jueves, 10 de septiembre de 2015

Carta de amor bi polar



Estoy lista para que te vayas, no porque ya no te ame, sino porque precisamente he llegado al momento cúspide de este amor cuando debo cerrar los ojos y lanzarme al vacío disfrutando la caída libre sin pensar en qué pasará. Sin saber si abrirá el paracaídas y planearé como un ave, o me destriparé entre las piedras.

Puedes irte si así te nace, si quieres regresar sobre tus pasos o simplemente doblar en la esquina contraria. Aquí me quedaré dando brinquitos en los charcos mientras escampa, viendo el reflejo de tu figura en el agua.

Y tal vez deberías irte, no puede ser que sigamos amándonos tanto, deseándonos así. No es justo, no es posible, no es normal. No me mires así, no pienses que he enloquecido.

Sí, tengo miedo que esto sea una montaña rusa que solo ha ido hacia arriba pero que en cualquier momento empezará su caída vertiginosa.  Que cualquier día empecemos a ver hacia otro lado mientras comemos en un restaurante, como hemos visto a tantas parejas que nos devuelven la mirada curiosa de estos dos que ríen como adolescentes.

Tal vez es hora que te enseñe el camino hacia la salida amablemente, aunque no quieras. Demos gusto a quienes nos quieren alejados, quienes han pedido a sus dioses que un rayo rompa nuestro lazo invisible.

Pero...

Empiezo a imaginarte con esos movimientos lentos que haces cuando no estás seguro, te veo recogiendo tus cosas y algo dentro de mí se rompe.

¿Pero qué estoy diciendo? ¡No te vayas! ¿cómo podría volver a la tierra firme luego de haber levitado por 11 años alrededor de tu luminoso ser? Quedaría como polilla que tuvo alas, que una vez fue hacia luz y luego se quemó. Condenada a arrastrarse.

¡No! mejor no te vayas. ¿Quién terminará las frases que empiezo? ¿quién sabrá antes que yo qué es lo que me apetece? ¿quién escuchará mis discursos de media noche alrededor de una canción y un shot de tequila?

Solo tú puedes aplacar el monstruo que llevo adentro, volverlo manso como un corderito, ver su tosca belleza. Solo yo puedo hacerte hablar desde lo más profundo que llevas dentro, leerte como a un sismógrafo para saber en qué escala y a cuántos grados están tus emociones. 

No importa nada, quédate. ¡Sí! Sigamos siendo dos locos pecadores que no pueden dejar de tocarse, que se acaban de despedir y ya se extrañan.
Yo seguiré siendo tu estilista y tú mi ángel guardián. Yo la que hace listas de cosas-por-hacer y tú el que olvida todo en un segundo porque de pronto le surge un estribillo. Yo la que tiene mil zapatos y tú el que adora sus camisetas viejas. Yo la que prueba labiales en el supermercado mientras tú pruebas las degustaciones de licor de 25 centavos.

No puedo imaginar una existencia donde no esté tu sonrisa eterna, tu olor con un toque a almizcle, tu mano firme, la música que sale de cada poro de ti. ¿Con quién podría hacer tres comidas al día hablando como si fuera la primera cita? Tú organizas el desayuno, yo sirvo el almuerzo y juntos ordenamos la cena. 

Es perfecto, este plan es brillante. Quedémonos, gastemos hasta la última moneda en este casino del amor, tal vez ganemos o tal vez quedemos quebrados, no importa. Igual saldremos abrazados, felices y borrachos, yo con el rímel corrido y tú con una barba crecida. 

Es mejor que el momento del adiós sea aquel cuando el corazón se detiene y congela la mirada. Que uno pueda aspirar el último aliento del otro. Solo espero que ese día sea lejano, y que sea yo la que me vaya mientras tú sostienes mi pequeña mano.

Falta tanto para ese día, pero pasará como un suspiro como han pasado estos 11 años.