martes, 8 de diciembre de 2015

Las fotos y las historias



Como la mayoría de nosotros tengo miles de fotos digitales archivadas, al tratar de organizarlas me di cuenta que en los últimos siete años le he tomado imágenes de casi cualquier cosa gracias a que siempre, literalmente, tengo una poderosa cámara en la mano. Pero no siempre fue así.

Cuando mi hijo nació hace 10 años, y yo empezaba a acostumbrarme a lo de las fotos digitales, me hice el propósito de ir imprimiendo las fotos de 100 en 100. Pero solo lo hice dos veces, luego no solo era imposible elegir solo 100, sino que ese artefacto llamado álbum de fotos se volvió casi casi un artículo de museo.

Ahora se reserva para documentar eventos especiales como bodas, bautizos, graduaciones. Se acostumbra para compartir los momentos más importantes de esos eventos con otros, tener a mano ese registro. Pero aún esas versiones están seriamente amenazadas por otras presentaciones, como los marcos digitales o las televisiones inteligentes. Incluso, acabo de ver una especie de "revista" de una boda que tomó el lugar del famoso álbum.

Todas las casas de nuestros padres estaban llenas de ellos de esos álbumes, algunos eran gordos y pesados, algunos más livianos o incluso algunos solo contenían 24 o 12 fotos y parecían pequeñas libretas. También habían bolsas o cajas de fotos menos importantes, huérfanas o que simplemente no alcanzaron a ocupar una página de los álbumes.

En realidad antes tomábamos fotos solo en ciertas ocasiones y no eran muchas porque había que cuidar el rollo (y el bolsillo). Pero además, había sorpresas al revelar, llegaba uno todo feliz a recoger las fotos y la mitad medio eran buenas, el resto movidas, con un dedo que tapaba la cara de alguien o de plano una que solo era una mancha negra.

En el periodismo me tocó vivir también la transición. El periódico en el que empecé a trabajar fue de los más rezagados en este tema, así que mi compañero de fórmula, generalmente Stanley Herrarte, se las tenía que ingeniar para administrar los rollos que le daban. No sé, me parecía que por eso mismo las fotos eran más pensadas, más planificadas y, bueno, mejores. Me daba cuenta de la dedicación que le ponía a cada toma, como un artista componiendo un cuadro en su cabeza.

Por la dinámica de las noticias, el rollo de película implicaba ciertos inconvenientes. A veces había que correr para ir a dejar el rollo y así pudieran trabajarlo y digitalizarlo, así las fotos estarían listas para la hora de cierre.  Había unidades móviles que se encargaban de andar recogiendo el material (ahora una computadora, o un teléfono inteligente, y una buena conexión a internet son suficientes).

Las primeras veces que me tocó lidiar con las fotos digitales para un artículo no me gustó. Recuerdo por ejemplo que luego de una visita al lago de Amatitlán, cuando me tocó trabajar con otro fotógrafo. Al regreso del viaje me pidió que eligiera fotos para la nota y me entregó una "selección" de 500 fotos. Me fui de espaldas. Me costó decidir cuáles serían las 7 que salieron en mi artículo.

Soy nostálgica. Siento cierta atracción por las fotos de antes, a mi me encanta llegar a una casa y que me enseñen los álbumes de la familia. Creo que esas fotos encierran una historia rica, más real y que se pierde cada segundo.

Porque las fotos impresas no son eternas, se borran con los años, y los negativos son escurridizos, se pierden. Tal vez por eso hay que ver los álbumes cada cierto tiempo, ir viendo cómo se van esfumando poco a poco las imágenes hasta llegar a ser casi sombras. Luego solo serán recuerdos. La humedad y las polillas, en casa de padres y abuelos, puede acelerar el proceso.

Cuando me mudé al apartamento donde vivo encontré cientos de fotos de la familia de mi marido. Algunas caras eran muy conocidas, otras no tanto. Por eso es necesario que alguien te guíe como en un museo, explicando las “piezas” que no comprendes. Una “visita” por esas imágenes me hizo comprender mejor al hombre que amo, ver su devenir. Lo vi transformarse de un flaco adolescente a un rockero, luego a amoroso padre de dos hermosas hijas.

También pude ver a mis suegros en sus múltiples viajes y logros académicos, a mis cuñados en sus bodas y nacimientos de sus hijos. Aunque llegué a esta familia no hace mucho, las fotos me pusieron al día de los momentos más importantes. A mi hijo también le encanta hacer estos recorridos y reconocerse en los rostros que ve.

Así pudimos darnos cuenta que el espacio que ocupamos en esta casa ahora ha sido por décadas el escenario de importantes momentos familiares.

Pero también noté que en los álbumes hay imágenes que faltan, espacios donde evidentemente había fotos que fueron removidas. Con esas sustracciones, aquellos guiones que se armaban en los álbumes de fotos quedaban sin una pieza que toca imaginar porque, en realidad, nadie quiere hablar de "eso" que falta.

Qué cosa tan triste cuando, a propósito se "borra” a una persona de la historia. Es decir, luego de haber sido parte de ese entorno ocurren rupturas que destierran a esas personas hasta de las imágenes. A veces por respeto a quienes han tomado sus lugares, otras porque su presencia dejó mal que sabor de boca en todos. O por ambas razones.

jueves, 10 de septiembre de 2015

Carta de amor bi polar



Estoy lista para que te vayas, no porque ya no te ame, sino porque precisamente he llegado al momento cúspide de este amor cuando debo cerrar los ojos y lanzarme al vacío disfrutando la caída libre sin pensar en qué pasará. Sin saber si abrirá el paracaídas y planearé como un ave, o me destriparé entre las piedras.

Puedes irte si así te nace, si quieres regresar sobre tus pasos o simplemente doblar en la esquina contraria. Aquí me quedaré dando brinquitos en los charcos mientras escampa, viendo el reflejo de tu figura en el agua.

Y tal vez deberías irte, no puede ser que sigamos amándonos tanto, deseándonos así. No es justo, no es posible, no es normal. No me mires así, no pienses que he enloquecido.

Sí, tengo miedo que esto sea una montaña rusa que solo ha ido hacia arriba pero que en cualquier momento empezará su caída vertiginosa.  Que cualquier día empecemos a ver hacia otro lado mientras comemos en un restaurante, como hemos visto a tantas parejas que nos devuelven la mirada curiosa de estos dos que ríen como adolescentes.

Tal vez es hora que te enseñe el camino hacia la salida amablemente, aunque no quieras. Demos gusto a quienes nos quieren alejados, quienes han pedido a sus dioses que un rayo rompa nuestro lazo invisible.

Pero...

Empiezo a imaginarte con esos movimientos lentos que haces cuando no estás seguro, te veo recogiendo tus cosas y algo dentro de mí se rompe.

¿Pero qué estoy diciendo? ¡No te vayas! ¿cómo podría volver a la tierra firme luego de haber levitado por 11 años alrededor de tu luminoso ser? Quedaría como polilla que tuvo alas, que una vez fue hacia luz y luego se quemó. Condenada a arrastrarse.

¡No! mejor no te vayas. ¿Quién terminará las frases que empiezo? ¿quién sabrá antes que yo qué es lo que me apetece? ¿quién escuchará mis discursos de media noche alrededor de una canción y un shot de tequila?

Solo tú puedes aplacar el monstruo que llevo adentro, volverlo manso como un corderito, ver su tosca belleza. Solo yo puedo hacerte hablar desde lo más profundo que llevas dentro, leerte como a un sismógrafo para saber en qué escala y a cuántos grados están tus emociones. 

