lunes, 22 de octubre de 2012

Me odias


Conozco ese sentimiento, nadie nos ha enseñado que se llama odio, solo sabemos que es como un latigazo que te golpea de pronto las entrañas, esa marea de ardor que sube por tu garganta y te hace querer gritar, o gruñir, o al menos gemir un insulto.

Me odias, lo has hecho desde el mismo momento que supiste que yo existía, sin ni siquiera conocer mi rostro, sin saber nada acerca de mí. No lo necesitaste. Empezaste, supongo, a crearme en tu mente para tener una imagen contra la cual escupir tu dolor.

Yo era, soy, la materialización de todos tus temores. Pensé que vendrías a destruirme para acabar con tu pesadilla, pero no. Te quedaste como paralizada, doblada por ese golpe que sacó todo el aire de tus pulmones y te hizo morder el polvo.

Me odias porque pensaste que yo te había dado ese gancho al hígado, pero no fui yo, fueron las circunstancias que se fueron trenzando a tu alrededor sin que te dieras cuenta, hundida en ese sopor en el que vivías. Yo he odiado por la misma razón, también he volcado mi ira sobre alguien que he creído ladrona, cuando en realidad era emisaria de la nueva etapa que debía iniciar, la señal de que había que cambiar de escenario. Quizá todo esto te ayudó a despertar, quizá en realidad quedaste libre para ser feliz. Quizá.

Al principio no quisiste conocer a mi verdadero yo, te quedaste con esa imagen que parió tu mente, ésa que era la mezcla de todas tus sospechas. Hiciste de mí una Frankenstein hecha con los retazos de todas tus inseguridades, tus dudas, tus debilidades. Ahora que me ves cara a cara, que hablamos con cortesía y disimulo, espero que se me vaya cayendo todas esas deformidades y tornillos que me pusiste. No tengo superpoderes, ni escupo sapos y culebras, ni hago maldiciones, mucho menos soy una sirena hechicera. Solo soy yo, una mujer promedio, una mujer luchadora, una mujer enamorada.

Yo no te odio, te temo. Ya pasaron 8 años, supongo que seguiremos en este estira y encoge por muchos más. ¿Por qué no seguimos adelante? La vida es corta como para estar gastándola en odiar y temer.

jueves, 6 de septiembre de 2012

Crónica de un par de días


Ver, oír y no callar es la labor del periodista, o del chismoso, según se vea. A mi lo que me encanta es narrar lo que veo como un ejercicio, como el que se entrena para una importante competencia (que en mi caso es terminar mi primera novela).

Siempre se pasa de largo Mixco cuando uno sale de la capital por la Calzada Roosevelt. Hay una vuelta allí que te lleva a ese pequeño pueblo en dos minutos, pero la había pasado toda mi vida sin percatarme. Así que me sentí algo perdida buscando el parque central, que resultó ser pequeño y rodeado de innumerables buses rojos que llevan y traen a miles de mixqueños que a diario trabajan en la vecina y gigantesca capital. Al fin llego a mi destino, sé que estoy cerca de mi ruidosa ciudad pero me siento lejos.

El encargado de la oficina de Relaciones Públicas y Comunicación de la Municipalidad de Mixco es un Mayor del Ejército de Guatemala. Él explica, por si hay alguna duda de su capacidad, que estudió periodismo y que tiene mucha experiencia en el campo.
Además, afirma que es el encargado de organizar la agenda y protocolo del hijo del Presidente de Guatemala, Otto Pérez Leal, actual alcalde de este municipio. Según el Mayor, lo acompaña a todos lados y afirma, como una confidencia no solicitada, “sí, estoy de alta (en el ejército), ese es mi rol”, sin dejar de traslucir cierto orgullo. Finjo interés pero no estoy muy segura de lo que esto significa.

La Municipalidad de Mixco debería ser más grande, y más bonita. Representa a una gran cantidad de guatemaltecos que viven en el Departamento más importante. En cambio, me recordó a las que están en las pueblos más recónditos de nuestro país. Por ejemplo, el baño que usan los visitantes, que es unisex por cierto, es espantoso, apesta, casi casi como el de Trainspotting.

Las oficinas son más bien sencillas y pequeñas. En la de Relaciones Públicas, trabajan hasta 6 personas en un espacio de unos tres metros por tres. Mobiliario sencillo, paredes pintadas de naranja. Eso sí, me contaron que la oficina del Primer Hijo del país sí es digna de un alto funcionario, pero, como dicen en los diarios, este extremo no me consta.

