¿Cuáles son las opciones para publicar un libro?
Aunque muchos digan que escriben para sí
mismos, lo cual es totalmente válido, cuando ya se tiene una obra literaria
terminada y bien pulida lo más natural es publicarla.
La primera opción es poner la obra, o parte
de ella, en internet. Vivimos tiempos muy buenos para dar a conocer fácilmente
y de manera gratuita nuestros pensamientos y escritos. La mejor opción para
empezar es un blog donde se puede publicar con absoluta libertad. Gracias al
auge y casi “dominio” de las redes sociales en nuestras relaciones
interpersonales, lo que se publique puede ser dado a conocer ampliamente e
incluso volverse viral.
Pasa muy seguido que uno quiere leer lo que
alguien escribe pero no tiene todavía un libro, pero gracias a un blog se puede
conocer su obra. Por eso es necesario que lo que allí se publique sea trabajo
muy bien pulido. Es como una carta de presentación si se quiere, además, el
feedback que se recibe es muy valioso.
Otra opción es autopublicar un libro, esto
es, pagar a una editorial o imprenta para que lo publique en papel, o usar
alguna plataforma virtual como Amazon KDP o Kobo Writing para hacer un ebook. Esto
otorga mucha autonomía al autor, pero conlleva trabajo extra de promoción y mercadeo
lo cual también tiene costos y requiere tiempo. Para quienes ya tienen lectores
fieles o saben cómo autopromocionarse esta podría ser una alternativa. Para
autores desconocidos será muy difícil que el libro circule pues hay numerosos
libros en el mercado.
La manera ideal de publicar es que la obra
sea “comprada” por una editorial reconocida, que ya tiene una infraestructura
de distribución y profesionales que se encargan de la edición, diseño, promoción
comercial y también en la prensa y otros sectores culturales. Esto debería
incluir un contrato e incluso cierta cantidad de dinero como adelanto.
En nuestro país no hay un mercado editorial
fuerte, por lo que para las casas editoriales publicar literatura no es fácil
pues deben enfocarse en otro tipo de libros. Sin embargo, publican varios
títulos literarios al año. En cada caso se negocia de manera particular, pero
en general se habla que le corresponde un 10% del tiraje al autor.
Quizá podría parecer difícil acercarse a
una editorial, pero si se tiene una obra bien pulida, que haya ganado algún
premio o reconocimiento o tenga buenas críticas de escritores y profesionales
relacionados, debe intentarse un acercamiento.
Si no quieres escribir, está bien
Quién no quisiera ser un prolífico creador,
que cada año o cada 6 meses tiene una obra nueva. Pero es muy raro que eso
ocurra, lo contrario es más común: literatos que no escriben con tanta
frecuencia como quisieran.
Hay días en que simplemente no se tienen
ganas, energía o “humor” para escribir y es totalmente normal. Sin embargo,
esto puede hacer sentir mal a quienes han soñado con terminar su obra para
determinada fecha por cualquier razón. Pero digamos que eso es algo que no se
puede controlar.
Porque si forzamos la creación lo que se
obtiene es un producto no totalmente desarrollado. Algunas personas me han
mostrado su trabajo con ansias y al leerlo se puede apreciar que hay “algo
allí” (un buen inicio, una buena idea, un esbozo de personaje genial) pero no
se dieron el tiempo de que madurara, de que creciera a su propio ritmo.
La intuición de cuándo está uno listo para
sentarse a escribir hay que irla adquiriendo. Como en realidad antes debemos
concebir las ideas en nuestra cabeza, ese proceso depende no solo de cada
persona sino de la complejidad de la historia. Pueden ser semanas, o años.
Al momento de sentarse a escribir, todo
debe estar casi “cocinado”. Es como si al poner las imágenes en palabras vamos
dando los toques finales que darán la sazón final a la historia, corrigiendo
algunas cosas y resaltando algunas otras.
Si no hay ganas de sentarse a escribir, es
quizá porque esa dinámica interna no ha terminado. Esto puede pasar en
cualquier tramo de la creación, tanto al inicio como entre capítulos o poemas,
o puede ser que sea el final el que no “sale” de manera convincente.
En esos casos es mejor dejar la obra
reposar o marinar, igual que en una receta de cocina. Hay que pensar en otras
cosas y hacer otras actividades. El cerebro tiene curiosos mecanismos para
encontrar sus respuestas. Algunos lo hacen en sueños, otros en una charla u
oyendo un concierto, otros solo observando a los demás o caminando a solas. Lo
importante es salir a buscarlas, no quedarse en las mismas cuatro paredes.
También se puede buscar en obras de otros
autores pero, aunque suene obvio, sin la intención de copiar nada. Quizá para
tomar “tono” o para entrar en “ambiente”, pero nada más.
Eso sí, cuando el deseo irrefrenable de
escribir nos ataca, hay que obedecerlo, no importa la hora y el lugar. Ese
fluir de la conciencia puede añadir cosas que quizá conscientemente no
tomaríamos en cuenta.
Hay que poner a ejercitar el estilo
Si no hay ideas concretas o “inspiración”
para seguir con la obra en la que estamos centrados, es mejor no forzar el
asunto. Esto no significa que no se pueda seguir escribiendo otras cosas, lo
cual puede ayudar a sacar de la cabeza lo que nos estorba y, quien sabe, nos
ayude a ejercitar el estilo, un músculo que hay que tener bien definido, no
flácido y flacucho.
No es necesario argumentar demasiado sobre la
importancia del estilo propio. Es lo que nos da una identidad única en el mundo
de la Literatura. No importa lo bien hecha que esté una obra que imite el
estilo de otros, siempre será una impostura. Encontrar nuestra voz,
ciertamente, no es fácil. Se logra con mucho ejercicio y autoconocimiento. A la
larga, los lectores buscan a determinado autor por esa forma de hablarles de
sus mundos interiores. Ambas cosas, tanto esos lugares únicos como la forma en
que son llevados a él, son los que logran una conexión entre ambos.
Escribir diarios, bitácoras o blogs, o en redes
sociales de más corto formato, puede ser útil porque allí podemos poner en
orden las ideas que nos atormentan. Estas pueden ser de carácter intelectual y
académico, pero también de índole personal y hasta mundano. Si algún
sentimiento o preocupación no lo deja crear, escribirlo en otro lugar puede
liberarlo.
Si es que estos escritos son hechos
públicos, a los lectores estos desahogos les pueden servir para comprender mejor
a la persona detrás de las obras literarias.
También pueden ocurrir felices y
afortunados accidentes al darse cuenta que esa idea que nos ronda en la cabeza
es, en realidad, otra obra queriendo empezar a emerger. No hay que limitarse,
varias obras pueden iniciar su camino al mismo tiempo, claro que cada una a su
propio ritmo.
Otra posibilidad es ejercitar las ideas y
personajes que estamos creando por ejemplo para una novela por medio de un
cuento, como lo hizo Gabriel García Márquez al empezar a darle vida
a Macondo.
Mucho antes de publicar “Cien años de soledad”
en 1967, empezó a desarrollar este fascinante mundo en textos como el cuento
“Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo” en 1952 y la novela corta “La
Hojarasca” publicada en 1955. En otros textos es evocado o mencionado, como en
“En el Coronel no tiene quien le escribae”, publicada en 1961.
Vemos así que Macondo no es solo un lugar
ficticio, sino también una estrategia literaria, un espacio metonímico que
finalmente puede resumir su obra.
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