerte . Pero, actualmente, en un país que no apoya a sus literatos, en que la industria editorial es incipiente y la gente no lee, me parece obvio que primero debemos apoyar la formación y difusión de los escritores.


lunes, 29 de octubre de 2018

Si vas a crear, lo harás pase lo que pase


Los escritores que nos gustan son los que dicen aquello que ya intuimos, que de alguna manera ya sabemos pero no ha tomado forma de palabra. Aquellos que ponen orden al conjunto amorfo y caótico que hay en nuestra cabeza.

 Es como si leyeran tu mente pero, en realidad, están leyendo y desentrañando la esencia humana gracias a su gran sensibilidad y talento.

 Son esos escritores que conocimos en un momento crucial de nuestras vidas, que nos dieron una luz casi sobrenatural en el camino. Y, claro, son esos a los que volvemos por consuelo, por cariño, por sabiduría, por un jalón de orejas.

 Un ejemplo para mi es el poema “air and light and time and space” (así, sin mayúsculas ni comas) de Charles Bukowski. Este señor es todo un mito no solamente por sus escritos sino también por su forma de ver la vida. En estos versos quiere desmitificar la idea que se necesita “aire y luz y tiempo y espacio” para crear.

 Dejarlo todo (trabajo, familia, amigos) y crear “un santuario” para escribir puede sonar ideal, pero en la práctica no sé si funciona. Según Bukowski, el que va a crear lo va a hacer en cualquier lugar, bajo cual cualquier circunstancia.

 Es más, yo tengo la idea que la vida aparentemente ordinaria pero pesada, con sus problemas y los golpes que nos propina, otorga un ingrediente misterioso pero muy necesario para que lo que escribimos tenga sabor, calle, carcajadas, sangre, lágrimas y maldiciones verdaderas.

 De esa cuenta, si vas a crear, según don Charles, lo harás “trabajando 16 horas por día en una mina de carbón, o vas a crear en una pequeña pieza con 3 niños mientras vives de la asistencia social, vas a crear aunque te falte parte de tu mente y de tu cuerpo, vas a crear ciego, mutilado, loco, vas a crear con un gato trepando por tu espalda mientras la ciudad entera tiembla en terremotos, bombardeos, inundaciones y fuego”.

 El poema remata diciendo que las condiciones ideales, “aire y luz y tiempo y espacio”, “no tienen nada que ver con esto y no crean nada, excepto quizás una vida más larga para encontrar nuevas excusas”.

 Revisitar este poema me alivia, pues si no estoy creando no es por culpa de nada ni de nadie. Quizá solo no es el momento.

 Filgua se adentra en El mundo de Asturias

 En las 14 ediciones que lleva de realizarse la Feria Internacional del Libro en Guatemala (Filgua) no siempre he estado de acuerdo en algunos detalles de su organización y desarrollo. No obstante, comprendo la necesidad que se lleve a cabo y que todos nos involucremos.

 Como muchos, he participado en sus actividades tanto como expositora y como público, he pasado buenos momentos en ella, he conocido y reencontrado a interesantes personas. Como la mayoría de actividades de cualquier tipo, el espíritu y el resultado depende mucho de quienes las organizan. En estos años Filgua ha tenido grandes aciertos y aportes, pero también algunos resbalones. Pero es la feria que tenemos y allí va creciendo.

 Lo que no me parecía era que se resaltara más la parte comercial de la industria editorial y menos el contenido de los libros. Es de entender que es una asociación empresarial la que organiza, Gremial de Editores, y que para ellos es una gran inversión que deben procurar les traiga beneficios.

 Pero supongo que una cosa no pelea con la otra, porque entre más prestigiosa es una feria tendrá más “valor” y atractivo. Apoyo una feria que además involucre a otras entidades académicas y de peso en el mundo de las letras, del arte y la educación para que su contenido aporte a nuestra sociedad.

 Este año, en medio de las celebraciones del cincuentenario del Premio Nóbel de Miguel Ángel Asturias, es justo decir que las 383 actividades de este año están muy interesantes y balanceadas. Hay temas light, sí, pero también muchos escritores serios y otros expertos aportando, sobre todo en cuanto a la obra de El Gran Moyas.  Algo que también noté es que hay expositores de varias corrientes de pensamiento.

 También se apoya a la niñez, juventud y docencia con actividades de lectura, creación y bibliotecas.

 Ojalá que lo que vemos en blanco y negro en la programación se traduzca en una verdadera fiesta. En mi opinión, que haya cambiado de sede no debería afectar, aunque el Parque de la Industria era más cercano para cierto sector, Forum Majadas es un opción para atraer a quienes viven en esa otra parte de la ciudad. En todo caso, siempre se podrá cambiar de sede si el experimento no funciona.