No importa nada, quédate. ¡Sí! Sigamos siendo dos locos pecadores que no pueden dejar de tocarse, que se acaban de despedir y ya se extrañan.
Yo seguiré siendo tu estilista y tú mi ángel guardián. Yo la que hace listas de cosas-por-hacer y tú el que olvida todo en un segundo porque de pronto le surge un estribillo. Yo la que tiene mil zapatos y tú el que adora sus camisetas viejas. Yo la que prueba labiales en el supermercado mientras tú pruebas las degustaciones de licor de 25 centavos.

No puedo imaginar una existencia donde no esté tu sonrisa eterna, tu olor con un toque a almizcle, tu mano firme, la música que sale de cada poro de ti. ¿Con quién podría hacer tres comidas al día hablando como si fuera la primera cita? Tú organizas el desayuno, yo sirvo el almuerzo y juntos ordenamos la cena. 

Es perfecto, este plan es brillante. Quedémonos, gastemos hasta la última moneda en este casino del amor, tal vez ganemos o tal vez quedemos quebrados, no importa. Igual saldremos abrazados, felices y borrachos, yo con el rímel corrido y tú con una barba crecida. 

Es mejor que el momento del adiós sea aquel cuando el corazón se detiene y congela la mirada. Que uno pueda aspirar el último aliento del otro. Solo espero que ese día sea lejano, y que sea yo la que me vaya mientras tú sostienes mi pequeña mano.

Falta tanto para ese día, pero pasará como un suspiro como han pasado estos 11 años.

domingo, 21 de junio de 2015

Las canciones ¿le pertenecen a quienes las inspiran?


Oímos una canción y nos la apropiamos, quizá dice exactamente lo que queremos decir o lo que queremos que nos digan. O simplemente nos gusta. La cultura pop ha encontrado así una forma de identificación maravillosa, cuando todos los que se flecharon con esa canción la oyen juntos, mejor si interpretada en vivo por su creador, miles deliran a la vez. Es una cosa increíble.

Antes me preguntaba ¿qué sentirían las musas o musos que inspiraron esas canciones? En cierta manera, ¿son sus verdaderos dueños? Siempre he preferido ser creadora que musa, pero no dejaba de sentir cierta fascinación por esas personas que inspiran canciones de todo tipo, desde las que son declaraciones de amor hasta las que les demuestran despecho u olvido.

Desde que comparto mi vida con un cantautor, he visto más de cerca el proceso. Cuando él estaba más o menos inactivo en cuanto a creación de canciones, en los conciertos me tocaba solo oírlo cantar esas bellas canciones que le escribió a otras personas. Piezas musicales que yo conocí como fan y que me hacían soñar con él. 

Es simpático cómo la gente, sobre todo los fans, me ven allí parada en los conciertos oyéndolo cantar y piensan que esas canciones fueron escritas para mi (aunque para eso tuvo que haber sido cuando yo tenía 15 años o menos). Aunque él diga que no se acuerda a quién se las escribió, sé que fueron parte de otras historias pasadas e importantes para él. La vida está construida así, de historias que se van sucediendo unas a otras. Para la mayoría solo se recuerdan con viejas cartas o fotos borrosas, en el caso de los artistas, quedan plasmadas en la obra.

A los que piensan que esas melodías son para mi ¿para qué les voy a contar la complicada historia? Mejor no digo nada, sobre todo porque ahora cuando él las canta me mira a mi, me las interpreta a mi. Sí, me siento un poco “usurpadora”, no lo niego, como cuando uno pide prestado algo... Además, opino que son su creación sin importar a quién se las hizo, pasaron a la historia de la música y ahora le pertenecen a todos.

Cuando llegó el momento de que, finalmente, yo tuviera mi propia primer canción en un disco fue emocionante. En realidad era una canción "secreta", la escribió cuando apenas iniciábamos, la grabó y me la regaló en un Cd que atesoro. Cada vez que necesitaba un poco de motivación extra, la escuchaba y me sentía mejor. 

Años después, llegó el momento de buscar canciones para un nuevo disco, después de muchos años de no grabar con su grupo, y entonces me pidió permiso para ponerla allí. Me advirtió que le haría unos cambios en la letra, yo no sabía qué pensar. En cierta manera, era como publicar una carta de amor que en un momento crucial nos había sacado lágrimas y besos del alma.

Al actualizar la letra le quedó una balada que nunca soñé que alguien me escribiera. Así como yo he expuesto mi vida en este blog, él lo hizo a su manera con esa canción.

(Aquí el link de la canción Te abrazaré https://www.youtube.com/watch?v=ytYO9b6Jyxg). 

Las formas en que nacen las canciones son variadas, ahora entiendo. Ranferí anda siempre con una tonada en los labios, y en cualquier momento agarra la guitarra y papel. Se aísla, se aparta, aunque lo tenga a la par sé que anda a mil kilómetros de aquí. Es un proceso creativo que me da miedo interrumpir. Jamás conozco la canción hasta que está terminada, lo mismo hago yo, el trabajo en proceso no se enseña. 

Supongo que al igual que los relatos y poemas, hay muchas canciones que nunca salen a la luz, se quedan como parte de un repertorio propio, muy íntimo.

En los diez años que llevamos de romance, como todas las parejas hemos tenido altibajos. Momentos de felicidad plena y algunos momentos para pelear y somatar puertas. Aún así, el amor siempre pesa más en la balanza. La gente nos dice que parecemos novios y nos elogian, yo vivo dichosa de vivir mi historia de amor.

Quienes nos conocen más de cerca, saben que hemos tenido nuestros dramas. Al fin y al cabo, soy una drama queen, no lo niego. A veces el amor no es suficiente para mantener las cosas tranquilas, a veces otros factores sobre todo externos hacen que la paz se vaya por la ventana y ocurra cada tango...

Por pasar de ser una especie de "emo" a ser una mujer feliz, he tenido que acostumbrarme a muchos cambios. Algo que me ha sorprendido es que la felicidad de uno le afecta y hasta ofende a otros. Jamás lo imaginé. Por eso, de ir mostrando al mundo mi dicha, pasé a ser más discreta y de bajo perfil. Y trato de entenderlo, si somos infelices, los que sonríen y son dichosos molestan, nos parecen pretenciosos.

Ante las presiones en contra de tu relación uno se refugia precisamente en los brazos del otro para hacerse más fuerte. Sin embargo, el choque constante cansa y desespera. Sobre todo a mi que ya no tengo los nervios tan buenos, ni la paciencia tan vasta. Hubo un punto álgido en el que quise solo desaparecer, salir huyendo, como lo hacía antes cuando no tenía ataduras ni raíces.

De repente fui la misma que dejaba todo lo que se ponía difícil y complicado. Por suerte, mi amado no es así. Este hombre es de los que literalmente movería cielo y tierra para convencerme que esto que vivimos es un regalo, una bendición, algo que rara vez ocurre y que debemos cuidar y defender. 


De este episodio tan transcendental, claro, tenía que nacer una canción. Es su lenguaje, es su expresión. Le salió así como sale un suspiro o una lágrima. Fue la forma en que por supuesto me di cuenta que este amor que vivo a diario no lo voy a encontrar en ningún otro lugar, con esa canción comprendí que aun con todo lo complicado que es y los detractores que tiene, este mundo brillante que compartimos cada día es mil veces mejor que el mundo oscuro en el que vivía antes. No podría enfrentar la realidad cada día sin ese dulce beso que me despierta.

Alux Nahual prepara un nuevo disco, Ranferí trabaja día noche, despierto y dormido, en él. Un día me sentó y me dijo, como la vez anterior, que quería compartir esta otra canción. Si fue difícil compartir la anterior, que es una dulzura, ¿cómo no me va a costar compartir esta otra que nos dolió tanto?

