miércoles, 25 de agosto de 2010

Yo no a+


Esas campañas de “cambiemos actitudes para mejorar el país” no me gustan. Los cambios verdaderos y a largo plazo son mucho más complejos. Para heredar un mejor país hay que hacer cambios estructurales, es obvio. Pero eso requiere más que una campaña de mupis y correos electrónicos.

La puntualidad, limpieza, orden, cortesía y excelencia en el trabajo (que parecen cosas tan elementales) son cosas deseables, sobre todo para los empleadores y autoridades, pues tendrán una población mucho más productiva y obediente. Es como plantar flores y hacer pasos a desnivel, pura apariencia.

Yo preferiría una campaña para que leamos más, para que tengamos una opinión propia, para que exijamos nuestros derechos, que no nos dejemos engañar cada 4 años. Una campaña para dejar el miedo y el servilismo de lado, para no dejar las decisiones importantes en manos de otros.

Si el guatemalteco es impuntual, sucio, desordenado, descortés y no rinde en el trabajo (no da “la milla extra” como dicen los preppies de esta campaña), es porque está desnutrido, extorsionado, vapuleado, asaltado, mal educado y mal informado. Es tratado como ganado en el transporte público, le pagan un sueldo de hambre, las autoridades que eligió le roban el dinero para la salud y la seguridad. Lo último que tiene en su mente es quedar bien y verse bonito.

!Revolución!

You have to figth for your right to party

La vida nocturna es parte de toda cultura. No es algo negativo, es algo que simplemente ocurre en todas las urbes. En muchas de ellas se puede salir a beber, comer, bailar o simplemente platicar todas las noches incluso hasta que sale el sol.

Pero aquí… somos un país conservador a todo nivel. Salir de noche es mal visto por muchos, que sueñan con un país que se acueste y se levante temprano, que vaya como borrego a la iglesia y al trabajo.

Me pregunto por qué relacionan la noche y la fiesta con el crimen y la violencia. Creo que con más diversión, esparcimiento, recreación, seríamos un país más relajado.

Es que hay gente noctámbula, gente a la que la noche los embruja, que funciona mejor luego de las horas hábiles. Así se cultivan amistades, se comparten ideas, se planean proyectos, se conciben obras de arte.

A los extranjeros les cuesta acostumbrarse a esta característica nuestra. Con el tiempo aprenden que hay que salir temprano o hacer las fiestas en casa. Todos, toditos, los extranjeros que he conocido a lo largo de mi vida han sido personas muy educadas, no vienen con la idea de darse en la madre, sino a conocer nuestra cultura. Si eso quisieran, se irían a ciudades más proclives a eso.

En nuestra desafortunada situación actual, en lugar de que la cosa mejore (y quiten la ley seca) la han emprendido contra los trasnochadores, tanto locales como extranjeros, en La Antigua y en San Pedro la Laguna que, después de todo, tampoco eran la gran cosa. Quieren hacer creer que por culpa de los parranderos había venta de drogas en cada esquina, que era una Sodoma y Gomorra. Nada que ver. Comparar un pequeño pueblo con Ámsterdam es una exageración, ya quisieran. La acciones ahuyentarán a los visitantes y afectarán a la economía. Todo sea por la voluntad de dios y las buenas costumbres.

A este paso, Guatemala será considerada un destino para ancianos, jubilados y religiosos (y mojigatos).

Un respiro es viajar

Cuando un guatemalteco va a un país más civilizado, le sorprenden muchas cosas. Por ejemplo, que la gente no solo pueda caminar por las calles, sino que disfruten hacerlo. Deambular por Barcelona para mí fue increíble, ver familias enteras por las calles disfrutando de un día martes soleado. Mientras yo abría la bocota, casi me atropella una niña que venía a toda velocidad por la ciclovía. Para ellos ha de ser lo más normal, son dueños de sus calles, plazas, jardines, que usan para convivir. Qué envidia. En lugar de encerrarse en condominios con garitas, tienen una vida más allá de su casa y el centro comercial.

En Bruselas me asombró cómo los conductores, tan pálidos y serios, detenían sus carros cuando veían a un peatón en la esquina, aunque tuvieran verde en el semáforo. Causé gracia por andar cuidando mi mac como si me la fueran a robar, mientras los demás sacaban sus laptops en el tren que nos llevó a Brujas sin ninguna pena para aprovechar el tiempo.

