viernes, 23 de enero de 2009

Fui una loca de la Bode


Recuerdo exactamente la primera vez que fui a la Bodeguita del Centro, cuando tenía 21 años. Un sábado de 1993 había ido a ver una película a Cultura Hispánica, cuando quedaba en la Plaza España. Lucía una inmensa playera teñida a mano de mil colores, tipo rasta, y uno aretotes de cerámica verde. Mis amigos me contaron que había un nuevo lugar al que teníamos que ir, como si fuera un gran acontecimiento. Ellos me habían llevado a recorrer cada antro de los alrededores de la USAC y de la zona 1. Qué tiempos aquellos, andábamos a pie y a deshoras de la noche, y nunca nos pasó nada. Junto a ellos visité cantinas, gasolineras, restaurantes, tienditas, bares o cualquier banqueta. El escenario no importaba, lo importante era hablar sobre lo que nos interesaba: cómo cambiar el mundo. Ah! Mis amigos, no eran unos borrachotes como podría imaginarse, de día eran intelectuales (pedagogos, filósofos, escritores, políticos), de noche se reunían a seguir compartiendo sus ideas, sus preocupaciones, sus frustraciones. Yo aprendí mucho de ellos, aunque quizá para ellos era solamente una chava nueva y oxigenada. Absorbí, cual esponja, no solamente la cerveza, que por cierto me costó aprender a saborear, sino muchas cosas importantes para mi vida.
Me recuerdo en especial de uno de esos lugares: una tienda de lámina y piso de tierra que quedaba como a dos cuadras de la U, del otro lado de la petapa. Al principio tomábamos cerveza algo tibia pero barata, y para paliar el hambre, uno que otro tortrix. No había dónde sentarse así que permanecíamos de pie en la penumbra. El dueño, al que bautizamos Tío Tom no sé por qué, escuchaba atento nuestras pláticas. Otros congéneres, que igual que nosotros andaban cortos de dinero, siguieron nuestro ejemplo. En lugar de ir a gastar más al Tronco o a la gasolinera, empezaron a llegar con el tío. Gracias a la prosperidad que le llevamos, primero puso unas medio bancas improvisadas con tablas y el pequeño radio fue cambiado por una grabadora (de cassette) y mejoró la iluminación. Con el tiempo, pudo hasta comprar mesas y bancas decentes y un equipo de sonido donde ponía a Vicente Fernández a todo volumen, aunque el piso de tierra siguió ensuciando mis tacones. Dicen que la cabaña del tío tom siguió progresando, pero yo ya no vi esos cambios.
Pues esos mismos amigos me dijeron ese sábado, “vamos al a Bodeguita del Centro”. Yo me imaginé un antrito como los demás, pero era sábado y algo había que hacer. Al llegar, me deslumbré. Fue amor a primera vista: el dibujo del Filóchofo en la entrada, los afiches artísticos y políticos enmarcados y cubriendo las inmensas paredes, la media luz, los menús hechos a mano por el difunto Urquizú, los vasos ondulados de vidrio azul, las exquisitas alitas de pollo al limón y la música, o mi dios, la música. Ahí sí que no se oía ni a Chente, ni a los tigres ni siquiera a Juan Luis Guerra.
En cambio, a mis amigos no les gustó. Ellos tenían la idea que para permanecer auténticos no debían alejarse del pueblo, debían beber junto a él, oír su música, bailar en sus pisos de tierra. Además, los precios eran prohibitivos para ellos, marxistas que vivían de sus ideas y del aire. Para ellos fue solo la novedad, ir a echar un ojo, y luego no volver más que para algún evento especial.
Yo, en cambio, me quedé, claro que sí. Por casi 7 años fui una parroquiana asidua en la Bode. Fijo iba todos los jueves, pero también muchas otras noches. Ahí reí y lloré, canté Ojalá innumerables veces a gritos, acompañada por un Simón Pedroza de pelo largo que también la gritaba a todo pulmón desde su mesa. Fue escenario perfecto de mis extravagancia y excesos (un halloween llegué disfrazada de ángel, en un concierto perdí un lente de contacto verde por estar llorando, me fui sin pagar un día que estaba lleno, un aburrido bar tender me dejó hablando sola y no me di ni cuenta). También me pasaron cosas maravillosas (me reunía con otros escritores, conocí a personas importantes como Rigoberta Menchú, conocí a gente y culturas de todo el mundo, conocí la música latinoamericana, pude volver a ver a Ranferí en un concierto acústico de Alux Nahual inolvidable).
No puedo ni empezar a contar todo lo que viví en sus mesas, mientras mi afiche favorito, el de John Lennon, me miraba. Muchas veces pensé en robármelo, pero no me animé. Cuántas veces escribí en el baño, cuántos romances empezaron, se desarrollaron y murieron entre sus copas. Yo iba cuando no había nadie, también cuando estaba lleno a reventar y solo se conseguía un rinconcito en el segundo piso. Además iba por las tardes cuando se les ocurrió poner un café en la entrada, donde me reunía con los cuates o iba sola a leer, escribir o meditar.
Y ahora me entero que cerrará de una vez y para siempre. No estoy muy segura como fue acabando el romance con la bode. Lo que sí recuerdo es que otros lugares empezaron a llamar la atención. Las 100 puertas, el tiempo, quidam soleil, lírica iban robándose poco a poca a la gente. Además, creo que La Bodeguita cambió de dueño y de espíritu, ya no se sentía igual. Tanto Gad como Rony empezaron sus propios negocios (Tzijolaj y Trovajazz). Pero, a mi parecer, fue Cuatro Grados el que le dio el tiro de gracia a la Bodeguita del Centro.
Quizá es mejor que se acabe, que quede en nuestras memorias como lo que fue en su momento de esplendor, cuándo TODO EL MUNDO iba a la Bode, cuando era cool y no había nada igual. Recordaré, por ejemplo, un atardecer lluvioso en que fui a ahogar mis penas en sus bancas. Con la excusa de ir a comprar cigarros con el chiclero de la esquina, salí a la calle a caminar bajo la lluvia. Un travesti, que acaba de empezar a trabajar, me encontró viendo cómo el agua se iba en un tragante. Se me acercó y me preguntó que me pasaba, mientras mis lágrimas se confundían con la lluvia. Le dije que se trataba de un mal hombre. Ella, él, me dio una mirada maternal y me cubrió con su sombrilla. Luego de darme un montón de consejos, muy útiles y sabios, me regresó a la Bodeguita, me plantó un besote en la mejilla y se alejó contoneándose hábilmente sobre sus enormes tacones. Mis amigos estaban preocupados porque yo no regresaba, pero se quedaron desconcertados no solamente porque no llevaba los cigarros prometidos, sino que en la cara tenía estampada una enorme boca con labial rojo.