Me enternece que él crea que al final la decisión sea mía, porque en teoría es mi canción. Sin embargo, sinceramente no creo que sea así, él la hizo y puede hacer con ella lo que quiera. Y después, cuando las canciones salen a la luz, le pertenecen a todos los que las cantan y las viven. Así que posiblemente la escuchen por allí, lo que no sé es si sentirán lo mismo que yo, si sentirán esa piel de gallina y esa emoción.



martes, 31 de marzo de 2015

Mi vecino: el aeropuerto


En la mayoría de países los aeropuertos están lejos de las poblaciones. Llega uno con emoción a la ciudad que espera visitar pero se encuentra con que todavía hay que esperar un poco más, ya que luego de bajar del avión hay que recorrer algunos kilómetros por tierra antes de llegar. Esto puede ser un inconveniente si uno va tarde a algún evento, o simplemente está muy cansado y quiere ir a descansar.

En Guatemala no es así. El Aeropuerto Internacional la Aurora está ubicado dentro de la ciudad capital en una de sus zonas más pobladas, la zona 13. Descender viendo por la ventanilla en esta ciudad es impresionante porque lo que ves a lo lejos poco a poco va tomando forma de casas y edificios, calles y automóviles, árboles, personas. Uno llega a pensar: “hey, eso se está acercando demasiado rápido”.

Te bajas y allí está la ciudad a un paso, casi literalmente. Sin exagerar, una vez hayas tomado tu equipaje y terminado los trámites, en pocos minutos puedes estar en cenando en un buen restaurante, o relajándote en la tina del hotel.

Este Aeropuerto fue inaugurado en 1968 y era muy diferente al actual, principalmente porque el mundo también era diferente. Viajar era todo un acontecimiento, familias completas iban a “dejar” al afortunado a abordar su vuelo. Era un edificio con mucha personalidad, tenía cierto aire a otros edificios emblemáticos de la ciudad, como el Teatro Nacional. Esto se debe, sin duda, a que en ambos diseños estuvo involucrado Efraín Recinos, uno de los más importantes artistas de Guatemala.

En ese entonces, no solo los viajeros podían entrar al Aeropuerto por lo que sus familiares y amigos lo acompañaban en todo el proceso de salida, incluso en los mostradores de las líneas aéreas. Luego para la espera, que generalmente es de un par de horas, había no solo restaurantes sino también innumerables tiendas de artesanías y otros artículos.

Cuando llegaba la hora de irse, se anunciaba el vuelo e igual que en las películas empezaban las despedidas en misma entrada del pasaje que llevaba al avión. Además había un largo pasillo que bordeaba una parte de la pista, por lo que los acompañantes podían incluso ver despegar el avión y, si había suerte que el ser querido fuera de este lado de la nave, decir un último adiós con las manos. (Un amigo que se fue para nunca más volver, al escribirme me contó que la última imagen que tiene de mi es allí sentada tras el vidrio viéndolo despegar).

Para recibir a alguien, se podía estar en las mismas instalaciones el tiempo que fuera necesario. Comiendo o tomando café, husmeando en las tiendas, correteando por las escaleras. Recuerdo que uno podía ver desde arriba en un hermoso círculo a los pasajeros que iban entrando al país. Esto se volvía especialmente emocionante cuando era una persona que no venía desde hacía tiempo, o era alguien famoso que las fans esperaban por horas.

Una nueva era

Los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos cambiaron muchas cosas, entre ellas a los aeropuertos. Las medidas de seguridad contra el terrorismo se unieron a las de la lucha contra el narcotráfico, dos guerras que tienen uno de sus campos de batalla en los aeropuertos internacionales del mundo.

Viajar ahora es una faena más larga, más complicada y ciertamente menos romántica. Las remodelaciones del Aeropuerto Internacional la Aurora, iniciadas en 2005 y terminadas en 2007, se hicieron pensando en todas las nuevas disposiciones. El resultado pudo haber complacido a las entidades internacionales de aeronáutica, pero en Guatemala marcó el fin de una era. Sin embargo, no podíamos seguir con un aeropuerto que se había quedad congelado en el tiempo.

Aunque se sacrificó todo aquel ritual de viajes, despedidas y bienvenidas, mejoró todo aquello que exige la modernidad para tener un viaje seguro y más cómodo. El cambio más notable es que quienes acompañan a los viajeros deben despedirse en la calle, por lo que muchos optan por llevar acabo las despedidas en la comodidad de su hogar.

Adentro, con luces frías y decoraciones minimalistas, solo circulan los viajeros buscando su puerta de abordaje. Hay donde tomar café mientras se espera, pero no es igual porque suele estar lleno de gente soñolienta y extraña que no habla entre sí.

No sé cómo estará ahora, pero cuando intenté ir a recibir a alguien vi que las bienvenidas se hacen también en la calle, lo cual es bastante molesto cuando hace frío, llueve o es muy tarde en la noche. Por eso ya no voy.

Se queda unos años más

La remodelación no fue suficiente para algunos. Se han conocido varias iniciativas para que el aeropuerto se mude a otras localidades. En 2013 incluso se hizo un proyecto muy bien estructurado que parecía que tomaría vuelo. Incluía no solo el traslado de la terminal aérea sino también se planificaba el destino de los terrenos que dejaría vacíos. Estos son muy codiciados pues están ubicados en un área muy céntrica y de gran crecimiento comercial. Según urbanistas al irse el aeropuerto las zonas aledañas podrían crecer verticalmente, algo que es una tendencia mundial.

Pero el proyecto no llegó más lejos, se “estrelló”. Se le consideró demasiado ambicioso y complicado como para echarlo a andar. En cambio, se hacen más mejoras al que ya se tiene para que pueda funcionar mejor.

En ese ínterin, sin jamás imaginarlo, me mudé junto al aeropuerto. No solo eso, vivo en un noveno piso que tiene una vista impresionante de una buena parte de la pista. En los terrenos de este edificio estaba la casa paterna de mi marido, quien creció jugando en los alrededores, bicicleteando entre las avenidas de las Américas e Hincapié.

Cuesta acostumbrarse a esa otra presencia, sobre todo porque el arquitecto que diseñó este edificio, de apellido Orbaugh, no vio el aeropuerto como un problema sino como un paisaje, un espectáculo gratuito. De esa cuenta, las ventanas van del techo al suelo en casi todo el apartamento.

Mi hijo, de apenas 6 años cuando nos mudados, se volvió aficionado y experto en aviones. A veces aterrizan unos verdaderamente monstruosos, como el Antonov que puso a mi hijo a investigar cómo algo tan gigantesco puede elevarse, luego de abrir su estómago y dejar su carga militar.

También vemos aviones más pequeños y lujosos, jets privados, y nos imaginamos que se trata de millonarios o famosos que vienen de visita, o simplemente a cargar combustible.

A veces vamos al techo del edificio a ver el paisaje y los aviones. Desde allí se puede ver con claridad toda la pista. Curiosamente, paralelamente corre la Avenida Hincapié. No puedo evitar imaginar que la pista lleva a sus pasajeros a destinos lejanos, exóticos, quizá de ensueño. La avenida lleva a las personas a Boca del Monte, Villa Hermosa y Colonia Santa Fe (donde han ido a parar un par de aviones que siguen de largo en la pista), poblaciones de gente sencilla y trabajadora.

Desde allí se puede ver a las camionetas conocidas como parrilleras que  anuncian ruidosamente su destino mientras muy cerca, sin que ellos se den cuenta, se ve también a un avión en su recorrido en la pista. Por unos metros van hacia la misma dirección, luego el de la izquierda baja y se pierde en los suburbios y el de la derecha se eleva y se pierde entre las nubes.

