miércoles, 5 de octubre de 2011

Atrapada en los Tiempos modernos...




Yo era la autora que escribía sobre el personaje atormentando, aquel que está en medio de una interesante pero terrible encrucijada. Con la pluma, con el teclado, movía los hilos y le daba vida, lo llevaba a situaciones maravillosas o espantosas, para verlo sonreír, amar, odiar, llorar, gritar, todo en una alucinante y compleja historia que finalmente llegaría a un desenlace. Yo era…
Pero hoy el personaje soy yo. Estoy aquí a punto de volverme loca, en la dis que encrucijada donde no hay caminos, hay apenas rastros, veredas, escarpadas subidas, tenebrosas bajadas, miro como loca de arriba para abajo, de izquierda a derecha, mi cabeza quiere dar vueltas. Trato de adivinar hacia dónde va la trama, qué es lo que pasará en el siguiente capítulo. Pero el autor, el que me lleva de la mano, parece estar endemoniado, me enseña el abismo, el pantano, la desesperanza …


La primera vez que trabajé tenía 18 años, era una secretaria bilingüe recién graduada que no sabía nada de la vida, solo sabía que quería ser escritora. Al recibir mi primer pago, de Q450, me sentí rica, nunca había tenido tanto dinero en la mano.

Entre ese primer cheque que recibí y el último, 20 años después, parece que he envejecido tanto. Parecen dos mujeres diferentes: La patoja rebelde que creía poder cambiar el mundo se compadecería de esta mujer, a la que al parecer el mundo ha cambiado a puro trancazo y desilusión.

Infinitamente cansada, me siento insignificante ante la máquina horrenda e inhumana que es el sistema. No soy ni siquiera la proverbial tuerca o tornillo, no, qué va, al parecer soy apenas un chisguete de aceite, una tachuela…

Afortunadamente, tengo tantas otras cosas en mi vida, tanta riqueza no monetaria, si no, no sé a dónde iría a parar. Ante este mundo colapsado e insensible, es imprescindible aprender a ser feliz con lo realmente importante que no tiene precio ni valor en la bolsa, porque eso no nos lo pueden quitar.

Así que a tomar la pluma, el teclado, y volver a ser una escritora pobre pero libre y feliz...

viernes, 12 de agosto de 2011

Party Monster II, los orígenes


(La obra es de Ariel Schmidt, de su serie Tiny vices, Party Monster

De pequeña, no daba muestras de que la monstruosidad fiestera afloraría en ella. A sus padres sí que les gustaba la parranda, no se perdían la ocasión para bailar y beber con vecinos y compadres. Era una barriada popular en donde nadie dejaba a sus hijos en casa, nadie tenía niñeras ni empleadas domésticas, por lo que salían con sus tres hijos a donde les invitaran, a cualquier hora.

Así que en su memoria más tierna guarda el recuerdo de haber ido a muchísimas bodas, 15 años, bautizos, graduaciones y cumpleaños. Algunos tenían lugar en grandes salones, pero otros en salas y hasta patios de vecindad. Los adultos bailaban al compás de la marimba, combo tropical o radiola, los niños iban y venían inventando juegos. Recuerda Las brisas del valle, La traicionera y Carmen como música de infancia.

(Una vez la fiesta tuvo lugar en el patio de una casa que colindaba con la de evangélicos rematados que odiaban las fiestas y el ruido, pero los frenéticos bailarines no paraban en su relajo. Entonces de repente, sin decir agua va, fueron bañados con agua fría por los enojados vecinos. En lugar de darle fin a la bulla, como querían los mojigatos, los fiesteros rompieron en carcajadas y agradecieron la catarata que refrescó el calor que sentían por la bailada. Mandaron a comprar más ron a la abarrotería y la fiesta continuó).

Pero esto no era una parte de una feliz infancia, para nada. Ocultaba muchas cosas que se engendran en la pobreza, el machismo, la ignorancia. Esos alegres fiesteros padecían de alcoholismo, violencia doméstica, abusos, deudas, adulterios, enfermedades y hasta problemas legales. Allí mismo le pareció a ella que esos paréntesis que se abrían con cada fiesta servían como un oasis, una transparente alucinación que los hacía olvidarse de todo.

Aunque se aburría y le daba sueño temprano, teniendo que dormir en sillones o incluso sillas, tenía la oportunidad de espiar a otros, algo que se le hacía fascinante. Las mujeres y sus peinados altos y sus joyas falsas y sus labios pintados. Los hombres con sus corbatas apretadas y sus cabellos con gomina y sus cigarrillos. Vivir otras vidas se volvió una obsesión para ella. Gracias a su febril imaginación, reconvertía en la delgada quinceañera que ya tenía pechos y enamorados, o en la novia ilusionada que lloraba cuando le ponían el anillo. O el graduando que salía lleno de ilusiones a saludar a sus emocionados padres luego de recibir un papel enrollado y en blanco. Muchos se sentían incómodos al ver a esa pequeña niña, pálida e introvertida, observándolos como si viera una película o una puesta en escena.

Con los años, hubo consecuencias graves de esa vida desenfrenada de los padres del barrio. Adicciones, adulterios, divorcios, embarazos no deseados, enfermedades como enfisemas y cirrosis, embargos de casas y carros, niños y esposas abandonados a su suerte. La cara fea de la fiesta también se le mostró tal cual era, la conoció desde allí. Ver a su padre sufriendo de resaca, mientras su madre tronaba los dedos al no tener para ir al mercado, indiferentes ante lo que les sucedía a sus hijos.