La diminuta pero bien iluminada oficina del Mayor tiene una puerta corrediza que no sirve de nada porque es transparente y arriba no tiene pared, junto al escritorio hay una foto de tamaño casi real del alcalde. En una esquina, que queda justo detrás de él, hay una especie de altar. No llevaba mis lentes, así que me llevó un tiempo darme cuenta que su tema no es religioso, está dedicado a los Kaibiles. Algo dentro de mi se revolvió, pero seguí con una actitud profesional.

Casi 8 meses después de haber tomado posesión este equipo de trabajo, pareciera que no se han terminado de acomodar. Aquello parece una agencia de empleos, muchas personas dejan expedientes que se acumulan y también llegan a preguntar cómo va su “caso”, desde jóvenes graduados del colegio, o incluso con alguna licenciatura, hasta personas modestas, mayores y desdentadas. Nadie habla directamente con el Alcalde, sino que el Mayor es el que recibe las solicitudes y las procesa, busca respuestas y da los veredictos. Esto sin descuidar la agenda política y personal de Pérez Leal.

Gracias a ello, supongo, el Delfincito del PP (que mide casi dos metros) puede trabajar más a gusto. Se le ve entrar y salir con soltura del edificio, vestido nítidamente de manera casual, con las mangas arremangadas pero acompañado por los clásicos guardespaldas de por aquí: corte militar, traje de saco y corbata de color oscuro con mucho uso, lentes ray ban y actitud de desconfianza por todo lo que se mueva.

El alcalde circula serio pero sin evitar los saludos de quienes se le acercan. Un grupo de señoras, por ejemplo, esperaban su clase de baile sin éxito, por lo que él quiso ayudarlas y ellas agradecieron emocionadas. Como decía mi amigo Domingo, un político siempre está en campaña. Luego de ser todo lo dulce que pudo con las damas barrigonas de la sala de espera, entró a Relaciones Públicas con el seño fruncido a regañar a todos por tener ocupado el salón municipal ¡en la hora del baile de la tercera edad! El regaño fue todo un sismo, que incluso tuvo réplicas todo el resto del día. Me imaginé que así ha de ser su papá y así lo aprendió él. Una vida estilo militar, todo en su lugar, cada quien en su puesto y haciendo lo que le corresponde sin chistar.

Quizá por eso quienes trabajan con él tratan de no enojarlo, no perturbarlo, para dejarlo que entre y salga a sus compromisos en las 11 zonas de Mixco, o en la “capital” como dicen ellos, o con otros alcaldes con los que trabaja para formar alianzas y pedir más apoyo del gobierno central aprovechando, claro está, que papi escuchará lo que tengan que solicitar. A veces va con su esposa, una joven de lo más fashion, nítida de la cabeza los pies, que todos miran con curiosidad porque es como poner a una Kardashian en el Mercado Central, como un personaje de otra película.

Los que esperan por sus plazas de trabajo, se mantienen a la expectativa. Se ofrecen incluso a trabajar ad honorem mientras llega la ansiada resolución, que a veces es negativa. Me contaron que se ha visto a varios regalar uno, dos o tres meses de trabajo sin ninguna remuneración. Quién sabe, tal vez más adelante los llamen, este año, el otro, el otro ó el último. O tal vez se relija, o tal vez llegue a diputado, a ministro, o ¡a presidente! igual que su papá. Para todos ellos tiene palabras de aliento el Mayor, de entusiasmo, los invita a creer y a esperar, hay cierto optimismo en el aire. Nadie parece quejarse.

Algo muy extraño ocurre, llaman por teléfono a los que esperan y les piden que lleguen todos al día siguiente vestidos de la misma forma: camisa blanca y pantalón caqui. Pero todavía más extraño, todos aceptan sin ni siquiera preguntar para qué. Así que llegan puntuales y se instalan frente a la Municipialidad, confiados que al fin les confirmarían su añorada plaza. Así se quedan desde las 8 de la mañana dispuestos a esperar lo que sea necesario, es que ya han esperado casi 8 meses, qué más da.

El Mayor es hiperactivo, de otra manera no podría salir de “comisión” en cualquier momento, manejar las Relaciones Públicas y atender a todos los que piden empleo. A veces es enojado, a veces las cosas no le salen como esperaba, a veces lo regaña el “jefe” allá arriba y entonces debe bajar a buscar culpables.

Uno pudiera pensar que algunas cosas se hacen de manera oculta, pero no. Por ejemplo, no ocultó para nada la llamada que recibió de una misteriosa cantante a la que trataba con especial cuidado, como se le habla a una hija, o la hija del jefe, a una mujer consentida que al parecer está del otro lado haciendo caritas de capricho. Ni siquiera intentó cerrar la puerta corrediza.