En esa misma Avenida Hincapié está el que fue el primer aeropuerto de Guatemala, y quizá de Centroamérica, que empezó a funcionar en la década de los años 20s y donde la gente abordaba directamente sobre la pista. He visto fotos de personas que bajaban de sus autos allí al pie de la escalerilla del avión. Lo dicho: la forma de viajar ha cambiado mucho.

Hoy se conoce como la Fuerza Aérea Guatemalteca a ese edificio de antaño, pequeño en comparación con el resto de construcciones aledañas.

No duerme nunca

Desde la ventana de mi oficina en casa, que tiene vista hacia la zona 9 y 4,  puedo ver cómo se aproximan los aviones que vienen ya descendiendo. Parece ficción, es como si vinieran derecho hacia nosotros. En ese momento aquí no se oye ruido, se ve como si vinieran cayendo graciosamente y no pesaran, como pájaros silenciosos. Es el arte del planeo que tan hábilmente dominan los pilotos. Claro, los que están allá afuera oyen un ruido ensordecedor y los sienten pasar demasiado cerca de sus cabezas. He visto gente que hasta se agacha temiendo lo peor. Pero nunca pasa.

También los vemos desfilar para despegar, desde la ventana parecen juguetes de diferentes colores que van alineándose esperando su turno. Si es de día sus relucientes colores le dan festividad al paisaje, y si es de noche sus lucecitas guían la vista hacia donde se dirigen la cola.

El problema es cuando están listos para conseguir el efecto dinámico de la sustentación, que les permite elevarse, aceleran sus motores en máxima potencia. Allí sí se deja oír ese ruido tan espeluznante, ese que no deja oír nada más. No hay más remedio que dejar unos segundos lo que se está diciendo o escuchando mientras esos colosos se elevan.

Durante las noches, el despegue del avión de DHL a las 9:30 me avisa que se acerca la hora de dormir. Me gusta asomarme a la ventana, puedo ver a muchos trabajadores que se dedican a darle mantenimiento a los aviones, a los hangares o a la pista. Preparándose para los vuelos que empieza incluso a las 3 de la mañana.

Cuando a veces paso en vela trabajando, leyendo o simplemente con insomnio, ese paisaje me hace compañía. El aeropuerto está construido hacia abajo, como si hubieran cavado  un cráter. Lo rodea un borde de concreto donde circulan los automóviles. Cuando llueve y la pista y los alrededores de la terminal están llenos de agua, parece que fuera un manso lago y esos bordes fueran un malecón que lo resguarda.





martes, 3 de marzo de 2015

La tentación de juntar palabras



A veces las cosas que creemos que nos darán la felicidad eterna, simplemente no lo hacen. A muchos les pasa con el matrimonio, sueñan con vestidos blancos y fiestas de ensueño y, bueno, unos años después muchas veces viene la desilusión. Una sensación de “¿esto era todo”.

A me pasó con lo de publicar. De jovencita mi sueño dorado era entrar en una librería y ver un libro mío en los estantes. Pensaba que en ese momento algo en el universo se alinearía y habría un estallido de amor y paz.

Sí fue emocionante, pero no cambió mi vida.

Publicar es un acto ajeno a la literatura, está más ligado al marketing, a lo material. Como dijo Cortázar, al terminar de escribir hay que guardar la pluma e irse a beber vino con los amigos. Que otros se encarguen de lo que sigue. Para muchos escritores las presentaciones y lecturas son un mal necesario para que se conozcan los libros, aunque es de admitir que hay algunos que las disfrutan. Los admiro, logran una comunicación especial con los lectores y amantes de la literatura.

Yo sufro mucho, quiero que la gente me lea, no que me oiga tartamudear y olvidar lo que tengo que decir.

Algo que sí me gusta mucho, aunque es posterior al acto de escribir, es cuando la gente expresa lo que siente al leerte. Aunque sean críticas, es interesante que alguien entre a tu mundo y trate de recibir el mensaje que mandas, aunque a veces esté cifrado. Cuando alguien analiza y critica con fundamentos, uno puede mejorar.

Pero cuando son elogios, por curioso que parezca, es más complicado aceptarlos. Es como cuando alguien te echa piropos, no sabes si son sinceros para empezar, y luego no sabes cómo reaccionar para no parecer presumida sino más bien agradecida. Es un sentimiento complejo.

A veces la gente quiere saber por qué escribiste tal cosa, y no saben que uno a veces también quiere saber lo mismo. Preguntan cada cosa, unos estudiantes universitarios me preguntaron “¿para qué grupo objetivo escribe?”. Se pueden imaginar mi respuesta.

Además de periodistas, me han entrevistado gente de toda edad por tareas de la U o del colegio, u otros solamente quieren saber qué onda conmigo. Algunas personas con las que me topo me dicen: no te conozco a ti pero sí lo que escribes. Se siente bien.

Una vez cuando iba rumbo a la universidad en un metrobus repleto de estudiantes que iban tarde a clases y exámenes, muchos todavía preparándose a última hora, me tocó ir de pie junto a una chica que leía mi Diosas Decadentes. Fui todo el camino viendo la cara que ponía, tenía miedo de algún gesto de espanto, o alguna mueca de desprecio.

Pero no. Iba leyendo absorta, quizá tenía una comprobación de lectura esa misma tarde. Sus ojos volaban de una línea a otra. En algún momento sonrió divertida y vio a su alrededor, algo pícara. No se imaginaba que quien escribió aquello iba allí delante de ella.

No obstante, luego de tantos años, todavía me cuesta trabajo asumirme como escritora, siempre fue así. A pesar de que escribo todos los días, y si no lo hago me siento vacía. Mi marido se enoja cuando me presento como “periodista”, generalmente me corrige y le dice a la gente: “no, ella es escritora”. Yo me sonrojo pero él se siente orgulloso de mi. 

Mi problema, como decía el Bolo Flores, es que tengo demasiado idealizada a la literatura. No me importa tanto publicar y figurar y ser llamada artista, como escribir ese libro que yo quisiera leer. Esa es una tarea titánica. No es cuestión de sentarse a escribir y ya.

Como dijo Sabato, mi adorado Sabato, el principal problema del escritor tal vez sea evitar la tentación de juntar palabras para hacer una obra. Según él, Claudel dijo que no fueron las palabras las que hicieron la Odisea, sino al revés.

Para mientras hay que llenar el “pozo” de experiencias, de lecturas, de sensaciones, de música, de lágrimas, de orgasmos. Hay que salir a darse contra el piso, a oler flores, a bailar dando brincos, a dar besos en la madrugada, a llorar como un niño. Yo procuro siempre hacerlo, luego de esas largas jornadas vuelvo con tanto que decir, con todo atorado en la mente y en los dedos, lo voy dejando salir poquito a poquito, gota a gota…

Para mí, así es como ocurre la magia. Luego viene un largo trabajo de edición, de “orfebrería”, y más edición.

Eso es la literatura, lo demás, es ajeno pero no deja de ser placentero también. El domingo pasado llegamos corriendo al cine porque la función ya iba a empezar. Cuando le entregué mi tarjeta a la chica de la caja vio mi nombre y levantó la vista. Oh no, pensé, hay algún problema con mi compra en línea.

Ella me dijo: “¿usted es la escritora?”. Detuve mi tren y mi estrés y sonreí, un día antes me había pasado lo mismo en una fiesta. A veces me siento olvidada por la gente, lo cual probablemente es mejor, pero cuando esto pasa te das cuenta que tal vez, solo tal vez, ya es hora de publicar otra vez.
 

sábado, 10 de enero de 2015

Y entonces me fui de casa


Hace poco una buena amiga me recordó el primer apartamento donde viví como mujer independiente. Son lejanos pero queridos recuerdos, conservo queridas amigas que conocí en ese tiempo.

