El primer día de la madre
Allí estaba
yo: soltera y embarazada a los 33 años. Fue todo un shock, la noticia más
devastadora que había recibido jamás. Como suele pasar, fueron mis compañeros
de trabajo en Siglo Veintiuno quienes se enteraron en primicia, todos ellos
solteros y bohemios que lejos estaban de siquiera pensar en tener hijos. Sin
embargo, fueron muy solidarios.
Me sentía
de bajón, la sensación del embarazo era muy rara para mí. Cansancio, sueño,
calor, náusea, emociones encontradas, euforia, incertidumbre, todo junto.
Supongo que hay personas que se han pasado toda su vida esperando por el
momento de ser padres y lo ven como algo indispensable. Pero hay otros, como
yo, que no están tan seguros que sea una buena idea traer a otro habitante a un
mundo tan decadente y corrompido.
Con un poco
más de dos meses de embarazo, o sea que casi no se me notaba, no les había contado
a muchas personas acerca de mi estado. Tenía que asimilarlo yo primero, lo más
importante era acomodar esa sensación dentro de mí. Además, no sabía qué
respondería a las preguntas que inevitablemente vendrían, sobre todo de mi
familia, si no había resuelto qué haría con mi existencia y la del fruto de mis
entrañas.
Sin duda,
era tan fuerte el dilema que estaba pasando que afectaba mi trabajo, el cual hasta
entonces era lo más importante en mi vida. Por esa razón, en una reunión
editorial, decidimos que escribiría un tema sobre algo que no sabía que
existía: la depresión pre parto. Así mataría dos pájaros de un tiro: haría un
artículo para el día de la madre y encontraría respuestas a mi problemática.
Investigué
el tema y no fue difícil entender que efectivamente eso era lo que yo tenía.
Sentía que el mundo seguía adelante sin mí, que ya no encajaba en él. Al terminar
de escribirlo, me sentí mucho mejor al comprender que ser madre es un proceso
complejo, no era para nada como yo me lo imaginaba. Si yo a los 33 años estaba
en medio de una tormenta al enterarme de mi embarazo, me imagino lo que tienen
que pasar las adolescentes que “meten las patas” y son juzgadas por quienes las rodean.
Escribí el
artículo de manera bastante personal, dejando claro que yo estaba embarazada.
Sería mi muy particular forma de dar a conocer que sería madre. Tenía tanta
libertad creativa en ese entonces, así como le declaré mi amor al padre de mi
bebé por medio de una columna, le gritaría al mundo por medio de una nota
periodística que tendría un bebé, dándole la bienvenida como a un pasajero dentro mi para iniciar un viaje juntos.
Solo había
un problema, mi mamá no sabía todavía y sería de muy mal gusto que se enterara
al leer el periódico. Debía decirle antes porque lo primero que hacía mi mamá
los domingos, luego de servirse el café, era abrir la Magazine 21 para ver qué
había escrito su hija.
Los días
pasaban y no me atrevía, mientras tanto el artículo iba derecho a las rotativas
para imprimirse. Saldría el domingo 8 de mayo, sin falta. Yo que tan osada me
creía, tan liberada, tan avant garde, tenía pánico de enfrentarme a mi madre,
oh, mi madre. Una mujer sencilla tan
diferente a mí, que se escuda tras su maternidad sufrida y abnegada, que ve
todo blanco y negro, que pensaba que yo era una oveja negra que algún día se
blanquearía y entraría en el rebaño.
Pero yo quería
ser madre para seguir creciendo como ser humano, pero sin renunciar a todo lo
que había conseguido, a mi forma de vida, a mis principios.
Así que llegó
el viernes 6 de mayo 2005, mi última oportunidad para decirle a mi mamá que
sería abuela otra vez. Decidí ir sola porque yo sabía que no sería nada fácil,
no quería que mi amado sufriera las consecuencias. Fui a su casa y la encontré
inusualmente contenta, me dio pena arruinarle ese día su alegría, luego de cenar me hizo
piojito hasta que me quedé dormida y ella miraba noti7. El sábado por la mañana
yo tenía un antojo muy fuerte de huevos revueltos con pan francés, y ella muy
complaciente me los sirvió y desayunamos. No me atrevía, ¿cómo decirle que
estaba embarazada sin estar casada cuando para ella eso era literalmente
pecado?