Esta cantante también llamaba para preguntar por la plaza ofrecida. El contestó que ya todo estaba arreglado, que la “licenciada” ya había dado luz verde, que llegara a formalizar el contrato. Pude imaginar la cara de complacencia de la chica y yo me quedé pensando ¿una municipalidad contratando a una cantante? Luego él le explicó, como para que entendiera que había sido un favor especial, que habían tenido que despedir a los payasitos que daban presentaciones en las actividades infantiles para poder contratarla a ella.

Seguramente, la siguiente pregunta de ella fue acerca del salario. El Mayor cambió de tono y empezó a hablar más despacio. “Sí, mira linda, no se puede dar lo que se te había ofrecido. La Controloría está haciendo auditoría de plazas, es más complicado de lo que parece”. De plano ella preguntó de cuánto estaban hablando,él dijo “cuatro mil quetzales es lo que se te ofrece”. Agregó que “aquí hay graduados de la universidad que ganan menos de Q3 mil” como para que sintiera afortunada, quizá ella no tenía estudios superiores. Luego estuvo varios minutos oyendo, seguro que ella estaba enojada por no recibir lo que esperaba, ¿el doble? ¿el triple? Él asentía y escuchaba.

Luego le dijo, claro y pelado y en presencia de mucha gente, “pero ni siquiera tienes que venir, harías presentaciones los fines de semana y ya, o a veces ni eso". A mi me pareció,ver un enojo fugaz en la cara de una de las personas que trabaja allí hasta 10 horas diarias, incluso fines de semana. "Puedes conseguir otros trabajos y esos Q4 mil serían algo fijo, seguro”, dijo después el Mayor pero la chica parecía no convencerse y él que inició la conversación tan paciente, fue poco a poco cansándose de rogarla que aceptara. Al final, casi le dijo “bueno, lo tomas o lo dejas” porque el otro celular le sonaba y le entraban mails en su iPad.

Parece que ella dijo que sí, porque entonces él le recomendó que le mandara un mail a la “licenciada” agradeciendo la plaza que a mí me sonó medio fantasmal. “Sí mi reina, todo está bien, sí linda, vas a ver que esto te conviene, aquí te espero”, colgó y salió corriendo de su oficina junto al resto de los que acompañan de comisión al Alcalde, salieron sin ver al grupo de personas vestidas iguales que esperaban afuera ya por más de cinco horas, que los vieron partir con disimulada desesperación.

Mientras me alejaba en un taxi corinto, pensaba que nunca sabré qué pasó con el escuadrón blanco y caqui, y tampoco el nombre de la cantante que desbancó a los payasos. Además, imaginé que escenas como estas pasan en cientos de oficinas parecidas en todo el país.

Such is life in the tropics.

domingo, 26 de agosto de 2012

Free lance world


La sociedad te quiere moldear según su conveniencia, eso está claro. Desde pequeña, quisieron matar todo rastro de sueños o aspiraciones. Mis intentos de poner las obras de teatro que yo misma escribía en la primaria fueron objeto de rechazo y hasta de regaños (por los temas que trataba en ellas), pero yo sentía que necesitaba esa expresión. Además, me pareció curioso cómo otros niños necesitaban de mi rebeldía, me apoyaban en mis iniciativas y se involucraban, aunque después yo pagaba “el pato” por todos.

Claro, la censura y los regaños me afectaron, crear se volvió un acto íntimo, clandestino, secreto. A solas iba haciendo los planes que quería lograr cuando creciera, por fuera era una chica más del barrio, en mi mente ansiaba llegar a ser artista. Los libros y los diarios fueron mis únicos compañeros en mi solitaria y oscura infancia.

Cuando estaba en quinto secretariado, o sea tendría unos 17 años, en clase nos pidieron que escribiéramos un ensayo acerca de lo íbamos a ser cuando fuéramos mayores. No fue difícil para mí, no tenía duda alguna. La “miss” que nos encomendó la tarea era una señora algo snob, creo daba clases para no aburrirse solita en su gran casa. Tenía mundo y cultura (nos contaba sus aventuras en París una y otra vez), pero era machista y algo discriminadora. Llegó incluso a recordarnos que habían profesiones para mujeres y otras para hombres, y para pobres y para ricos.

Pues escribí mi ensayo con toda sinceridad, quería estudiar letras y dedicarme a escribir. En otra persona, en otra situación, en otra sociedad, esto no hubiera sonado tan descabellado quizá. Mis compañeras que dijeron que querían ser decoradoras de interiores, nutricionistas, psicólogas, terapistas del habla, recibieron un 100, ¿yo? Otra vez un regaño.

