lunes, 28 de julio de 2008

Me quedo con Johnny y con Heath (hombres con sacos de franela hechos a la medida)



La versión que de Willy Wonka hizo Gene Walder no me gustó para nada cuando era niña, menos ya de grande cuando tuve que compararla con la de Johnny Depp. Las escenografías tan chafas de aquellas épocas no impresionan ya, y el personaje de Willy Wonka se queda en lo superficial, a pesar de la buena actuación del actor de ojos saltones, con quien, por cierto, jamás habría tenido pensamientos pecaminosos…
Además el tal Charlie setentero es un niño de pelo teñido que no me inspiró ternura, me pareció tan o más desesperante que los otros niños. Y qué decir de los oompaloompas, ¡qué horror! ¡tiesos y sin gracia!
En cambio el genio terrible de Tim Burton hizo una película maravillosa. Todos los personajes, no solo el pálido candy man, están bien trabajados. Esta vez Charlie si me inspiró ternura, el niño pobre pero digno, junto a su ancianísimo pero simpático abuelito. La fotografía no podía ser más bella, con un colorido alucinado que me recordaba todo el tiempo a Lucy in the sky with diamonds…
Un Willy Wonka bien caracterizado, que nos deja ver qué hay detrás de su retiro, de su encierro, pobre hijo de dentista que no podía comer dulces. Con este Willy si me tiraba al río de cocholate para darle un poquito de color a sus mejillas…
Igual sensación me dio el Joker de Batman. Los anteriores Guasones, incluido el de Jack Nicholson, me parecieron payasos cínicos, nada más. Aunque debo reconocer que tengo cierta aversión por ese actor panzón y pelón (Nicholson) que quiere seguir pasando por galán. Tiene algunas películas buenas (The Shine, Easy Ryder, A few good man), pero no me simpatiza.
En cambio, el bello finado Heath Ledger logró algo inusual, una actuación que se roba el show. Un villano filósofo con intensiones macabras y un origen misteriosos (su actitud ante el dinero me dejó fría). Me uno a los que gritan ¡Oscar! Que valgan de algo las noches en vela aderezadas con drogas que le costaron la vida al canchito australiano, atormentado lejos de su hija y su mujer.

viernes, 25 de julio de 2008

Carri Bradshou vrs. Briyit Yons


Aquellos años de locura. Frente al televisor pasaba largas horas comiendo sopas de vaso con cerveza, chucherías y cómida rápida. Ante tal calidad de nutrición, el peso subía y subía. Por la noche recibía a un grupo de gruñones, como yo, para jugar por horas en la pequeña mesa de mi sala. Cada quien jugaba más consigo mismo que con los demás.
Cuando podía, veía Sex and the city, y luego me quería sentir como Carry Bradshaw mientras caminaba por las calles zona 9, cuando secretamente en realidad era como una Bridget Jones del tercer mundo.
Ahora, años después y ya con mi mente y mi vida más en paz, tuve la mala suerte de ver la secuela de Bridget Jones. Qué asco. La gordita alcohólica pero divertida, se volvió una gordísima abstemia insoportable. ¿Es ese el futuro? ¿Es el alcohol (y todo los demás vicios) los que nos hacen simpáticos en realidad?
Decidí hacer como que nunca vi ese remedo de película, y quedarme con el recuerdo de la primera Bridget.
Por eso fue un reto ir a ver Sex and the city, la película. Por tratarse de un ícono, de un ideal (vivir en Nueva York, ser sofisticada y que Vogue te pague $5 por palabra), no era cosa fácil. Acaso también estas mujeres, mi admirada Carrie, ¿se volverían una bola de histéricas?
Afortunadamente, no. No puedo decir que es una buena película, pero es el episodio más largo y entretenido que ha tenido la serie. Aunque con más arrugas y menos picardía, la química entre ellas es igual. Un par de detalles de la historia (reacciones exageradas) y el hecho de que pudieron cortarle unos 20 minutos por lo menos, no importaron. Igual pude ver en la gran pantalla mi fantasía máxima: tener amigas.