(Siempre ha odiado los domingos lluviosos y la música de Credence. Un domingo que llovía y ella ansiaba con toda su alma que aclarara y que la llevaran a pasear, su padre llevaba varios días bebiendo. Ponía una y otra vez ese maldito disco de Credence, Bayou Country, mientras su madre le increpaba su irresponsabilidad, su indolencia, su machismo. Justo cuando empezó a sonar I put a spell on you, el padre levantó la mirada y la posó en su madre. Como si un demonio poderoso se apoderada de él, se levantó y empezó ahorcar la pobre mujer. La niña sintió mucho miedo. Lloraba quedito mientras su madre se ponía azul, los ojos se le desorbitaban. De pronto la mano aflojó y ella cayó al piso.
Pero el demonio no descansó. Cuando empezó The graveyard train, la canción favorita de su roncarrolero padre, nuevamente lo poseyó el odio, la ira. Mientras la lluvia persistía sobre la lámina como un furioso coro de tragedia griega, el padre decidió que la madre se debía ir. Ella aceptó con calma, lo que lo enfureció todavía más. Entonces sentenció que debía irse en ese momento y sin nada, ni siquiera la ropa que llevaba puesta, por lo que se dispuso a desnudarla. La idea de ver a su madre caminar bajo la lluvia desnuda sacó de quicio a nuestra pálida niña, que se escondía detrás de un mueble deseando tener fuerzas poderosas, o poder hacer magia, o evadirse con un trago como lo hacían los adultos.
La pelea fue intervenida por los vecinos, que ni cuenta se dieron que ella estaba acurrucada en un rincón.
Hasta el día de hoy, se le revuelve el estómago cuando oye a Creedence Clearwater Revival. Si alguien quisiera torturarla, solo tendría que ponerle ese disco en acetato, en un domingo lluvioso).

miércoles, 27 de julio de 2011

Tu y yo en el espejo


Eras todo lo que yo soñaba, tenías todo lo que yo quería. Yo me arrastraba por el fango mientras tú flotabas entre plumas y mimos.
Con el tiempo las cosas dieron un giro, oh sí, como en un extraño show de títeres de pronto tus hilos se entrecruzaron con los míos, ¡qué agilidad de manos, que experto titiritero! En la confusión, las cosas cambiaron de su lugar, se cambiaron los papeles, como en una cursi película de Disney. Aunque no lo parezca, aunque todo me acuse, yo no quise robarte nada, simplemente pasó. A pesar de las miradas inquisidoras, a pesar de tu dolor, no era lo que yo quería.
Me di cuenta así que lo que tenías no era tan bueno, y que lo yo vivía no era tan malo. Yo me despedí sin ganas de la locura, del desenfreno, de la libertad. Mientras yo me acostumbraba a las plumas y a los mimos, nuevamente la puesta en escena de este libreto dio una sorpresa: empezaste a caminar por mis antiguos caminos. Sí, tú, la que no salía de casa nunca, empezaste a transitar por los laberintos de la perdición, mientras yo me reformaba.
Para ambas fue difícil, para mí dejar el tenis y subirme al tacón, para ti enfrentar la rudeza de bares de mala muerte. Pero se hizo la magia, se hizo el prodigio. Volviste a nacer de mis cenizas, empezaste a vivir una vida que no sospechaste que existía, tuviste una nueva oportunidad. De tu antes enjoyada garganta, salieron gritos desnudos y puros que embellecieron antros de mierda.
En mi cuerpo que se resistía a madurar, en una tierra tan seca, de pronto hubo un poco de humedad y la semilla pudo entrar. Luego de estar tan muerta, me volví vida y di la vida. Gracias a un bello y pequeño fruto, al fin pude echar raíces en este mundo envenenado. Del ser el centro del universo me volví un humilde testigo del nacimiento de la pureza.
Las dos ya adaptadas, ya intercambiadas, ya diferentes, nos hemos visto más de cerca. No sé que piensas tú, pero te veo mucho mejor que antes. ¿Yo? Quiero creer que me veo envejecida pero más sabia.
Un día viernes al atardecer, pasé frente a tu casa, y allí estabas tú, despreocupada y tranquila, bebiendo junto a los que antes eran mis amigos. ¿Acaso era mi imaginación? Fue una sorpresa, no lo niego, pero sonreí y suspiré, retrocedí y volví al confort de mi tranquila vida.
Creo que el titiritero quería hacernos reaccionar sacudiendo los hilos, supongo que eso es la vida. Gracias a esto pude sumergirme en la vida sin aspavientos, sin melindres, desnuda y sensible.

miércoles, 29 de junio de 2011

PARTY MONSTER (primera parte)


La obra es de Aurel Schmidt: "Vomit Comet" pencil, colored pencil, acrylic, beer, coffee, dirt on paper, 18" x 15", 2008

