viernes, 21 de agosto de 2009

¿Por qué todo lo quieren hacer película?


Hoy leí que van a hacer una película basada en Brave new World de Huxley y tuve emociones encontradas. El libro me impresionó de tal manera que recuerdo exactamente donde estaba cuando lo terminé de leer. Cuando la facultad de Medicina de la USAC estaba todavía en el campus de la zona 12, quedaba desierta después de las 4 de la tarde. Sus pasillos eran ideales para sentarse a leer en silencio en bancas de madera viejas y bellísimas. Ahí estaba sentadita cuando cerré el libro maravillada.
Hay algo único en la relación entre la literatura y el lector. Una comunicación íntima de uno a uno. Abres el libro y abres la mente creadora de algún genial ser humano.
No todas las adaptaciones de los libros a las películas son malas (Trainspotting por ejemplo), incluso hay un par que los superan (ejemplo es The Godfather). Pero ambas formas de narrar son totalmente diferentes. Sabato (oh sí, mi venerado Sabato), decía que entre una novela y una película existe la diferencia que hay entre un avión y un submarino. El avión ofrece bellas imágenes panorámicas, en un momento nos muestra todo el paisaje. En cambio, el submarino va a las profundidades que son oscuras pero no menos fascinantes. Hecho para ir despacio, el submarino va echando luz sobre lugares quizá inexplorados. Según el escritor, un novelista que quiere comparar su obra on la narrativa del cine es como ver a ese submarino queriendo salir a la superficie y dar pequeños saltos fuera del agua. O sea, patético. El pensador argentino incluso llega a afirmar que muchos escriben libros ya con la idea de que se vuelven películas, solo con la ambición de obtener más dinero que con la poco lucrativa literatura.
Estas palabras me confundieron la primera vez que las leí. Mucho de lo que escribo es una película en mi cabeza. Pero también entiendo que algunas cosas (esos benditos monólogos interiores) no veo cómo podrían representarse. Son dos artes diferentes. El cine, arte relativamente joven, es ágil y puede con una imagen, como dice el cliché, decir mil palabras. En cambio, la literatura, arte tan viejo como el mismo hombre, nos permite meternos en el personaje y saber qué piensa, qué dice, que le pasó antes y que puede pasarle después.
En suma: cada forma de arte, cine y novela, tiene sus propias razones de ser y responde a sus propias características.
Cuando leí La virgen de los sicarios, de Vallejo, como muchos tuve una relación de odio amor con el libro. Bello y a la vez, horrendo, como la realidad misma. Una oda la muerte, un dulce canto de destrucción. Mis respetos.
Luego, conseguí la película. No soporté ni 5 minutos. De un golpe (de mala actuación y estética de telenovela) me mató el cuadro. No quise seguirla viendo, no quería cambiar mi opinión acerca del genial texto del colombiano.
Solo un exquisito puede hacer una película exquisita, mejor si basándose en un exquisito texto. Pero en la industria del cine lo que abundan son los productores ambiciosos que con tal de que le guste a la mayor cantidad de gente posible, hacen películas uniformadas y predecibles.
Lo mejor, creo, es leerse los libros y luego ver la película. Bien hechas, cada uno puede ser un acercamiento diferente a la misma historia.
En mi particular forma de pensar, al masificar cualquier cosa se va vulgarizando, trivializando. En lugar de ser un personal ejercicio intelectual, se vuelve un producto más del mercado.
Para mi sería triste si una persona que tiene como película favorita 50 First dates, por ejemplo, vea Brave new World y se dé el lujo de despreciarla, o peor, creer que así se acerca a los textos de Huxley.

martes, 18 de agosto de 2009

Así soy...

Yo escribo desde que tengo memoria. Al principio era el escape de una niña solitaria, luego la evasión de la adolescente confundida. Ahora es un ejercicio diario, es más, escribiendo me gano la vida.
La ficción me ocupa mucho tiempo, pero también mis vivencias y pensamientos. La primera la doy a conocer solo cuando publico, lo otro lo comparto últimamente más que todo en este blog.
Nunca esperé agradar a todos, pues es imposible. No es como me dijo un anónimo (que además de llamarme popo me dijo que deplano no tenía amigos o algo así), escribo porque necesito hacerlo, nada más. Hablar con la gente es fascinante, pero cansa. En esas charlas suelo aprender muchas cosas que luego puede que me sirvan para seguir escribiendo.
Se siente raro cuando alguien te dice algo feo. Me lo han dicho otras veces (aunque los elogios me han abundado más que los insultos), pero no deja de intrigar, sobre todo cuando es un anónimo.
También recibí el reclamo de otra persona que se sintió afectada personalmente por algo que escribí. Lamento que mi forma de ver las cosas no le parezca, pero tampoco voy a disculparme ni justificarme.
Creo que lo que les da miedo a las otras personas de escribir, de expresarse, precisamente es enfrentarse al qué dirán. Como lo he dicho antes, yo estoy acostumbrada y seguiré haciéndolo le pese a quien le pese.
La autocensura es un fantasma que siempre nos ronda. Entre lo que realmente queremos decir y lo que finalmente expresamos, no debería haber diferencia. Lástima que no todos puedan entenderlo.
Así que a pesar de los insultos y los malos tratos, aquí seguiré diciendo lo que me plazca. Supongo que escribiré hasta que muera.

jueves, 13 de agosto de 2009

Para los que patean con la izquierda...

