martes, 30 de agosto de 2016

Su majestad: la lengua española


(Columna publicada en el Diario de Centroamérica el 22 de agosto 2016 en el espacio Leitmotiv).

El título es de Miguel de Unamuno, data de 1908 cuando defendía “su augusta majestad” en un texto. Hoy más que nunca estoy de acuerdo.

Hace poco tomé un curso de escritura creativa en inglés. Todo hubiera estado bien si no fuera porque las tareas debían hacerse redactando textos en inglés.

Qué bochorno. Aunque soy un hablante funcional de ese idioma, al tratar de escribir creativamente sentí que perdí todo “mi poder” para expresar lo que realmente quería. Era como tener un chaleco de fuerza cuando lo que yo quería era bailar La Macarena.

La novelista estadounidense Amity Gaige, precisamente en ese curso, explica que escribir es como contarle un sueño a alguien. Ya saben, los sueños son medio locos y enredados, pero la mayoría de veces son fantásticos e incluyen todo tipo de sensaciones y saltos en el tiempo y cambios de locación. Requiere un esfuerzo muy creativo poder plasmar con palabras esa visión para que los demás “sueñen” igual que nosotros.

En el caso de nuestro idioma, las herramientas son maravillosas y nos otorga extensas posibilidades para trasladar al lector a ese lugar en nuestra cabeza. Tratando de escribir en inglés comprobé la frustración de tener muchas ideas, pero no saber cómo plasmarlas.

El idioma es pensamiento, también es identidad y es cultura. No hay unos mejores que otros, cada uno tiene características propias que las personas creativas saben explotar y lograr así tremendas obras.

En el mencionado texto de Unamuno, acerca de los defectos que se le achacan al castellano él decía que son “tonterías de pedantes, que en ninguna parte faltan, y de literatos condenados a no ser cosa alguna ni a encontrar aplauso y eco sino expresándose en la lengua casera, la del comedor y la alcoba”.

Sé que los tiempos han cambiado y con ellos el uso del idioma. Esto no es malo, las lenguas son entes vivos que van evolucionando según las necesidades de quienes los hablan. No soy purista, amo la lengua que hablo pero tampoco creo que debe reducirse a un sinfín de reglas y acepciones.

Sin embargo, es un desperdicio que no se aproveche el potencial que tiene el español. Hay que estudiarlo, sí, pero más que todo conocerlo, poder ver su inmensidad e intentar navegar lo más posible en sus aguas. Amarlo, vivirlo, saborearlo en nuestra propia boca y en la de los demás, dominarlo hasta donde se pueda y después desarmarlo, armarlo otra vez, creando algo nuevo.

¿Duda si tiene talento?

(Columna publicada el 8 de Agosto 2016 en el Diario de Centroamérica en el espacio Letimotiv).

Cuando queremos elogiar a alguien es común decirle que es talentoso, como queriendo decir que tiene un don especial. Tristemente, cuando a alguien a pesar de su entusiasmo no le suena la flauta, se suele decir que “no tiene talento”.

Ante esa lapidaria palabra, no es raro que el escritor, o aspirante a serlo, se pregunte seriamente ¿tengo talento? La noción de esta virtud ha ido cambiando con los tiempos. Aunque se puede resumir como la capacidad para el desempeño de algo, hay mucho más involucrado.

Rosina Cazali, crítica y curadora con especialización en arte contemporáneo, señala que la palabra talento mide habilidades. “Tradicionalmente con ella se asumía que solo algunas personas tienen talento y muchas otras no. Ese ha sido, por muchos siglos, la base del entrenamiento artístico clásico”, dice la experta. Por siglos, este talento de unos cuantos supuso la capacidad de desarrollar y controlar habilidades técnicas que le permitieran alcanzar la maestría e incluso la perfección.

Pero los tiempos han cambiado y el arte ha evolucionado por lo que hoy se enuncia desde dimensiones menos reglamentadas. Basándonos en esto podemos decir que la disciplina, la observación y el pensamiento creativo pueden alcanzar resultados brillantes y no precisamente basados solamente en el talento.

Por esa razón, ahora la producción artística estimula las dudas, la experimentación, la investigación e incluso los errores. Ya no hay artistas infalibles ni perfectos, sino dinámicos y que retan al público.

Ya aterrizando en la literatura, específicamente en el campo de la narrativa que es lo que más conozco, hay narradores naturales que tienen una imaginación desbordada y que pueden inventar mundos con facilidad. Podríamos decir que tienen talento para eso.

Pero a la hora de poner esas historias por escrito algo suele “faltar”. Ha de ser esa falta de disciplina y dedicación para aprender a trabajar con el idioma como lo hace el escultor con el mármol o el bronce, y luego experimentar creativamente con él.

El talento además del deseo y la habilidad de narrar, o hacer poesía, tiene un componente técnico que debe ser dominado para que la obra quede plasmada como la pensamos, como la soñamos, como la adivinamos. El lenguaje es la materia prima, es como un barco mágico que puede llevarnos a donde queramos en el tiempo y en el espacio, pero solo si sabemos tomar el timón.