Irse de la casa de los padres es difícil, pero a mi entender, necesario. Viviendo por nuestra cuenta se aprenden valiosas lecciones que sirven para toda la vida.  En mi caso, ya no me sentía bien. Siendo independiente económicamente también quería serlo de otras formas. Porque es lógico, como dice la gente, mientras estés bajo el techo de tus padres ellos ponen las reglas.

Es un momento incómodo, cuando tu familia es convencional quieren que llegando a los 25 uno empiece a pensar en casarse, que siente cabeza, como si fuera la única opción para la mujer. Si uno no lo hace o no tiene interés, lo empiezan a  ver como rara, o que tiene algún problema. Ese es un momento crucial, pues quedarse significa vivir con esa presión y/o vivir con muchos problemas y desacuerdos. Irse podría ser una especie de ruptura con la familia, pero es encontrarse con uno mismo. Opino que hay que vivir con intensidad todas las etapas, no saltarse ni una. Si no, luego puede arrepentirse. He visto chicas que se casaron "bien" y muy jóvenes, pero luego añoraron todo lo que la independencia otorga y enseña.

Todavía algo indecisa, tuve un golpe de suerte. En un condominio que quedaba a metros de mi trabajo, mi centro de estudios y el centro del universo para mi (la USAC), un grupo de patojas necesitaban una roommate más. Claro, como todos, yo soñaba con tener mi propio departamento para mi solita, pero era imposible con un sueldo de oficinista.

No logro recordar cómo me enteré que en el Condominio Santa Rosa había una “vacante”. Era, supongo que todavía lo es, un complejo de apartamentos seguros, amplios y muy bien diseñados, con áreas de jardín y de juegos. Un lugar donde cualquiera quisiera vivir.

Toqué la puerta vestida de manera más bien formal debido a mi trabajo como secretaria, y me abrió una chica en chancletas y pantaloneta. Adentro había otras patojas que casi al medio día parecían que se acababan de levantar. Todas eran más jóvenes que yo y del interior del país, sus padres las habían mandado a la capital a estudiar y les mandaban mensualmente dinero (y a veces cajas con comida casera). A ellas les extrañó mi caso, siendo de aquí no quería vivir con mis padres, cosa que ellas añoraban.

El apartamento era grande como para una familia numerosa, así que para que los costos fueran menores se podían acomodar hasta 6 personas. Por esa razón, la renta era una ganga. No lo dudé ni un segundo y acepté. Ellas me dijeron cuáles eran sus reglas y todas me parecieron razonables (del tipo de hacer pagos puntuales, cada quien usa su champú, nadie debe tocar la comida de las demás, entre otras).

A comparación de la amplitud con la que vivía con mis padres (además de mi dormitorio con un gran clóset, después de que se casaron mis hermanos tenía espacio de sobra, hasta tenía un cuarto donde guardaba solo zapatos y otro para mis amigas cuando se quedaban), la habitación que me tocó era pequeña pero era perfecta para mi. Afortunadamente, el resto de la casa era amplia y luminosa. Además, era satisfactorio poder pagar todo eso con mi propio dinero.

Yo les pedí solo una cosa: quería redecorar el lugar. Me horroricé al ver las cortinas que se sostenían con lazos, las paredes estaban desnudas, prácticamente no había muebles. Ellas aceptaron un poco intrigadas, no entendían por qué quería hacer eso. Siempre he tenido la necesidad de personalizar lo que me rodea.

Recuerdo que al final de la negociación, una de ellas me dijo: “vamos a vivir como en la serie Friends”. Yo sonreí a la fuerza. Es un cambio muy brusco de repente chocar con otras 5 formas de vida con personas que no son de tu familia, aunque puede ser una fiesta, claro, también hay problemas cotidianos.

A pesar de los años de trabajar y estudiar en la U, y estar metida en política estudiantil, había situaciones en las que realmente era inexperta. No sabía dónde se pagaba la luz, por ejemplo, ni cómo preparar una simple olla de arroz. Recuerdo que las primeras semanas fueron una fiesta sin parar, podía hacer lo que se viniera en gana (claro, sin dejar nunca de ir al trabajo o a estudiar). Cosas tan tontas como poder ver tele hasta tarde o comer en la cama me hacían feliz. Pero, llegó un día en que me enfermé de gripe. Allí me sentí indefensa y extrañé mi casa, a mi mamá para que me cuidara y curara, pero tuve que hacerle frente sola. Fue toda una lección.

Para las demás, aquel apartamento era un lugar para hacer tareas, comer y dormir. Su verdadera casa, estaba en su pueblo. Para mi, no había otro lugar a dónde ir, por eso me esforcé por hacerlo mi hogar.

A ellas les encantó que hubiera un cómodo amueblado de sala, de bambú para más señas, pero no entendían las manchas que había colgado en un cuadro. Era una reproducción de obra de Kandinski. A pesar de que me esforcé, y gasté, para que aquello pareciera un hogar, era la que menos lo disfrutaba. Salía muy temprano a mi oficina, que podía ver desde mi ventana, y regresaba en la noche después de clases. Prácticamente no usaba mi carro, solo para ir a lavar mi ropa, a visitar a mi mamá y al supermercado.

A veces regresaba a media tarde a hacer una siesta y encontraba a mis compañeras jugando como niñas, en guerras de agua o de comida. Oyendo música merengue o salsa a todo volumen, hablando por teléfono sin parar o chateando con extraños de otros países. No podíamos ser más diferentes.

Pero los fines de semana, feriados y vacaciones aquel lugar quedaba vacío (ellas se iban con su familia) y era todo para mi. Había música trova y rock, olor a incienso, tabaco y mariguana y, sobre todo, largas charlas sobre arte y literatura. A veces subíamos al techo a ver las estrellas por horas. Mis amigos, algunos peludos y otros de aspecto dark, no le caían bien a los guardianes ni a los vecinos.

Mis compañeras tenían que aguantar mis costumbres para ellas raras. Tengo que reconocer que llegué a escandalizarlas (sobre todo a las primeras habitantes) y hasta cierto punto fui la causante de que las cosas cambiaran, se dieron por vencidas conmigo y las originales se fueron, me fui quedando con el control y administración.

Por unos años, creo que fueron casi 3, aquella fue la vida ideal. Escribí más que nunca, salía por las mañanas a caminar al bosque de Las Ardillitas y en las noches exploraba la efervescente vida nocturna de los alrededores. Viviendo en este apartamento me enteré que gané el premio centroamericano que me permitiría publicar mi primer libro. Creía que había alcanzado el Nirvana.

Pero no todo era perfecto, aquella forma de vida era mucho más compleja. Vi sueños que fueron rotos. De los cientos que llegan con aspiraciones a la universidad son muchos los que se encuentran con obstáculos, tentaciones, vicios o, simplemente, la dura realidad de que estudiar es más difícil de lo que creían (en aquel  tiempo todavía no había examen de admisión en la USAC). En la facultad donde trabajaba, Odontología, se veía mucha repitencia sobre todo en primer ingreso. Era obvia la mala preparación que traían del nivel medio.

Otro factor eran los novios. Algunas de las chicas que conocí regresaron a casa sin un título pero con un bebé en camino.

En cuanto a mi, en esa casa terminé mis años tranquilos cuando terminé la U, al mudarme dejaría de ser secre para convertirme en periodista. Justo al salir de esa casa empezó una etapa de oscuridad y desencanto.