martes, 22 de julio de 2008

La historia de mi vida

Cuando incursioné en el feminismo, mis mentoras desconfiaban de mi apariencia. Ya saben, las feministas no se tiñen el pelo, ni se maquillan, ni se rasuran las piernas ni las axilas, mucho menos se depilan el bigote. Ellas esperaban quitarme todas esas malas costumbres. No lo lograron, pero aprendí de ellas lo importante: soy la dueña de mi vida y nadie se mete conmigo.
En el otro lado, las mujeres que sí se preocupan por su aspecto, se asustan (e incluso se ofenden) por mis pensamientos radicales. Recibo mucho comentarios del tipo de “quién te mira”, “nunca lo pensé de ti”, “mosquita muerta” cuando descubren lo que leo, lo que escribo, lo que pienso, lo que hago. No sé si ofenderme, quizá mi apariencia y mis modales debería ir más acorde con mi interior. Pero adoro los tacones, plancharme el pelo, hacerme las uñas, maquillarme por horas frente el espejo. Así soy, ni modo.
Cuando empecé a trabajar como secretaria, siendo muy jovencita, por muchos años me sentí atrapada entre gente tradicional y políticamente correcta, aunque con doble moral. Debía, porque me lo exigían, vestirme para verme mayor y así inspirar respeto. Hastiada, me dediqué coleccionar amistades con gente más “cool”, de esa que cambia el mundo pero en el proceso escandaliza su entorno. De día oficinista correcta, de noche aprendiz de filósofa y artista.
Fue un alivio ir a trabajar a S21, pero tuve que cambiar todo mi guardarropa de “vieja”. Mis nuevos compañeros eran ésos a quienes frecuentaba de noche en actividades culturales (y etílicas). Ir a trabajar era como juntarse con los amigos. Tiemposh aquellosh. Siempre estábamos en algo nuevo y compartiendo interesantes puntos de vista. Siempre estábamos evolucionando, experimentando y, ciertamente, ir de fiesta con ellos es cosa seria. Claro, en el otro extremo, debo decir que son irreverentes y hasta groseros, aún con sus amigos. Además, no son puntuales ni cumplidos, y la sensibilidad no es precisamente su fuerte.
El problema vino cuando me embaracé y empecé una vida familiar. Ya no podía llevarles el ritmo, y la vida siguió, sin mí. Los supermercados, consultorios pediátricos, visitas familiares y juegos infantiles ocuparon mi vida. No me quejo, es una buena forma de dejar de ser egoísta.
Luego, me cambié de trabajo, y de universo. Ahora solo me queda la apariencia de mamá de mediana edad, y nadie con quien hablar. Al parecer en este periódico eligen a los empleados pensando en el público que lo lee: personas tradicionales. Aquellos que solo quieren vivir tranquilos, hacer bien su trabajo, cumplir con sus creencias religiosas y, quizá, encontrar el amor. Son fabulosos compañeros, son amables, sonrientes, siempre están de buen humor. Si te pasa algo, te apoyan sin pensarlo, te ofrecen todo tipo de ayuda. Eso sí, se van derechito a sus casas luego de un gratificante día de trabajo. Son muy prácticos, dan interesantes ideas para la casa, para la pareja, para los niños, para la cocina.
Sin embargo, no puedo evitar sentirme como una farsante, al ser tan diferente a ellos, y frustrada, al no poder expresar lo que realmente pienso.
Ambos mundos no pueden convivir, sino miren lo que pasó en los comentarios de mi post anterior.

viernes, 18 de julio de 2008

Busted!