 ¡Que vivan los libros!

 Un humanista gana el premio Cardoza y Aragón

 Ramón Urzúa-Navas es el flamante poeta laureado con el premio mesoamericano de poesía Luis Cardoza y Aragón 2017, que otorga la Embajada de México en Guatemala. La poesía sigue produciéndose a pesar de los pocos o nulos incentivos, lo cual es una buena noticia.

 Me enteré todavía contrariada por la amplia y desgastante discusión sobre racismo en nuestro país. Como con temas anteriores, triste ejemplo es el genocidio, el tema ha provocado una enfrentamiento entre dos posturas que parecen no quererse conciliar. He tenido “encontronazos” con personas que aprecio y respeto, por lo que queda uno bastante desanimado.

 Pero hoy, al ver que el arte sigue fluyendo y se niega a desaparecer, sólo puedo decir “poetas por favor no dejen de existir, los necesitamos”. Son tiempos donde el humanismo y el arte podrían ser la solución a tantos dilemas.

 Siempre me alegro al ver los ganadores de los premios, sólo puedo imaginar la dulce sensación, quizá efímera, que algo ha hecho bien uno con sus letras. Pero cuando el objeto de los aplausos y reconocimientos es mi amigo o conocido, me siento doblemente orgullosa. Y me ha pasado muchas veces.

 Conocí a Ramón en la Facultad de Humanidades de la Usac a finales del siglo XX, cuando yo era una estudiante rezagada y malportada que de pronto estuvo en salones de clase con personas más jóvenes. Ellos me inyectaron mucha vitalidad, ellos no vivieron los 90s, los estertores de un conflicto largo y manoseado.

 Cuando ya casi tiraba la toalla apareció este grupo de buenos estudiantes, realmente enamorados de las letras y me sumé a ellos. Hasta empecé a ser mejor y finalmente cerré el pensum.

 Ramón, según reportan los medios, no sólo es licenciado en letras sino que está haciendo un doctorado en Nueva York. Aunque es inédito en el mundo editorial, sus textos publicados en diversas páginas y revistas son compartido por muchos.

 Aunque hay muchos escritores autodidactas, los han también académicos. No hay una fórmula, es más bien cómo cada uno se aproxima a la literatura.

viernes, 19 de octubre de 2018

El tema del narco en los libros


De los títulos que más han pegado en la industria editorial en las últimas décadas son  los que hablan sobre los narcotraficantes. Como tema para escribir, para hacer una película, para retratar este fenómeno, es riquísimo. Una verdadera obra de arte puede ayudar a la sociedad a ver desde un punto de vista más humano cualquier tópico.

El primer libro que leí sobre el narco fue Noticia de un secuestro, de Gabriel García Márquez. En ningún momento explota los detalles morbosos o sus excesos. Sobrio, ameno y bien escrito. También me gustó mucho La virgen de los sicarios, libro maravilloso de Fernando Vallejo donde se presencia una orgía de muerte que raya en lo absurdo. Texto bello y terrible.

Esas son excepciones. La mayoría de estas “obras” sobre el narco no son precisamente joyas de la literatura. Esperaba más, por ejemplo, de La reina del sur de Pérez Reverte, que me pareció aburrida. Curiosamente, Sin tetas no hay paraíso de Gustavo Bolívar no es tan aburrida, pero tampoco llega a “clásico” de la literatura. Pero El cartel de los sapos de Andrés López ni siquiera la puedo leer, está mal hecha, nada entretenida, es un bodrio.

Luego de leer lo suficiente acerca del narcotráfico como para tener un conocimiento general de este subgénero, lo dejé. Pero al parecer los libros sobre el tema siguen surgiendo, incluso sobre personajes sobre los que ya se ha escrito, y filmado, lo suficiente, como Pablo Escobar Gaviria.

En la Filgua 2017 el hijo de este infame colombiano vendrá a presentar su segundo libro. Juan Pablo Escobar era un adolescente cuando acribillaron a su papá y tuvo problemas para encontrar su lugar en el mundo después. Ha de ser duro llevar a cuestas esa “herencia”.

Por eso me gustó mucho el documental Pecados de mi padre, del 2010, lo vi como un esfuerzo de Escobar hijo de entender su nuevo papel, también de contribuir en la reconciliación en un país tan golpeado como Colombia.

Luego publicó un libro en 2015, Pablo Escobar mi padre, que fue todo un éxito. Y ahora que viene a Guatemala a presentar el segundo, In fraganti lo que mi padre nunca me contó, me han comisionado para entrevistarlo. Apenas tengo un par de semanas para conocer los textos y decidir sobre qué hablaremos.

Este caso no es como entrevistar a un escritor, cosa que he hecho muchas veces y disfruto mucho. La tarea no es fácil, sí debemos hablar del libro pero no como una obra creativa sino como parte de su vida. Toda una nueva experiencia para mí.