Ah, los que bailan para conectar y para lucirse nunca lo entenderán. Critican el punchis punchis de letras raras o sin letra. Recuerdo cuando totalmente fuera de mí bailaba en un cuarto repleto o vacío, en la grama, en el lodo, con los ojos cerrados, como bien lo dice el género, en trance.
No era un baile de felicidad, ni de amor, ni de sensualidad. Era un baile maníaco, estimulado, demencial. Apretaba los dientes y el pum pum se iba apoderando de mi cuerpo, de arriba abajo. Mi corazón no estaba dentro de mi, estaba en esa bocina que iba creciendo hasta volverse una especie de portal místico.
Olvidaba dónde estaba, con quién, qué día u hora era. No había otra verdad que mover cada rincón de mi cuerpo al ritmo de un track que nunca había escuchado y muy probablemente nunca volvería a oír.
Mucho tiempo así, horas, me metía en un estado curioso. El cuerpo trabajaba ya por inercia, adelantándose a mis pensamientos. Quedaba molido, sí , llegaba al límite de su constitución blanda y sedentaria. Calambres y dolor para el día siguiente. Pero no importaba, estaba en mi tribu, bailando alrededor del fuego, sacando demonios pero al mismo tiempo volviéndome un demonio más terrible.
Comer, dormir, hablar con coherencia eran cosas que solo recordaba y las sentía lejanas.
Una sesión así servía para estar bien por un tiempo, porque siempre debía volver. Aunque nunca era el mismo lugar, sentía que volvía a casa, a la congregación.
Pero ¿ahora qué hago que estoy limpia y sin tiempo libre? El iPod y los audífonos a todo volumen ayudan solo un poquito…
El monstruo quiere despertar.

martes, 28 de junio de 2011

(,,,,)


Maldita época lluviosa, las defensas y el ánimo bajan, igual que la temperatura. Si en la época soleada uno se siente un poco vivo, un poco normal, un poco gente mezclándose con gente, en estos días todo se va al carajo, por los tragantes llenos de basura.
Vuelve la melancolía y esa cara decadente en el espejo. La necesidad de refugiarse en interiores artificiales tras ventanas que chorrean, de enfrentarse a uno mismo, a la hoja vacía que se resiste a llenarse.
Por lo menos antes era una deprimida joven con sueños grandes, de esas que salen en las películas y que son raras y malvestidas pero chic, que dicen las frases inteligentes y hacen que los guapos se enamoren.
Ahora solo soy una deprimida que se acerca a los 40 y no ha logrado sus sueños, que ya no puede ponerse sudaderos y cargos sin verse ridícula.
Y la lluvia me lo recuerda, con cada gota casi puedo escuchar que dice: lo-ser, lo-ser. Si cae granizo es LO-SER, y luego el trueno, el rayo sobre mi cabeza.
Cómo me dan de ternura esas chavitas que andan por allí queriendo cambiar el mundo, veo tanto de mí (mi yo de antes) en ellas. Me caen tan bien que me da pena decirles que el mundo mierda no quiere cambiar, que tarde o temprano ellas también sucumbirán. Que luego solo quedan recuerdos y algo de historia… para luego convertirse en un engranaje más, esclavas del sistema que maldecirán su suerte mientras ven a pasar a su lado a otras más chavitas con sus alegres alharacas y ganas de cambiar el mundo…
Prefiero apoyarlas, que sigan haciendo sus cositas. Tal vez ellas si lo lograrán, sí se sentirán satisfechas con su vida en este mundo estúpido. Tal vez no necesitarán acomodarse en un trabajo para llevar el tocino a casa. No tendrán que ajustarse al mundo sino que el mundo se ajustará a ellas.
Tal vez no es el mundo, tal vez soy yo. Debo buscarme un amigo que me ayuda comprender que no todo está perdido, que de estas manos y de esta cabezota todavía puede salir algo.
ps. cómo quisiera tiempo para leer, para escribir, para ordenar mi closet y mi cabeza, pero tristemente, no soy dueña de mi tiempo...

jueves, 5 de mayo de 2011

The bucket list


(escrito un día después de mi cumple, hace 3 semanas...)

Ya tengo 39 años. La verdad, cuando cumplí 30 no me dio ninguna crisis, estaba muy ocupada viviendo una vida de soltera, parrandera y despreocupada.

Pero acercarse a los 40 sí que es para ponerse a pensar. Mis amigos mayores (por una década trabajé con un grupo de profesionales unos 20 años mayores que yo) me contaban lo que iba sucediendo cada vez que cumplían años. “Todo se empieza a descomponer”, me aseguraba mi querida C. F.

La vista se deteriora, la comida empieza a caer pesada, las resacas no se aguantan como antes, el desvelo simplemente te mata, las canas invaden el cabello (o en el caso de los hombres empieza a escasear), la celulitis se instala sin intención de irse y adelgazar se vuelve un reto imposible. Eso es en lo físico.

El carácter y los gustos también cambian. Ya no soportas a los ignorantes, ingenuos o incultos, las bromas tontas te hacen rabiar, la paciencia ya no abunda como antes. Ya se lo piensa uno antes de irse a meter a un bar de mala muerte o comer en una carreta de shucos. Pero se disfruta comiendo hongos shitake, carne cruda ó baguette con aceite de oliva y sal.

Por otro lado, según mis mismos amigos, uno ha vivido lo suficiente como para comprender que nunca será una Angelina Jolie o un Brad Pitt. ¿Han visto a esas señoras embutidas en trajes de baño a punto de reventar? Las jovencitas casi se mueren de la pena ajena, pero ellas seguramente tienen otras prioridades.