Un amigo mío muy observador se dio cuenta que en la foto de una entrada anterior tenía a unas chicas de shorts ajustados de fondo. Mea culpa. Ese día de Guadalupe (iniciando la tradición) andaba en mi rincón favorito de Hooters….
¿Una feminista en tal antro explotación femenina? Si me vieran mis maestras ideológicas me matan, aunque muchas de ellas son lesbianas, entonces quizá les darían ganas de ir, o ya fueron.
Cuando anunciaron que habría un Hooters en Guate, dije, “esa influencia gringa nos sigue corrompiendo”. Pero un día fatídico hubo una presentación a la que asistí por trabajo (y por la cerveza gratis) y el lugar no me pareció mal por dos razones.
Los bares de siempre me estaban como estrangulando. Muchos recuerdos (no todos buenos), muchos amigos (y uno que otro enemigo), muchas tentaciones. Baños sucios a donde no se va solamente a orinar (if you know what I mean), mala comida ó no comida del todo, meseros artistas que se la pasaban platicando y no trabajando, largos minutos de espera para que te atiendan, en fin. Amo ese mundillo, pero a veces es difícil de digerir. En lo personal, me cuesta trabajo saludar a la gente, a veces solo querés emborracharte y ya, sin hacer vida social. Al mandado y no al retozo. Además, si hacés algún clavo (o andás de romances), seguro seguro algún conocido te verá (y hasta te tomará fotos) y empezará a correr el chambre.
En cambio, encontré en Hooters un paraíso impersonal, como MacDonalds ó cualquier centro comercial. Como diría mi amigo JPD, nobody knows, nobody cares. Siempre es gente diferente, en su mayoría treintones que después de la ofi se van echar las chelas y el taco de ojo. También van mujeres que toman con seriedad y sin poses. Nunca me he encontrado a un conocido. Lo malo (pero si estás bolo se vuelve gracioso) son los días de karaoke, la música en vivo de covers mal hechos y los precios más altos; lo bueno es que la comida es rica y los baños siempre están limpios y nadie está haciendo nada ilícito ni cochambroso. Además, hay seguridad en el parqueo y el tira registra por si las armas de fuego.
Lo otro, son las chicas.
Bueno, aquí viene una declaración. Me gustan los hombres (estoy loca por uno), pero siempre he sentido cierta atracción por las chicas. Uf, que difícil fue admitirlo. Según mis amigos, soy una lesbiana reprimida. Siento debilidad especialmente por Madonna (sí, aún ahora que está vieja), Winona Ryder y Carmen Electra. Pensando que quizá ellos tenían razón, una vez acepté cuando una mujer (casada y con hijos pero cachonda) me ofreció un beso en la boca. La verdad no sentí nada, me desagradó su labial contra el mío y ahí murió. Cuando he bailado y manoseado a alguna streaper (otra confesión) lo hice más por curiosidad que por erotismo. Solo pensaba “qué pechos tan firmes, qué cinturita”, mientras ella se hacía como si le gustaba.
O sea, físicamente las mujeres no despiertan nada en mí. Es otra cosa, pura contemplación, o en algunas casos, como mi adorada Madonna, admiración.
Además está el juego erótico de ir a ver chicas con tu hombre, tejer fantasías, sentirse atrevida. Cuando él notó que me gustaba, casi se muere de la felicidad. Claro, deben ser chicas bonitas y tontas que de ningún modo puedan trasladarse a nuestra realidad cotidiana.
Entonces un día Al Día me mandó a cubrir la elección de Miss Hooters, y debo aceptar que fue una velada memorable, con ceviche y cerveza en mano, vimos desfilar a chicas sexys disfrazadas como en las películas eróticas (una enfermera, una policía, una militar, una piloto, en fin).
Con la esperanza de seguir disfrutando la belleza de estas modelos clase B, seguimos asistiendo a Hooters, además, con nuestra Club 21 nos regalaban un pichel. Pero un día, las chicas lindas desaparecieron. Ahora son mujeres promedio (delgaditas, sin tetas ni nalgas, con uñas feas y cepillados caseros), que lo atienden a uno de mala gana y luego quieren 40% de propina.
Ya no hay fantasía. Se acabó la magia.