La Miss me llamó aparte, y en pocas palabras, me dijo que una chica pobre como yo no podía ser artista. ¿De qué iba a vivir? Otra vez recibía un NO rotundo por intentar salirme del molde, quería hacerme sentir ridícula por mis anhelos. Lo bueno era que yo ya estaba acostumbrada a la burla y el rechazo, lo malo es que esto solamente hacía crecer mi rebeldía.

Estudiaba en un colegio que tenía gente de todo tipo, muchachas del barrio como yo, pero también hijas de militares y empresarios que como castigo o tacañería estudiaban con la chusma. En lugar de no hacer énfasis en estas diferencias, las maestras las acentuaban. Según ellas, nuestro origen determinaba nuestro destino. Nadie daba un len por mí, estoy segura que muchas pensaron que terminaría mal (mucho más luego de un incidente con la mariguana de la mamá artrítica de una compañera y de un periódico extremista que fundé en el salón de mecanografía).

Cumpliendo con los pronósticos de estas señoras, tuve que trabajar nada más graduándome del colegio. Casi una niña ya tenía que ver por mi misma. Si quería estudiar debía ver cómo lo hacía porque nadie me iba a ayudar. No le hice el feo, además det rabajar de lunes a viernes de 8 a 5, no solo me inscribí en la USAC sino también en la UP para estudiar teatro. Claro, perdí muchas clases por tener que quedarme en la oficina más tiempo, y llegaba a mi casa molida ya tarde en la noche.

Así pasaron muchos años, digamos que en realidad fui una trabajadora que estudiaba y no al revés. Recuerdo un cansancio constante, incluso hambre en esas largas jornadas, penurias pero también una necedad de hacer lo que me gusta.

Así pasé casi una década. Dejé el teatro y me involucré en política y otras actvidades “relacionadas” (huelgueras pues). Luego terminé la U y, claro, a seguir trabajando. Viví unos 21 años ininterrumpidos siendo asalariada.

Dos décadas de aguantar muchas cosas por un cheque, por un aguinaldo, por un bono 14. Aprendí muchísimo de esto, no lo niego, conocí personas y lugares que fueron impactantes en mi vida, fui moldeando lo que soy hoy. Pero también hubo muchas humillaciones, injusticias y malos tratos. Todo eso se volvió más doloroso desde que soy mamá. De eso también aprendí.

Vivir de acuerdo a lo que los jefes dictan, regir tus actividades y hasta tu vida por los horarios de trabajo por más de 20 años hace mella en cualquiera. No soy buena para levantarme temprano, nunca lo fui, soy una persona nocturna. Además, mis problemas con la autoridad nunca se resolvieron sino que creo que empeoraron. Pensar diferente a la mayoría (atea, femininista, de izquierda) también fue un problema constante. Con todas estas características, veo hacia atrás y no comprendo cómo pude ser una trabajadora tan dedicada por tanto tiempo. Increíble.

Paralelamente, siempre luchando por hacer algo en el arte, en las letras. Escribiendo en momentos robados, en computadoras prestadas, como un gran desahogo, como un gran acto de fe.

Sí, he publicado y todo pero no es como yo esperaba. Este país y este mundo moderno que menosprecia el arte y adora las celebridades y el fashion me desmoraliza. Para mí, la literatura no es un club ni un concurso de popularidad. Yo solo quiero escribir cuando yo quiero, cuando lo necesito, así de simple, si no vuelvo a escribir más es porque quizá ya no tengo nada que decir.

Pero, hace tres meses hubo un parteaguas en mi vida, parte de mi identidad cambió.

Ahora, trabajo en mi casa y tengo toda la flexibilidad que yo misma me doy. Primero sentí miedo, luego un júbilo enorme, ahora me estoy empezando a sentir un tanto rara. Da risa pero no me acostumbro a tener tiempo para mí misma. No tener a alguien que esté todo el tiempo diciéndome qué hacer y vigilando mis movimientos.

Me levanto temprano porque debo mandar a mi hijo al colegio, pero luego de despedir a mi Manuel y a mi marido en la puerta y se cierra el elevador me quedo allí conmigo misma. Regreso a mi “oficina”, pongo música de mi gusto (ya no más audífonos para no molestar a los demás), pongo un incienso y desayuno mientras leo el periódico.

Sé lo que tengo que hacer y lo cumplo, aunque he tenido que desvelarme hasta la madrugada, pero también me trato bien a mi misma y a quienes amo. No sé cómo pude tener tanto tiempo mi vida en espera, en pausa, cumpliendo los objetivos de otros.

Este es un momento crucial para mí, ¿todavía soy escritora? Los proyectos literarios que tengo parados ¿todavía son relevantes? Ó ¿debo empezar de cero ahora que ya no soy la misma?