El sexo ya es un arte dominado, ya no una explosión de hormonas. Hay más seguridad en uno mismo, más disposición para experimentar y más consideración con la pareja. La experiencia adquirida rinde frutos…

En el chance, muchos están ya en puestos medios o altos, ganan más y la mayoría trabaja en lo que le gusta. Eso está muy bien pues se desea estabilidad y fondos para viajar y otras delicias.

Qué bueno que tuve tales maestros en mi vida, porque sino iría ahorita rumbo al despeñadero sin saber a qué atenerme. Ellos me enseñaron tantas cosas en la vida, como tomar buen café, a educar mi oído y a ser más discreta con los accesorios, que me encantaría hacer lo mismo por alguna veinteañera algún día…

Lo bueno es que ahora dicen, oh sí, que los 40 son los nuevos 30. Ya no se les considera unos rucos inútiles y pasados de moda, sino personas maduras y cool (la mujer más bella del mundo de este año tiene 41).

Pero, eso sí, hay cosas que no se ven bien en una persona mayor de 40 años, como los pantalones skinny y escuchar a Justin Bieber. Aunque sé que nunca es tarde para nada, sí hay cosas que me gustaría hacer antes de cumplir 40. Aquí algunas:

1.Casarme (lo sé lo sé, no suena como si fuera yo, pero si alguna vez lo haría sería antes de las 4 décadas)
2.Hacerme un tatuaje (tengo el diseño elegido desde hace años)
3.Aprender a nadar y a manejar bicicleta (esto sí que me da vergüenza)
4.Subir a un volcán (por aquello que después no pueda con la altura por la edad)
5.Plantar un árbol (es que ya escribí algunos libros y tuve un hijo)
6.Perder 25 libras (bueno, lo dejo en 18, pero la idea es aprovechar antes de que el metabolismo se ponga lento)
7.Vencer el pánico escénico y dar un discurso memorable
8.Probar el ácido
9.Have a threesome (en inglés por el pudor)
10.Arreglar la relación con mis papás

Sé que son demasiadas cosas para hacer en 12 meses, pero será divertido ver a cuántas me da tiempo y a cuántas me animo (claro, las tres últimas podrían quedarse en el tintero…)

lunes, 2 de mayo de 2011

El inicio de un adiós


El sábado me ocurrió la cosa más rara. Ojeaba el Facebook y estaba de buen humor, de pronto descubrí un enlace sobre la muerte de Sabato. Mis ojos se clavaron en el "1911-2011” y se me congeló la sonrisa en los labios. De golpe vinieron a mi mente muchas cosas, recuerdos, pensamientos, ideales, lecciones, diálogos, imágenes.

Mi rostro cambió de tal manera que mi pequeño hijo me dijo “mami, ¿qué te pasó?”, sonreí como lo hacemos las mamás cuando no queremos preocupar a nuestros hijos, pero unas lágrimas se asomaban en mis ojos. “No pasa nada mi amor, es solo que estoy triste”, le dije sin mentirle.

Desde que leí por primera vez a Sabato, en 1989, ejerció una seria influencia en mi forma de ver las cosas y especialmente la literatura. No miento cuando digo que quise ser escritora por culpa de él, por decir que la literatura puede no solo cambiar sino mejorar el mundo, por decir que no es un trabajo sino un apostolado, por decir que el escritor es el único que puede despertar al hombre que va durmiendo derechito al patíbulo.

Tratando de entender mi reacción, comprendí que las ideas y palabras de Sabato ocupan un lugar importante, sino el más importante, de mi ideario personal. A la distancia y solo por medio de sus maravillosos escritos, es el maestro que me enseñó las creencias más sagradas para mí.

Me duele su muerte obviamente porque era un ser humano como pocos, un artista modesto, un pensador irremplazable. Pero murió a los 99 años, o sea que tuvo una vida larga y coherente con sus propias ideas. Era comprensible que le tocara abandonar este mundo aunque nos deje tristes a los que en él encontramos una especie de faro.

Pero también me duele su muerte porque siento que una parte de mí, la que quiso hacer tantas cosas y cambiar el mundo, murió también. O se transformó, no sé. ¿Dónde están los ideales y los planes que tenía? ¿Es que se irán al crematorio con Sabato? ¿Es el fin de una era? ¿Es hora de dejar de soñar?

No sé, no sé. Por lo pronto, he decidido hacer una “manda” para Sabato, sí, yo, la más descreída y escéptica, quiero ofrecerle algo al maestro de mi vida.

Voy a leer toda su obra, desde la primera línea que escribió hasta la última (me faltan algunos libros pero los buscaré) para reencontrar esas ideas que maravillaron mi existencia.

Además, trataré de alejarme del mundo vano y estúpido que tanto criticó, (adiós al Facebook), e iniciaré una nueva búsqueda de mi YO. Esta será la forma de vivir mi duelo.

“Uno se embarca hacia tierras lejanas, o busca el conocimiento de hombres, o indaga la naturaleza, o busca a Dios: después se advierte que el fantasma que se perseguía era Uno mismo”, escribió en la primera página de su primer libro, Uno y el Universo, en 1945.

Me buscaré a mi misma para poder comprenderte mejor, viejo amigo Sabato, y así poder decirte adiós.

sábado, 9 de abril de 2011

Oh sabia Yoko (sorry Cynthia)



Mientras celebrábamos el cumpleaños de Ranferí, hace más un año, un querido amigo (Paquito Fión), al vernos tan felices y borrachos, nos dijo, “qué linda pareja, como Pam y Jim”. Me quedé pensando y rápidamente reparé: “no, mejor como John y Yoko”. Paco se mató de la risa.

