viernes, 19 de julio de 2019

¿Un premio Nobel para el terror?



El Día de Muertos, y toda la temática de Halloween, me hizo recordar que en un conversatorio de narrativa nos preguntaron a los participantes si conocíamos escritores que hicieran relatos de terror o ciencia ficción. Los demás dijeron que no, y yo solo he oído de dos que se inclinan por ese género.

Sin duda alguna en Guatemala existe gente a la que le gusta leer y crear historias que despierten horror, pero no son de los más conocidos. Si partimos de que la literatura es una tradición, quizá la mayoría nos inclinamos por aquella realista, o hasta hiper realista, que descubra y denuncie lo que ocurre a nuestro alrededor.

En ese conversatorio también se dijo que a lo mejor en nuestras sociedades llenas de problemas y dramas cotidianos, el material para inspirarse y escribir, incluso con un tono de miedo, está en la cotidianidad.

Hay historias reales que, como dice el viejo dicho, superan a la ficción. Fantasmas, zombis, monstruos e invasores de otros mundos parecen inofensivos ante ciertos personajes de la vida real.

El género de terror u horror se ha considerado “menor”, aunque grandes escritores como Edgar Allan Poe y Horacio Quiroga lo cultivaron. En Latinoamérica muchos experimentaron con lo que se conoce como literatura fantástica, como Gabriel García Márquez y Julio Cortázar, pero no era estrictamente
parte de esta forma de escribir que, básicamente, busca dar miedo.

Hay quienes escriben relatos que te perturban y no te dejan dormir por las noches. Puede que vendan millones de libros, pero estos carecen de valor literario y no pasarán a los anales de la historia. Una
gran excepción es Stephen King, quien tiene títulos alabados por la crítica y que persisten en el tiempo.

Con una carrera de no menos de 40 años y decenas de libros, King no solo nos ha hecho tener miedo, también ha retratado y criticado a la sociedad en la que le ha tocado vivir. Otro mérito es que ha conseguido que multitudes lean.

Muchos dicen que deberían darle el premio Nobel, aunque tenga en contra ser un creador de best sellers y que sus historias sean de terror (llevadas muchas veces a la pantalla). Los puristas rechazan
la idea, pero son los mismos que no esperaban que se lo otorgaran a Bob Dylan.

Sin duda, este debate está apenas empezando, no dudo que en los años venideros veremos esfuerzos por vindicar el género de terror y ciencia ficción, que ha ido evolucionando y perfeccionándose.

La literatura y el suicidio, vaya tema complejo

A pesar de mi pánico escénico, me he propuesto dar clases como una opción para mis próximos años. Por eso, cuando me preguntaron si podría hacerme cargo de un taller en la Fundación Paiz en octubre,
accedí de inmediato.

El tema ya estaba establecido y no se podía cambiar. Debo impartir un taller acerca de la relación entre la literatura y el suicidio. No sé si soy la persona más adecuada para hablar sobre eso. Por supuesto, me parece un tópico interesante, quizá demasiado.

Ante esa casi “fascinación” es fácil caer incluso en promoverlo, así como en rechazarlo y condenarlo sin analizar todos sus ángulos. Quien diserte sobre esto debe guardar un equilibrio y espero poder hacerlo.

El suicidio ha estado presente en la literatura universal desde siempre, no solamente como tema sino como el desenlace en la vida de no pocos autores. Virginia Woolf ahogándose en un río, Mariano José de Larra dándose un escopetazo, Sylvia Plath metiendo la cabeza en un horno y Horacio Quiroga bebiendo cianuro.

Albert Camus dijo que el suicidio es un acto de libertad, mientras que Balzac que es un sublime poema a la melancolía. Un tema escabroso, la muerte autoinfligida abarca aspectos médicos,
sociales, estéticos y hasta ideológicos. He decidido hacer un recorrido por los casos
más emblemáticos de suicidas escritores, analizando cómo esta forma de ver la vida afectó a su obra.

Serán cuatro sesiones a las que todos los interesados pueden asistir. En la primera haremos consideraciones médicas y sociales del suicidio. Dejaremos los prejuicios de lado, pero sin glorificarlo. ¿Acaso los artistas son más propensos a llevarlo a cabo?

En la siguiente cita nos preguntaremos si ¿la muerte es la novia de la literatura? Descubriremos desde cuándo hay escritores suicidas.

En la tercera sesión hablaremos sobre tipos de autores suicidas: algunos oyen voces en su cabeza, otros no soportan el dolor y el abandono, no faltan los que llevaron sus ideales al extremo. Tocaremos
casos paradigmáticos.

Para la última fecha abordaremos lo que pasa con los lectores de estos escritores. Haremos un recuento de las opiniones más aceptadas acerca de la influencia de la literatura, y sus temáticas, en los lectores.

Busco que todos lleguemos a una opinión propia sobre el tema.



Las cartas ¿todavía se usan?

