martes, 14 de febrero de 2012

Voy a extrañar la sala de redacción


Mi mejor amiga del colegio soñaba con ser periodista, yo con ser escritora. Bromeábamos y soñábamos sobre nuestra vida como adultas. Éramos las dos formas de ver el mundo, lo tangible y lo fantasioso, cómo nos reíamos, cómo nos complementábamos...

Mientras estudiaba letras, por años escribí, releí y corregí con ahínco. Así hice relatos que me salían de las entrañas, de las tripas. Luego, gane unos concursos y de pronto el sueño estaba cumplido: publiqué un libro. Pero, luego ¿qué? La euforia duró poco, caí de la nube y descubrí que en Guatemala no se puede vivir de escribir ficción. Es mandatorio tomarlo como hobbie o segunda profesión.

¿Cómo paré de periodista, si nunca fue mi objetivo? Me acerqué a esta noble profesión porque un editor tuvo una idea: quería que se hiciera periodismo narrativo en su periódico. Nunca me había pasado por la mente ser periodista, pero el editor dijo: es más fácil que un escritor aprenda a reportear, a que un periodista aprenda a escribir.

De pronto estaba yo describiendo la realidad de una forma más humana, viéndola desde ángulos que para muchos son intrascendentes. Fue una buena época. Sin embargo, tengo que reconocer que lo hacía sin tener más orientación que unas charlas y fotocopias que me proporcionó el susodicho editor, y los excelentes ejemplos que leía en Gato Pardo y Etiqueta Negra. Lo demás lo aprendí haciendo, no fue fácil.

No pude desarrollarme más en el periodismo narrativo porque el experimento fracasó (mis sábanas de texto eran leídas por pocos, aunque ganaron un par de premios), y fui metida en las filas de los otros periodistas, los verdaderos. Sin darme cuenta, he trabajado en esto ya por casi 9 años, he cubierto de todo.

La creación literaria se quedó de lado, un poco bastante olvidada. Dejé de escribir cada pieza periodística como si fuera parte de mi obra, a falta de espacio y de tiempo. Últimamente, incluso, dejé de usar las palabras con cuidado, como joyas, para aporrear el teclado porque el reloj anunciaba implacable la hora de cierre de la nota diaria. Mis nervios, mi energía, mi paciencia, se han ido deteriorando.

¿Será que mi desasosiego tiene que ver con que este en realidad no es mi camino? Mi inconformismo puede ser que esté ligado a estar en el lugar equivocado.

Quienes estudiaron periodismo, no pueden decir “voy a dejarlo”, porque llevan esa profesión en la sangre. Creo que ellos supieron, desde el primer día de clases en la U, que esta es una profesión de entrega y sacrificio.

Pero yo no me siento así, tengo un problema de identidad. Estoy a un paso, más bien un pelo, de decirle adiós a la sala de redacción. Pero la verdad es que esta profesión es difícil de dejar. La adrenalina, la capacidad de comunicar cosas que de otra forma quizá no se sabrían, sentirse útil a la sociedad, estar en el ojo del huracán, es como un vicio.

Es de reconocer que uno se siente diferente a los demás, no superior, simplemente diferente. En estos años he aprendido tanto, he conocido a tanta gente, de todo tipo, he visto tantas cosas, buenas, malas y horripilantes, he encontrado la manera de siempre encontrar lo que busco y así sentir una gran satisfacción. A veces pienso que no podré vivir sin todo eso.

Considero esta experiencia, no buscada, lo mejor que me ha pasado en mi vida. Hallé amistad y amor, aprendí humildad y valentía, un amor propio que nace no de la vanidad, sino del trabajo bien hecho, de la jornada larga pero productiva. He sido testigo de tantas cosas, y he madurado tanto, he comprendido que no soy el centro del universo pero que puedo aportar mucho.

Gracias a esta travesía, soy quien soy hoy. Cada entrevista, cada cobertura, cada lectura, cada investigación, cada aventura, dejó algo en mí. De otra manera, me hubiera quedado como ratona de biblioteca, snob y presumida, que no sabía ni la mitad de lo que es la vida. Tengo mucha gratitud por aquella oportunidad que se me dio.

Y es que un periodista con experiencia sabe un poco de todo, conoce a alguien en todos lados, entiende globalmente lo que pasa. No es especialista en nada, pero sabe a quién buscar para entender el mundo. Puede parecer arrogante por tanta información acumulada, pero es un excelente conversador.

Mañana será mi último día en esta sala de redacción, está decidido. No encontré cómo cuadrar mi vida personal y literaria con este oficio. Cómo quisiera poder seguir echando mano de tanto aprendizaje, pero no hay opciones. Nunca digo nunca, quién sabe lo que traerá este misterioso 2012.

Pero por el momento, cuelgo el gafete, la grabadora, la libreta y el lapicero. Mi amiga de la adolescencia, Karina, estaría tan orgullosa de mí.