miércoles, 18 de agosto de 2010

Una historia de amor-odio



Encontré este texto por allí, lo escribí para participar en un conversatorio sobre la diversidad sexual en el Centro de Formación de la Cooperación Española en Antigua, organizado por la Fundación Marco Antonio y Rednads (Red Nacional de la Diversidad Sexual). Debía hablar sobre lo que me inspiraba esta fotografía que tomó Andrea Aragón.

Ese día, 3 de octubre 2002, Gwen se puso la blusa campesina de su madre, de esas que estaban tan de moda, para ir a una fiesta. Según testigos, lucía muy sexy con una falda corta, también prestada. Sin embargo su mamá le advirtió que no le gustaba que saliera vestida así. En lugar de confiar en el instinto maternal, Gwen se enojó pensando que su propia madre le tenía envidia. Pero Silvia Guerrero, una latina entre millones que trabajan y viven en Estados Unidos, no había sido más que una madre comprensiva que la apoyaba sin dudarlo.

Ella era la más linda del grupo. Sus rasgos latinos la hacían más deseable y exótica a los ojos de los chicos. Además, tenía una forma de ser mujer que resaltaba entre sus amigas, emos y rockeras. Coqueta, femenina hasta el último detalle. Dos chicos que estaban en la fiesta a la que asistió ese 3 de octubre alardeaban que ya habían tenido relaciones sexuales con Gwen, lo cual provocó celos en la novia de uno de ellos. La joven celosa, luego de espiar a Gwen en el baño, regresó a la sala y declaró en voz alta algo que dejó fríos a todos. Temblando de la cólera dijo que Gwen era en realidad un hombre, un travestido.

Solo puedo imaginar la cara de los que minutos antes alardeaban de haber tenido a Gwen entre sus brazos. Supongo que pasó de una mueca presumida, a una incredulidad muda, que poco a poco se fue transformando en ira incontrolable.

Uno de ellos fue a buscarla y comenzó a estrangularla, en este momento se fueron varios invitados de la fiesta, pero dos se quedaron para ayudar a golpear a Gwen. Uno le pegó en la cabeza con una sartén y luego otra vez con una lata de tomates, causando una herida profunda, otro le pegó con una mancuerna. Además recibió un rodillazo en la cabeza contra la pared. El golpe fue tan fuerte que causó una abolladura en el muro de yeso. Después fue llevada al garaje de la casa, donde fue estrangulada con una cuerda. Luego le ataron los pies y las piernas, la envolvieron en una manta y la subieron en la parte trasera de una camioneta. Los tres agresores llevaron su cuerpo a un parque donde fue finalmente enterrada en una sepultura muy poco profunda. No está claro en qué punto durante los sucesos ocurrió la muerte de Araujo.

¿Cuántos jóvenes estaban en esa fiesta y vieron el ataque? ¿por qué nadie la ayudó? ¿por qué optaron por irse y callar? Así Gwen se unió otros que han sido asesinados por ser diferentes, asesinados por odio.

De entrada, la fotografía me hizo pensar en dos cosas. La primera era que la foto no era como yo me la imaginaba. No era una foto de fotorreportaje, que retratara el entorno real de quien es fotografiado (siguiendo el estilo de las fotos que ha hecho Andrea sobre las sexoservidoras). No era la típica fotografía cliché del travesti en la calle. Es una foto estilizada de estudio, digna de una revista de moda. Una mujer sonríe mientras posa coqueta.

La segunda idea que tuve fue que la modelo se parece, en mi opinión, bastante a Gwen Araujo, travesti de 17 años que fue asesinada en esa fiesta del 2002 en Estados Unidos.
Desde pequeña dio indicios de que se consideraba una niña, a pesar de haber nacido con aparato reproductor masculino y ser bautizado como Eduardo. Siguiendo la idea de que nuestra identidad es la que elegimos, Eduardo se convirtió en Gwen y apenas empezaba a vivir una vida normal de adolescente, la cual fue truncada demasiado pronto.

Este crimen de odio, que al final no fue ni juzgado ni sancionado como tal, se sumó muchos otros que han conmovido a la opinión pública. Llamó mi atención porque ella no dudó en participar de los rituales y costumbres heterosexuales de su edad, convencida, erróneamente, de que quienes la invitaban eran tolerantes. Quizá por su juventud, quizá por pertenecer a una nueva generación que ha visto a gays famosos pasear su homosexualidad por el mundo, no había desarrollado ni desconfianza ni mecanismos de defensa. En su cabeza, no cabía el miedo hacia los otros.

Se habla del pánico gay o de estado de emoción violenta cuando se quiere justificar este tipo de ataques. Eso fue lo que alegaron los asesinos de Gwen, buscando reducir sus penas en la cárcel, dijeron que la reacción se debía más al engaño que al mismo hecho de que ella era hombre.

Si los asesinos, por cierto mayores que ella, tuvieron o no relaciones sexuales con Gwen, es todavía algo no muy claro. Es posible que se haya tratado de la clásica fanfarronería del hombre machista y que no era cierto. Otra posibilidad es que sí tuvieron sexo pero increíblemente no se dieron cuenta que en realidad era biológicamente un hombre.

Otra posibilidad surge. Sin mucho esfuerzo se deduce que al contacto íntimo ciertas cosas no pueden ocultarse. Quizá en realidad los atacantes sabían que Gwen era hombre, tuvieron sexo con ella y luego perdieron el control cuando otras personas se enteraron. Es decir, el típico comportamiento del hombre de doble moral, ése que se burla y rechaza a los gays, cuando por la noche los busca y disfruta su compañía. Al odiar a los homosexuales, se odian a sí mismos, al agredirlos, se están negando por completo, matándolos quizá quieren desaparecer su propia naturaleza, que tanto odian.

En países como el nuestro, estos prejuicios son considerados hasta normales. Muchos han sido las muertes similares a las de Gwen que ni siquiera son investigadas, mucho menos llevadas a juicio (recuerdo una chica que vivía en un hotel de la zona 1, a cuyo velorio asistí, asesinada para robarle sus ahorros, muy probablemente por alguien que ella conocía).

Que los homosexuales guatemaltecos tuvieran que salir a la calle el pasado 25 de junio no tanto a celebrar su orgullo sino a denunciar las cosas que les aquejan, como la violencia y la falta de empleos, es desmoralizador.

Además de denunciar los hechos, repudiarlos y exigir justicia, creo que es labor de todos apoyar campañas contra los crímenes de odio de todo tipo. La educación en casa es fundamental, debemos criar niños que no solamente toleren al otro, sino que lo acepten y respeten como igual.

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