martes, 2 de abril de 2013

Escritura automática


Hay un demonio en mí, ni dudarlo. A veces duerme por días, semanas, meses, mientras aparento ser normal, como todos los demás. Me gustan los helados, los atardeceres y los niños. Sonrío y me sonríen de vuelta, sin que la gente se imagine que en cualquier momento despertará el demonio. Paso las horas sin decir mayor cosa, sin opinar, sin proferir nada amenazante.
A veces pienso que ya nunca volverá, que ha partido a través de mi aliento de la madrugada buscando otra mente con la cual jugar. Me pregunto si acaso ya soy normal, si ya no habita en mi la necesidad de amasar la locura como barro para hacer espectrales figuras.
Pero de pronto todo cambia. La respiración se acelera, se siente la atmósfera diferente.
Él toma mi mente, mis palabras y mis dedos. Sé que ha vuelto porque la amargura se instala y hasta lo más sublime me parece estúpido. Y, así, al fin, empiezo a escribir otra vez. Los ojos se dilatan, la mirada se pierde y pican los dedos. Empieza un frenesí guiado por no se sabe que fuerzas oscuras, una actividad febril adentro de la cabeza.
Escribir es caer en trance, como un médium, ser poseído sin saber si son fuerzas buenas o malas las que mueven la mano que escribe mensajes de seres de otras realidades.

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