miércoles, 25 de enero de 2017

Escribir no es juntar palabras

Es natural pensar con ilusión en convertirse en escritor, es una de esas profesiones idealizadas en el imaginario popular. Los aspirantes quizá secretamente hasta sueñen con ser ricos y famosos como los escritores que admiran.


Yo era más modesta. De jovencita mi sueño dorado era simplemente entrar en una librería y ver un libro mío en los estantes. Pensaba que en ese momento algo en el universo se alinearía para mí.


Sí fue emocionante, pero no cambió mi vida. Aunque muchos adoren esa sensación de ser el centro de la atención, de firmar libros y dar entrevistas, creo que la esencia del trabajo del escritor es otra.


Publicar es un acto ajeno a la literatura, está más ligado al marketing. Como alguna vez dijo el escritor argentino Julio Cortázar, al terminar de escribir se debe guardar la pluma e irse a beber vino con los amigos. Que otros se encarguen de lo que sigue. Que el libro se venda y sea un éxito la mayoría de veces no está en nuestras manos. No debería estarlo.

Nuestra obra literaria sale al mundo y debe defenderse sola. Ya no hay nada que se pueda hacer. Creo que también Cortázar dijo que el escritor tratando de hacer que la obra triunfe es como que luego de tirar una flecha nos vayamos tras ella tratando de modificar su rumbo. Algo ilógico. El tiro está hecho y dará en el blanco o no.


Tampoco es conveniente escribir pensando en el posible éxito que podamos tener. Ernesto Sabato dijo que el principal problema del escritor tal vez sea evitar la tentación de juntar palabras para hacer una obra. Según él, no fueron las palabras las que hicieron la Odisea, sino al revés.

Aunque hay muchas posturas al respecto, la mayoría de creadores piensan que antes de sentarse a escribir hay que llenar el “pozo” de la creatividad viviendo. Así de simple. Acumulando experiencias, lecturas, sensaciones, música, lágrimas, éxtasis. Hay que salir a buscar triunfos pero también a darse contra el piso, a oler flores, a bailar dando brincos, a dar besos en la madrugada, a llorar como un niño.

Y así un día uno se encuentra con muchas cosas qué decir, un cúmulo atorado en la mente y en los dedos que luego encontrarán cómo salir para darle forma a la obra.
Luego de esta etapa casi mágica, viene un largo trabajo de edición, de “orfebrería”, de revisión y luego más edición. La ayuda de un buen editor es crucial en la vida de un escritor. Lo malo es que no abundan.



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