miércoles, 16 de julio de 2008

Epílogo


(la foto es de Edgar Quisquinay y estamos en la Asociación de Estudiantes de Humanidades por los años 90s).Hoy tuve un extraño despertar. Me resistía a abrir los ojos, cuando el hombre que duerme a mi lado me preguntó si conocía al que salía en el telenoticiero. Enfocando con dificultad la mirada, me di cuenta que habían asesinado al decano de mi querida Facultad de Humanidades, Mario Calderón.
Me levanté de inmediato, e innumerables recuerdos vinieron de golpe a mí con sentimientos enocontrados. Recordé mis años en dicha casa de estudios, que fue mi “hogar” por toda la década del 90. En su mayoría, en esos años pertenecí a un fuerte movimiento estudiantil que ha dado frutos, pues muchos de ellos son los intelectuales que rigen o analizan nuestro país en la actualidad. Pero eso lo contaré otro día.
El hecho es que a mediados de los noventa, años antes de la firma la paz, mi agrupación política tenía la dictadura perfecta: teníamos la asociación de estudiantes, teníamos un representante en la junta directiva de la facultad, uno en el Consejo Superior Universitario y en importantes secretarías de la Asociación de Estudiantes Universitarios, not to mention que la huelga de dolores era cosa nostra. Todo funcionaba como un reloj. Todo menos la decanatura humanista.
El decano, señor obeso que más parecía inspector de camionetas que intelectual, era un verdadero obstáculo con sus ideas oscurantistas. En esos años, el profesor más popular era el pedagogo y defensor de los derechos humanos, Carlos Aldana. Uno realmente deseaba que llegara la hora de su clase, y una vez empezaba a hablar, todos callaban.
Aldana salía en la tele como cara de la ODHA, daba charlas, escribía libros, era puntual, realmente te enseñaba. Cuando se le propuso lanzarse como candidato, aceptó para más felicidad de la muchachada que de él. Era una responsabilidad más, pero la asumía con entusiasmo.
Todo iba bien, hasta que Mario Calderón se lanzó también. Profesor de pedagogía, era famoso por otras razones. Se decía en los pasillos que era muy enamorado, cosa que escuché de labios de dos patojas que vivieron en carne propia sus “cortejos”, a pesar de ser casado. Más de una logró ganar sus cursos luego de salir con él. Yo, que andaba también en amores ilícitos, me lo topé una vez en esos lugares oscuros donde van las parejas que necesitan esconderse. El chaparrito, que bailaba apechugado con su “novia”, solo alcanzó a guiñarme el ojo al ver que mi acompañante era mucho mayor que yo. Luego, en los pasillos de la facultad, me dijo que él no había visto nada si yo tampoco. Me enojé pero tuve que morderme los labios.
Una vez iniciada la campaña para la decanatura, como políticos responsables que representaban a todo el cuerpo de estudiantes, decidimos citar a los dos candidatos para que nos explicaran sus planes de trabajo, para luego decidir a quién apoyaríamos oficialmente. Era obvia nuestra preferencia, pero había que darle el beneficio de la duda.
Carlos Aldana llegó con un documento bien gordo, de muchísimas de páginas, donde explicaba su visión de la Facultad de Humanidades. Nos convenció y hasta conmovió con su entrega, sus ideas hasta quijotescas, su visión de lo que un verdadero humanista es.
Luego llegó Mario Calderón con las manos vacías. El llegó a negociar nuestro apoyo. Nos dijo que si lo apoyábamos tendríamos más recursos para la asociación, becas, viajes, abastos, permisos, casas, carros, sueldos, puntos. Pero y ¿el plan de trabajo? Sin inmutarse dijo que no tenía, que debía saber quiénes lo apoyaban, quiénes estarían de su lado, para luego decidir cosas. Fue un insulto a nuestra inteligencia y a la facultad, así que nos fuimos con Aldana.