Y no es cuestión solamente de Europa. En la primera noche en Cuba nos enfrentamos a los cortes de luz por economía. Fue todo un reto caminar por una calle oscura por la noche, yo miraba para todos lados y casi corría para llegar más rápido. En cambio, los lugareños disfrutaban la noche caribeña con tranquilidad y sin temor.

Por eso viajar constituye también un descanso de las restricciones en las que vivimos, del miedo, de la desconfianza y, por qué no decirlo, de la ley seca. Países como Colombia y República Dominicana me enseñaron que no hay mal día y tampoco mala hora para la fiesta. Si tu vuelo sale muy temprano en la mañana y tienes que levantarte digamos a las 3 de la mañana para llegar a tiempo al aeropuerto, mejor no te acuestas y pasas toda la noche en la rumba. Malaya...

miércoles, 18 de agosto de 2010

Una historia de amor-odio



Encontré este texto por allí, lo escribí para participar en un conversatorio sobre la diversidad sexual en el Centro de Formación de la Cooperación Española en Antigua, organizado por la Fundación Marco Antonio y Rednads (Red Nacional de la Diversidad Sexual). Debía hablar sobre lo que me inspiraba esta fotografía que tomó Andrea Aragón.

Ese día, 3 de octubre 2002, Gwen se puso la blusa campesina de su madre, de esas que estaban tan de moda, para ir a una fiesta. Según testigos, lucía muy sexy con una falda corta, también prestada. Sin embargo su mamá le advirtió que no le gustaba que saliera vestida así. En lugar de confiar en el instinto maternal, Gwen se enojó pensando que su propia madre le tenía envidia. Pero Silvia Guerrero, una latina entre millones que trabajan y viven en Estados Unidos, no había sido más que una madre comprensiva que la apoyaba sin dudarlo.

Ella era la más linda del grupo. Sus rasgos latinos la hacían más deseable y exótica a los ojos de los chicos. Además, tenía una forma de ser mujer que resaltaba entre sus amigas, emos y rockeras. Coqueta, femenina hasta el último detalle. Dos chicos que estaban en la fiesta a la que asistió ese 3 de octubre alardeaban que ya habían tenido relaciones sexuales con Gwen, lo cual provocó celos en la novia de uno de ellos. La joven celosa, luego de espiar a Gwen en el baño, regresó a la sala y declaró en voz alta algo que dejó fríos a todos. Temblando de la cólera dijo que Gwen era en realidad un hombre, un travestido.

Solo puedo imaginar la cara de los que minutos antes alardeaban de haber tenido a Gwen entre sus brazos. Supongo que pasó de una mueca presumida, a una incredulidad muda, que poco a poco se fue transformando en ira incontrolable.

Uno de ellos fue a buscarla y comenzó a estrangularla, en este momento se fueron varios invitados de la fiesta, pero dos se quedaron para ayudar a golpear a Gwen. Uno le pegó en la cabeza con una sartén y luego otra vez con una lata de tomates, causando una herida profunda, otro le pegó con una mancuerna. Además recibió un rodillazo en la cabeza contra la pared. El golpe fue tan fuerte que causó una abolladura en el muro de yeso. Después fue llevada al garaje de la casa, donde fue estrangulada con una cuerda. Luego le ataron los pies y las piernas, la envolvieron en una manta y la subieron en la parte trasera de una camioneta. Los tres agresores llevaron su cuerpo a un parque donde fue finalmente enterrada en una sepultura muy poco profunda. No está claro en qué punto durante los sucesos ocurrió la muerte de Araujo.

¿Cuántos jóvenes estaban en esa fiesta y vieron el ataque? ¿por qué nadie la ayudó? ¿por qué optaron por irse y callar? Así Gwen se unió otros que han sido asesinados por ser diferentes, asesinados por odio.

De entrada, la fotografía me hizo pensar en dos cosas. La primera era que la foto no era como yo me la imaginaba. No era una foto de fotorreportaje, que retratara el entorno real de quien es fotografiado (siguiendo el estilo de las fotos que ha hecho Andrea sobre las sexoservidoras). No era la típica fotografía cliché del travesti en la calle. Es una foto estilizada de estudio, digna de una revista de moda. Una mujer sonríe mientras posa coqueta.

La segunda idea que tuve fue que la modelo se parece, en mi opinión, bastante a Gwen Araujo, travesti de 17 años que fue asesinada en esa fiesta del 2002 en Estados Unidos.
Desde pequeña dio indicios de que se consideraba una niña, a pesar de haber nacido con aparato reproductor masculino y ser bautizado como Eduardo. Siguiendo la idea de que nuestra identidad es la que elegimos, Eduardo se convirtió en Gwen y apenas empezaba a vivir una vida normal de adolescente, la cual fue truncada demasiado pronto.

