jueves, 29 de julio de 2010

Sobre la reputación


Cada día vamos evolucionando, sin estar muy concientes de ello. Me he encontrado a dos personas del “ayer”, una de los 90s y otra de los 2000. Ambas me dijeron que he cambiado mucho. No quise preguntar exactamente por qué lo decían, no quería que hablaran de arrugas y libras de más. Esto me puso a pensar. Como me miro cada día (bueno, a cada rato) en el espejo, no me doy cuenta lo diferente que luzco comparada con mi aspecto de antes y, sobretodo, mi comportamiento de antes.

Yo fui terrible, muy muy terrible, y me la pasé muy bien. Quien lo sabe y me mira ahora con marido e hijo y trabajo serio puede que dude antes de reconocerme. Quienes apenas me conocen, no se imaginan lo rebelde que fui en el colegio, lo alocada que fui en mis primeros años universitarios, lo intensa (es un eufemismo) que fui en la segunda mitad y lo oscura que me volví al llegar a los 30.

La que soy, fue naciendo allá por el 2004. Como he dicho antes, me salvé del abismo justo a tiempo, llegué al mismísimo precipicio y en el momento justo de caer pude volver.

No me arrepiento de nada, aunque hay un par de detalles que borraría. Ahora tengo una visión más amplia. Aunque quisiera seguir el mismo ritmo, los años no pasan por gusto, las parrandas diarias y hasta altas horas de la madrugada ya no se aguantan, me he vuelto exigente en cuanto a lugares y horarios, y muchas muchas veces prefiero irme a casa en lugar de ir a ver y que me vean. Es el curso natural de la vida.

Lo que queda es mi reputación. Recuerdo que hace un par de años en Pana, a donde fui con la familia, al entrar en un bar una chava a quien conozco de lejos y que pulula por los vericuetos de la noche (me cae bien, tiene rollo), algo desesperada se acercó pidiéndome sustancias ilegales. Me sorprendí, pero más se sorprendió ella cuando le dije que no tenía. Algo molesta me dijo: “me extraña Masaya, tu reputación te precede”.
La verdad, no me molestó que me dijera eso, al contrario. Prefiero que digan eso al verme entrar, a que digan ¿quién invitó a esta doñita?

lunes, 19 de julio de 2010

En busca de mi jessiquidad


Me pediste que aprovechara estos días que estaré sola.

Cuando no estás, vuelvo a ser un poco como era antes. Curiosamente, retomo mis rituales como si fuera ayer cuando vivía sola. Vi mucha tv, programas sobre asesinos en serie y sobre la independencia de América.

Leí mucho tiempo en el baño, escuché música mientras me desmaquillaba. Me hice un laaaaaaargo pedicure mientras lucía una horrible mascarilla color verde.
Luego vi todo el noticiero de la noche en lugar de solamente los titulares y, sabés qué, tenés razón, no vale la pena hacerlo.

Organizando mi ropa de la semana, me topé con los últimos calcetines que dejaste tirados en tus carreras por empacar. En lugar de enojarme, como suelo hacer, me dio ternura tu resistencia pacífica.

Ocupé toda la cama mientras dormía inquieta. Extrañé tu tibio cuerpo junto a mí. Me levanté tarde porque tú eres mi despertador de lujo, con ese beso que apenas puedo responder. Me cuesta tanto levantarme, no como tú, que te levantás lleno de energía y feliz.

Soy un poco como era antes, pero ya no sé si me gusto. Tú me decís que aproveche estos momentos a solas, pero creo que ya no me hallo, literalmente.

Para empezar, creo que no soy tan simpática sin ti, tú me ayudas a sonreír y a sentirme bien. Tu paz es contagiosa, todo es más sencillo si tú estás.

Hace años no me gustaba la idea de ser la pareja de alguien, de ser la mitad de algo, pero no podemos negar que al amar, al vivir juntos, ocurre un curioso prodigio. Nuestras rutinas están enlazadas, tus gestos y palabras se complementan con las mías. Eres el mejor confidente que he tenido en toda mi vida, me gusta cómo estamos de acuerdo en tantas cosas y cómo me llevas la corriente cuando aparezco con ideas locas y difíciles. Siempre estás de mi lado.

Antes vivía sola y pensaba que estaba bien, que podía hacer lo que me diera la gana siempre. Pensé que al unirnos estaba cediendo, que estaba perdiendo un poco de mi jessiquidad, que había entrado al rebaño.

