martes, 28 de julio de 2009

Perder un hijo


La primera mujer que conocí que había perdido un hijo fue mi mamá. No conocí a mi hermano Manuel y no entendía su tristeza, una que le ha durado toda la vida. Las fotos que atesora mientras se van desvaneciendo no tenían sentido para mí. Ese niño con zapatitos blancos no me hacía llorar como a ella, pero había algo en su mirada tan familiar, algo que ahora veo en mi propio hijo, Manuel.
Mi mamá siempre me lo decía (cuando llegaba de madrugada, no me ponía suéter, no comía comida sana) como una profecía: “Cuando seas madre me vas a entender”.
Yo era una chica dura.
Con el tiempo, cada una de mis amigas, mis antiguas compinches, fueron teniendo sus bebés. Curiosamente, al preguntárseles qué se sentía, no podían explicarlo.
Finalmente, el turno me llegó a mí. Aunque me cayó el veinte poco a poco, pude entender un misterio único: de ser el centro del universo y sus alrededores, me volví humilde testigo del surgimiento de una vida.
Por ahí anda un pedacito de mi corazón corriendo y sonriendo. Cuando se golpea, me duele a mí. Cuando brinca de felicidad y ríe a carcajadas, mi corazón parece hincharse hasta querer estallar.
Sólo mi mamá sabe que ahora por dentro soy un mashmellow que llora fácilmente, que no duermo si a mi hijo le duele algo, que no comprendo cómo pude ser tan dichosa de haber dado la vida. Sencillamente, ahora comprendo a mi complicada madre.
Por ahí alguien comentaba que antes la gente tenía tantos hijos, hasta 10 o más, porque de seguro la mitad se le morirían. La ciencia no tenía cura para muchos males infantiles, tampoco faltaban mortales accidentes. Pero ahora podemos suponer que tenemos todo para proteger a nuestros hijos, por lo que tenemos menos hijos e incluso, como yo, decidimos tener solo uno.
Perder a uno de esos tesoros que hemos amado y cuidado desde su concepción simplemente debe ser horrible. Todas las madres nos conmovemos ante cualquier colega que tenga que pasar por ese momento.
En los últimos tiempos lamentablemente he visto algunos casos. Confortar a los padres es imposible. No puedo evitar ponerme en sus zapatos. Creo que yo simplemente me volvería loca y ya no querría seguir viviendo. Es así. Es muy raro, todos hemos amado a alguien sin medida, pero el amor por un hijo va más allá, es sobrenatural. Es tan intenso que a veces no lo soporto.
Estoy escuchando una canción dedicada a Paula, la hija de Isabel Allende que murió, y no puedo dejar de pensar en la bella Manuela y el pequeño Diego Pablo. Me imagino sus cunas vacías y las lágrimas vienen sin querer.
Esas madres, como mi mamá, irán por la vida acunando a un hijo ausente, soñando con el día de su muerte para poder reencontrarse con él, como lo hace mi mamá cada día de su vida.