Este crimen de odio, que al final no fue ni juzgado ni sancionado como tal, se sumó muchos otros que han conmovido a la opinión pública. Llamó mi atención porque ella no dudó en participar de los rituales y costumbres heterosexuales de su edad, convencida, erróneamente, de que quienes la invitaban eran tolerantes. Quizá por su juventud, quizá por pertenecer a una nueva generación que ha visto a gays famosos pasear su homosexualidad por el mundo, no había desarrollado ni desconfianza ni mecanismos de defensa. En su cabeza, no cabía el miedo hacia los otros.

Se habla del pánico gay o de estado de emoción violenta cuando se quiere justificar este tipo de ataques. Eso fue lo que alegaron los asesinos de Gwen, buscando reducir sus penas en la cárcel, dijeron que la reacción se debía más al engaño que al mismo hecho de que ella era hombre.

Si los asesinos, por cierto mayores que ella, tuvieron o no relaciones sexuales con Gwen, es todavía algo no muy claro. Es posible que se haya tratado de la clásica fanfarronería del hombre machista y que no era cierto. Otra posibilidad es que sí tuvieron sexo pero increíblemente no se dieron cuenta que en realidad era biológicamente un hombre.

Otra posibilidad surge. Sin mucho esfuerzo se deduce que al contacto íntimo ciertas cosas no pueden ocultarse. Quizá en realidad los atacantes sabían que Gwen era hombre, tuvieron sexo con ella y luego perdieron el control cuando otras personas se enteraron. Es decir, el típico comportamiento del hombre de doble moral, ése que se burla y rechaza a los gays, cuando por la noche los busca y disfruta su compañía. Al odiar a los homosexuales, se odian a sí mismos, al agredirlos, se están negando por completo, matándolos quizá quieren desaparecer su propia naturaleza, que tanto odian.

En países como el nuestro, estos prejuicios son considerados hasta normales. Muchos han sido las muertes similares a las de Gwen que ni siquiera son investigadas, mucho menos llevadas a juicio (recuerdo una chica que vivía en un hotel de la zona 1, a cuyo velorio asistí, asesinada para robarle sus ahorros, muy probablemente por alguien que ella conocía).

Que los homosexuales guatemaltecos tuvieran que salir a la calle el pasado 25 de junio no tanto a celebrar su orgullo sino a denunciar las cosas que les aquejan, como la violencia y la falta de empleos, es desmoralizador.

Además de denunciar los hechos, repudiarlos y exigir justicia, creo que es labor de todos apoyar campañas contra los crímenes de odio de todo tipo. La educación en casa es fundamental, debemos criar niños que no solamente toleren al otro, sino que lo acepten y respeten como igual.

martes, 10 de agosto de 2010

Pixar hace su tarea


Me había resistido a escribir sobre estema porque no me considero experta en cine. Sin embargo, la escribo desde el punto de vista de mamá. (A veces pienso agregar en mi currículum, luego de 4 años de arduo entrenamiento, "experta en películas infantiles).

De jovencita, cuando miraba las películas que les tocaba ver a mis sobrinos y otros niños cercanos, me preocupaba. Princesas, príncipes, reyes, sirenitas, magos, brujas y otros personajes aparentemente inocentes parecían sembrar en ellos ideas desafortunadas. Que la belleza física es muy importante, que la felicidad estaba en un palacio y una vida sin esfuerzo y en el amor de pareja, que la magia y los amuletos podrían arreglar cualquier situación, que las mujeres siempre tenían que ser rescatadas, entre muchas otras cosas.

En el caso de mi sobrinita, me preocupaba que pensara que ser mujer tenía que ver con su rol de dama en apuros y que el amor, mágico e intenso, se obtenía instantáneamente al encontrar a un apuesto príncipe. Porque en esas historias el amor surge así nomás, de la nada, mirándose a los ojos por unos segundos se llega a la conclusión de que es el hombre con quien vivirán felices para siempre.

Sabiendo que los niños ven una y otra vez las películas que les gustan, rogaba por que el panorama cambiara para cuando tuviera un hijo. Y para mi suerte, cambió. Películas como Shrek lograron incluso burlarse de ese esquema anticuado, celebrando la fealdad y el amor que surge cuando hay cosas en común. Me encantan esos gordos ogros que viven felices, que en lugar de cantar melosamente a las criaturas del bosque escuchan música pop y eructan sin pudor.