Todo esto lo pienso desde mi ventana, donde veo cientos de lucecitas de carros y buses que se mueven lentamente bajo la lluvia. Imagino a quienes van cansados rumbo a sus lejanas casas, soñando con una vida que no se atreven a salir a buscar.

viernes, 27 de abril de 2012

El segundo aire



(En la primera foto tengo 31, en la segunda 40)

Tal vez de veras la vida empieza a los 40, pero la segunda vida. La noche antes de cumplir 39 todo se ve de una manera, te acuestas a dormir pensando “ay, no pasa nada, qué mentira”.

Pero no, nada más te despiertas, te sientes diferente. Para empezar, esta vez no brinqué de la cama emocionada gritando “!Hoy es mi cumple!”, esperando regalos y fiestas y desenfreno.  Esta vez me costó despertar a pesar de la serenata que me daba mi marido y mi hijo. Tener dos trabajos no es fácil y me mantiene permanentemente agotada.

Tengo que reportar esto para advertir a los que vienen atrás, a mi me hubiera gustado que me lo advirtieran. Es como cuando todas en el colegio éramos vírgenes, hicimos un pacto: la primera que dejara de serlo lo contaría con todos los detalles posibles, todito. La pionera en el sexo, que lo hizo unos días antes de cumplir 15 años, no reportó nada porque le dio vergüenza, más que todo porque había sido con un primo.

Tuvimos que esperar a que una chica a los 17 se animara a hacerlo con su novio desde la infancia.  Pues lo que contó de su primera vez fue lo más horrible que había escuchado en mi vida. Su relato, que en lugar de ser romántico o sensual era hasta escatológico (comparaba la penetración con el estreñimiento), me dejó literalmente una cara de “poker”. No lo creía, ¿entonces las telenovelas que miraba mi mamá mentían? Por mucho, esa experiencia ajena ayudó a que esperara bastante antes de intentarlo yo.

La gran mayoría de mis amigos actuales son menores que yo. ¿Por qué? No lo sé, como que los de mi edad o mayores no evolucionaron como yo y se quedaron en la guerra fría, además se casaron y “enseñoraron” muy rápido. Los que venían detrás me parecieron interesantes, más de la generación X como yo, en el  grunge me hicieron sentir en casa, aunque les llevara 4,6 u 8 años de delantera. Además, me hicieron sentir más joven de lo que soy.
A ellos les faltan algunos añitos y están muy lejos de verse viejos. ¿Yo? También, pero me gustaría reportar algunos hallazgos.

Empecemos por lo físico, que es lo de menos. No hay mucha diferencia entre lo que se sentía hace 10 años a lo que siento hoy (mire la foto, quizá cambié de estilo).
Estar en forma nunca ha sido mi fuerte, no hago ejercicios y mi dieta es “diversa”, nada estricto (lo único es que no consumo azúcar por mi glucosa pero de allí todo a lo que le pueda hincar el diente). Sin embargo, tengo buena salud dentro de lo que cabe.

Mi pequeño y blanquecino cuerpo ha dejado de ser heroicamente resistente y la gravedad ha empezado a notarse en lugares donde uno realmente quisiera ser firme. Aunque eso cambió desde que nació Manuel, hace 6 años y medio. Mis pechos siempre habían sido de mi agrado y cuando se llenaron de leche crecieron y me sentí realmente “chichuda”, era increíble cómo llamaban la atención, entendí por qué a algunas les gusta la idea de tenerlos grandes. Pero cuando Manuel cumplió 6 meses, corté la lactancia y, bueno, no solo volvieron a su tamaño normal sino que ya no se miraban igual.

Ya tengo más canas, las empecé a cultivar desde los 28, mi vista se siente cansada pero no tengo que usar los lentes permanentemente. Y aquí llego al cambio más grande que he encontrado: mi cara. No tengo arrugas ni manchas, pero todo se me nota más. Si me enojo, el ceño se me frunce de verdad, si estoy cansada se me nota de inmediato, igual que el desvelo.

De las resacas, ni hablar. Me embriago con menos, cosa que es hasta económica, pero amanezco peor, casi con un pie en la tumba, al punto de ver afectadas mis actividades normales (cuando antes parrandeaba hasta 4 veces por semana y al día siguiente nítida).

Sin embargo, es más allá de lo físico en donde está el verdadero cambio. La gente te percibe diferente y espera que seas más “maduro”, los chavitos creen que no entiendes nada de lo que hablan (y a veces es cierto), y los mayores ya te hablan como quien dice como a un “igual”.

Entonces tú dices: “un momento, hey, ¡soy joven! Me siento igual, me visto igual, oigo heavy metal, tengo vida nocturna y participo en las redes sociales, soy tan irreverente como hace 20 años”. Pero nadie te cree, tanto es así, que empiezas a dudar.