Pero nada es más alejado de la realidad, porque tú eres una persona fuera de lo común. He ganado tanto, he aprendido tantas cosas, he vivido momentos que no se pueden comparar con la vida gris y monótona que llevaba antes. Eres un gran artista e inundas nuestra casa con tu creatividad y energía. Ahora soy tan feliz.

Es definitivo, no quiero volver a ser como era antes, gracias a ti quiero ser mejor.

viernes, 9 de julio de 2010

si eres fresa, no leas esto


El mundo es un espanto, está acabado. Busco exilio, asilo emocional. Veo una burbuja brillante, aislada, flotante, no se comprende cómo su fragilidad logra sostener tantos productos, tanto plástico, tanto cemento. Me acerco, me deslumbro, la luz me llama, me encandilo.
Llueve, truena, graniza. Veo por la ventana de una casa de suburbio. Mis sucias manos ensucian el vidrio, mi aliento lo empaña. Tiemblo. Adentro, todos sonríen, están bien vestidos, tienen aparatitos para entretenerse, se mandan mensajes, se toman fotos. Me descubren, me asusto, me invitan a entrar. Una vez cruzo la puerta, que parece de madera pero no lo es, todo es demasiado bueno para ser realidad.


(De las tribus urbanas, los fresas o prepies, son los que aspiran a conquistar y regir el mundo tal cual está, sin cambiarlo, quizá, solamente para empeorarlo. Son conservadores, temen al cambio y quizá por eso se quedan en la apariencia, en lo superficial. Son el sueño dorado del marketing y de los centros comerciales. Carecen de manifestación cultural propia, son victimas de cualquier cosa que salga a la venta, lo cual los hace sentir que están de última. Su peor defecto es que discriminan a todas las demás tribus amparados en que ellos son políticamente correctos y son mayoría. Su mejor atributo, son sus buenos modales y su facilidad para vivir en sociedad).

A veces envidio a los fresas, a veces quiero ser fresa. Sus casas con acabados que parecen de lujo, su decoración sacada de De Museo, sus carros del año a plazos, la ropa cuidadosamente seleccionada pero que luce igual en todos. Su forma de expresarse cariño desmedido y la forma en que todo para ellos es relindo y cool. Yo, luciendo un disfraz que ni me queda bien (sufriendo para no ahogarme con la faja), trato de llevar el ritmo, de sonreír hasta que me duelen los músculos de la cara, de aprender sus ritos y símbolos que van cambiando a cada momento. Trato de creer, pero no se trata del dios de mis mayores, sino del dios del sistema, trato de ir llena de gozo a su templo más cercano, o mejor, al templo mayor: Oakland Mall.

Pero todo me sale mal. Mi naturaleza se va revelando y rebelando poco a poco, esa forma maldita de ser. Todo vuela a la mierda, la faja explota. Me veo al espejo desnuda y me asusto, pero me quiero como a un monstruo encerrado en el ático, en mi cabeza.
El caos empieza como un dolor de estómago, luego sube, sube, sube, el diafragma se oprime, los pulmones se desinflan, el corazón se aplasta. El grito está listo para salir, el vómito en la puerta de la garganta para mancharlo todo.
Las paredes blancas, los sillones relucientes, los pisos encerados son el lienzo de mi furia. Quiebro lozas, porcelanas, vidrios y cristales. Mientras un grito ensordecedor sale de mí, me libera. Muerdo, río y lloro a la vez, enloquecida.
Llega seguridad, vestidos de traje oscuro y con discretos radios disimulados, tratan de sacarme sin que nadie se asuste. Me arrastran mientras yo hundo mis uñas, ahora crecidas, deformes, afiladas, en cualquier superficie.
Me lanzan de la burbuja, caigo en el lodo. Me siento mejor, ha parado de llover y observo una pequeña flor silvestre que sale tímida entre piedras.

sábado, 3 de julio de 2010

Alemania por siempre


Para una niña pobre, con terrores nocturnos (imaginarios y también reales), la calle puede ser la salvación. Salir del laberinto fatal, de la oscuridad y del dolor por un rato, tratar de ser normal, de ser feliz, de ser. (Por eso el éxito de la maras y pandillas, a mí me salvó la literatura).

Crecer entre hombres me hizo un poco “marimacho”. Jugaba fut, beis y todos los juegos rudos de los niños. Claro, hasta que llegó la pubertad y con ella el encierro y todas las reglas aplicadas únicamente a las “nenas”. La doble moral que me hizo, y me hace, tanto daño.