Días después empezó una memorable campaña electoral. Trabajamos duro, nuestro grupo se lució y Carlos Aldana hacía malabares para tener tiempo y cumplir con la agenda. Mientras, Mario nos miraba como diciendo “ya van a ver”.
El día de la elección fue triste. No recuerdo los detalles, pero estábamos seguros del fruto que rendiría nuestro trabajo, hasta que…
El parqueo se empezó a llenar de camionetas extraurbanas que traían gente de las extensiones departamentales de la facultad. En la sede central éramos poquitos, pero en el interior había muchísima más gente. Misteriosamente, llegaban, votaban, se les daba de comer y se iban. Así, todo el día.
Mario Calderón ganó y nosotros lloramos. Aunque hubiéramos previsto esta jugarreta, ¿quién tenía tanto dinero para ir a cada extensión y “convencer” a tanta gente y luego traerla? Ni los estudiantes de la sede central, ni el claustro de profesores, ni los profesionales pudieron contra tanta gente.
Claro, nosotros seguimos en la lucha, como la oposición bien clara. Pronto, empezaron los cambios sospechosos, vimos a estudiantes mediocres llegar a auxiliares, y a otros no muy aplicados graduándose gracias a tesis que surgían de la nada.
Pero lo más triste fue cuando, alegando que había muy pocos estudiantes, Mario quiso cerrar la carrera de filosofía. Los 20 pelones filósofos y la asociación tomamos el edificio e hicimos una gran bulla. Nuestras pancartas decían “la filosofía es la cabeza de la universidad, Mario sacó la guillotina”, o algo así. Además, algunos se atrevieron a señalar sus acosos y corrupción. Fue memorable, hicimos que diera vuelta atrás.
Sin embargo, Mario nos sentenció. Dijo que ninguno de nosotros nos graduaríamos mientras él fuera decano. Por algún tiempo lo cumplió, uno de nosotros tuvo que apelar al Consejo Superior Universitario, del cual era miembro, para que se investigara por qué el trámite de aprobación de su tesis era siempre detenido o rechazado.
Con los años las cosas se calmaron y Mario se acomodó. Además, con la firma de la paz las asociaciones y grupos dejaron de tener ideales tan radicales y Mario fue electo dos veces más (no me consta si hizo el truco de los buses), siendo el más antiguo de la Universidad.
Nosotros, los de entonces, maduramos y salimos al mundo real donde aplicamos lo aprendido. Carlos Aldana es uno de los pedagogos más respetados del área, actual vice ministro de Educación y tío de Carlos Peña.
Por eso parece el final de una historia inconclusa, o su epílogo, ver que ayer asesinaron a Mario cuando iba en un carro agrícola con placas oficiales.

jueves, 10 de julio de 2008

No me salen


Quizá uno nace con la cantidad exacta de palabras que uno puede escribir. Algunas personas tienen cantidades ilimitadas, otras casi nada. Tal vez es como un pozo que se seca, que deja de brotar.
Amo las palabras, pero amo más las historias. Tengo muchas en la cabeza, pero últimamente las palabras se niegan a darles forma. Si tan solo pudiera plasmar sin palabras esos enredos que nacen en mi mente cada día.
En cambio, mi mano izquierda se niega a escribir, se encoge, se oculta. La otra, la pequeña, quiere intentarlo, pero nunca tuvo adiestramiento, no se cultivó. Mientras, los dos hemisferios de mi cerebro hacen un pulso para tomar control.
Por ahora, he desarrollado una rutina que nunca imaginé. De ser una chica Sex and the city (al pie de la letra), poco a poco me estoy convirtiendo en una Desperate Housewife. Es el ciclo de la vida, ó es el sistema que me engulle?
Quién sabe, por el momento debo ir al supermercado, urgen los pañales y miles de otras cosas. Maldito SPM.