Y así, mi retoño tiene un abanico más amplio de opciones en películas, las cuales, claro, he visto junto a él. Por ejemplo, Dreamworks ofrece un montón de alocados y mucho más entretenidos personajes que a él le encantan. El primer flechazo fue con Kung Fu Panda, la vio más de 20 veces, hasta que el disco se arruinó. Este gordito no me caía mal, pero me chocaba un poco el hecho de que fuera “el elegido” para salvar un pueblo solo porque sí, porque era su destino. Dejando atrás a quienes habían entrenado por años para ser “maestros”, el panda pasado de libras estuvo listo en un par de días. Ok, entiendo, es bueno decirles a los niños que pueden ser lo que quieran, pero también es bueno dejarles claro que todo requiere un arduo esfuerzo.

Luego mi pequeño Manuel encontró las películas Madagascar 1 y 2, sin tener un personaje favorito en especial le encanta verlas y yo las disfruto mucho. A veces creo que está más dirigida a los adultos por ciertos chistes, pero también me parece que eso es un esfuerzo para que las historias sean más familiares que infantiles.

Muchas otras películas le han gustado a mi hijo, por un rato. Hemos visto casi todas, incluso clásicas como Pinocho, Dumbo y Bambi, que le aburrieron un poco. Dos muy recomendables, fuera del circuito de Hollywood, son El viaje de Chihiro y La leyenda de la nahuala.

Pero el verdadero flechazo ha ido con las películas de Pixar. Ambos, mi hijo y yo, somos fans. Yo lloro cada vez que veo Buscando a Nemo, Up y Toy Story 3. Manuel simplemente no puede dejar de ver las 3 de Toy Story y Cars (ya casi me las sé de memoria).

Hay algo especial en las películas de este estudio. Supongo que es el talento combinado de muchos artistas. No son cursis pero emocionan, las historias son más humanas aunque se traten de carros, juguetes, robots o peces. Algo que agradezco es que cuiden todos los detalles, que no confundan a los niños. Por ejemplo, la película Las locuras del emperador (de Disney) me divirtió, pero también me molestó esa actitud tan gringa que en sus películas buscan uniformar a todos los latinoamericanos, cuando nuestras culturas y costumbres son tan diversas. Aquí los incas oían música más bien caribeñan y quebraban piñatas, entre otras cosas.

Up en muchos sentidos me parece una joya del cine, siendo crucial la manera en que fue desarrollada. A diferencia de los creadores de las Locuras del emperador, los de Up investigaron exhaustivamente el lugar al cual querían llegar los protagonistas: las Cataratas Del Paraíso.

Y no me refiero por medio de libros o películas, sino a que hicieron un largo y accidentado viaje hasta ese apartado lugar. Papel y lápiz en mano, los artistas contemplaron de cerca la exuberante belleza de esa geografía venezolana. Así nacieron esos escenarios, esos personajes, esos colores. Ellos afirman que estar tan lejos de todo los inspiró mucho más.

El resultado se nota al ver la película, una oda al amor, a la solidaridad y a la persistencia. Tiene todo lo que quiero que mi hijo vea en una película, sin estereotipos. Los protagonistas son un adulto mayor, pocas veces tomados en cuenta como héroes, y un niño con padres divorciados, un tema muy actual y necesario.

Es por eso que ver La princesa y el sapo (de Disney) me pareció un retroceso, con sus clichés y sus numerosas cancioncitas. Además, aunque al principio se podría creer que la chica negra (aunque con los rasgos de muñeca barbie) era diferente (pensaba obtener su sueño trabajando), al final tiene su final feliz casándose con un tonto y superficial príncipe, convirtiéndose en princesa y obteniendo el dinero de sus suegros...

Afortunadamente no le gustó a Manuel. Larga vida a Pixar.

martes, 3 de agosto de 2010

Yo no tengo ese chip



Hace poco dos compañeras casadas estaban conversando sobre sus problemas domésticos. Señalaban lo complicado que era cumplir con que la comida de sus hogares estuviera lista a tiempo y que fuera del agrado de todos.

Cuando yo hice ojos de “no las entiendo”, una de ellas, cinco años más joven que yo, dijo “es que uno siempre está pendiente de eso, es como un chip que le metieron a uno de niña”. Por unos segundos, hice un examen de conciencia y luego les dije “yo no lo tengo”.

Quizá lo tuve, pero me las ingenié para deshacerme de él. Desde muy joven me caía muy mal que las mujeres tuvieran que “servir” solo porque así debía ser, mientras los demás se dedicaban a disfrutar de la vida.

