martes, 1 de marzo de 2016

Los pezones de la discordia

Tener un bebé recién nacido es una experiencia complicada, hermosa sí, pero llena de achaques en un cuerpo que apenas se recupera de haberle dado vida a otro ser humano. En medio de suturas, hormonas locas y trastornos del sueño, una está con el pendiente de que “baje” la leche porque es lo mejor que podemos darle a nuestro pequeño hijo. Lo oímos de los médicos y de las masivas campañas a favor de la lactancia materna, así como de madres, tías, abuelas.

Es lo más natural, te dicen, lo necesita para tener mejores defensas, te aseguran. Es un deber de la buena madre. Pero el asunto es bastante complejo, sobre todo para las primerizas.

Simplemente amé darle el pecho a mi hijo, es una experiencia sin comparación. Los muchos libros que están disponibles en el mercado, y en la internet, dicen que el bebé al nacer no sabe que ya no es parte del cuerpo de la mamá y depende totalmente de ella. Estudios serios dicen que los bebés humanos nacen sin estar listos, porque no pasarían por el canal del parto, así que la gestación continúa afuera. Los primeros meses realmente los dos seres están unidos por los sentimientos más fuertes que he conocido.

Según los mismos libros, se suponía que al nomás nacer debían darme a mi bebé para prenderlo de mi pecho y así estimular la producción. Pero ni me preguntaron y le dieron su “pacha” recién salidito de mí. ¿Han visto la boquita de un recién nacido? Es una minúscula máquina succionadora, los mismos libros dicen que por un buen tiempo ese prodigio será su comunicación con un mundo nuevo y aterrador para ellos.

Antes de tener un hijo sentía que los pechos eran más o menos sensibles, sobre todo en ciertos días del mes, pero en general eran algo que simplemente estaba allí.

Conforme avanzaba el embarazo empezaron a cambiar, sobre todo en su tamaño, temperatura y aspecto. Las areolas se oscurecieron y unas venas nunca antes vistas surgieron de la nada. Como otras partes de mi cuerpo, sin previo aviso dolían como si estuvieran electrificados y al tocarlos estaban calientes. Uno empieza a sentir que no tiene control de nada.

Me dieron consejos durante el embarazo para que me “hiciera” los pezones más grandes y duros para dar de mamar, pero no hice nada más que todo porque eran “ejercicios” bastante dolorosos.

Muchas mujeres, por si no lo sabían, tenemos pezones diferentes. Yo tengo uno que es plano, hay otras que lo tienen totalmente invertido. Quienes tienen los pezones normales al estimularlos forman una perfecta boquilla de la cual se prenden las ávidas boquitas succionadoras.

Pero con uno plano o invertido, sin importar la estimulación tal “boquilla” no existe, apenas hay una protuberancia con un agujerito. Los pechos empiezan a crecer y a subir todavía más su temperatura, venas y sensibilidad, es obvio que la leche está lista para salir, pero pareciera que el conducto de salida apenas permitirá que salgan gotas.

Pues allí estaba yo, días después de salir del hospital con un bebito hambriento y unos pechos turgentes, lista para llevar a cabo una acción tan primitiva como hermosa. Pero no sabía cómo hacerlo, no crean, es difícil encontrar un estilo, una postura que favorezca a la mamá, al bebé y a la salida del alimento. Cuidando todavía una dolorosa cesárea, o sea una herida de unos 10 centímetros, aquello llevó muchas horas e intentos.

El niño lloraba sin parar con ese llanto tan característico de los recién nacidos, lo cual me parecía que estimulaba más todavía la producción. Pareciera que con la ayuda del olfato sienten que el pecho, y el alimento, está cerca e inician una búsqueda desesperada. Pero para nosotros fue complicado, en parte porque no podía acomodar su boquita y su hambre en un pezón “sin forma”, y empezaba su llanto otra vez. Y a veces el mío también. Y los pechos se desbordaban con sendas lágrimas blancuzcas y pegajosas.

En mi dormitorio desfilaron varias mujeres, libros y consejos para lograr el objetivo, enumeraban las muchas técnicas que existen. Y nada. Debido al insomnio y las hormonas que no terminaban de acomodarse, mi desesperación era mayúscula e incluía temores de que la leche cuajaría dentro de mí, o peor, que los pechos estallarían o reventarían como globos con agua.

