sábado, 8 de junio de 2013

La incondicional

Mucho se ha dicho sobre el ejército y sus miembros en los últimos meses, a causa del juicio por Genocidio, tanto en contra como a favor. Aunque me cueste entenderlo y aceptarlo, sí hay quienes los defienden, claro, de una manera muy peculiar.

Eso me ha dejado pensando mucho. Estando en la universidad y metida en diversas organizaciones “de izquierda” empezó mi rechazo a los militares, gracias a mis lecturas y conversaciones con los compas. Era lo más natural, como si fuéramos enemigos naturales.

Sin embargo, crecí en un mundo donde el papel de los militares era considerado importante y de prestigio. Esto ocurría en medio de la guerra, cuando no se sabía en detalle todo lo que ocurría en realidad en el interior. A la ciudad sólo nos llegaban las noticias oficiales dónde, claro, los héroes eran los chafas.

Estudié en un colegio católico de la zona 5 que está muy cerca del Campo Marte (el patio colindaba con la escuela de equitación del ejército). Un colegio austero, ni bonito ni feo, académicamente muy bueno y que aceptaba jovencitas de todo tipo. Habíamos muchas del barrio, hijas de obreros y comerciantes, gente sencilla. Pero además había hijas o familiares de militares. Algunas venían expulsadas de colegios “caqueros”, pero a otras  sus padres querían enseñarles algo al inscribirlas en un colegio promedio. Vivían en la zona 16, en la colonia “Lourdes” y sus alrededores (algunas, como V. vivían en grandes terrenos que más parecían granjas).

Allí se creía que estar emparentado o relacionado con algún miembro del ejército tenía algo de glamour. Para terminarla de fregar, estaba de moda “La incondicional” de Luis Miguel,  en cuyo video se podía ver una romántica historia de amor imposible entre una colegiala y un cadete. Mis compañeras suspiraban por los estudiantes del Adolfo V. Hall o de la Politécnica, sobre todo vestidos de gala (yo suspiraba por un guitarrista). Que te invitaran a uno de sus “bailes” era algo que te daba status (yo fui una vez acompañando a un primo que no encontró con quién ir, fue una experiencia bastante aburrida, estirada y fría, nada parecida al video clip del mexicano).

Claro, con el tiempo comprendí que quienes miraban de lejos a los militares solo apreciaban la fachada, el brillo y la pompa. Pensaban que ser novia o esposa de un oficial era sacarse la lotería, que se aseguraban una vida de comodidades y mimos. Sin embargo, también descubrí que las que estaban adentro vivían muchas veces realidades muy poco románticas que incluían infidelidades, indiferencia, machismo y violencia intrafamiliar que se vivían de la puerta para adentro.

Nunca voy a olvidar a V. cuando le tocaba hacer la oración de la mañana. Ella era una patoja flaquita, obediente y calladita, pero había algo de tristeza en su mirada. Tal vez era solo mi imaginación. Estábamos en 5to secretariado bilingüe, era el año 1989, en su plegaria además de pedir por nosotras y nuestras familias, ella con los ojos cerrados, casi a punto de llorar, le pedía a Dios por los “especialistas” del ejército que estaban luchando por la patria. Yo era muy ingenua todavía y no sabía de qué hablaba.

Cuando me enteré qué eran los especialistas y cuál era su trabajo, me sentí muy ofendida por haber sido parte de esas oraciones. Menos mal nunca tuve verdadera fe, así que de mi parte esas peticiones no creo que hayan servido de nada.

Está claro que gente como V. y su familia ahora no entienden a los que vemos con horror lo que realmente pasó en la guerra y pedimos justicia. Para ellos esos militares son héroes a los que hay que honrar. Lo tienen metido en su cabeza desde niños. Me gustaría ahora hablar con V. y preguntarle si volvería a rezar por un torturador, pero casi puedo oír su larga e indignada respuesta como la misma de ayer, la incondicional, o sea que mejor no lo haré.