Hace poco compre un cuchillo multiusos, de esos que ofrecen hasta cortar latas y zapatos. Cuando al fin me lo entregaron (lo compré por catálogo) descubrí que no lo podía usar. No hay manera de que un zurdo pueda, por ejemplo, pelar con esa cosa.
Me enfadé mucho y recordé todas las peripecias que he enfrentado por ser zurda. Cuando era pequeña, mi mamá me llevaba a clases de bordado con unas dulces ancianas. En cuanto se iba, las adultas mayores empezaban a decirme que usar la mano izquierda era malo, que debía usar la derecha. Yo era una niña de 7 años que ni siquiera le gustaba bordar, así que no les ponía coco a las viejitas. Pero llegó el día en que ellas quisieron hacer un experimento: me amarraron la mano izquierda a la silla. Luego me dieron una tijera para que cortara con la derecha, lo cual intenté sin ganas y ellas se enojaron. Bastó contarle a mi mamá la experiencia para que se acabaran las clases.
Solo los zurdos saben lo que se siente tener que acomodarse en un mundo de derechos. Nunca me he sentado en un escritorio para zurdos. En la primaria y la secundaria ni los conocían, en la universidad había un par que siempre estaban ocupados. Esa tablita que sirve para apoyar el codo ha de ser cómoda, porque yo siempre terminaba cansada de tener el brazo en el aire al escribir.
Los deportes son otro tema. Cuando era pequeña era fanática del baseball, pero no tenía guante de zurda, entonces tenía que usar uno de derecho y era un desastre. No duré mucho como segunda base, los doble plays nunca salían bien porque se me salía la bola del guante. Además, los profesores de física pretendían que hiciera los saques de boleyball y que rebotara la pelota de basket con la derecha.
Y qué decir de las computadoras, hasta la fecha no he visto en persona un Mouse para zurdos, y mi pobre y débil mano derecha vuelve todos los días adolorida a casa.
Si bien tal vez hubiera sido una buena deportista, o bordadora profesional, hoy leí que todos esos obstáculos hacen más capaz al zurdo. Aprendemos a hacer las cosas de las dos maneras, usando ambos lados del cerebro. Al igual que los chaparros desarrollan (bueno, desarrollamos) un carácter fuerte para no dejarse de los grandulones, los zurdos encontramos soluciones creativas para todo.
Y lo mejor, es que uno se siente especial. Solo el 10% de la población es zurda.
¡Feliz día de los zurdos! Yo soy zurda para todo, ¡qué viva la izquierda!

martes, 11 de agosto de 2009

Just breathe

Hoy es uno de esos días en los que necesito hablar con alguien sobre las grandes angustias existenciales. En cambio, estoy sentada en mi escritorio haciendo como si hago.
El iPod me aísla, así que lo prendí, le puse volumen y DJ Aleatorio me recetó una excelente canción: Just breath. Me remontó a una granja en San Lucas, creo, a una conversación de toda la noche (en la que nos reímos por horas de un jamón, Chimex para más señas), una fría madrugada en la grama y un espectacular amanecer circunvalando del Lago de Amatitlán.
¿Alguna vez se han ido a la cama las 8 de la mañana? Sin quitarse la ropa, sin lavarse los dientes, apenas aflojando los zapatos y todo lo que apriete… Una necesidad imperiosa de cerrar los ojos, que a esas alturas ya pican como si tuvieran chile.
A lo lejos se oyen los ruidos del día que avanza, conversaciones, prisas, gente que durmió toda la noche. Pero no importa, vas durmiéndote con una sonrisa en los labios, mientras un fríito se va apoderando de ti. Jalas una sábana o algo y sigues sonriendo. No importa la claridad que entra por la ventana, no importa que no fuiste a trabajar, no importa que gastaste hasta tu último centavo, no importa que ese teléfono siga sonando sin parar.
El resto del día transcurre enrarecido. El calor del medio día te hace levantar, pero sigues con sueño. Tomas una sopa de vaso, te quemas la lengua, unos cuantos vasos de agua y sigues durmiendo. Pierdes la noción del tiempo, cae la tarde, la gente regresa a sus casas, oyes sus carros entrar a los garajes, a sus chuchos ladrarles la bienvenida, se oyen las puertas y cerrojos de los negocios aledaños que cierran, entonces empiezas moverte mejor, tuviste goma y ni cuenta te diste. Se te apetece comer de verdad, abres la refri pero no hay nada que se pueda comer ya.
Bañarse de noche tiene su encanto, se hace sin prisas. Hueles tu champú, que es de fresa salvaje o algo así. Te secas el pelo con esmero, te da tiempo de elegir con cuidado lo que te pondrás. Ya repuesto, con una apariencia casi normal, suena el celular con la llamada esperada. Te invitan a una fiesta, esta vez en el medio de la nada, allá por Santa Catarina Pinula. Dudas unos segundos, mientras palpas la billetera, entonces te aclaran que no hay que llevar nada, habrá de todo, hasta jamón Chimex, ríes de buena gana y cuelgas.
Todo vuelve a empezar.

