domingo, 26 de agosto de 2012

Free lance world


La sociedad te quiere moldear según su conveniencia, eso está claro. Desde pequeña, quisieron matar todo rastro de sueños o aspiraciones. Mis intentos de poner las obras de teatro que yo misma escribía en la primaria fueron objeto de rechazo y hasta de regaños (por los temas que trataba en ellas), pero yo sentía que necesitaba esa expresión. Además, me pareció curioso cómo otros niños necesitaban de mi rebeldía, me apoyaban en mis iniciativas y se involucraban, aunque después yo pagaba “el pato” por todos.

Claro, la censura y los regaños me afectaron, crear se volvió un acto íntimo, clandestino, secreto. A solas iba haciendo los planes que quería lograr cuando creciera, por fuera era una chica más del barrio, en mi mente ansiaba llegar a ser artista. Los libros y los diarios fueron mis únicos compañeros en mi solitaria y oscura infancia.

Cuando estaba en quinto secretariado, o sea tendría unos 17 años, en clase nos pidieron que escribiéramos un ensayo acerca de lo íbamos a ser cuando fuéramos mayores. No fue difícil para mí, no tenía duda alguna. La “miss” que nos encomendó la tarea era una señora algo snob, creo daba clases para no aburrirse solita en su gran casa. Tenía mundo y cultura (nos contaba sus aventuras en París una y otra vez), pero era machista y algo discriminadora. Llegó incluso a recordarnos que habían profesiones para mujeres y otras para hombres, y para pobres y para ricos.

Pues escribí mi ensayo con toda sinceridad, quería estudiar letras y dedicarme a escribir. En otra persona, en otra situación, en otra sociedad, esto no hubiera sonado tan descabellado quizá. Mis compañeras que dijeron que querían ser decoradoras de interiores, nutricionistas, psicólogas, terapistas del habla, recibieron un 100, ¿yo? Otra vez un regaño.

La Miss me llamó aparte, y en pocas palabras, me dijo que una chica pobre como yo no podía ser artista. ¿De qué iba a vivir? Otra vez recibía un NO rotundo por intentar salirme del molde, quería hacerme sentir ridícula por mis anhelos. Lo bueno era que yo ya estaba acostumbrada a la burla y el rechazo, lo malo es que esto solamente hacía crecer mi rebeldía.

Estudiaba en un colegio que tenía gente de todo tipo, muchachas del barrio como yo, pero también hijas de militares y empresarios que como castigo o tacañería estudiaban con la chusma. En lugar de no hacer énfasis en estas diferencias, las maestras las acentuaban. Según ellas, nuestro origen determinaba nuestro destino. Nadie daba un len por mí, estoy segura que muchas pensaron que terminaría mal (mucho más luego de un incidente con la mariguana de la mamá artrítica de una compañera y de un periódico extremista que fundé en el salón de mecanografía).

Cumpliendo con los pronósticos de estas señoras, tuve que trabajar nada más graduándome del colegio. Casi una niña ya tenía que ver por mi misma. Si quería estudiar debía ver cómo lo hacía porque nadie me iba a ayudar. No le hice el feo, además det rabajar de lunes a viernes de 8 a 5, no solo me inscribí en la USAC sino también en la UP para estudiar teatro. Claro, perdí muchas clases por tener que quedarme en la oficina más tiempo, y llegaba a mi casa molida ya tarde en la noche.

Así pasaron muchos años, digamos que en realidad fui una trabajadora que estudiaba y no al revés. Recuerdo un cansancio constante, incluso hambre en esas largas jornadas, penurias pero también una necedad de hacer lo que me gusta.

Así pasé casi una década. Dejé el teatro y me involucré en política y otras actvidades “relacionadas” (huelgueras pues). Luego terminé la U y, claro, a seguir trabajando. Viví unos 21 años ininterrumpidos siendo asalariada.

Dos décadas de aguantar muchas cosas por un cheque, por un aguinaldo, por un bono 14. Aprendí muchísimo de esto, no lo niego, conocí personas y lugares que fueron impactantes en mi vida, fui moldeando lo que soy hoy. Pero también hubo muchas humillaciones, injusticias y malos tratos. Todo eso se volvió más doloroso desde que soy mamá. De eso también aprendí.

Vivir de acuerdo a lo que los jefes dictan, regir tus actividades y hasta tu vida por los horarios de trabajo por más de 20 años hace mella en cualquiera. No soy buena para levantarme temprano, nunca lo fui, soy una persona nocturna. Además, mis problemas con la autoridad nunca se resolvieron sino que creo que empeoraron. Pensar diferente a la mayoría (atea, femininista, de izquierda) también fue un problema constante. Con todas estas características, veo hacia atrás y no comprendo cómo pude ser una trabajadora tan dedicada por tanto tiempo. Increíble.

Paralelamente, siempre luchando por hacer algo en el arte, en las letras. Escribiendo en momentos robados, en computadoras prestadas, como un gran desahogo, como un gran acto de fe.

Sí, he publicado y todo pero no es como yo esperaba. Este país y este mundo moderno que menosprecia el arte y adora las celebridades y el fashion me desmoraliza. Para mí, la literatura no es un club ni un concurso de popularidad. Yo solo quiero escribir cuando yo quiero, cuando lo necesito, así de simple, si no vuelvo a escribir más es porque quizá ya no tengo nada que decir.

Pero, hace tres meses hubo un parteaguas en mi vida, parte de mi identidad cambió.

Ahora, trabajo en mi casa y tengo toda la flexibilidad que yo misma me doy. Primero sentí miedo, luego un júbilo enorme, ahora me estoy empezando a sentir un tanto rara. Da risa pero no me acostumbro a tener tiempo para mí misma. No tener a alguien que esté todo el tiempo diciéndome qué hacer y vigilando mis movimientos.

Me levanto temprano porque debo mandar a mi hijo al colegio, pero luego de despedir a mi Manuel y a mi marido en la puerta y se cierra el elevador me quedo allí conmigo misma. Regreso a mi “oficina”, pongo música de mi gusto (ya no más audífonos para no molestar a los demás), pongo un incienso y desayuno mientras leo el periódico.

Sé lo que tengo que hacer y lo cumplo, aunque he tenido que desvelarme hasta la madrugada, pero también me trato bien a mi misma y a quienes amo. No sé cómo pude tener tanto tiempo mi vida en espera, en pausa, cumpliendo los objetivos de otros.

Este es un momento crucial para mí, ¿todavía soy escritora? Los proyectos literarios que tengo parados ¿todavía son relevantes? Ó ¿debo empezar de cero ahora que ya no soy la misma?

Todo esto lo pienso desde mi ventana, donde veo cientos de lucecitas de carros y buses que se mueven lentamente bajo la lluvia. Imagino a quienes van cansados rumbo a sus lejanas casas, soñando con una vida que no se atreven a salir a buscar.