Un día estaba sola comiendo en la mesa porque, oh sí, el hambre de una mamá que produce leche es voraz. Mi bebé estaba junto a mí en su moisés con ruedas y empezó a llorar de hambre, como cada 2 ó 3. No había intentado darle pecho en otro lugar que no fuera mi cama, pero pensé que probaría sentada en una silla.

Esta vez él estaba más decidido que yo pues sin esperar que lo pusiera de forma horizontal, como se supone debe ser, estando como quien dice “hincado” se prendió de mi pezón más grande. Y allí ocurrió el milagro, sentí cómo salía la leche de mí y entraba en su boquita. La cara del bebé que toma su pecho es de concentración, de felicidad, de gozo. Hasta la respiración le cambió porque al parecer la leche salía a borbotones.

He buscado la forma de describir con palabras lo que se siente y me ha sido difícil. Es una experiencia de unión total, la madre primitiva en una se siente satisfecha de darle algo tan puro y sano que sale de su cuerpo y que el hijo espera y recibe feliz. La sensibilidad de ambos pechos me cambió, sentía un cosquilleo nuevo, rico, que no venía precisamente de afuera sino desde dentro. Era el momento de los dos, a veces nos quedábamos dormidos él con el pecho entre sus manitas y yo con una sonrisa en los labios.

Pero no todo es lindo. Hay dolor, escozor, heridas y más dolor. Hay que curar uno de los pechos y dar solo uno, luego curar el otro. Esto provoca que se tengan pechos notablemente diferentes entre sí y una incomodidad difícil de explicar.

Pero está claro que la mujer moderna no vive encerrada en su casa, pasada la cuarentena de rigor suele volver a su vida habitual y allí la cosa se complica aún más. La leche se sigue produciendo, a veces mancha la ropa, además yo sentía que mis pechos no cabían en ninguna blusa, incluso estorbaban por su tamaño.

A pesar del hambre voraz que ya mencioné, hay que cuidar lo que se come. Se debe seguir una dieta especial para que la leche no cambie de sabor ni afecte la digestión del pequeño ser que apenas está estrenando su sistema digestivo. Aunque una añore un puyazo con chimichurri y pan con ajo, con una cerveza helada, debe seguir las indicaciones al pie de la letra. Eso es fuerza de voluntad.

La producción de leche sigue si se sigue estimulando y el hambre de los pequeños no se detiene jamás. Así que hay que hacer todo el ritual en donde uno se encuentre, ya sea en su casa o la de alguien más, un restaurante, el carro, un centro comercial, un parque. La operación entonces se vuelve un poco más complicada y encima está el factor de las miradas curiosas. No es que una quiera andar sacando el pecho en cualquier lugar, es una necesidad y un deber.

Por donde se le vea, es una situación nada sencilla y, sobre todo para las primerizas, estresante hasta cierto punto.

Solo di pecho seis meses, el tiempo mínimo para darle los beneficios. El trabajo periodístico que a veces me llevaba a coberturas nocturnas no me permitió seguir. Fue difícil la separación de su boquita y mis pezones chuecos, pero ya bebía de esa leche carísima de bote que cualquiera que lo estuviera cuidando podía preparar.

Aquellos imponentes pechos, llenos de calor, venas, color y vida, fueron reduciéndose poco a poco. Lo que nunca se fue, eso sí, fue esa sensibilidad que me recuerda que con ellos alimenté a mi hijo. Cuando veo a una mamá amamantando siento ternura y también envidia.

Por eso me indigno al ver que las personas rechazan a las mamás que dan pecho en público. No entiendo, en una sociedad hipersexualizada donde el cuerpo de la mujer es usado para vender productos por doquier sin que nadie diga nada, resulta que es ofensivo que una mamá saque un pecho y alimente con amor a su hijo.

He visto videos donde la gente de la manera más abusiva les pide que se vayan, ¡no lo puedo creer! También he oído a mujeres que dicen dar pecho en público está mal ¿y la sororidad? A mí no me pasó pero puedo imaginar lo tristes que se han de sentir quienes reciben tal rechazo.

Hay una gran contradicción y dilema en este tema, te dicen que hay que dar de amamantar pero ¿en secreto? ¿sin que nadie se entere? ¿las madres lactantes deben vivir aisladas, sin salir, sin trabajar, sin tener vida social?

Mi solidaridad para ellas, y mi aplauso para las campañas que ciertos restaurantes hacen para permitir que las madres no solo entren a amamantar sino que además les ofrecen una bebida gratis.  Quizá poquito a poquito vamos cambiando las cosas.



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