Pero antes de eso, me enamoré de la Copa Mundial de Fútbol. No recuerdo todos los partidos de España 82, cuando yo tenía 10 años, pero sí los de la Alemania de Rummenigge (que para mí era igualito a Sting). No soy una fanática del fut en general, pero me gusta la Copa Mundial y tengo 28 años de irle a Alemania. La gente me pregunta qué onda con eso, y no sé, para mí es algo natural. No me hacen ir a un estadio nacional ni seguir a las ligas famosas de América y Europa, pero cuando empieza la Copa me late una vena escondida pero furiosa y caliente.

Esta empezó a hincharse con fuerza el caluroso 8 de julio de 1982 en la casa de una tía en Villa Nueva. En ese entonces era todo un viaje ir allí, era ir a otro pueblo, se sentía lejísimos. Los primos, tíos y hermanos, todos hombres gritones y al tope de la emoción, estaba extasiados frente al televisor viendo la semifinal Alemania contra Francia, mientras mi mamá y mis tías (no tenía primas en ese entonces) se distraían platicando en la cocina y el jardín.

Definitivamente, la emoción estaba en la sala, con el fut, y no en la cháchara de mujeres. Aprendí a vivir el juego, a sufrirlo, a gritarlo, a celebrarlo.
Quisiera creer, como he bromeado con más de alguien, que en mi vida anterior fui alemana (pero no nazi). Pero lo más seguro es que esta tradición me remonte a una época cuando decidí ser ruda, combativa, cuando por medio de las victorias, derrotas y glorias de un poderoso equipo podía evadirme de mi triste infancia.

viernes, 2 de julio de 2010

El arte de amar


Antes quería ser casamentera. Pensaba yo que en este mundo, donde hay tanta gente que sufre por estar sola, sería bueno dedicarse a engancharlos con sus medias naranjas.

Lo intenté en el colegio, con resultados desastrosos. No solamente me convertí en una especie de correo, sino que para las parejas que les fue mal yo era la culpable de todo.

Por experiencia, propia y ajena, ahora me doy cuenta que es mala idea conectar a la gente. Es como recomendar a alguien en un chance, si no cumple, si se porta mal, si no le pagan, si lo explotan, uno termina sintiéndose un poco culpable.

Estar solo está bien si es lo que uno desea. Pero para quienes habían soñado con compartir su vida con su alma gemela, si ésta no aparece por ningún lado puede que sufran mucho. Era un misterio para mí cómo algunas amigas (lindas, inteligentes, exitosas y sensibles) pueden estar solas a pesar de morirse de ganas de casarse.

Ya antes lo sospechaba, pero al hacer un artículo sobre el tema los expertos me confirmaron que nadie nos educa en el arte de amar. Por eso cuentos de hadas, películas, telenovelas y canciones nos dan pautas bastante equivocadas.

Con suerte, a prueba y error aprendemos a vivir en pareja. Con la madurez y la experiencia, nos vamos dando cuenta qué es lo que realmente importa a la hora de amar. En lo personal, me alegro mucho de haber fallado una y otra vez, pues así aprendí muchas cosas y al final pude encontrar el verdadero amor (diría Fiona).

Ahora muchos me consultan por sus males de amores. De casamentera a consejera de parejas, sin tener ningún título en el ramo. Esto es complicado y delicado, pues como dice el dicho, entre casados y hermanos no hay que meter las manos, o algo así.
Uno de mis amigos más queridos tuvo un problema en una red social porque la gente se metió en un asunto bastante personal con consecuencias muy tristes.

Otra cosa que no nos enseñan es el tacto, no el que nos sirve para tocar, sino ese sentido común que no nos deja meter las patotas a la hora de hablar o actuar. Entre amigos muchas veces se dicen las más feas groserías porque “hay confianza”. Pero hay momentos en los que hay que pensar bien en lo que se dice para no herir a nadie. Lo que para otros es una broma, puede ser una daga para quien está pasando un duro momento.

Por experiencia propia, sé que es difícil manejar situaciones donde hay niños de por medio, donde una familia vive un drama mientras una nueva pareja trata de salir adelante. He vivido en carne propia la forma en que se forman bandos, cómo alguien puede ser la bruja malvada y otra la "víctima". Esto es ya bastante complicado como para lidiar con las opiniones de otras personas.

Veo que esta historia se repite, aunque con significativas diferencias, en otras personas. Las decisiones que tomamos son nuestra responsabilidad. A veces uno sabe que habrá dolor si uno toma determinado camino, pero también sabe que solo ese camino se puede tomar.

Es por eso que es mejor no inmiscuirse, no opinar, no tomar bandos y, claro, no bromear con el drama de otros. Quizá la posición más sabia es tomar distancia y ofrecer buena vibra. Hay cosas que solo los involucrados pueden resolver. Simplemente deseémosles lo mejor.