Ir de
parranda como turismo, para ir a ver todo eso de lo que otros hablan, ver si
realmente vale la pena. Para poder tomarse la foto y tener prueba de que estuviste
allí, que nadie te venga con cuentos porque tú ya sabes de qué se trata… Vives
la experiencia con aplomo aunque los baños te den asco, la gente desconfianza y
la comida náusea. Tus verdaderos lugares de diversión no están en este pasaje,
están bien lejos de aquí, con parqueos seguros y comida gourmet.
Ö ir de
parranda como venganza contra el mundo, abrir esa ventana donde eres malo,
donde te permites hacer todo lo que siempre te limitas cuando estás en tu vida
real, somatar junto a los tarros rebosantes de espuma y que hacen cling también
tu rabia contra el mundo y todos los que te han herido, allí en esos antros
oscuros puedes cambiar los papeles y ser tú el que hiere, tortura, mata.
Cualquiera puede ser el recipiendario de todo lo que quieres escupir, gritar, eyacular.
Pero tu caso es diferente, muy diferente a ellos.
Tú vas
de parranda como a revisitarte, recorrer tus pasos antiguos uno por uno, ese
devenir que ahora parece tan largo. En cada esquina el eco de una risa o de un
grito de histeria o de un lamento. Recordar ese andar nervioso casi siempre
acompañado por el tac tac tac tac de tacones de diversos estilos y alturas que
tambaleaban mientras balanceaban tu blando y frágil ser. Siempre buscando un
lugar a dónde ir, dónde refugiarse, dónde desplomarse. Siempre a la caza del
drama, de la pasión, del enfrentamiento.
Solo han pasado unos años y algunos lugares ya ni siquiera existen, en su lugar hay abarroterías o zapaterías, incluso algunos han sido demolidos hasta sus cimientos y ahora allí se estacionan los automóviles de los nuevos entusiastas que salen a invadir la noche, la que antes era tuya.
Pero hay algunos
antros que allí están todavía, algunos se llaman igual pero hay otros que
fueron rebautizados. Casi puedes oler el perfume que llevabas esa vez que tuviste
una pelea con un guardia de seguridad en una banqueta. El aire electrizado te
recuerda la lluvia que te mojaba al hacer amistad con los travestis. Casi
puedes escuchar las carcajadas de cuando fumaste mariguana en un callejón y
luego tú y tus amigos se reían como locos oyendo tristes canciones de trova. Al
ir al baño, casi sientes el olor a gasolina de la cocaína, su sabor bajando por
la garganta y la explosión en tu cerebro, la euforia. Al verte en el espejo,
casi casi te ves con las pupilas dilatadas y demenciales. En alguna esquina
casi puedes oír a un amante fortuito pidiéndote que lo acompañaras hasta el
amanecer en alguna anónima cama.
Tú, la nueva tú, decides entrar a un bar de antes que todavía está en pie. Aquél a donde nadie iba antes, ese
lugar donde se podía platicar por horas sin ser molestados por la música
estridente. La dueña ya no es la misma, sus descendientes reemplazaron a la
tranquila señora y encontraron la
fórmula de volverlo un lugar de moda, con música salsa y cumbia. Era la única
forma de competir con los otros bares de reguettón y bachata. Los meseros son jóvenes, nadie te recuerda.
Miras alrededor, los clientes son todos nuevos, no hay nadie del pasado, nadie
de los que te vieron en aquellos tiempos, algunos con asombro, otros con simpatía,
otros con lástima, pocos con fascinación.
Un lugar
tan tuyo antes, tan lleno de tus lágrimas y mocos y saliva y excrementos, ahora
tan ajeno y tan indiferente. Pero por eso mismo ahora puedes sentarte y sonreír
pícara y recordar. Ver todas tus versiones de ti sentadas en las diferentes
mesas, tú la enamorada, tú la revolucionaria, tú la escritora, tú la decadente,
tú el alma perdida.
Te fuiste
de allí hace rato, la última vez tus botas vaqueras baratas se rayaban contra
el empedrado mientras alguien te llevaba hacia afuera. Pasaste esas puertas de
metal sin siquiera darte cuenta.
Ahora nada
de allí es tuyo, sientes la nostalgia que tendrías al ver fotografías de antes,
a solas en un desván. Nada más. Tus dramas, tu felicidad, tu éxtasis, tus
excesos, tu locura se mudaron de lugar. Tu hoy es tan distante. Pero aún así bebes
y bebes con la esperanza de sentir algo de todo lo que sentiste en esas mismas
mesas y sillas, pero no pasa nada. Solo ves alrededor a los nuevos parroquianos
viviendo sus propias noches locas. Construyendo el pasado que luego recordarán
muchos años después en sus casas de suburbio.
Bajo tu
apariencia normal, si se mira bien al fondo de la maquillada mirada, se puede
ver que no estás reformada, no estás rehabilitada, solo que tus demonios ahora
te visitan en otros lugares, entre otras personas, haciendo otras locuras. Tu
escenario ahora es otro, venciste ya este cuadrilátero y ahora libras otras
peleas en otras arenas. Te sientes victoriosa, no eres un cadáver como el que
salió arrastrando las botas, eres más un fantasma. Has evolucionado. Eres un
milagro, eres una sobreviviente, llena
de cicatrices que te recuerdan a diario de dónde vienes, cuánto gozaste,
cuánto sufriste, cuán intensa fue la vida pasando a través de ti como mil
voltios. Sin embargo, siempre queda espacio para un estigma nuevo, otro tatuaje
de fuego.
Pero por
hoy ya es tarde. Cuando empieza la ley seca, te pones tu impermeable y te
cuelgas de su brazo y sales….
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