martes, 21 de julio de 2009

Soy como el perro coraje


Me gustaba mucho esa caricatura, ahora creo entender por qué. Un cobarde confeso se sobrepone a las peores situaciones con una valentía que tiene más mérito que si viniera de un valiente.
Yo creía que antes era más valerosa, pero no. Lo que pasa es que antes no valoraba la vida, mi vida, y tenía menos que perder. Ahora las cosas son diferentes en mi vida.
Tirarme de un taxi no fue nada comparado con lo que viví el sábado 11 de julio 2009, que pudo haber sido el último día de mi vida. No puedo contar detalles (lo prometí), pero fue como la suma de todos mis miedos. Balazos, persecución, golpes, amenazas, la noche oscura y nadie para ayudarme.
Cuando al fin llegué a mi casa, con el carro maltrecho y manchado con sangre, tuve miedo de mí misma. He estado sufriendo problemas nerviosos desde hace ya algunos meses (desde lo del taxi). Por eso pensé que me daría un shock nervioso, que me daría un ataque o algo así. Pero no. Miraba todo en conjunto como algo irreal.
Cuando se lo conté a mi terapeuta, ella me hizo ver lo valiente que había sido. Hasta ese momento me di cuenta que había reaccionado de tal manera que había resuelto la situación. Yo, la susceptible y enfermiza, en lugar de huir y acurrucarme aterrorizada, me había enfrentado a mis peores miedos, ofreciendo el pecho si era la hora de morirme.
Claro, he estado teniendo malos ratos y un poco de estrés pos traumático (no quería subirme a mi carro cuando lo fui a traer al taller), pero no estoy tan mal como pensaba.
Pude haber muerto, pero no fue así. Eso es lo que cuenta.
Pero me están pasando otros fenómenos. Para empezar, me siento un poco menos vulnerable. Es decir, si en esas horribles circunstancias salí ilesa, creo que puedo ir por la calle a la luz del día entre la gente y no pasará nada malo.
Pero, por otro lado, mi pesimismo ha crecido. Para colmo, fui al funeral de un bello bebé, hijo de una compañera de trabajo, y otra vez me enfrenté a la mortalidad, a lo frágil de la vida. Ver a un padre besar y besar a su hijo antes de enterrarlo fue algo que todavía me tiene con una actitud sombría.
En estas circunstancias, no tengo paciencia, no tengo humor para nada ni para nadie. Me di cuenta de eso el sábado, cuando asistí a una fiesta de disfraces. Me encanta disfrazarme, entrar en personaje, ser otra. Y ahí estaba tratando de sentirme otra hasta que me cambiaron el soundtrack y, de pronto, una furia se apoderó de mí. Rematé con mis queridos amigos de siempre (lo siento mucho), quienes solamente estaban pasándola bien.
Me doy cuenta que no estoy bien, todavía no. ¿Es que algún día lo estaré?