Cuando publicar puede ser un lío

No se puede negar, cuando uno quiere tener una carrera literaria busca publicar lo más pronto posible. Es lógico, si uno no publica no puede darse a conocer y no puede seguir avanzando. Muchos lo comparan con tener un hijo pues se concibe, se desarrolla dándole lo mejor de uno y, finalmente, sale a la luz, nace para el mundo.

Pero siguiendo esta analogía del hijo, se debe ser muy honesto consigo mismo  para decidir el momento en que queremos dar vida a tal libro/hijo. Puede ser que las circunstancias para tal nacimiento no sean las mejores o, peor, que el feto no se haya formado bien y no tenga muchas esperanzas de vida.

Muchas personas en su afán de publicar a cómo dé lugar, se precipitan y buscan opciones quizá muy forzadas. Una es de gastar ahorros o hacer préstamos para hacer una publicación “de autor” en una editorial y luego no saber cómo promocionar, distribuir y vender los numerosos ejemplares.

En este caso, al menos, la inversión implica que el libro en cuestión tiene cierta calidad.

He visto a otros que se unen para enfrentar este dilema juntos, algunos con gran éxito y profesionalismo hacen ediciones independientes y que valen la pena conocer. Personas emprendedoras y talentosas que se unen a otros iguales y así se garantizan dar un paso firme en el largo recorrido del escritor.

Pero, hay que decirlo, hay quienes que se aprovechan de los otros y así se provocan grandes líos que terminan en enemistades y hasta endeudamientos. Debemos ser cuidadosos y reconocerlos.

Son escritores que en lugar de trabajar para mejorar sus obras cada vez más y así destacar, para poder ofrecerlas después a una editorial profesional, se van por el camino fácil. Se echan porras unos a otros, sin crítica seria, para hacer juntos un tiraje con alguna imprenta.

A sus presentaciones llegan solo sus familiares y amigos quienes suelen comprar el ejemplar con mucho cariño. Pero el libro de suele llegar solo hasta allí, sobre todo porque la edición no suele ser muy cuidada.

Veo que al no resultar las cosas como esperaban se acaban las ilusiones y las esperanzas, empiezan los reclamos y no falta el que no paga su parte. Así, la aventura de publicar en lugar de dejar un buen sabor de boca, deja a los involucrados peor que al principio.

Plasmar en el papel lo que tenemos en la mente

No es snobismo ni pretensión desear que el idioma sea usado de la mejor manera. Tampoco es cosa de personas anticuadas. Se trata de usar una maravillosa herramienta que nos ayuda a expresarnos y a comunicarnos.

Es todo un reto editar a otros porque no estamos en su cabeza. Partimos del supuesto que un escritor, o periodista, es capaz de ordenar sus ideas y plasmar aun lo más complicado, o sublime, de manera que cualquiera pueda entender.

Para revisión se deberían entregar piezas novedosas que se puedan “beber” o “devorar” fácilmente y con gusto. En este caso, la labor del editor es verificar detalles y hacer sugerencias para potenciar aún más el texto. Encontrar los aciertos y resaltarlos, quizá obviar partes que no aporten, sugerir ciertas aclaraciones o un mejor cierre.

Pero lo que pasa en la realidad tristemente es muy diferente, sobre todo porque la figura del corrector en muchas redacciones se ha “recortado”. También está el hecho que muchos de los que llegan con la ilusión de ser periodistas, o escritores, no siempre tienen las mejores habilidades de redacción.

Los textos llegan más que crudos y, por las premuras de tiempo, se “componen” solamente para que se comprendan apenas. En el caso de los periodistas, me da la impresión que están inmersos en la agenda noticiosa, en el impacto o en la importancia que tienen los hechos. Aunque puede que estén haciendo bien su trabajo de reporteo, en la ejecución fallan porque no transmiten bien el mensaje.

Y en el caso de los escritores de ficción, creo que nos metemos demasiado en ese mundo interior y perdemos de vista que alguien más entrará a él por medio de las palabras, nuestras palabras.

Esta desconexión, entre lo que queremos decir y lo que finalmente queda en el papel, es un problema serio para quienes queremos dedicarnos a escribir.

Muchos expertos en el tema, como la periodista mexicana Leila Guerrero, opinan que las deficiencias vienen de nuestra formación. No adquirimos el hábito de la lectura, sin el cual es imposible adquirir ese bagaje que nos acompaña frente a la hoja en blanco.

Aunque parezca obvio decir que tanto periodistas como escritores deber visitar, y revisitar, a los grandes escritores tanto de ficción como de no ficción, pocos son los que lo hacen y las consecuencias saltan a la vista: textos apenas comprensibles.