viernes, 19 de octubre de 2018

El tema del narco en los libros


De los títulos que más han pegado en la industria editorial en las últimas décadas son  los que hablan sobre los narcotraficantes. Como tema para escribir, para hacer una película, para retratar este fenómeno, es riquísimo. Una verdadera obra de arte puede ayudar a la sociedad a ver desde un punto de vista más humano cualquier tópico.

El primer libro que leí sobre el narco fue Noticia de un secuestro, de Gabriel García Márquez. En ningún momento explota los detalles morbosos o sus excesos. Sobrio, ameno y bien escrito. También me gustó mucho La virgen de los sicarios, libro maravilloso de Fernando Vallejo donde se presencia una orgía de muerte que raya en lo absurdo. Texto bello y terrible.

Esas son excepciones. La mayoría de estas “obras” sobre el narco no son precisamente joyas de la literatura. Esperaba más, por ejemplo, de La reina del sur de Pérez Reverte, que me pareció aburrida. Curiosamente, Sin tetas no hay paraíso de Gustavo Bolívar no es tan aburrida, pero tampoco llega a “clásico” de la literatura. Pero El cartel de los sapos de Andrés López ni siquiera la puedo leer, está mal hecha, nada entretenida, es un bodrio.

Luego de leer lo suficiente acerca del narcotráfico como para tener un conocimiento general de este subgénero, lo dejé. Pero al parecer los libros sobre el tema siguen surgiendo, incluso sobre personajes sobre los que ya se ha escrito, y filmado, lo suficiente, como Pablo Escobar Gaviria.

En la Filgua 2017 el hijo de este infame colombiano vendrá a presentar su segundo libro. Juan Pablo Escobar era un adolescente cuando acribillaron a su papá y tuvo problemas para encontrar su lugar en el mundo después. Ha de ser duro llevar a cuestas esa “herencia”.

Por eso me gustó mucho el documental Pecados de mi padre, del 2010, lo vi como un esfuerzo de Escobar hijo de entender su nuevo papel, también de contribuir en la reconciliación en un país tan golpeado como Colombia.

Luego publicó un libro en 2015, Pablo Escobar mi padre, que fue todo un éxito. Y ahora que viene a Guatemala a presentar el segundo, In fraganti lo que mi padre nunca me contó, me han comisionado para entrevistarlo. Apenas tengo un par de semanas para conocer los textos y decidir sobre qué hablaremos.

Este caso no es como entrevistar a un escritor, cosa que he hecho muchas veces y disfruto mucho. La tarea no es fácil, sí debemos hablar del libro pero no como una obra creativa sino como parte de su vida. Toda una nueva experiencia para mí.

Cuando publicar puede ser un lío

No se puede negar, cuando uno quiere tener una carrera literaria busca publicar lo más pronto posible. Es lógico, si uno no publica no puede darse a conocer y no puede seguir avanzando. Muchos lo comparan con tener un hijo pues se concibe, se desarrolla dándole lo mejor de uno y, finalmente, sale a la luz, nace para el mundo.

Pero siguiendo esta analogía del hijo, se debe ser muy honesto consigo mismo  para decidir el momento en que queremos dar vida a tal libro/hijo. Puede ser que las circunstancias para tal nacimiento no sean las mejores o, peor, que el feto no se haya formado bien y no tenga muchas esperanzas de vida.

Muchas personas en su afán de publicar a cómo dé lugar, se precipitan y buscan opciones quizá muy forzadas. Una es de gastar ahorros o hacer préstamos para hacer una publicación “de autor” en una editorial y luego no saber cómo promocionar, distribuir y vender los numerosos ejemplares.

En este caso, al menos, la inversión implica que el libro en cuestión tiene cierta calidad.

He visto a otros que se unen para enfrentar este dilema juntos, algunos con gran éxito y profesionalismo hacen ediciones independientes y que valen la pena conocer. Personas emprendedoras y talentosas que se unen a otros iguales y así se garantizan dar un paso firme en el largo recorrido del escritor.

Pero, hay que decirlo, hay quienes que se aprovechan de los otros y así se provocan grandes líos que terminan en enemistades y hasta endeudamientos. Debemos ser cuidadosos y reconocerlos.

Son escritores que en lugar de trabajar para mejorar sus obras cada vez más y así destacar, para poder ofrecerlas después a una editorial profesional, se van por el camino fácil. Se echan porras unos a otros, sin crítica seria, para hacer juntos un tiraje con alguna imprenta.

A sus presentaciones llegan solo sus familiares y amigos quienes suelen comprar el ejemplar con mucho cariño. Pero el libro de suele llegar solo hasta allí, sobre todo porque la edición no suele ser muy cuidada.

Veo que al no resultar las cosas como esperaban se acaban las ilusiones y las esperanzas, empiezan los reclamos y no falta el que no paga su parte. Así, la aventura de publicar en lugar de dejar un buen sabor de boca, deja a los involucrados peor que al principio.

Plasmar en el papel lo que tenemos en la mente

No es snobismo ni pretensión desear que el idioma sea usado de la mejor manera. Tampoco es cosa de personas anticuadas. Se trata de usar una maravillosa herramienta que nos ayuda a expresarnos y a comunicarnos.

Es todo un reto editar a otros porque no estamos en su cabeza. Partimos del supuesto que un escritor, o periodista, es capaz de ordenar sus ideas y plasmar aun lo más complicado, o sublime, de manera que cualquiera pueda entender.

Para revisión se deberían entregar piezas novedosas que se puedan “beber” o “devorar” fácilmente y con gusto. En este caso, la labor del editor es verificar detalles y hacer sugerencias para potenciar aún más el texto. Encontrar los aciertos y resaltarlos, quizá obviar partes que no aporten, sugerir ciertas aclaraciones o un mejor cierre.

Pero lo que pasa en la realidad tristemente es muy diferente, sobre todo porque la figura del corrector en muchas redacciones se ha “recortado”. También está el hecho que muchos de los que llegan con la ilusión de ser periodistas, o escritores, no siempre tienen las mejores habilidades de redacción.

Los textos llegan más que crudos y, por las premuras de tiempo, se “componen” solamente para que se comprendan apenas. En el caso de los periodistas, me da la impresión que están inmersos en la agenda noticiosa, en el impacto o en la importancia que tienen los hechos. Aunque puede que estén haciendo bien su trabajo de reporteo, en la ejecución fallan porque no transmiten bien el mensaje.

Y en el caso de los escritores de ficción, creo que nos metemos demasiado en ese mundo interior y perdemos de vista que alguien más entrará a él por medio de las palabras, nuestras palabras.

Esta desconexión, entre lo que queremos decir y lo que finalmente queda en el papel, es un problema serio para quienes queremos dedicarnos a escribir.

Muchos expertos en el tema, como la periodista mexicana Leila Guerrero, opinan que las deficiencias vienen de nuestra formación. No adquirimos el hábito de la lectura, sin el cual es imposible adquirir ese bagaje que nos acompaña frente a la hoja en blanco.

Aunque parezca obvio decir que tanto periodistas como escritores deber visitar, y revisitar, a los grandes escritores tanto de ficción como de no ficción, pocos son los que lo hacen y las consecuencias saltan a la vista: textos apenas comprensibles.

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