(Siempre he querido escribir algo más largo sobre aquellos años, tal vez escriba más aquí sobre los cambios de inquilinas, los dramas, los novios, mi primer gato, de cuando nos echaron, la mudanza-fiesta en una noche lluviosa…)

lunes, 6 de octubre de 2014

Vida travestida*


El velorio más triste en la calle más triste de la ciudad, aquella que es atravesada por la línea del tren y exhibe minúsculos cuartitos donde las mujeres se venden por un rato. Pero ese oscuro martes, el vecindario se organizaba para velar a un travesti que no tuvo quien más le acompañara en su última noche.

A pesar de que Vanessa trabajaba lejos de ahí, pues circulaba coqueta y elegante en la zona nueve, solo un viejo amigo tuvo el tiempo y la voluntad de hacer “las vueltas” acompañado de las solidarias mujeres de la línea. Aunque algunas no conocieron a la finada, van y vienen en los preparativos, maternales, solícitas, efectivas.

 Vanessa, que en el certificado de defunción aparece como XX porque al momento de levantar su cuerpo no tenía identificación, era originaria de El Salvador y fue asesinada en el cuarto de hotel donde vivía. Su cédula apareció después; unos policías que no se identificaron fueron a dejarla al Ministerio Público. El nombre que aparece ahí, que cambió en cuanto empezó a  travestirse, era Israel Anzora Murcia. Su puerta no fue forzada, alguien llegó a buscarla, la amarró y le dio fuertes golpes en la cabeza hasta que murió. Al salir dejó el radio y la  televisión a todo volumen. A simple vista y según el MP sus pertenencias estaban intactas. A pesar de alegar que la escena del crimen estaba contaminada cuando llegaron, aseguran tener hipótesis y sospechosos. Siempre dicen lo mismo.

 Representantes de la Organización de apoyo a una sexualidad integral frente al sida, Oasis, llegan a dar ánimos  y  a contribuir en los preparativos y gastos. Cada vez que un travesti muere y no tiene familiares cercanos, porque suelen ser extranjeros, esta organización apoya y acompaña a los dolientes y además pone las denuncias en donde corresponde. Antes de acercarse al féretro de Vanessa, se lleva a cabo una reunión en un cuarto de trabajo sexual que mide dos metros de largo por uno y medio de ancho. La dueña del lugar tiene que sacar a sus hijos, que exigen su atención, para poder conversar en privado. Afuera se escuchan las vocecitas de los niños llamándola. Todos toman asiento en un pequeño catre para intercambiar documentos e información. Gracias a la eficiencia de los improvisados tramitadores, la papelería está en orden. Ya se han hecho gastos pero todavía hay más cosas que pagar. Además no quieren dejar de ofrecer café, ponche y sandwiches a los asistentes, que no están acudiendo como se esperaba. “Es por el sector, por aquí es muy peligroso” dice la anfitriona del cuarto. “Por eso vamos a llevar después a Vanessa a la Super Gaby, que es un lugar donde todos llegan siempre” explica. La dueña de dicho bar-discoteca accedió ceder el espacio para hacer ahí el velorio más tarde, cuando las compañeras de la difunta hayan trabajado un rato. “Les gusta llevar ya un poco de dinero para contribuir al velorio y poder tomarse unos tragos”, asegura.

 El sencillo ataúd de Vanessa está al otro lado de la calle, al final de un largo pasillo en una vieja casa hecha de lepa, adobe y cartón. Casi ocupa todo el cuarto de otra sexotrabajadora. Una marchita corona de flores es lo único colorido, los pocos presentes parecen no saber hacia a dónde dirigir sus miradas. Cuando la escena no podía ser más sombría, las primeras gruesas gotas de lluvia empiezan a caer sobre el frágil techo entristeciendo más el ambiente, ya corrupto por el peculiar olor del cadáver de tres días. “Hay  que llevarla ya a la Super Gaby”, dice alguien al fin.

Lo que normalmente es una eterna fiesta, se vuelve de pronto una funeraria. En el transcurso de la noche llegan amigas y conocidas de Vanessa a llorar mientras beben uno que otro trago. “El sentimiento en general es que la próxima puede ser cualquiera de ellas”, explica Jorge López, director de Oasis. A causa de las amenazas que sufren por su estilo de vida, extorsiones, homofobia y sida, la mayoría piensa que no llegarán a los veinticinco años. Vanessa tenía veintidós y la recuerdan como una persona discreta y callada, sin vicios. “Otro trago a salud de Vanessa, aunque no chupaba”, dice una de las asistentes, que unas horas más tarde aparece con las muñecas vendadas. Intentó cortarse las venas. En un momento cuentan chistes  y ríen a carcajadas, para luego llorar histéricas y violentas. La noche las reúne y les otorga el marco perfecto. Ni un vecino despierto, ni un peatón ni un automóvil en la calle.

Con la luz y la actividad del día siguiente todo cambia. La propietaria del modesto salón de belleza contiguo se enfurece al encontrar las botellas y el olor a flores pisoteadas. El día muestra a los dolientes cansados, tristes, con una resaca más dura que las habituales. Se sirven más tragos como tratando de conjurar el mal. Pero el olor es ya insoportable. “Qué pasa que no viene la funeraria”, se preguntan. Parece mentira que se trate del travesti que aparece en las fotos, con un excepcional cuerpo y un porte elegante, tenía la buena costumbre de ahorrar. Por eso corren rumores. Se dice que no pudo abrir una cuenta bancaria por los documentos que le pedían, por eso tenía bastante dinero en efectivo en su casa. Algunos acusan a otra travesti, bastante más pequeña y delgada que Vanessa. Otros hablan de un novio drogadicto y alcohólico que la explotaba. Pero hay un rumor más insistente y oscuro que rodea también la muerte de otros homosexuales. Se trata de un poderoso extorsionador que las induce a la adicción a diferentes drogas para luego exigirles dinero. No precisamente para protegerlas, sino para no matarlas. “Parece que Vanessa se negaba a pagarle”, dicen las voces murmurando, diciéndolo más como para ellos mismos, en un soliloquio etílico. Nadie dice más, nadie hace denuncias, temen ser la siguiente. Lo cierto es que el día de su muerte, a pesar de ser sábado, Vanessa pidió no ser molestada y se encerró en su habitación, quizá temiendo algo.

Cuando el carro fúnebre llega, que es una camioneta aerostar sin sillones, la lluvia empieza a caer y los vecinos salen a ver la escena. Hasta los pasajeros de los buses urbanos que pasan tratan de comprender en esos fugaces segundos qué es lo que pasa. Travestis, homosexuales, lesbianas, indigentes, prostitutas, proxenetas y trabajadores de la feria luciendo el luto más políticamente incorrecto y a la vez solidario, acarreando flores, lágrimas, inciensos, oraciones y maldiciones.

Por  el tráfico del medio día, el camino hacia el Cementerio General se hace largo, tortuoso. Algunos van en bus, otros en taxi. Bajo la lluvia, el viejo camposanto recibe al cortejo con su marchita belleza. Cuando alzan el ataúd de Vanessa en hombros, por un segundo parece que lo dejarán caer. Algunos cierran los ojos esperando lo peor. Los enterradores esperan indiferentes que el grupo acabe al fin de llegar; con las últimas palabras de despedida corren más lágrimas y más tragos. Mientras sellan el nicho con cemento y ladrillos, un ambiguo coro canta algunos cantos religiosas. De regreso a la entrada del cementerio, se encuentran con otros sepelios no menos tristes, como el del niño de seis años que asesinaron por estar en medio de una balacera. Los amigos de Vanessa quedan profundamente conmovidos y se acercan a compartir los lamentos. Comprenden que no solo ellos corren peligro y viven un día a la vez. Los deudos y enlutados se revuelven, los gritos y desmayos se confunden. Llegan los bomberos. Casa llena en el cementerio.

