jueves, 9 de mayo de 2013






El primer día de la madre

Allí estaba yo: soltera y embarazada a los 33 años. Fue todo un shock, la noticia más devastadora que había recibido jamás. Como suele pasar, fueron mis compañeros de trabajo en Siglo Veintiuno quienes se enteraron en primicia, todos ellos solteros y bohemios que lejos estaban de siquiera pensar en tener hijos. Sin embargo, fueron muy solidarios.

Me sentía de bajón, la sensación del embarazo era muy rara para mí. Cansancio, sueño, calor, náusea, emociones encontradas, euforia, incertidumbre, todo junto. Supongo que hay personas que se han pasado toda su vida esperando por el momento de ser padres y lo ven como algo indispensable. Pero hay otros, como yo, que no están tan seguros que sea una buena idea traer a otro habitante a un mundo tan decadente y corrompido.

Con un poco más de dos meses de embarazo, o sea que casi no se me notaba, no les había contado a muchas personas acerca de mi estado. Tenía que asimilarlo yo primero, lo más importante era acomodar esa sensación dentro de mí. Además, no sabía qué respondería a las preguntas que inevitablemente vendrían, sobre todo de mi familia, si no había resuelto qué haría con mi existencia y la del fruto de mis entrañas.

Sin duda, era tan fuerte el dilema que estaba pasando que afectaba mi trabajo, el cual hasta entonces era lo más importante en mi vida. Por esa razón, en una reunión editorial, decidimos que escribiría un tema sobre algo que no sabía que existía: la depresión pre parto. Así mataría dos pájaros de un tiro: haría un artículo para el día de la madre y encontraría respuestas a mi problemática.

Investigué el tema y no fue difícil entender que efectivamente eso era lo que yo tenía. Sentía que el mundo seguía adelante sin mí, que ya no encajaba en él. Al terminar de escribirlo, me sentí mucho mejor al comprender que ser madre es un proceso complejo, no era para nada como yo me lo imaginaba. Si yo a los 33 años estaba en medio de una tormenta al enterarme de mi embarazo, me imagino lo que tienen que pasar las adolescentes que “meten las patas” y son juzgadas por quienes las rodean.

Escribí el artículo de manera bastante personal, dejando claro que yo estaba embarazada. Sería mi muy particular forma de dar a conocer que sería madre. Tenía tanta libertad creativa en ese entonces, así como le declaré mi amor al padre de mi bebé por medio de una columna, le gritaría al mundo por medio de una nota periodística que tendría un bebé, dándole la bienvenida como a un pasajero dentro mi para iniciar un viaje juntos.

Solo había un problema, mi mamá no sabía todavía y sería de muy mal gusto que se enterara al leer el periódico. Debía decirle antes porque lo primero que hacía mi mamá los domingos, luego de servirse el café, era abrir la Magazine 21 para ver qué había escrito su hija.

Los días pasaban y no me atrevía, mientras tanto el artículo iba derecho a las rotativas para imprimirse. Saldría el domingo 8 de mayo, sin falta. Yo que tan osada me creía, tan liberada, tan avant garde, tenía pánico de enfrentarme a mi madre, oh,  mi madre. Una mujer sencilla tan diferente a mí, que se escuda tras su maternidad sufrida y abnegada, que ve todo blanco y negro, que pensaba que yo era una oveja negra que algún día se blanquearía y entraría en el rebaño.

Pero yo quería ser madre para seguir creciendo como ser humano, pero sin renunciar a todo lo que había conseguido, a mi forma de vida, a mis principios.

Así que llegó el viernes 6 de mayo 2005, mi última oportunidad para decirle a mi mamá que sería abuela otra vez. Decidí ir sola porque yo sabía que no sería nada fácil, no quería que mi amado sufriera las consecuencias. Fui a su casa y la encontré inusualmente contenta, me dio pena arruinarle ese día su alegría, luego de cenar me hizo piojito hasta que me quedé dormida y ella miraba noti7. El sábado por la mañana yo tenía un antojo muy fuerte de huevos revueltos con pan francés, y ella muy complaciente me los sirvió y desayunamos. No me atrevía, ¿cómo decirle que estaba embarazada sin estar casada cuando para ella eso era literalmente pecado?

Salimos a caminar, hacía un día precioso, pensé “se lo diré bajo un árbol, en medio de flores y pájaros, y será un momento inolvidable”. Pasamos el árbol y fuimos a comprar ingredientes para un almuerzo que según ella me gustaría. Sin embargo, todo lo que olía me daba náusea y estaba cansada de tener que disimular.

Apenas toqué la comida, luego me dio un sopor extraño que me daba luego del almuerzo: sueño y calor, una incomodidad total. Me dormí un rato, inquieta. Desperté sudando y decidida. La senté en la mesa, la vi a los ojos y le dije que tenía algo importante que decirle. Ella, todavía sonriente, me preguntó “¿se va a casar?”. Cuando le dije que no, pero que estaba embarazada, fue lo más parecido a romperle el corazón.

A la vez que mi cuerpo se relajaba y la pancita se asomaba con más confianza, ella fue montando en cólera. Como no podía agredirme físicamente (por primera vez algo la detenía), me acuchilló con palabras más hirientes que una bofetada. No paró hasta que me sacó de su casa, sabía que su enojo no terminaría, así prefería que me fuera. Agarré mis cosas y me fui.

Fue la caminata más triste, no sabía hacia dónde ir, así exactamente me sentía con mi vida. No sabía que rumbo tomar. Tomé un bus pues mi carcacha no estaba funcionando, y me senté viendo hacia afuera. El mundo se miraba diferente, más amenazante y complicado. Cuando me di cuenta estaba llorando y tenía náuseas por el humo negro. Me bajé en el Parque Central a pensar.

Millones de mujeres han pasado por esto, pensé, pero no deja de ser impactante darte cuenta que no solo darás vida sino que serás responsable de ella por muchos años. Luego tendrás un vínculo que no se romperá ni con la muerte. Todavía no tenía un rostro o una manita a la cual adorar o aferrarme, mi hijo todavía era algo abstracto allá dentro que me hacía sentir físicamente mal.

Fui a comer sola a la Patsy y pedí un chuchito, otro antojo. Mientras miraba a la gente pasar, pensé que como siempre lo había hecho hasta ese día, sería totalmente responsable de mis actos, asumiría las consecuencias como vinieran, con valor.

Al día siguiente salió el artículo que pueden ver arriba, todo el mundo se enteró que sería mamá y viví un embarazo difícil por muchas razones. Lo bueno, lo veo ahora, es que esos 9 meses y sus achaques y clavos no son nada comparados con la felicidad que vino luego. Exactamente un año después de ese fin de semana con mi mamá, inicié la etapa más feliz de mi vida y que no ha terminado aún junto al hombre que amo y a mi precioso Manuel, el mejor maestro que he tenido. Todo el sufrimiento valió la pena.