miércoles, 25 de enero de 2017

Aprender de la experiencia ajena


¿Cómo se llevan los escritores, o aspirantes a serlo, entre sí? Pues hay de todo, empezando con los solitarios que viven vidas muy discretas lejos de sus colegas.


Pero hay quienes prefieren pertenecer a un círculo para compartir ideas y proyectos, apoyándose unos a otros. En algunas ocasiones los reúnen el azar en algún curso o taller, otras son las inquietudes creativas e ideas afines, a veces es la amistad el pegamento que los une.


A lo largo de la historia esto ha propiciado generaciones literarias que han cambiado el rumbo de la escritura e incluso han fundado escuelas y movimientos, pero también han propiciado rivalidades acérrimas entre grupos opuestos.


En este tema quizá lo más sensato es hacer lo que sea más natural para uno, no forzar nada.
Otra historia es la relación con los autores ya “consagrados”, vivos, muertos o lejanos. Ellos ya han pasado por el camino que uno apenas está empezando. Mucha de su experiencia puede iluminar el trecho que tenemos enfrente y que pueda parecer oscuro.


Claro, esto no sustituye la formación académica, las lecturas de las obras y los ejercicios de escritura. Sin embargo, sus palabras pueden resultar no solo alentadoras sino reveladoras.


Muchos escritores han dejado sabios consejos acerca del oficio. Solo hay que confirmar muy bien la fuente donde se encuentran dichos tesoros, hoy hay muchas frases apócrifas atribuidas a personaje que nada tienen que ver. Es buena idea además buscar a aquellos que se han dedicado a escribir el género o estilo que nos interesa.


En estos textos no solo se tocan temas elevados o filosóficos, también se dan consejos bien específicos sobre cómo escribir, incluso recomiendan otras lecturas. Mi libro favorito sobre el tema es “El escritor y sus fantasmas” de Ernesto Sabato,


También de Sabato, me parece muy conmovedor el texto epistolar “Querido y remoto muchacho”, que es parte de la novela “Abadón el exterminador”. Entre otras cosas, le dice al aspirante a escritor, “necesitarás de otros atributos espirituales: el coraje para decir tu verdad, la tenacidad para seguir adelante, una curiosa mezcla de fe en lo que tenés que decir y de reiterado descreimiento en tus fuerzas, una combinación de modestia ante los gigantes y de arrogancia ante los imbéciles, una necesidad de afecto y una valentía para estar solo, para rehuir la tentación pero también el peligro de los grupitos, de las galerías de espejos”.


¿Para qué sirven los críticos?

En nuestro medio criticar al artista nacional es mal visto. Y es comprensible, a pesar de todos los obstáculos con los que se enfrentan ellos logran producir sus obras. En estas circunstancias, cuando uno lanza al mundo una obra literaria, o de cualquier otra disciplina, puede ponerse sensible ante lo que se diga de nuestra criatura.


Pero es de reconocer que aquí hay pocos profesionales que ejercen como críticos. Quizá porque personas que no lo son han ocupado su lugar. Porque hay una cosa es criticar con rigor un libro, y otra muy distinta reseñarlo o comentarlo superficialmente.


El trabajo del crítico va mucho más allá. Generalmente, es alguien que ha estudiado una carrera que le ayuda a manejar los métodos para analizar una obra, también tiene un amplio panorama histórico y estético con conocimientos de filología y literatura comparada.


Por terrorífico que pueda parecer, en realidad una valoración de parte de experto no es para destrozar una obra. A me daba pánico una revisión seria de mi obra, pero luego vi que ser analizada académicamente es una experiencia muy edificante. Estos estudios explican a los lectores, y a uno mismo, elementos importantes para la compresión de la tradición literaria.


Según el teórico Enrique Anderson Imbert, un crítico debe contestar preguntas como ¿cuál fue la intención del escritor? ¿logró expresarla? ¿Qué significado permanente tiene su obra en la historia de la literatura? Anderson considera que, al llegar a una vista más panorámica, el juicio es más comprensivo. Quizá no haya que temerles tanto.


Los enemigos de los críticos piensan que alguien que nunca ha escrito nada no puede criticar a un escritor. Creo que son cosas diferentes, dos profesiones que se complementan. Es más, considero que no es conveniente que un artista que produce sus propias obras analice o critique a un colega.  Por muy académico y preparado que sea, lo hará desde su propia postura estética, incluso podría desdeñar los estilos que son diferentes u opuestos al suyo.


Hay quienes acercan la labor del crítico a la del periodista, pues debe cuidar mucho su integridad y ética. A la primera mentira o favoritismo, pierden su credibilidad y lo que sea que diga después ya no es tomado en serio.


Estudiantes y profesionales de Letras: necesitamos más críticos profesionales que le quiten el mal nombre que a la profesión en nuestro país.
 