Me considero una adicta a la información (a algo tengo que serlo, tengo esa personalidad), por lo que estar “al día” es lo mío. Sin embargo, unos editores de un periódico que no mencionaré, consideraron que no era lo suficientemente joven para escribir sobre actualidad en la cultura y el espectáculo. Están totalmente equivocados, pero, claro, cómo convencerlos si al solo ver en mi currículo la fecha de mi nacimiento me tacharon de la lista de aspirantes. Si tan solo me hubieran entrevistado.

No me quejo, supongo que la vida me está llevando al lugar que pertenezco: a la literatura. Emprender el camino de regreso ha sido duro, pero me ha ayudado a conocerme mejor y a valorarme.

Tener 40 años me agarró como no lo había planeado, sin dinero, sin fiesta, sin boda, pero a la vez me está brindando la oportunidad de replantear muchas cosas. Estoy empezando a planificar cómo será esta nueva vida, que estoy construyendo a mi medida, no al revés.

Como lo he plasmado en este blog, mis primero 40 años, mi primera vida, ha sido intensa. Espero que este segundo aire lo sea aun más. Soy dueña de mí, me siento a gusto con mi piel.

Queda allanado el camino queridos amigos, como dijo Lester Burnham en American Beauty, “no tienen idea de lo que les hablo seguro, pero no se preocupen, algún día la tendrán”.

sábado, 24 de marzo de 2012

Me contaron de mí



Antes me enorgullecía de mi memoria, realmente creía que no olvidaba nada ni a nadie. Eso cambió hace unos años, pues hay muchas cosas que no recuerdo. Eso es embarazoso cuando alguien te lo trae a colación y te dice “te acordás aquella vez que hiciste y dijiste tal cosa?”, yo me siento realmente avergonzada por no tener la menor idea y termino asintiendo.

Ahora, resignada ante mi falta de registro, bromeo acerca de las veces que me he golpeado la cabeza, sobre las neuronas y el alcohol y cosas por el estilo. Secretamente, me he dicho a mi misma que he vivido tanto y he conocido a tantas personas, que es imposible recordarlo todo.

Pero, por qué recordamos algunas cosas y otras no? Yo creía, hasta hoy, que lo más importante, impactante, espeluznante, era lo que no se borraba y lo insignificante se iba sin remedio. Siempre he dicho que mi recuerdo más antiguo es el terremoto de 1976, ya que a pesar de tener solo 4 años tengo algunas imágenes en mi cabeza.

Eso también me hace sospechar de que algunos son, incluso, falsos recuerdos, cosas que otras personas te contaban y terminaste plantando en tu cabeza tomando forma de recuerdos. No sé.

Es que a veces dudo de ciertas memorias, pues algunas situaciones son hasta increíbles, tanto por ser demasiado hermosas o extremadamente estúpidas. De estas últimas, algunas quisiera no solamente que se borraran sino que no hubieran sucedido. Me puse en riesgo de maneras tan absurdas, que realmente no sé cómo estoy aquí.

Pero hoy sucedió algo realmente impresionante. Yo, la que soy a punto de cumplir 40 años, soy un resultado de tantas cosas, de una evolución. Encontrarme con las personas que convivieron con todas las demás que fui antes es como revisitarme a mi misma.

Todas esas Yo son como mis huellas, algunas torcidas, algunas firmes, algunas borrosas, algunas sutiles. Han sido 40 años tan ricos, tan duros, tan bellos, tan horribles, tan difíciles, tan alegres, tan decadentes, no sé cuántas yo ha habido.

Pero hoy me recordaron a una Yo que me hizo llorar. Una que andaba perdida, buscando algo desesperadamente en la calle, en las cervezas, en la gente. Una que salía a jugarse la vida en la oscuridad, en el peligro, a pesar de todavía estar en casa y en el yugo de mis padres.

La persona que me la recordó ha visto mi evolución por más de dos décadas, o sea, conoce muchas Yo. Me quedé fría cuando me contó, por que ella fue testigo, como mi Yo de hace unos 20 años fue vapuleada y golpeada, a patadas y en el piso, por mis padres y mi hermano.

Fue impactante, porque como no recordaba nada, nadita de esa ocasión, tuve que preguntar todo como si se tratara de la vida de alguien más. Fue realmente bizarro.

Tuve tanta lástima por esa mi Yo veinteañera, esa que nunca quiso hacer caso de las reglas, que nunca llenó los requisitos de ser una niña de su casa. La persona que me lo contó, mi cómplice de esa noche, me dijo que para ella el recuerdo era vívido por impresionante. Esa lejana noche, al bajarme de su carro, las personas que vivían conmigo, que debían amarme y protegerme, me golpearon como a un perro sarnoso.