Jim Morrisson era un rockstar y Pamela Courson su novia preferida, una bella chica que era parte de su entourage. Cuentan que peleó por el amor del hombre contra muchas muchas pero muchas otras. Ella se quedó con el ¿premio? de irse a Francia con él, de vivir sus últimos decadentes años junto a él. Fue ella quien lo encontró muerto en la bañera, y apenas dos años después murió también de una sobredosis. No le veo mucho mérito a esto, por lo que la comparación no me halaga.

No son pocos los que odian a Yoko Ono (casi me peleo con mis queridos Carla y Stanley por eso), acusándola de romper un matrimonio y al más adorado grupo musical. La acusan de fea, extraña, de mala influencia.

No coincido para nada por supuesto. Ella ya era una artista reconocida antes de conocer a Lennon. Hasta la fecha, es considerada una de las mejores del arte contemporáneo. O sea, lejos estaba de ser una gruppie o parte del entourage de un rockstar.

Sin ser curvilínea ni convencionalmente bella, o fea para quienes las prefieren rubias, era una mujer irresistible para el talentoso Lennon. Supongo que hubo una comunión entre dos almas creativas, una de esas alianzas hechas en el cielo, según el refrán. (Cuentan que cuando Lennon visitó una exposición de Yoko por primera vez quedó simplemente fascinado. Una de las obras era Ceiling Painting, que presentaba una escalera que llegaba al techo, al subirla encontrabas una lupa, al tomarla podías ver una pequeña palabra: “see”).

Mientras, Cynthia, la esposa del Beatle, esperaba en la casa. Abnegada y aburrida de la supuesta mala vida que le daba su marido. Su antigua belleza empezaba desvanecerse, mientras su famoso marido parecía evolucionar hacia otros caminos, cuentan que prácticamente no hablaban el mismo idioma. Lo que sea que los había unido en la primera juventud se había esfumado, ella quería un marido convencional y no un artista.

En cambio, como bien dice Rozina Cazali en una columna de El Periódico, Yoko ayudó a Lennon a ver más posibilidades en su quehacer artístico. No era una musa tradicional, más bien parecía una poderosa droga (bueno, mucho había de eso) que le ayudaba a expandir su mente. Coincido con Cazali cuando dice que el Lennon que admiramos, el que quedó grabado en la memoria colectiva, es el que surgió de la unión con Ono.

Ser pareja de un artista es maravilloso pues no son seres convencionales. Puedes elegir ser una Cynthia y pelearte con él por no ser como los demás, o una Pamela que lo mira arrobada y se deja usar, o, mejor tratar de ser una Yoko, estimularlo, ayudarlo, no ser un estorbo sino una ayuda.

Yo quisiera ser como la despeinada japonesa. Pienso que Ranferí es un gran artista que puede llegar mucho, mucho más lejos. Cuando me pide ayuda le aporto ideas, lo acompaño y lo animo a conocer a otros artistas y otras manifestaciones creativas. Además, no soy una rubia despampanante, soy una chaparrita de pelo oscuro.

Pero en lo que sí no me parezco es que me he quedado un poco estancada. En lo que hemos estado juntos, Ranferí ha dado a luz tres discos, ha hecho giras, ha dado talleres. Me siento orgullosa, pero no quiero que todo gire en torno a él.

Pero me siento demasiado aturdida con mi vida de adulta (trabajo, casa, hijo, familia, vida social) que el tiempo libre es para recuperar un poco de energía. Ranferí vive para la música, para crearla, para enseñarla, para tocarla. Nada la interrumpe cuando está en su mundo.

Yo quisiera vivir para la literatura también, pero ¿quién se ocupará de lo práctico para mientras? Pinche sociedad patriarcal.

Oh Yoko, ¿cómo le hacías? Bueno, supongo que un buen puñado de millones de dólares y vivir en otro tipo de sociedad puede ayudar muchísimo. No tener que pasar 9 horas encerrada trabajando para otros.

Pero lo más admirable para mí en cuanto a John y Yoko, es que al parecer el más enamorado era él. Cuando se separaron por un tiempo, y él vivió su fin de semana perdido que duró más de un año, fue idea de ella. “Vete”, le dijo, “ve a ver y a hacer lo que quieras”. Mientras, se quedó haciendo lo suyo, o sea sigo creciendo como artista.

Cuentan que John regresó cansado y más enamorado que nunca, ella se hizo de rogar. La relación se afianzó, se fusionaron aún más. Había muchas probabilidades que el hombre ya no regresara, pero lo hizo y supongo que la valoró más. Qué inteligente estrategia.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Second wives club


El cliché, impulsado por el cine y la televisión (recuerden a Sara Jessica Parker en la película The first wives club o El club de las divorciadas de 1996), es así: la segunda esposa es una mujer joven, ambiciosa, tonta y superficial que disfruta los mimos de un hombre maduro, todo lo que la primera esposa no disfrutó. Los estereotipos casi nunca son acertados por lo que creerlos es injusto.