jueves, 9 de julio de 2009

A propósito del 25 de junio


A principios de los 90s para un hombre decir que era gay en la USAC era algo impensable (ojalá que la cosa haya cambiado actualmente).
En esos años, andaba yo en la flor de la juventud como quien dice (no llegaba a los 21), activa en la política, en la huelga, en la academia y de novio en novio. Uno de mis amigos más queridos era F, flaquillo él, siempre de jeans y tenis, peludo y oloroso a pachulí. En esa locura que era mi vida, él me miraba divertido, hasta cierto punto fascinado. El y R. eran los mejores bailarines de la Facultad, así que me daba gusto bailando con ambos. Éramos un grupo alegre, alocado y metido en babosadas, pero en realidad nos cuidábamos entre nosotros y llegamos a querernos un montón.
Por eso, cuando el flaco bailarín me dijo que estaba enamorado de mí, fue algo bien tierno. Yo estaba entre un corazón roto y un nuevo romance, por lo que simplemente le agradecí y seguimos de amigos. Entonces, los demás pensaban: “pobre F. no tiene novia porque Jessica no le hace caso”, y así pasaron los meses.
Cansada de patojos insensibles y egoístas, un día me puse en buscar cuál era mi problema. Decidí que el error era involucrarme con chavos que apenas conocía. En cambio F. me escuchaba, me llevaba a casa, me consentía, nos divertíamos juntos. Así que, jubilosa, decidí darle una oportunidad para ser mi novio. Cuando se lo comuniqué se quedó frío. Yo pensé que se había emocionado demasiado, pero no era eso. Me dio el beso más raro que me han dado y empezamos a ser novios.
Cambió totalmente, de repente siempre tenía clases y cosas que hacer, y cuando al fin nos encontrábamos nunca estábamos solos. Yo no sabía qué pensar, pasó un poco más de una semana y le reclamé su cambio.
Recuerdo que era sábado, nos encerramos en la sala de ping pong para hablar. Pensé, “éste tiene otra”. Entonces me dijo “¿te recuerdas que te dije que había estado casado?”, me preguntó, yo pensé inmediatamente que había regresado con la esposa. Pero no. “Sí estuve unido a alguien, pero era un hombre”, me dijo con mucha delicadeza. De golpe todo tuvo sentido. Los cosméticos en su baño, su casa tan bien decorada, la ropa siempre limpia y olorosa, la forma de bailar sensual pero a la vez distante. No era amanerado, pero sí era más sensible que los otros machotes rudos.
Todos esos años, llevaba mínimo unos 5 años en la Facultad, había estado ocultando su verdad. Para que no le preguntaran por qué andaba solo después de los 30, decía que era divorciado. Luego empezó a decir que estaba enamorado de una mujer imposible, de mí por ejemplo, para que no le trataran de conectar a nadie.
Me quedé pasmada. No puedo negar que por los siguiente días traté de hacerlo cambiar de parecer (todavía no sabía que es imposible), me puse terca como cada vez que algo se me pone difícil.
No pude pelearme con él, lo quería demasiado, así que empezamos a ser más amigos todavía. Fueron unos años inolvidables. Entre otras cosas, me enseñó la escena gay guatemalteca de aquel tiempo. Fui a las mejores parrandas de mi vida, bailé y canté como loca, tanto en discotecas como en casas particulares.
Lo ayudé a seguir protegiendo su identidad un tiempo más, hasta que ocurrió algo bien feo. Una parte del grupo original se separó y formó su propio partido político, enfrentándonos en las siguientes elecciones. Los del otro bando eran los más conservadores y criticaban asuntos personales de nosotros (que si tomábamos, que si parrandeábamos, que si fulana resultó embarazada) como parte de la campaña. De pronto llegaron a sus manos unas fotografías de mi amigo F. representando a Guatemala, con banda y todo, en el desfile de orgullo gay de San Francisco. Se dieron la grande criticándolo y la cosa estalló.
No recuerdo quién ganó (Ferquis tal vez se acuerda), pero a partir de ahí mi amigo salió del clóset con orgullo. Además, se dedicó a defender los derechos de los homosexuales hasta en la revolución (cosa bastante utópica aun dentro de la utopía) y es uno de los pioneros de las organizaciones tipo Oasis. Lamentablemente le perdí la pista, soy una pésima amiga, cómo quisiera tenerlo todavía para platicar.
Muchos me han preguntado por qué apoyo tanto y tan apasionadamente la causa de los homosexuales, muchos creen que deplano yo soy una de ellos (como diría una amiga: a lo mucho, soy una bisexual reprimida).
Como muchos, cuando era niña y vivía rodeada de un ambiente bastante conservador, pensaba que ser homosexual estaba mal. Pero ya en la universidad, pues fui abriendo mi mente acerca de muchas cosas. Puedo decir sin temor a equivocarme que, luego de la experiencia con F, muchos otros compañeros homosexuales fueron fundamentales en mi formación. Las feministas y activistas más aguerridas, eran lesbianas. Aprendí mucho de ellos, así como a respetarlos.
La solidaridad que tienen la mayoría de ellos, no todos claro, raya en la complicidad. Todos deberíamos tener al menos un amigo gay. Ser homosexual es difícil en nuestra sociedad, no creo que sea justo ponerles más obstáculos. Es difícil romper con lo que nos han enseñado, pero haciendo un esfuerzo se puede.
Aunque tarde ¡feliz día de orgullo gay! F. te extraño…

lunes, 6 de julio de 2009

Siguen los reclamos...

Ahora resulta que para elegir al Premio Nacional de Literatura votamos por un escritor para quedar bien con el Gobierno, resulta que todo estaba listo y preparado para que ganara el que quedó. Me duele la cabeza, me vuelven las palpitaciones, la náusea está a la vuelta de la esquina.
Como lo dije en un post del año pasado, el Premio Nacional de Literatura necesita una revisión, necesita cambios, necesita un replantamiento. Nunca he dicho que es perfecto, ni que lo que decidimos en el Consejo Asesor para las Letras es lo mejor.
Lo que sí digo es que la gente no debería acusar sin antes estar segura de lo que dice. Todo esto del premio ya me está hartando, una decepción más...
Es imposible que todo el mundo quede satisfecho con el escritor que se elige, sobre todo si no es santo de su devoción o su favorito no fue el favorecido.
Ya ni siquiera dan ganas de seguir escribiendo…

jueves, 2 de julio de 2009

La Necia apaleada



Hoy me siendo algo achicopalada, tengo tres pensamientos en mi cabeza:

1. Pobre mi hijo, le tocó una mamá peleonera. Como diría la mía, empieza Cristo a padecer. Resulta que en colegio al que asiste nos cobran actividades como kermesse y día de la familia OBLIGATORIAMENTE. Los dos eventos pasaron y no asistimos, así que por eso no pagamos. Sin embargo, al querer ir a recoger las notas, me dijeron que estaba morosa a pesar de haber pagado la colegiatura. Eso es ilegal. Es como pagar por un servicio o producto que no recibiste. Pero nadie se queja, como bien dice el lic Garavito, el guatemalteco le tiene miedo al qué dirán, sobre todo de que los demás piensen que no tiene dinero, así que se dejan robar. Pero eso no es nada, hay colegios que cobran “bonos” de hasta Q30 mil por el derecho a a asistir a sus aulas, sin mencionar pagos por uniformes, fiestas, viajes y un montón de otras tonterías. Definitivamente, estamos jodidos porque la educación pública es tan mala, que tenemos que morir en un colegio privado. Aunque debo reconocer que hay buenos que no son un negocio, pero suelen ser muy religiosos, del tipo de los que piden que los padres estén casados por la iglesia y que tengan todos los sacramentos. El colegio de Manuel no está tan mal, y queda a una cuadra de la casa, por lo que me gusta que estudie ahí. Pero he decidido hacer valer mis derechos y no pagar más que lo justo, y si es necesario me quejaré en la DIACO, aunque las maestras y padres de familia me vean de reojo cuando llegue en las mañanas a dejar a mi niño. Lo bueno es que él todavía no se averguenza de lo que hace su mamá. El problema va a ser cuando sea un poco más grande. Ya me imagino…
2. Desde que otros empezaron a leer lo que escribo, en la secundaria, me he metido en problemas. Muchos se sienten ofendidos, tengo esa cualidad, o defecto. Hace poco mis hijastras encontraron este blog y lo leen (hola niñas), pero solamente para tener armas contra mí. Al parecer, mi familia política no se imaginaba que yo era, digamos, tan “radical”. El feminismo, el ateismo, el comunismo, el borrachismo, son cosas que para ellos son “malas” y punto. Ah! par de niñas chispudas, supieron cómo hacer la cosa. Me dolió, pero no me averguenzo de lo que soy. Ahora la cosa es un poco incómoda, yo ni abro el pico para no provocar polémicas, pero nada es igual. Por otro lado, una persona que se vio reflejada en uno de mis posts, me escribió exigiéndome que lo borrara. No decía su nombre y solamente ella sabía que era ella, pero estaba furiosa. Otra vez, sin retractarme de lo que escribí, mejor opté por quitar el post. Entiendo que no es fácil ver tu vida, o parte de ella, reflejada en un texto. Lo siento mucho, te lo digo a ti si estás leyendo. Y por último, resulta que me tocó escribir un texto sobre sexo oral. Una tarea más, investigué, interpreté y redacté. Ayer salió en Revista Amiga y ha sido un escándalo. Han estado llamando y escribiendo para pedir mi quema en la hoguera. ¡Pero si es sexo oral! Algo tan común en nuestros tiempos. Hoy atendí a una de esas señoras molestas. Sin dejarme hablar, me sermoneó y me culpó por todo lo malo que hay en el mundo. Como ya he tenido malas experiencias tratando de defenderme de lectores enojados, no dije nada. ¿Para qué? La oí y al final le dije OK.
3. Ayer salí exhausta del Palacio Nacional, luego de que eligiéramos el Premio Nacional de Literatura. Desde que el año pasado expresé, sin censura alguna, mi opinión en un artículo de Siglo Veintiuno, mi posición en el Consejo Asesor para las Letras no es la misma. También ahí soy paria por decir lo que pienso, me siento como ignorada. No pueden echarme por lo que dije, pero en la práctica, solo les sirvo para votar. Tal vez es mi imaginación, ojalá. Fue una ardua elección, pero al final estoy satisfecha con haber votado por el ganador. En una complicada elección (eran 5 candidatos que luego quedaron reducidos a 2), con dos rondas de votación, mi voto, el de la exiliada, fue el decisivo. Ah verdad, no que no me necesitan…