Por qué borré ese recuerdo? Qué tan borracha llegué? Sentí los golpes? Cómo llegué a mi cuarto, a mi cama? Cómo amanecí el día siguiente? Quién me consoló y ayudó con las secuelas? Todo es un misterio, doloroso. Me imagino allí, pálida y sangrando, tratando de endurecer mi corazón. Con lágrimas en los ojos, estoy descubriendo que seguramente fue algo tan espantoso que preferí olvidarlo, o quizá allí empezaron los famosos golpes en la cabeza.

Lo que sí recuerdo de esos años es el vacío, el dolor, la necesidad de huir. Con episodios como este, seguramente se explican tantas cosas de mi Yo posterior, pues en esos años se incubaba la peor yo, la más monstruosa.

Cómo pude perdonarlos? Seguramente me convencieron, como solían hacerlo, que todo era mi culpa. ¡Qué daría por ir a abrazar a esa pobre yo!, allí deseando morir pero no a manos de ellos.

martes, 14 de febrero de 2012

Voy a extrañar la sala de redacción


Mi mejor amiga del colegio soñaba con ser periodista, yo con ser escritora. Bromeábamos y soñábamos sobre nuestra vida como adultas. Éramos las dos formas de ver el mundo, lo tangible y lo fantasioso, cómo nos reíamos, cómo nos complementábamos...

Mientras estudiaba letras, por años escribí, releí y corregí con ahínco. Así hice relatos que me salían de las entrañas, de las tripas. Luego, gane unos concursos y de pronto el sueño estaba cumplido: publiqué un libro. Pero, luego ¿qué? La euforia duró poco, caí de la nube y descubrí que en Guatemala no se puede vivir de escribir ficción. Es mandatorio tomarlo como hobbie o segunda profesión.

¿Cómo paré de periodista, si nunca fue mi objetivo? Me acerqué a esta noble profesión porque un editor tuvo una idea: quería que se hiciera periodismo narrativo en su periódico. Nunca me había pasado por la mente ser periodista, pero el editor dijo: es más fácil que un escritor aprenda a reportear, a que un periodista aprenda a escribir.

De pronto estaba yo describiendo la realidad de una forma más humana, viéndola desde ángulos que para muchos son intrascendentes. Fue una buena época. Sin embargo, tengo que reconocer que lo hacía sin tener más orientación que unas charlas y fotocopias que me proporcionó el susodicho editor, y los excelentes ejemplos que leía en Gato Pardo y Etiqueta Negra. Lo demás lo aprendí haciendo, no fue fácil.

No pude desarrollarme más en el periodismo narrativo porque el experimento fracasó (mis sábanas de texto eran leídas por pocos, aunque ganaron un par de premios), y fui metida en las filas de los otros periodistas, los verdaderos. Sin darme cuenta, he trabajado en esto ya por casi 9 años, he cubierto de todo.

La creación literaria se quedó de lado, un poco bastante olvidada. Dejé de escribir cada pieza periodística como si fuera parte de mi obra, a falta de espacio y de tiempo. Últimamente, incluso, dejé de usar las palabras con cuidado, como joyas, para aporrear el teclado porque el reloj anunciaba implacable la hora de cierre de la nota diaria. Mis nervios, mi energía, mi paciencia, se han ido deteriorando.

¿Será que mi desasosiego tiene que ver con que este en realidad no es mi camino? Mi inconformismo puede ser que esté ligado a estar en el lugar equivocado.

Quienes estudiaron periodismo, no pueden decir “voy a dejarlo”, porque llevan esa profesión en la sangre. Creo que ellos supieron, desde el primer día de clases en la U, que esta es una profesión de entrega y sacrificio.

Pero yo no me siento así, tengo un problema de identidad. Estoy a un paso, más bien un pelo, de decirle adiós a la sala de redacción. Pero la verdad es que esta profesión es difícil de dejar. La adrenalina, la capacidad de comunicar cosas que de otra forma quizá no se sabrían, sentirse útil a la sociedad, estar en el ojo del huracán, es como un vicio.

Es de reconocer que uno se siente diferente a los demás, no superior, simplemente diferente. En estos años he aprendido tanto, he conocido a tanta gente, de todo tipo, he visto tantas cosas, buenas, malas y horripilantes, he encontrado la manera de siempre encontrar lo que busco y así sentir una gran satisfacción. A veces pienso que no podré vivir sin todo eso.