martes, 13 de enero de 2009

Me quejo y me quejo

Desde siempre he sido peleonera. Creo que si uno se queda callado las cosas siguen sucediendo. Más de algún acompañante se ha visto avergonzado por mis reclamos.
Me recuerdo una vez que en el cine vimos una película subida de tono sentadas junto a unos niños que no pasaban de los 9 años, quienes, por cierto, estaban solos. Al finalizar la lica, fuimos con una mi amiga a preguntar por qué razón permitían entrar a niños a una película clasificada para adultos. El encargado se mostró sorprendido primero por nuestro interés, luego optó por ser pesadote. Nos dijo que no se le vendían boletos a menores, pero que en la puerta dejaban entrar a quien tuviera uno. “Si ellos consiguen que algún adulto les compre entradas, no es nuestro problema. Además, los responsables son los padres”, dijo muy serio. Gracias a estas “brillantes” políticas, los patojitos mañosos se salen con la suya, mientras sus padres han de pensar que ven una película de disney. De más está decir que el resto de asistentes al cine me vieron como diciendo “uy qué shute esa señora”, o algo así.
Ahora mi queja va contra los cuida carros. Para empezar, es una mierda la inseguridad que vivimos. Por esa razón, la mayoría optamos por pagar por poner nuestro carro en un parqueo que tampoco se responsabiliza por lo que pueda pasarle. Termina uno pensando: “por lo menos es un poco menos peligroso”, pero igual uno no sabe si se lo van a abrir o robar. Lo bueno es que esos negocios dan factura y se puede medio razonar con ellos. Pero no soporto a los cuida carros. ¿Quién diablos les da permiso de actuar como dueños de la calle? Por que a mí no me van a decir que de veras cuidan los carros, sino que se apropian del lugar y uno les paga para que ellos permitan ponerse en un lugar en el que a veces ni está autorizado parquearse (he visto carros con cepo). Tendrían que ser bien pilas para poder cuidar las decenas de carros que les pagan, pero en lugar de eso, se desentienden lavando algunos para cobrar un poco más. Y qué decir de la evasión de impuestos. Uno tiene que juntar y juntar facturas para declarar, mientras a ellos nadie los regula.
La hora de parqueo en la zona 1 está entre Q6 y Q8, en otras zonas está entre Q10 y Q12. Por supuesto que hay parqueos de lujo que cobran entre Q18 y Q20. Pero digamos que si estamos en un restaurante regular por un par de horas, vamos a pagar entre Q20 y Q24 CON FACTURA.
Pero el viernes pasado, luego de que un charita que apenas se le entendía nos pedía que nos parqueáramos en un micro lugar, nos pidió Q30 por el parqueo. Me enojé tanto que le dije, “puchis, pero ¿da factura?”, por supuesto había ironía en mis palabras, pero él me vio como si hablara otro idioma. Le dije que si no me daba factura, no le pagaba nada, y si insistía, iba a llamar a la SAT y a EMETRA. Me vio con incredulidad, como si yo no supiera que si no le pago él no se responsabiliza por lo que le pueda pasar a mi carro, o sea, vidrio roto seguro. Es un impuesto más, ¡es una extorsión!.
Nos fuimos una cuadra más lejos y pagamos Q20 a un guarura de una discoteca, pero no le iba a dar gusto a ese pobre diablo. Atrás quedó la época cuando uno les daba lo que a uno le pareciera justo o trajera en la bolsa. Ahora le hablan a uno como si le gusta bueno, sino se me va a otra calle.
Creo que todos tenemos derecho al trabajo, pero esta actividad más parece una mafia que una ocupación digna. Además, si a uno le exigen pagar impuestos e IGSS, no es justo que otros trabajen como en un país sin ley. Si estuviera regulado, con factura y precios justos, les pagaría con gusto. En cambio, esta exporsión queda en calidad de "donativo", no se puede ir a la DIACO ni nada.
¿Se imaginan la cantidad de dinero que recaudan estos cuidacarros? (si logran cuidar 50 carros un viernes de fin de de mes pueden ganar Q1500 en una noche) ¿y la cantidad de robos que “permiten”? Si la SAT nos anda persiguiendo a los que hacemos lo posible por cumplir, ¿por qué a los que les pelan los impuestos no los tocan? Y ¿emetra?
GRRRRRRR…