Es curioso, aunque una no crea en el matrimonio, en cuanto tiene un hijo y vive con alguien se convierte en “señora”, los demás se refieren a uno como “la esposa de”. Eso a mí hizo sentir incómoda en un principio. Yo no quise pasar por el altar ni por el juzgado porque no creo en todo eso, pero a los demás les pela. De espíritu libre y algo perdido, de pronto era la señora de alguien, o peor, la segunda señora de alguien.

Esa película que menciono al inicio me gustó cuando la vi la primera vez. Es difícil no sentir simpatía por esas mujeres a las que les robaron su juventud y luego fueron abandonadas. Con los años, y con la vida, me di cuenta que el asunto tiene muchos más matices. La cosa no es blanco o negro, ni buenas ni malas.

Entiendo la posición de los que no quieren a las segundas esposas, sus convicciones los hacen creer que el matrimonio, un contrato ante Dios y las leyes, es para siempre. Que no lo puede deshacer más que la muerte (o el Papa en casos especiales). Cuando termina buscan culpar a alguien por el sufrimiento que dicha separación provoca, y casi siempre hay una mujer, una intrusa, a quien culpar.

En mi familia pasó. Mi mamá perdió su paz cuando la “otra” apareció, yo también sufría maldiciendo el momento en que “ésa” se metió en nuestra felicidad. Como buena hija, quería ver a mis padres felices y juntos, pero no hubo manera de lograrlo. Ahora entiendo que ése era un asunto que no me incumbía, que era injusto que me involucraran para tomar partido.

Pero la vida da tantas vueltas. Yo no he querido hacerle a daño a nadie, pero como la mayoría de personas, lo he hecho de todas maneras. Quisiera poder borrarlo todo pero es imposible, solo trato de mejorar la situación lo mejor que puedo.

Debo reconocer que el estereotipo de ser la segunda me persigue, aunque ya no me atormenta como antes. De vez cuando me encuentro con alguna colega y compartimos experiencias, nos damos cuenta lo injustos que son con nosotras la mayoría de veces.

No he conocido a ninguna que sea una modelo tonta y superficial, que sea una mujer trofeo. La mayoría son personas comunes y corrientes, casi siempre trabajadoras y bien centradas pues deben lidiar con hijastros, hipotecas, vacaciones y feriados compartidos y, si ellas también son divorciadas, con hijos celosos y ex esposos con crisis de la edad.

Eso de que nosotras cosechamos lo que otra sembró casi nunca es cierto. Por el contrario, uno se une a un hombre que tienen compromisos previos que debe seguir cumpliendo.

Lo único que es cierto, cosa que me alegra mucho, es lo de los mimos. Nunca en mi vida me había sentido tan consentida y amada.

(escrito en el alucín de la gripe y los medicamentos)

martes, 8 de febrero de 2011

Siendo puta no le fue mejor



Estaba un domingo (allá por el 2003) por la tarde en mi departamento sola, ya saben, echando la hueva. Oh aquellos días de lecturas, silencio, cigarros y comida rápida. Mis roomates de ese entonces eran dos chicas del interior, como muchas de las anteriores (patojas jóvenes que venían a la ciudad a estudiar) que aprovechaban los fines de semana para ir a su casa o para salir con el novio. Yo me quedaba disfrutando de la soledad diurna para luego salir a alguna aventura nocturna.

Gracias a todas estas chicas conocía a más gente, como esa chica alta de pelo largo a la cintura y una figura casi perfecta, su belleza era inusual, como una versión estilizada de una princesa maya. Eso sí, nada sofisticada ni elegante. Una flor silvestre.

Según me contaron, ella, llamémosla P., apenas fue unas semanas a la U. Era clásico que la mala preparación de la secundaria hacía que muchos desistieran de seguir estudiando, algunos ni llegaban a la época de Huelga de Dolores. Tanta ilusión de la familia, tantos preparativos, tantos gastos, para luego darse cuenta que estudiar no era lo suyo. El examen de admisión actual evita en parte que esto pase, cortando de entrada las alitas de los graduandos sin aptitudes. Pero esa es otra historia.

Y es que P. venía de una familia de escasos recursos. Si quería estudiar tenía que trabajar para mantenerse no solo a ella y su carrera, sino también a parte de su familia, quienes pensaban que había llegado a un mágico lugar donde el dinero crecía en árboles.

Ya con la U abandonada, P. encontró trabajo en una oficina de tercera categoría. De esas que las hacen trabajar unas 10 horas y les ofrecen el salario mínimo. Un trabajo rutinario, que apenas le daba para comer y pagar la renta (compartida con varias chicas más). La ayuda a sus hermanos debía esperar a que algo pasara.
Y algo pasó.

Ese domingo que les digo sonó el timbre. Con desgano pregunté quién era, “soy P.”, me dijo, “busco a M.”. Bajé para explicarle que su amiga había tenido que trabajar y que vendría hasta en la noche. Cuando vio el cigarro en mi mano, me pidió uno. Era obvio que quería entrar, así que la invité a pasar.

Apenas podía encender el rubio que le di, por lo que le pregunté si le pasaba algo. Rompió a llorar. Como no decía nada, aproveché a darle un vistazo. Había cambiado. El pelo de virgen de pueblo que le había conocido era ahora una cabellera con reflejos y capas, planchada y reluciente. Llevaba zapatos altos, pantalón de cintura baja que le quedaba como un guante y una blusita escotada.

Le llevé un vaso de agua y luego de tomar unos sorbos respiró, le dio una jalada al cigarro y empezó a hablar de una manera inusual. Casi no me miraba, hablaba viendo a lugares, cosas y personas que no estaban allí, sino en su relato, en su imaginación.