¿Qué se necesita para ser escritor?

(columna publicada en el Diario de Centroamérica el 1 de Agosto 2016, en el espacio Leitmotiv)

Todos hemos tenido un affair con un libro alguna vez. Leemos la última línea, cerramos el libro y ya no somos los mismos y nos encanta. Pero además algunos, unos cuantos, deciden que quieren llegar a crear algún día esa misma magia.

Aspirantes a escritores, de cualquier edad, se preguntan cómo se logra eso. Por supuesto, existen muchísimas posturas al respecto. Como antes de columnista soy periodista, he decidido que en este espacio incluiré la opinión de expertos y escritores para que no sea un monólogo.

El escritor guatemalteco Javier Payeras le recomienda a los que quieran descubrir qué se necesita para ser escritor que lean con atención los ensayos de Jorge Luis Borges, los poemas de Alejandra Pizarnik y Roberto Juarroz, así como la novela de Juan Rulfo.

Payeras también recomienda estudiar los textos de Ezra Pound y de John Gardner acerca del tema, así como los relatos de Raymond Carver y artículos de Susan Sontag, mejor si en inglés.

Para unos podría llevar años entender el oficio, pero para otros podría ser una epifanía repentina. La mayoría de conocedores del tema están de acuerdo en que antes de escribir hay que leer, leer y volver a leer. Ver qué han hecho los grandes escritores, por dónde han caminado, cómo han sido sus pasos. Nada peor que alguien que cree que está inventando el agua azucarada. Leer a esos monstruos además va construyendo en nuestra mente un vocabulario amplio y nos acerca al uso más exquisito del lenguaje.

Pero luego, claro, llega la hora de escribir y así darnos cuenta si este es realmente nuestro camino. Payeras aconseja escribir claramente y sin arrogancia, hay que pensar más de lo que se escribe. Estoy de acuerdo y opino que la obra en realidad es la punta de un iceberg que tiene profundidades insondables.

Un buen consejo que nos da Javier es que escribir bonito no es hacer arte. “Tu trabajo no es un tendedero de palabras vacías sino de ideas e imágenes escritas”, dice. Yo agregaría que no hay que buscar lo escandaloso, lo complicado, lo oscuro o lo fácil a propósito solo para escandalizar o gustar.


En lo personal opino que hay personas que tienen una “habilidad” natural para escribir. Y hay otros que estudian y se forman para lograr hacerlo “decentemente”. El prodigio ocurre cuando quien tiene el don además se dedica con disciplina a desarrollar su escritura, allí es cuando podría empezar una carrera.

Los desafíos del escritor en Guatemala



(Desde el 25 de julio 2016 inicié una nueva etapa como columnista en el Diario de Centroamérica en el espacio que nombré Leitmotiv, estaré publicando aquí las columnas, aquí la primera columna publicada).

Hace poco una madre preocupada me escribió, quería que le diera ideas a su hija para encaminar su carrera. “¿A qué se dedica?” pregunté, “es escritora” me contestó orgullosa. Ella quiere que su hija de 23 años realice en su sueño literario, pero también que se pueda ganar la vida con las letras. Tratar de contestarle fue complicado, ser escritor no se parece a las otras profesiones.

Sí, quien escribe es especial de muchas maneras, con y sin comillas. En este espacio hablaremos acerca de la peculiar vida del escritor. Esta profesión es grandiosa, pero suele ser solitaria y casi siempre se debe tomar como una segunda ocupación, la mayoría de las veces no remunerada.

Pero aun así, siempre hay gente escribiendo. Además de quienes publican sus obras, dictan conferencias y participan en conversatorios, hay miles de escritores que trabajan a la sombra, enfrentando día a día la página en blanco a solas.

Para los lectores también puede ser interesante adentrarse en el trabajo creativo que conlleva la narrativa y la poesía, ellos son parte importante de la literatura. Así que también están invitados a leer esta columna, quizá descubran que detrás de su irresistible atracción hay deseos de crear.

Desde la sola palabra ‘escritor’ empiezan los retos. ¿Cómo, cuándo y por qué alguien puede ser llamado escritor? Este dilema ocurre en la mayoría de ramas del arte y no es cuestión de formación académica. Eruditos puede que no creen nada, y puede que autodidactas tengan obras de calidad.

Ya que aquí hablaremos de aquellos que escriben literatura, podríamos decir entonces que quien crea una obra literaria es escritor, pero ¿quién decide que su obra es literatura? ¿las editoriales? ¿otros escritores? ¿críticos? Y aún cuando alguien es un escritor con futuro, ¿existen las condiciones para que se dedique a eso? Ahondaremos en todos esos temas.

A la amiga que me pidió consejo para su hija le dije que los escritores aquí deben crear sus propias oportunidades. En nuestros países, donde se lee poco y no hay industria editorial, es más bien un apostolado como diría el escritor argentino Ernesto Sabato. “Porque si en cualquier lugar del mundo es duro sufrir el destino del escritor, aquí es doblemente duro, porque además sufrimos el angustioso destino del hombre latinoamericano”, escribió alguna vez.