Antes las cosas eran muy diferentes. El hombre sostenía a todos y la esposa se dedicaba a su casa, se preocupaba de que todos en la familia estuvieran bien, comieran bien, tuvieran ropa limpia y planchada, ése era su chance. Un trabajo sin remuneración económica, pero que era visto como el de una “buena mujer”, abnegada y madre ejemplar.

Ahora que casi todas las mujeres trabajamos, el chip sigue funcionando para deleite de esposos y suegras. Pareciera que a la mujer se le permite trabajar toda vez cumpla también su otro papel, el de esposa. El resultado son mujeres exhaustas con dos jornadas de trabajo. Profesionales que aportan dinero al hogar y trabajan tanto o más que sus esposos, pero se levantan de madrugada para velar que todo quede en orden, durante el día hacen mandados escapándose de su trabajo (para pagar la luz, ir a recoger a los niños, para conseguir un disfraz), y al salir no solo deben hacer compras sino llegar a casa a cocinar, a hacer tareas, a bañar niños, a tener listos los atuendos de todos e incluso a limpiar si no alcanza para una empleada doméstica.

Muchos hombres, debo admitir, ayudan por lo menos en algo. Otros ni se meten, se hacen los ocupados, cansados y preocupados. Está como implícito para ellos que la casa y todo lo que ocurre en ella es responsabilidad de la mujer. Aunque sea joven, si tuvo una mamá con chip muy probablemente le enseñó que la mujer para eso se casa.

Si para una mujer tener una casa perfecta, unos hijos perfectos y un esposo bien atendido es su forma de ser feliz, me alegro, porque no extrañará para nada los libros que no puede leer, las películas de las que todos hablan pero no ha visto, los tragos (o capuchinos) en compañía de amigos, escapadas al spa o a la playa. Ah, porque cada minuto libre debe ser aprovechado para seguir construyendo su castillo encantado de princesa encantada. Cada centavo extra debe ser usado para comprar más adornos y accesorios para esta casa Barbie.

El trabajo para muchas de estas mujeres controladas por el chip es solamente un medio, lo hacen por necesidad económica. No están “casadas” con su profesión, por lo que se desempeñan a medias o de mala gana, cansadas, desveladas.

El problema es para el otro tipo de mujeres, que no tienen chip y realmente quiere destacar en su vida pública y profesional. Para ellas quizá un matrimonio tradicional no es la mejor opción, la sociedad y su familia tratarán de hacerla sentir culpable por llegar tarde, por llevar trabajo a casa, por salir un par de días a la semana para cultivar sus intereses, por no cocinar como lo hacía su mamá. Terminará frustrada ó muy probablemente divorciada.

Por eso, chicas solteras, piénsenlo bien. Si el trabajo o los estudios son solamente un entretenimiento mientras se casan y sueñan con activar su chip y seguir con la tradición, perfecto, vayan derecho al altar. La sociedad conservadora en la que vivimos, y los hombres machistas criados por sus mamis para ser atendidos, las necesitan.

Pero si tienen grandes metas en la vida, fíjense bien cómo es ese candidato a marido. Discretamente hay que averiguar qué piensa, cuáles son sus ideas sobre una buena esposa, luego hay que compararlas con las propias. Puede haber sorpresas, puede que ahora le encante que su novia sea sexy, pero piense que una esposa debe lucir “decente”, por ejemplo. Pueden aparecer ideas como que las esposas no salen solas, no tienen amigos, no deben hacer cosas buenas que parezcan malas. Muchos de ellos serán de los que luego del trabajo llegan cansados, ensimismados, malhumorados, a tirarse en el sofá a ver la televisión mientras esperan a que la cena esté lista. Sus trabajos y problemas serán siempre más importantes que “las tonterías femeninas”. En el peor de los casos, según el modelo de matrimonio de sus padres, pueden incluso creer que el hombre puede ser infiel.

En cambio, si es un muchacho educado por una mujer independiente y fuerte, sin chip, probablemente no solo sepa hacer cosas en la casa (cocinar, lavar ropa, hacer la cama, sembrar flores), sino que apoyará a su mujer para que llegue tan lejos como ella quiera. La animará a que siga con sus intereses propios para tener una compañera estimulante, siempre en desarrollo.

Si la casa está desordenada y la ropa no está planchada, no será el fin del mundo, agarrará la plancha o contratará a alguien. Juntos velarán porque haya comida, y si no hay, tendrá una lista de restaurantes que reparten a domicilio pegada cerca del teléfono y le preguntará a su esposita ¿qué se te antoja hoy?