Empezó diciendo que estaba harta de ser pobre, de no tener cosas bonitas, de que su familia la hostigara pidiendo y pidiendo dinero. Encima tenía un novio que ni carro tenía. Lloraba, estaba como tratando de justificarse. Como si lo que había hecho era la consecuencia de su mala suerte.

Ser bonita no le había traído ningún beneficio, aseguraba, hasta que una chica le habló en una boutique de ropa a donde había entrado a ver nada más. Era una de esas boutiques donde venden ropa barata pero llamativa. La chica que le habló, me dijo, era como una modelo (aunque considerando sus parámetros estéticos me imagino que era más bien como una presentadora de canal 7). Empezaron a platicar pero ella notaba que no dejaba de verla de pies a cabeza, incluso la animó para que se probara cierta ropa.

Luego la invitó a un helado en el mismo centro comercial, y sin más le dijo que le quería ofrecer trabajo. Según P. la chava le dio tanta confianza, le cayó tan bien, que todo fue tan natural. Al preguntarle qué tipo de trabajo era, la desconocida solo le dijo que le iría contando poco a poco. Le pidió su número de teléfono, ella le dio el de la oficina porque no llegaba ni a celular, y se fue.

La llamaba varias veces al día, como queriendo hacerse su amiga, y le iba diciendo poco a poco que era demasiado bonita para ser secretaria, que debería ganar más. “Así como yo”, le decía con naturalidad. “Tengo celular, carro, me compro lo que quiero y voy al salón todos los días”. P. empezó a desear ser como ella.

Cuando la reclutadora sintió que P. estaba encandilada, le confesó que debía hacerse un esfuerzo y andar con hombres desconocidos, pero que en su mayoría eran buena gente.

P. detuvo su relato, pidió otro cigarro y luego de encenderlo al fin me miró a la cara. “Yo sabía que no era nada bueno, nada decente, pero ¡estaba desesperada!”.
Me explicó, otra vez ensimismada, que empezó como una broma, que creía que no iba a ser capaz. Primero llegó a un “casting” para que le tomaran fotos. Aquí su cara cambió un poco, tenía una expresión como de ilusión, de picardía. “Había una larga cola de mujeres esperando, de todas edades y tipos”. Según ella, incluso viejas y nada agraciadas, por lo que cuando P. apareció de inmediato le pusieron atención especial. “Habían unas señoras que decían que tenías hijos que mantener, que por eso estaban allí”. No me quiso decir dónde era “allí”, pero me dijo que cuando le tocó el turno, la hicieron ponerse un bikini y tomarse unas fotos mostrando su firme y moreno cuerpo.

Luego apareció la desconocida que la había invitado, ahora tenía más un tono autoritario. Le explicó que si era aceptada, le tomarían otras fotos más profesionales. Según la belleza de cada chica que contrataban tenían categorías. “¿Para qué?”, preguntó P., la otra le explicó con seriedad: “para que los clientes pudieran elegir”.

Ese día se fue espantada y convencida que aquello no era para ella, pero siguió recibiendo llamadas de su reclutadora, hasta que un día llegó a buscarla para darle un celular nuevo. Se lo entregó y le dijo que ahora estaría en contacto con otras personas, había sido aceptada.

Empezó a recibir llamadas de un hombre. Era galante y amable, le dijo que debía ir al salón de belleza a arreglarse el pelo, las unas y a depilarse el área del bikini. “Necesitamos nuevas fotos”. Cuando P. le dijo que no tenía dinero, él se rió. “No te preocupes, ahorita te paso dejando algo”. Le llevó Q1000 en efectivo y la dirección del salón al que debía ir y en donde sabían qué debían hacerle.
Me confesó que se deslumbró con el dinero, porque luego de las fotos, que ya fueron más que todo eróticas, le dieron otros Q1000 para que comprara ropa, “sobre todo interior, me dijeron”.

Ocupada en su make over, P. no se percató que sus fotos ya estaban en un sitio de Internet que ofrece mujeres a domicilio. Ella no era de las más caras, que se supone son modelos, ni de las más baratas, que no son tan agraciadas. Estaba justo en el medio.

En este punto de su relato yo ya no tenía más cigarros y sabía que lo que venía iba a ser impactante. No comprendía por qué tenía que decírmelo a mí, apenas me conocía. O tal vez por eso mismo se sentía más a gusto.

Mi olfato periodístico se activó, pensé, “esta podría ser la historia de mi carrera”, así que empecé la rutina de entrevistadora, de comprensiva interlocutora que va sacando poco a poco lo que quiere. Pero debía confiar solamente en la memoria, no podía ni grabar ni anotar.

Ella volvió a ensimismarse. Me explicó que ese negocio ofrece chicas exprés más que todo en el horario diurno. Así los oficinistas (principalmente maridos infieles) pueden aprovechar su horario de trabajo para ir a un motel cercano, donde un hombre le lleva a la chica que eligieron por Internet.

“El primero fue el más difícil”, me dijo sin más. Una gruesa lágrima empezó a gestarse en sus grandes ojos, pero tardaba en salir. “Me llamaron y me dijeron que pasarían por mí a las 12:30 y que ganaría Q300. Me quedé como idiota”, recordaba.