 
*Esta crónica apareció en Magazine 21 en julio 2004, las fotos son de Stanley Herrarte
 
 

sábado, 6 de septiembre de 2014

Septiembre 0

Nuestra educación sentimental es informal, la mayoría aprendemos de qué se trata eso del amor en el mejor de los casos por medio de novelas y poemas, en el peor, por telenovelas y canciones románticas. En esos escenarios donde siempre hay algún dilema amoroso, miramos que para algunos es sumisión, para otros dominación, para unos es alegría y para otros llanto incontrolable. Vamos aplicando lo aprendido según podemos, o nos dejan los demás y las circunstancias.

Yo miraba a las adolescentes del barrio escapándose por la ventana para ir a buscarlo, a las amigas de mi mamá persiguiendo a cierta coqueta para protegerlo, a las tías solteras añorarlo con resignacióny luto.
Como en la película de Bambi, cuando somos niños creemos que esa “enfermedad” nunca nos atacará. Lo cierto es que, sin saber muy bien por qué (aunque hay que culpar a las hormonas), de pronto llega la primavera de la vida y se vuelve una necesidad eso de tener un amor, amorío, affaire, romance, pasión, noviazgo. Supongo que para cada persona es algo diferente, pero opino que en todo caso no inicia en el corazón sino de más abajo, de las tripas, de un remolino de ganas que se alborotan en el estómago y más abajo al encontrar a ese objeto del deseo.

Se dice que es un lenguaje que va más allá de las palabras, que hay algo literalmente químico que vuela por el aire y te hace querer acercarte a esa persona en especial. Aunque parece algo mágico, es más bien algo animal y primario. Aunque eso no se puede forzar, tampoco es suficiente. Hace falta esa otra compatibilidad que nos hace querer acurrucarnos en lugar de salir corriendo después de hacer el amor. Y encima, debe ser el momento correcto para ambos para que pueda cuajar.

Yo te vi allí cantando y tocando tu guitarra, como miles de otras mujeres de todas edades en el recinto. Yo no tenía 16 todavía y un rayo me partió en miles de brillantes pedacitos cuando te vi. Sé que suena ingenuo tantos años después, pero al ser la primera vez que sentía ese calor que me quemaba, fue algo impresionante e inolvidable. Supongo que un óvulo dentro de mi tembló y un esperma dentro de ti oyó un llamado…

No era nuestro momento, era evidente, pero algo se prendió y nunca jamás se apagó. Toqué tus manos pero fue algo fugaz que quedó impregnado en mi. Lejos, muy lejos estaba todavía ese primer septiembre.
 
Pero no olvidé tus manos. Como dice el poema de Neruda, “Los años de mi vida, yo caminé buscándolas.  Subí las escaleras, crucé los arrecifes, me llevaron los trenes, las aguas me trajeron, y en la piel de las uvas me pareció tocarte”.

Diez y seis años lejos de ti para llegar a ser la que después te conquistaría. Esa niña de calcetas y chongos de 1988 jamás lo hubiera logrado, llena de dudas y temores. Me fui al mundo para conquistarlo, para que luego él trapeara el piso conmigo. Que me dejara todas estas cicatrices que ahora tú besas con tanto amor.
 
Una guerrera, una sobreviviente, que regresa a la patria para ser condecorada y premiada.
 
El amor es muchas cosas, tiene muchas caras y voces, es dinámico y toma muchas formas. Cada quien busca el que necesita, y el prodigio ocurre cuando hay alguien allá afuera ofreciendo eso que te hace falta en el momento justo.

Lo que yo buscaba era esa presencia que me hace sentir tan segura, esa sonrisa que me aplaca los demonios, que aleja los fantasmas, esa luz que me guía pero que también me da calor. Yo soy lo que estabas buscando también pero que no tenías idea que necesitabas. Me salvaste y yo te salvé, mientras yo me escapé del caos, tú escapaste de la indiferencia y el hastío.
 
Diez años de darnos todos los días ese antídoto mutuamente, de curarnos los males con miel y también con adrenalina. Los más cursis y los más ácidos. Cuando se acaba la jornada, allí encima de tu pecho está mi hogar, mi refugio, y cuando el mundo se me cae encima me acurruco más, me vuelvo pequeñita y me meto en ese espacio que está en tu costado izquierdo, allí donde huele tanto a ti.

Tus manos, Pablo Neruda

Cuando tus manos salen,
amor, hacia las mías,
¿qué me traen volando?
¿Por qué se detuvieron
en mi boca, de pronto,
por qué las reconozco  
como si entonces, antes,
las hubiera tocado,
como si antes de ser
hubieran recorrido
mi frente, mi cintura?

Su suavidad venía
volando sobre el tiempo,
sobre el mar, sobre el humo,
sobre la primavera,
y cuando tú pusiste
tus manos en mi pecho,
reconocí esas alas
de paloma dorada,
reconocí esa greda
y ese color de trigo.

Los años de mi vida
yo caminé buscándolas.
Subí las escaleras,
crucé los arrecifes,
me llevaron los trenes,
las aguas me trajeron,
y en la piel de las uvas
me pareció tocarte.
La madera de pronto
me trajo tu contacto,
la almendra me anunciaba
tu suavidad secreta,
hasta que se cerraron
tus manos en mi pecho
y allí como dos alas
terminaron su viaje.

sábado, 16 de agosto de 2014

Un chamán y un alma atormentada

(foto de Morena Pérez Joachín tomada en 2004)

En agosto 2004 mi vida era muy diferente, estaba en una etapa que estaba llegando a su fin. Mi existencia, como la de todos, está compuesta por ciclos que he vivido intensamente. Tanto, que al terminarlos quedo muy cansada, casi destruida. Sabía, a los 32 años, que debía avanzar o moriría.

Parece mentira pero hace 10 años vivíamos de otra manera. No había teléfonos inteligentes con cámara, tampoco se había inventado el Facebook. De ambas cosas me alegro, la mayoría de mis andanzas, glorias y miserias no se hicieron públicas ni quedaron registradas (la foto de arriba me la tomaron en Siglo 21, era para ilustrar una nota de Halloween, por eso los ojos raros).
Lo que lamento es que no hay fotos de ese día de agosto 2004, calculo que fue a finales. Eran épocas de desvelos y parrandas y trabajo duro. Me mandaron al Paraninfo Universitario a hacer unas entrevistas, preparaba un artículo sobre Centros Culturales. Stanley Herrarte y yo fuimos sin muchas ganas, aunque recuerdo que el día era precioso seguramente por la canícula.

Llegando al imponente edificio, muy querido por tantos recuerdos universitarios, me encontré con un singular grupo de personas sentadas en las gradas de la entrada. Estaban vestidos de manta blanca y rodeaban a un sonriente hombre mientras bromeaban y comían unos “panitos”.
Solo me tomó unos segundos reconocer al que estaba en el centro: era Ranferí Aguilar. El mismísimo que había provocado mi primer enamoramiento a los 15 años. El rockstar para mi inalcanzable que me había dado un par de autógrafos y con quien había platicado algunas veces. Pero estaba diferente, su vibra era otra. Ahora parecía una especie de chamán, de guía espiritual, relajado y sonriente calzado con caites. Ahora era el Hacedor de lluvia.

Tenía que hacer mi trabajo, solo me pregunté qué estaba haciendo allí y luego seguí mi camino. Silvia Obregón me recibió amablemente y pasamos un par de horas recolectando información y tomando fotos. Stanley y yo solo queríamos terminar con nuestro trabajo e irnos. Creo que era martes.
Al terminar, Silvia me dijo: “¿Por qué no te quedas? Hay un concierto más tarde”, pregunté de quién era la presentación. “De Ranferí Aguilar” dijo Silvia y empezó a convencerme para que me quedara a oír la música étnica de este talentoso artista. Ella no sabía lo que él significaba para mi.