Considero esta experiencia, no buscada, lo mejor que me ha pasado en mi vida. Hallé amistad y amor, aprendí humildad y valentía, un amor propio que nace no de la vanidad, sino del trabajo bien hecho, de la jornada larga pero productiva. He sido testigo de tantas cosas, y he madurado tanto, he comprendido que no soy el centro del universo pero que puedo aportar mucho.

Gracias a esta travesía, soy quien soy hoy. Cada entrevista, cada cobertura, cada lectura, cada investigación, cada aventura, dejó algo en mí. De otra manera, me hubiera quedado como ratona de biblioteca, snob y presumida, que no sabía ni la mitad de lo que es la vida. Tengo mucha gratitud por aquella oportunidad que se me dio.

Y es que un periodista con experiencia sabe un poco de todo, conoce a alguien en todos lados, entiende globalmente lo que pasa. No es especialista en nada, pero sabe a quién buscar para entender el mundo. Puede parecer arrogante por tanta información acumulada, pero es un excelente conversador.

Mañana será mi último día en esta sala de redacción, está decidido. No encontré cómo cuadrar mi vida personal y literaria con este oficio. Cómo quisiera poder seguir echando mano de tanto aprendizaje, pero no hay opciones. Nunca digo nunca, quién sabe lo que traerá este misterioso 2012.

Pero por el momento, cuelgo el gafete, la grabadora, la libreta y el lapicero. Mi amiga de la adolescencia, Karina, estaría tan orgullosa de mí.

martes, 17 de enero de 2012

La decisión de Patzy


Ojalá todas las mujeres tuviéramos la oportunidad de rechazar un empleo que no nos permite cumplir a cabalidad con los deberes familiares y proyectos personales, aunque sea bien remunerado. Quizá, se me ocurre, entonces las empresas y corporaciones replantearían sus horarios, sus exigencias, sus sueldos, con tal de tener entre sus filas a tan valiosas mujeres.

Pero en la mayoría de los casos, lo que prima es la necesidad de, precisamente, darle lo necesario a esa familia que tanto se ama, aun a costa de no verla. Aunque se tenga que salir al amanecer con hambre y desvelo, para regresar de noche con hambre y cansancio.

Yo? me doy por vencida. El sistema es perverso, está diseñado para elegir dos modelos de mujer: el ama de casa que renuncia a su faceta profesional y a tener un ingreso propio con tal de atender bien a su familia, o ser la trabajadora que puede proveer pero que está ausente de su casa, incluso los fines de semana y días festivos.

No hay intermedios en el panorama. Maldita sea.

La admito, lo confieso: este sistema me venció. Soy un fracaso más, simplemente un cliché. Yo que me creía diferente por tener sueños y metas, ahora me doy cuenta que de seguro todas las mujeres que veo pasar todos los días los tuvieron alguna vez, pero debieron renunciar a ellos. Así de simple.

¿Mi descabellada petición? ¿mi pecado? ¿mi delito? Querer un trabajo que remunere decentemente lo que soy capaz de hacer, lo que he aprendido, con un horario y unas prestaciones que cumplan con lo que dice la ley. Uno en donde no me hagan sentir inferior o estúpida por querer tener una vida plena afuera de la oficina.
Qué tonta, qué ilusa, que desquiciada soy al pedir esto, retar al todopoderoso sistema, cuando soy proletaria, pinche asalariada.

Las cosas a veces me suceden al revés. Cuando era jovencita tenía un trabajo que me daba mucho tiempo para mí, el cual por cierto desperdicié de muchas maneras, hasta tenía tiempo para aburrirme. Ahora, que necesito desesperadamente tiempo, solo encuentro trabajos que me dicen “tome estas 10 o 12 horas diarias de trabajo o déjelo, así es la vida. Siguiente!”.

¿Seguir así? No tener tiempo ni para ir al médico o tramitar mi DPI, muchos menos para hacerme un pedicure o leer un buen libro o terminar mi novela, no poder jamás hacer las tareas con mi hijo en una hora razonable y luego ir al parque, pero poder pagar las deudas y los compromisos. Poder sentirme parte productiva de la sociedad, seguir tratando de demostrar que puedo con todas las bolas en el aire.

¿O cambiar de escenario? Asumir el fracaso y renunciar, aceptar que este mundo está hecho para que solo soñemos con una vida mejor que nunca viene. Acarrearme problemas legales con las deudas sin pagar, perder la casa con la que soñé desde niña, depender de otros hasta para comprarme las toallas sanitarias, pero disponer de mi tiempo para desayunar con mi hijo, vestirlo y llevarlo al colegio, para luego dedicarme a leer y a escribir...

Oh Patzy, de seguro que tú tienes muchas más opciones que yo.