Larga vida a los buenos editores

La relación del escritor con su editor debería ser estrecha pues es crucial. Sin embargo, en la práctica, al literato muchas veces le falta esa importante figura. Apenas hay quienes leen la obra y hacen apuntes al margen, o alguien que le revisa la redacción y la ortografía.


El papel del editor literario va mucho más allá. Para empezar, es un amante de la literatura y conoce lo mejor que ha dado. Gracias a ese gran conocimiento, es capaz de reconocer un diamante en bruto en un costal lleno de carbón. Aunque esté sucio y todavía sin brillo, reconoce su inmenso valor y logra que sea reconocido por todos.


No se trata de volver a escribir la obra que edita, sino de entender qué es lo que el escritor quiere decir y guiarlo para que pueda lograrlo de la mejor manera. Sucede que después de mucho tiempo trabajando un texto, a veces años, se pierde de vista cosas obvias y también de fondo que solo alguien con ojos frescos puede ver.


Es un oficio complicado, se necesitan requisitos bastante específicos para desempeñar este papel a veces tan poco reconocido. No obstante, muchas obras no hubieran sido posibles sin los buenos oficios de estos maestros de la edición.


La relación con el escritor es importante, porque a veces también intervienen antes que la obra esté terminada. A veces el editor es el único confidente del autor bloqueado o del que no sabe qué rumbo darle a la historia y cómo terminarla.

Para ejemplificar lo anterior, está la historia editorial de El Gran Gatsby, novela inmortal de Francis Scott Fitzgerald. Fuentes fidedignas cuentan que Maxwell Perkins (1884-1947), conocido como el príncipe de los editores estadounidenses del siglo pasado, tuvo mucho que ver para que este libro cuajara como la conocemos.

La anécdota dice que Fitzgerald quería hacer algo parecido a Ulises de James Joyce pero en versión norteamericana, aunque su estilo era opuesto. Perkins se dio a la tarea de convencerlo que no lo hiciera y lo alentó a apegarse a su verdadera forma de escribir. El manuscrito cambió casi por completo y así nació esta famosa novela totalmente original.

No faltan quienes critican a los editores como este, por inmiscuirse tanto en la tarea del escritor. Pero el mismo Perkins explicaba que el editor no debe imponer, sino ofrecer ayuda experta para guiar al escritor hasta llegar exactamente al libro que está buscando crear. 




Escribir no es juntar palabras

Es natural pensar con ilusión en convertirse en escritor, es una de esas profesiones idealizadas en el imaginario popular. Los aspirantes quizá secretamente hasta sueñen con ser ricos y famosos como los escritores que admiran.


Yo era más modesta. De jovencita mi sueño dorado era simplemente entrar en una librería y ver un libro mío en los estantes. Pensaba que en ese momento algo en el universo se alinearía para mí.


Sí fue emocionante, pero no cambió mi vida. Aunque muchos adoren esa sensación de ser el centro de la atención, de firmar libros y dar entrevistas, creo que la esencia del trabajo del escritor es otra.


Publicar es un acto ajeno a la literatura, está más ligado al marketing. Como alguna vez dijo el escritor argentino Julio Cortázar, al terminar de escribir se debe guardar la pluma e irse a beber vino con los amigos. Que otros se encarguen de lo que sigue. Que el libro se venda y sea un éxito la mayoría de veces no está en nuestras manos. No debería estarlo.

Nuestra obra literaria sale al mundo y debe defenderse sola. Ya no hay nada que se pueda hacer. Creo que también Cortázar dijo que el escritor tratando de hacer que la obra triunfe es como que luego de tirar una flecha nos vayamos tras ella tratando de modificar su rumbo. Algo ilógico. El tiro está hecho y dará en el blanco o no.


Tampoco es conveniente escribir pensando en el posible éxito que podamos tener. Ernesto Sabato dijo que el principal problema del escritor tal vez sea evitar la tentación de juntar palabras para hacer una obra. Según él, no fueron las palabras las que hicieron la Odisea, sino al revés.

Aunque hay muchas posturas al respecto, la mayoría de creadores piensan que antes de sentarse a escribir hay que llenar el “pozo” de la creatividad viviendo. Así de simple. Acumulando experiencias, lecturas, sensaciones, música, lágrimas, éxtasis. Hay que salir a buscar triunfos pero también a darse contra el piso, a oler flores, a bailar dando brincos, a dar besos en la madrugada, a llorar como un niño.

Y así un día uno se encuentra con muchas cosas qué decir, un cúmulo atorado en la mente y en los dedos que luego encontrarán cómo salir para darle forma a la obra.
Luego de esta etapa casi mágica, viene un largo trabajo de edición, de “orfebrería”, de revisión y luego más edición. La ayuda de un buen editor es crucial en la vida de un escritor. Lo malo es que no abundan.