martes, 4 de agosto de 2009

Cuba


Para empezar y no dejar dudas, desde un principio digo que no creo en la democracia y que soy una humanista atea. Dicho esto, prosigo diciendo que en especial nuestra democracia me parece un fantoche. Las leyes y la constitución dicen una cosa, y lo que vemos en la calle son otra. Derecho a la salud y educación, a la vida, ¿para quiénes? Para quienes pueden pagarla. El resto, se muere esperando ayuda médica, se educa en escuelas que se están cayendo y son atacadas por maras, y día a día salen a la calle con la esperanza de no morir a manos de un delincuente, quien se cansó de esperar por alguna oportunidad y se decidió por el crimen. Matan, roban, secuestran y violan sabiendo que en el 98% de los casos no habrá castigo.
Algún democrático lector dirá: no todo es perfecto en la democracia. Claro, porque los guatemaltecos agobiados pueden quejarse y quejarse hasta quedar sin voz, pueden rezarle a quién quieran en la religión que elijan, y cada 4 años acudir a las urnas para decidir quién seguirá incumpliéndoles sus derechos.
Entre esto y una sociedad como Cuba, prefiero a la isla. Aunque no pueden comprar perfumes franceses ni comer comida chatarra, pueden caminar por la calle sin riesgo incluso de noche disfrutando de las estrellas y la compañía de sus amigos. Aunque no pueden pasar horas enfrente de la computadora en la internet, no hay analfabetismo y la mayoría va a la universidad. Aunque no pueden cambiar a sus autoridades cada 4 años (y no tienen que soportar a la clase politiquera), no hay niños de la calle ni desnutridos, ni mucho menos muertos a balazos.
Algún enemigo del socialismo dirá: pero no tienen libertad. Está bien, acepto que no son libres de la manera que nosotros lo concebimos, pero no todo es perfecto en la revolución.
Si Cuba está como está a pesar del bloqueo que ha sufrido por décadas (lo vi con mis propios ojos), me emociono al pensar cómo le irá cuando ese bloqueo desaparezca. Viven muy bien a pesar de todo, mucho mejor que nosotros que nos creemos muy afortunados por vivir en democracia.
Algo que empecé a pensar luego de hablar con los cubanos, es que en algún momento en los años 80 Fidel empezó a equivocarse al pensar en quedarse de por vida en el poder. A pesar de que me creía muy sabionda en cuanto a Cuba, en el Museo de la Revolución descubrí que luego del triunfo en 1959 hubo un presidente civil, Manuel Hurrutia, mientras que Fidel era Primer Ministro. Sin embargo, apenas unos meses después el tal Hurrutia traicionó a la Revolución y fue destituido. El pueblo, todavía con la euforia de la revuelta popular (recordemos que Cuba estaba muy atrasada y pobre, necesitada de un cambio) pidieron que Fidel fuera el único líder del cambio. Y ahí se fue quedando, se me ocurre que pensaba que no podía confiar en nadie la Revolución que tanto les había costado. Así han pasado ya 50 años. Claro, no es un dictador como Bastista con palacios y lujos y chicas y casinos y excesos, pero como dice el viejo adagio, está empezando a parecerse un poco a quienes tanto criticó.
Aunque se dice que sigue gobernando desde su cama, Raúl Castro ha sido un cambio para los cubanos. A quienes les pregunté, me dijeron que les parecía que hablaba menos y actuaba más. Creo que eso lo dicen porque ellos tenían que escuchar a Fidel por 8 horas consecutivas en la Plaza de la Revolución.
Cuba necesita un cambio sin dejar de lado su revolución, y mucho me temo que no ocurrirá hasta que el bloqueo desaparezca. Este pueblo ha desafiado al mundo por 50 años, ha vivido de otra manera y se mantiene firme aún. Ahora admiro más al pueblo cubano (su ingenio no tiene límites)que a su dirigencia.
También pienso que Guatemala necesita empezar de cero, luchar por cambios estructurales, educativos y culturales, pero las revoluciones armadas están mal vistas y pasadas de moda, se quedaron en los siglos pasados. Los gobiernos populistas latinoamericanos me dan un poco de ñáñaras y desconfianza. ¿Cuál es el camino?
Confío en que las nuevas generaciones se las ingeniarán para cambiar nuestras tristes realidades. Siendo muy joven abracé una causa que creí justa pero que no rindió frutos y costó miles de vidas.
Creeré en la democracia cuando la ejerza un pueblo educado, sano y en paz, cuando los políticos sean verdaderos líderes e intelectuales, cuando a los representantes en el congreso realmente les interese nuestros problemas, cuando la transparencia y honradez permita que el dinero se use adecuadamente y nadie se robe un centavo.
No creo que la vida me alcance para ver todo esto. Soy un caso perdido.