Vivimos en una era de comunicaciones instantáneas y parecen ya lejanas las épocas en que uno tenía que tomar lápiz y papel para escribir una carta y luego mandarla. La espera para recibir la respuesta podía ser muy larga y se sentía eterna. Ahora las cartas parecen exclusivas de las oficinas, que también las usan cada vez menos.

Por eso me causó mucha sorpresa que las Aldeas Infantiles SOS en Guatemala me invitaran a dar un taller acerca de cómo contar historias por medio de cartas. Acepté de inmediato porque esto reúne
dos formas de escribir a las que me he dedicado por muchos años: la correspondencia fue el pan diario cuando era secretaria, y la narrativa, pues es mi pasión.

Esta entidad no lucrativa acoge a niños que lo necesitan, tengan o no padres, y les otorga un entorno familiar, una casa. Muchas veces aceptan hermanos, por lo que pueden seguir creciendo unidos
en un hogar. Junto a otros niños y una educadora, que hace las veces de mamá, viven en familia, por lo que no se pierden de ninguna experiencia de la infancia y adolescencia.

La organización funciona en todo el mundo y en Guatemala tiene presencia en varios departamentos. En una sociedad en que tantos niños son dejados a su suerte, su labor es admirable.

Como se puede adivinar; para funcionar necesitan de la ayuda de la mayor cantidad de personas. Así que dentro y fuera del país cuentan con padrinos para estos niños que los apoyan y acompañan, aunque sea a la distancia, en su crecimiento y formación.

Precisamente para que quienes colaboran con los niños puedan enterarse de lo que pasa en sus vidas, cada año las directoras de estos centros les escriben dos cartas que van acompañadas de fotografías.
Escribir estas cartas es una tarea difícil, ya que deben encerrar tantas vivencias y sentimientos que los acerquen a sus ahijados. Por años lo han hecho muy bien; se nota que han desarrollado la habilidad de poner en palabras y en papel eso en lo que su ayuda se traduce.

Son historias de retos y obstáculos, pero también de triunfos diarios y metas logradas. A pesar de que las directoras de estos proyectos tienen mil cosas que hacer, pues trabajan los siete días de la semana, sin horario de entrada ni salida, se toman el tiempo para sentarse a escribir.

Ante esta experiencia y loable labor, yo solo llegué a refrescarles ciertas nociones. Y mi mayor aporte fue, creo, compartirles trucos y métodos para hacer su escritura más efectiva y ordenada.
No se puede enseñar a escribir en un taller, pero sí compartir experiencias para probar con nuevos métodos. Ojalá les haya aportado algo.

¿DEBEMOS REFORMAR EL PREMIO NACIONAL DE LITERATURA?


Hace unos años me metí en problemas por decir mi opinión acerca del Premio Nacional de Literatura a un medio de comunicación. Dije que debería espaciarse la premiación para darle chance a los escritores activos a desarrollar su carrera. Esto porque se supone que se galardona “al conjunto de la producción de un autor o autora, en consideración de su calidad y aporte al desarrollo de la literatura guatemalteca”.

Según yo debería darse cada 4 años con un reconocimiento en metálico más alto, creo que mencioné Q200 mil (sumando los Q50 mil que actualmente se dan de manera anual). Y además opiné que en los años intermedios debería promoverse y distinguirse la creación de autores jóvenes, y no tan jóvenes, para que así vayamos “cultivando” a esos premios nacionales.

Fui muy criticada y hasta la fecha veo ciertas miradas de reproche. Se dijo que eso era no valorar a los autores y que el dinero, aunque poco, se podría perder si no se entrega y, lo más escandaloso, que no eran “narcos” para estar dando más dinero a un escritor. En fin, a veces decir lo que se piensa no es bien recibido por todos.

Todo esto vino a mi mente, porque hace unos días la Universidad del Valle deGuatemala (UVG), para celebrar los 10 años que lleva invitando a un autor nacional a que hable con los estudiantes, realizó la actividad Conmemoración y celebración de la literatura guatemalteca.

Uno de los oradores, no digo su nombre porque no le quiero acarrear los mismos problemas que yo tuve, dijo con otras palabras casi lo mismo que yo pienso acerca del máximo galardón a las letras.

Agregó otra idea que me pareció genial: que en lugar de un solo y escuálido galardón, se entregue una pensión vitalicia.

Sería reconocer a un escritor, pensador y ciudadano guatemalteco que haya aportado con su obra y su vida a la literatura del país, que haya marcado un precedente con su estilo y que incluso haya iniciado escuela. Alguien que haya invertido décadas en promover no solo sus propias letras sino la de otros
escritores, motivando a los jóvenes a leerlos y también a escribir.

Como afirmó este orador en el evento de la UVG, esos personajes no abundan y hay que darles tiempo y condiciones para surjan. Cuando el premio fue creado en 1988, por suerte, había muchos
autores a quienes premiar,sobrevivientes de épocas de represión y muerte . Pero, actualmente, en un país que no apoya a sus literatos, en que la industria editorial es incipiente y la gente no lee, me parece obvio que primero debemos apoyar la formación y difusión de los escritores.