domingo, 18 de agosto de 2013

Me vi, me vi, me vi… yo no buscaba a nadie y me vi


 La foto es de Marisa Vincent, “Tacones en la noche”

Ir de parranda como turismo, para ir a ver todo eso de lo que otros hablan, ver si realmente vale la pena. Para poder tomarse la foto y tener prueba de que estuviste allí, que nadie te venga con cuentos porque tú ya sabes de qué se trata… Vives la experiencia con aplomo aunque los baños te den asco, la gente desconfianza y la comida náusea. Tus verdaderos lugares de diversión no están en este pasaje, están bien lejos de aquí, con parqueos seguros y comida gourmet.

Ö ir de parranda como venganza contra el mundo, abrir esa ventana donde eres malo, donde te permites hacer todo lo que siempre te limitas cuando estás en tu vida real, somatar junto a los tarros rebosantes de espuma y que hacen cling también tu rabia contra el mundo y todos los que te han herido, allí en esos antros oscuros puedes cambiar los papeles y ser tú el que hiere, tortura, mata. Cualquiera puede ser el recipiendario de todo lo que quieres escupir, gritar, eyacular.

Pero tu caso es diferente, muy diferente a ellos.

Tú vas de parranda como a revisitarte, recorrer tus pasos antiguos uno por uno, ese devenir que ahora parece tan largo. En cada esquina el eco de una risa o de un grito de histeria o de un lamento. Recordar ese andar nervioso casi siempre acompañado por el tac tac tac tac de tacones de diversos estilos y alturas que tambaleaban mientras balanceaban tu blando y frágil ser. Siempre buscando un lugar a dónde ir, dónde refugiarse, dónde desplomarse. Siempre a la caza del drama, de la pasión, del enfrentamiento.

Solo han pasado unos años y algunos lugares ya ni siquiera existen, en su lugar hay abarroterías o zapaterías, incluso algunos han sido demolidos hasta sus cimientos y  ahora allí se estacionan los automóviles de los nuevos entusiastas que salen a invadir la noche, la que antes era tuya.

Pero hay algunos antros que allí están todavía, algunos se llaman igual pero hay otros que fueron rebautizados. Casi puedes oler el perfume que llevabas esa vez que tuviste una pelea con un guardia de seguridad en una banqueta. El aire electrizado te recuerda la lluvia que te mojaba al hacer amistad con los travestis. Casi puedes escuchar las carcajadas de cuando fumaste mariguana en un callejón y luego tú y tus amigos se reían como locos oyendo tristes canciones de trova. Al ir al baño, casi sientes el olor a gasolina de la cocaína, su sabor bajando por la garganta y la explosión en tu cerebro, la euforia. Al verte en el espejo, casi casi te ves con las pupilas dilatadas y demenciales. En alguna esquina casi puedes oír a un amante fortuito pidiéndote que lo acompañaras hasta el amanecer en alguna anónima cama.

Tú, la nueva tú, decides entrar a un bar de antes que todavía está en pie. Aquél a donde nadie iba antes, ese lugar donde se podía platicar por horas sin ser molestados por la música estridente. La dueña ya no es la misma, sus descendientes reemplazaron a la tranquila señora  y encontraron la fórmula de volverlo un lugar de moda, con música salsa y cumbia. Era la única forma de competir con los otros bares de reguettón y bachata.  Los meseros son jóvenes, nadie te recuerda. Miras alrededor, los clientes son todos nuevos, no hay nadie del pasado, nadie de los que te vieron en aquellos tiempos, algunos con asombro, otros con simpatía, otros con lástima, pocos con fascinación.

Un lugar tan tuyo antes, tan lleno de tus lágrimas y mocos y saliva y excrementos, ahora tan ajeno y tan indiferente. Pero por eso mismo ahora puedes sentarte y sonreír pícara y recordar. Ver todas tus versiones de ti sentadas en las diferentes mesas, tú la enamorada, tú la revolucionaria, tú la escritora, tú la decadente, tú el alma perdida.

Te fuiste de allí hace rato, la última vez tus botas vaqueras baratas se rayaban contra el empedrado mientras alguien te llevaba hacia afuera. Pasaste esas puertas de metal sin siquiera darte cuenta.

Ahora nada de allí es tuyo, sientes la nostalgia que tendrías al ver fotografías de antes, a solas en un desván. Nada más. Tus dramas, tu felicidad, tu éxtasis, tus excesos, tu locura se mudaron de lugar. Tu hoy es tan distante. Pero aún así bebes y bebes con la esperanza de sentir algo de todo lo que sentiste en esas mismas mesas y sillas, pero no pasa nada. Solo ves alrededor a los nuevos parroquianos viviendo sus propias noches locas. Construyendo el pasado que luego recordarán muchos años después en sus casas de suburbio.

Bajo tu apariencia normal, si se mira bien al fondo de la maquillada mirada, se puede ver que no estás reformada, no estás rehabilitada, solo que tus demonios ahora te visitan en otros lugares, entre otras personas, haciendo otras locuras. Tu escenario ahora es otro, venciste ya este cuadrilátero y ahora libras otras peleas en otras arenas. Te sientes victoriosa, no eres un cadáver como el que salió arrastrando las botas, eres más un fantasma. Has evolucionado. Eres un milagro, eres una sobreviviente, llena  de cicatrices que te recuerdan a diario de dónde vienes, cuánto gozaste, cuánto sufriste, cuán intensa fue la vida pasando a través de ti como mil voltios. Sin embargo, siempre queda espacio para un estigma nuevo, otro tatuaje de fuego.

Pero por hoy ya es tarde. Cuando empieza la ley seca, te pones tu impermeable y te cuelgas de su brazo y sales….