Salimos a
caminar, hacía un día precioso, pensé “se lo diré bajo un árbol, en medio de flores y pájaros, y será un
momento inolvidable”. Pasamos el árbol y fuimos a comprar ingredientes para un
almuerzo que según ella me gustaría. Sin embargo, todo lo que olía me daba
náusea y estaba cansada de tener que disimular.
Apenas
toqué la comida, luego me dio un sopor extraño que me daba luego del almuerzo:
sueño y calor, una incomodidad total. Me dormí un rato, inquieta. Desperté
sudando y decidida. La senté en la mesa, la vi a los ojos y le dije que tenía
algo importante que decirle. Ella, todavía sonriente, me preguntó “¿se va a
casar?”. Cuando le dije que no, pero que estaba embarazada, fue lo más parecido
a romperle el corazón.
A la vez
que mi cuerpo se relajaba y la pancita se asomaba con más confianza, ella fue
montando en cólera. Como no podía agredirme físicamente (por primera vez algo
la detenía), me acuchilló con palabras más hirientes que una bofetada. No paró
hasta que me sacó de su casa, sabía que su enojo no terminaría, así prefería
que me fuera. Agarré mis cosas y me fui.
Fue la
caminata más triste, no sabía hacia dónde ir, así exactamente me sentía con mi
vida. No sabía que rumbo tomar. Tomé un bus pues mi carcacha no estaba funcionando,
y me senté viendo hacia afuera. El mundo se miraba diferente, más amenazante y
complicado. Cuando me di cuenta estaba llorando y tenía náuseas por el humo
negro. Me bajé en el Parque Central a pensar.
Millones de
mujeres han pasado por esto, pensé, pero no deja de ser impactante darte cuenta
que no solo darás vida sino que serás responsable de ella por muchos años. Luego
tendrás un vínculo que no se romperá ni con la muerte. Todavía no tenía un
rostro o una manita a la cual adorar o aferrarme, mi hijo todavía era algo
abstracto allá dentro que me hacía sentir físicamente mal.
Fui a comer
sola a la Patsy y pedí un chuchito, otro antojo. Mientras miraba a la gente
pasar, pensé que como siempre lo había hecho hasta ese día, sería totalmente
responsable de mis actos, asumiría las consecuencias como vinieran, con valor.
Al día
siguiente salió el artículo que pueden ver arriba, todo el mundo se enteró que
sería mamá y viví un embarazo difícil por muchas razones. Lo bueno, lo veo
ahora, es que esos 9 meses y sus achaques y clavos no son nada comparados con
la felicidad que vino luego. Exactamente un año después de ese fin de semana
con mi mamá, inicié la etapa más feliz de mi vida y que no ha terminado aún
junto al hombre que amo y a mi precioso Manuel, el mejor maestro que he tenido.
Todo el sufrimiento valió la pena.
4 comentarios:
Que manera mas sincera de decir las cosas y de sentirlas. Al igual que tu creo que muchas madres son tan bendecidas por generar amor propio y dar a luz ángeles cargados de ese mismo amor.
Felicidades y gracias por compartir esa experiencia.
Gracias Pedro! no quiero abandonar mi estilo "confesional", y al parecer eso ayuda a que la gente se sienta más identificada. El viernes en la noche en un bar una chica llegó a mi mesa a decirme que le gusta lo que escribo... un abrazo Pedrito! para ti y tu esposa e hijo!
Me gustó, no sabía esto... Cuando me enteré me sentí traicionado pues habías dicho que no era ese tu camino, pensé que habías mentido. Ahora comprendes que ese camino no es elección sino bendición... Y al menos ahora sabes que valió la pena... Me hizo llorar al leerla.
Gracias por el comentario (y por las lágrimas... la vida nos da muchas sorpresas! te mando un abrazo...
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