Cuando la gruesa lágrima se convirtió en un hilo de líquido negro que atravesaba su cara, cerró los ojos y me dijo que había sido asqueroso. 45 minutos de puro asco, mientras un hombre le hacía cosas repugnantes, con prisa, como un animal. “Me peleé con mi novio para no tener que verlo por unos días, me sentía tan sucia”. Yo pensé: ese lugar común es en realidad tan verdadero en algunos casos.

Luego P. quedó como apaleada en mi sillón, mi diván de terapeuta, sin energía. Lo que antes era un vómito de palabras, se volvió un grifo que goteaba. “¿Seguiste haciéndolo”?”, pregunté. Asintió con la cabeza, luego dijo que no podía negarse, al principio, porque debía pagar todo lo que se había gastado en el salón y en ropa, cosa que no le habían dicho. Luego, le dio miedo porque el hombre que antes era amable se había vuelto mandón. Además, cuando de veras empezó a ganar Q300 por vez (ya me imagino cuanto ganaba el pimp) y pudo enviar dinero a casa, empezó su desgracia, como una adicción al dinero.

Cuando quiso reconciliarse con el novio le regaló algo bastante caro para una secretaria, una televisión o algo así. Pero no se dejaba tocar por él. Ese domingo habían quedado en hablar en Peri Roosevelt, pero la conversación se puso difícil porque él ya sospecha. Le dijo que sabía que andaba en algo malo, que era una puta. Ella se levantó con la excusa de ir al baño, pero en realidad salió corriendo a mi casa en busca de M.

Calló, yo le dije que siempre podía salirse, que era joven y que podía regresar a su pueblo o irse a otra ciudad. Ella solo lloraba. No sé, me pareció que en fondo pensaba que era una condena que debía cumplir, o que quería cumplir. Le dije que el dinero se podía ganar de otra manera, que la estaban explotando, que cuando tuviera más edad qué iba a hacer. Ella solo me dijo que dónde iba a ganar tanto dinero. Yo ya no supe qué decir.

Quise obtener más detalles para poder iniciar mi investigación periodística. Cuál era la página de Internet, a dónde iban al casting, cuánto ganaba al día, al mes, si había menores de edad, si habían drogas en el ambiente. Pero no me quiso dar más detalles, creo que al no comprender mi curiosidad, pensó que yo estaba interesada en trabajar allí. “Si quieres te recomiendo con la chava”, me dijo viéndome de pies a cabeza. “También podrías ganar mucho dinero”.

Luego se incorporó, como si volviera en sí. Se arregló la cara y el pelo. Se fue y nunca más la volví a ver, no sé si habló alguna vez de esto con M., la más conservadora de mis roomates.

Llegué al Siglo Veintuno a proponer el tema, ya me miraba yo haciendo una gran investigación, con fotos de Stanley Herrarte al estilo de las que hicimos para un reportaje de travestis (por el que Stanley ganó un premio de la Embajada de EU), contando esta historia para desnudar esta realidad. Pero a los editores no les pareció, me dijeron que no era apropiado, que era alentar a que esto siguiera pasando pues muchachitas confundidas iban a querer trabajar de eso.

Y así, esta historia se volvió solamente un anécdota más en mi baúl.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Me gusta cuando callo, porque estoy como ausente…


A veces me quedo callada, por un rato, por unos días, semanas, meses. Un largo paréntesis, un descanso.

Hoy día esto podría parecer raro, en una época donde la gente se siente casi obligada a estarse reportando en el Facebook, en el Twitter, en su blog. No importa si no tienen nada interesante qué decir, lo que vale es decirlo, abrir la boca, decir aquí estoy.

Muchos construyen una especie de máscara a través de sus estatus y posts, se crean un alter ego, lo que quisieran ser. Se muestran controversiales, intelectuales (gracias a ciertas aplicaciones que les facilitan frases famosas), misteriosos, vivos. Algunos buscan problemas, otros la paz mundial.

Solo algunos tienen la palabra justa al teclear. Adoro a los que me informan de cosas interesantes, detesto a los que cuentan que les salió una espinilla o que anuncian cada paso que dan.

El caso más triste es el de cierta chica que en persona me parecía de lo más normal. Sin embargo, según su posts y estatus tenía una vida glamorosa, intelectual y parrandera. Parecía que era el alma de las fiestas, que era “la Darling” de todos.
Pero luego de mucho verla solo de manera virtual, me la topé en un cumpleaños. Parecía apagada, desubicada, sin chispa. Iba de un lado a otro como una sombra, mientras los demás se divertían. Eso sí, cuando empezaron los clicks para tomar fotos, que seguramente terminarían en las redes sociales, entró en personajes y empezó a posar.
Luego se apagó su sonrisa y volvió a las sombras.

Eso me enseñó una gran lección, curiosamente. Aunque callada y desconectada (o quizá más por eso mismo) prefiero vivir la vida (la real, no la virtual) intensamente. Siempre ensayando una historia, rumiando alguna idea.

Y sin darme cuenta, un año nuevo está aquí.

Si tuviera que elegir a puro tubo un propósito de nuevo año, diría que ya no quiero ser peleonera. Defender mis derechos, sí, decir lo que pienso, sí, denunciar lo que me parece injusto, sí. Pero sin despertar el odio en los demás. Los insultos arden como un pellizco o una bofetada, y ya no estoy para esos trotes.

Mejor, amor y paz.