sábado, 6 de septiembre de 2014

Septiembre 0

Nuestra educación sentimental es informal, la mayoría aprendemos de qué se trata eso del amor en el mejor de los casos por medio de novelas y poemas, en el peor, por telenovelas y canciones románticas. En esos escenarios donde siempre hay algún dilema amoroso, miramos que para algunos es sumisión, para otros dominación, para unos es alegría y para otros llanto incontrolable. Vamos aplicando lo aprendido según podemos, o nos dejan los demás y las circunstancias.

Yo miraba a las adolescentes del barrio escapándose por la ventana para ir a buscarlo, a las amigas de mi mamá persiguiendo a cierta coqueta para protegerlo, a las tías solteras añorarlo con resignacióny luto.
Como en la película de Bambi, cuando somos niños creemos que esa “enfermedad” nunca nos atacará. Lo cierto es que, sin saber muy bien por qué (aunque hay que culpar a las hormonas), de pronto llega la primavera de la vida y se vuelve una necesidad eso de tener un amor, amorío, affaire, romance, pasión, noviazgo. Supongo que para cada persona es algo diferente, pero opino que en todo caso no inicia en el corazón sino de más abajo, de las tripas, de un remolino de ganas que se alborotan en el estómago y más abajo al encontrar a ese objeto del deseo.

Se dice que es un lenguaje que va más allá de las palabras, que hay algo literalmente químico que vuela por el aire y te hace querer acercarte a esa persona en especial. Aunque parece algo mágico, es más bien algo animal y primario. Aunque eso no se puede forzar, tampoco es suficiente. Hace falta esa otra compatibilidad que nos hace querer acurrucarnos en lugar de salir corriendo después de hacer el amor. Y encima, debe ser el momento correcto para ambos para que pueda cuajar.

Yo te vi allí cantando y tocando tu guitarra, como miles de otras mujeres de todas edades en el recinto. Yo no tenía 16 todavía y un rayo me partió en miles de brillantes pedacitos cuando te vi. Sé que suena ingenuo tantos años después, pero al ser la primera vez que sentía ese calor que me quemaba, fue algo impresionante e inolvidable. Supongo que un óvulo dentro de mi tembló y un esperma dentro de ti oyó un llamado…

No era nuestro momento, era evidente, pero algo se prendió y nunca jamás se apagó. Toqué tus manos pero fue algo fugaz que quedó impregnado en mi. Lejos, muy lejos estaba todavía ese primer septiembre.
 
Pero no olvidé tus manos. Como dice el poema de Neruda, “Los años de mi vida, yo caminé buscándolas.  Subí las escaleras, crucé los arrecifes, me llevaron los trenes, las aguas me trajeron, y en la piel de las uvas me pareció tocarte”.

Diez y seis años lejos de ti para llegar a ser la que después te conquistaría. Esa niña de calcetas y chongos de 1988 jamás lo hubiera logrado, llena de dudas y temores. Me fui al mundo para conquistarlo, para que luego él trapeara el piso conmigo. Que me dejara todas estas cicatrices que ahora tú besas con tanto amor.
 
Una guerrera, una sobreviviente, que regresa a la patria para ser condecorada y premiada.
 
El amor es muchas cosas, tiene muchas caras y voces, es dinámico y toma muchas formas. Cada quien busca el que necesita, y el prodigio ocurre cuando hay alguien allá afuera ofreciendo eso que te hace falta en el momento justo.

Lo que yo buscaba era esa presencia que me hace sentir tan segura, esa sonrisa que me aplaca los demonios, que aleja los fantasmas, esa luz que me guía pero que también me da calor. Yo soy lo que estabas buscando también pero que no tenías idea que necesitabas. Me salvaste y yo te salvé, mientras yo me escapé del caos, tú escapaste de la indiferencia y el hastío.
 
Diez años de darnos todos los días ese antídoto mutuamente, de curarnos los males con miel y también con adrenalina. Los más cursis y los más ácidos. Cuando se acaba la jornada, allí encima de tu pecho está mi hogar, mi refugio, y cuando el mundo se me cae encima me acurruco más, me vuelvo pequeñita y me meto en ese espacio que está en tu costado izquierdo, allí donde huele tanto a ti.

Tus manos, Pablo Neruda

Cuando tus manos salen,
amor, hacia las mías,
¿qué me traen volando?
¿Por qué se detuvieron
en mi boca, de pronto,
por qué las reconozco  
como si entonces, antes,
las hubiera tocado,
como si antes de ser
hubieran recorrido
mi frente, mi cintura?

Su suavidad venía
volando sobre el tiempo,
sobre el mar, sobre el humo,
sobre la primavera,
y cuando tú pusiste
tus manos en mi pecho,
reconocí esas alas
de paloma dorada,
reconocí esa greda
y ese color de trigo.

Los años de mi vida
yo caminé buscándolas.
Subí las escaleras,
crucé los arrecifes,
me llevaron los trenes,
las aguas me trajeron,
y en la piel de las uvas
me pareció tocarte.
La madera de pronto
me trajo tu contacto,
la almendra me anunciaba
tu suavidad secreta,
hasta que se cerraron
tus manos en mi pecho
y allí como dos alas
terminaron su viaje.