Stanley se fue, yo me quedé, mi próximo compromiso era hasta las 8 de la noche. Antes del concierto, tuve que esperar dando vueltas por esos corredores antiguos de mi alma mater. Recordando, siempre recordando, por ejemplo cuando en 1994 siendo miembro del Honorable Comité de Huelga estaba en la víspera del desfile bufo e intentaba dormir en una banca, luego descubrí que mi novio de entonces no estaba. Eran como las 4 de la mañana, me levanté y empecé a buscarlo.
Esa noche el edificio y sus alrededores se convertían en un especie de campamento lleno de borrachos gitanos/guerreros que se preparan para salir a la batalla/espectáculo del día siguiente. Algunos cantaban, otros bailaban o ensayaban, algunos jugaban cartas, pocos dormían. En ese tiempo, no sé ahora, cada miembro del “Hono” tenía un guardia personal que lo seguía a todas partes. El mío andaba tras de mis pasos mientras buscaba a mi novio. Finalmente, lo encontramos en un pasillo mal iluminado. Estaba con la sotana negra subida hasta el pecho, el pantalón y ropa interior en las rodillas, y una chica tenía sus piernas alrededor de su cintura. Creo que ni cuenta se dieron que los vimos. Me fui a las gradas de la entrada a llorar, mi acompañante/escolta me consolaba y secaba mis lágrimas con su capucha. Vimos el amanecer sentados en esas gradas.

Esas mismas donde había encontrado de nuevo a mi amor platónico de adolescencia. Esa tarde de 2004 tuve tiempo para pensar en el pasado, en mi presente y preguntarme qué sería de mi futuro. No sabía que al llegar ese día a ese lugar en ese momento estaba cambiando para siempre mi destino.
Llegó la hora del show de Ranferí, me senté en medio del salón y cuando salió el chamán de mis sueños se iluminó el escenario, el Paraninfo y mi vida. Cada refrescante nota intentaba revivirme, como a una flor marchita.

No sé cuánto duró el concierto, para mi no era un tiempo medible en minutos o segundos, sino en sensaciones y pensamientos que fluían a mil por hora. Era como si el muchacho que me había hecho sentir enamorada por primera vez tantos años atrás, había recorrido un camino que lo convertiría en ese hombre que ese día me ofrecía esa fresca lluvia de música y me gustaba aún más. El que me convenía no era el presumido rockero de 1988, el que en realidad estaba destinado para mi era ese artista consumado que sacaba música de todo lo que tocaba, hasta su cuerpo.
Todavía en trance, levitando, sentía algo me trataba traerme de vuelta. Era la vibración de mi celular en el bolsillo que insistía e insistía que regresara a tocar tierra. Era mi cita de esa noche que ya estaba afuera esperando de mal humor. Le contesté y atiné a decir que ya salía. Había pensado esperar al final para hablarle a Ranferí, para ver qué sentiría estrechándole la mano. Pero debía irme y regresar a mi locura. Le dije adiós de lejos, claro, ni cuenta se dio. Yo era una persona más encantada por su arte.

Me fui a mi acostumbrada reunión de música, juegos de mesa, alcohol y otras sustancias con mis amigos, mi familia adoptiva, mi mara. Pero seguía fascinada, recuerdo como si fue ayer que, mientras esperábamos al dealer en la solitaria y silenciosa esquina, le dije a mi amigo: “Hoy vi algo que nunca había visto”, y el conté la experiencia. Él tenía otras cosas en mente, apenas me puso atención.
Pero la suerte estaba echada, en mi se había encendido una llamita de las cenizas de la adolescencia. Ese calor no se detendría hasta volverse una llamarada, después un incendio declarado, que me cambiaría por completo. Como la roza que deja el suelo fértil, a mi me dejaría apta para amar y dar la vida.

De ese día, nació este texto que publiqué en mi columna de Monitor de Siglo Veintiuno una semana después, a finales de agosto 2004 (lo comparto intacto):

Confesiones de una pequeña groupie


Todos tenemos algún episodio oscuro en el pasado del que quisiéramos olvidarnos. En mi caso, antes de andar defendiendo los derechos de las mujeres y amargarme, traté de ser una groupie.
Apenas estaba empezando el secretariado y para mi mejor amiga y para mí, no había nada más importante en el mundo (me sonrojo al recordar) que Alux Nahual. No voy a entrar en detalles de las visitas en sus ensayos, las cartas, los regalos y la poca gratitud de los susodichos. Solo diré que amaba a Ranferí Aguilar como solo puede una quinceañera. Las tripas se me revolvían y dolían cuando lo miraba, y cuando lo oía cantar, a veces lloraba. El, como buena estrella de rock, tenía miedo de mis histerias y me trataba con cautela.

Quince años  después, por cuestiones de trabajo fui al Paraninfo Universitario. Me pidieron que me quedara porque habría una presentación de Ranferí. Un terrible golpe de nostalgia me hizo quedarme.
Se apagaron las luces y apareció vestido todo de blanco con un aire chamanesco. A pesar de su melena canosa y sus amplias entradas, en su rostro hay una vitalidad que le da todavía un aire de juventud. Además, el hombre como que hace sus ejercicios porque en lugar de ser un cuarentón con panza chelera, se mira en óptimas condiciones. Sentada a solas en la oscuridad disfrutaba de nuestro reencuentro, aunque él ni siquiera se imaginaba que se llevaba a cabo. Concentrado en la música de su disco Hacedor de lluvia, se entregaba emocionado a su arte. Yo trataba de adivinar cuántos hijos tiene, si está casado todavía, cómo le hace para envejecer con tanta gracia (suerte que no han tenido los otros aluxes).

Cuando se acercaba el final del concierto, me tentaba la idea de acercarme y decirle “sé que no te acordás de mí, pero hace mil años te amaba con locura”. Una llamada me regresó a mi vida adulta de hoy, le eché una última mirada y su maravillosa sonrisa de hombre bueno iluminaba el escenario. Decidí que no me arrepentía de mi no correspondido amor de adolescente, y le dije en voz alta “hubiéramos sido tan felices…”

 

viernes, 18 de abril de 2014

El monstruo azul

Es cierto, a veces me vuelvo otra persona. Sale mi amado y odiado monstruo, ése que no piensa antes de hacer y ríe enloquecido mientras desbarata todo.

Es un poco como el pájaro azul del que nos habla Rubén Darío. A veces toma el control y dice y hace cosas que piensa son necesarias.
La otra, la que escribe esto, es la que tiene que limpiar el desastre, hacer el control de daños. Disculparse si hay que hacerlo, aguantar los insultos y los escupitajos.

Generalmente lo tengo bajo control, para poder vivir en sociedad, para ser aceptada. He tratado de domarlo, le tengo cariño. Me sirve para crear y para tener valor, para no ser como los demás, por eso lo arrullo y le cuento cuentos. Lo peino y lo hago reír.
Le gusta salir de parranda, oh sí, y lo hace todo en exceso. Por allí se la ha visto en desenfrenadas noches, con los ojos tristes pero la sonrisa grande, y vaya que le gusta bailar.

Pero cuando algo lo provoca, ¡sálvese el que pueda! No entiende razones ni tiene consideración de nadie. Solo reacciona y aplasta.
No entiende por qué tiene que soportar que otra persona quiera adueñarse de su mayor tesoro. Que imágenes de su amor besando otros labios tengan que ser exhibidas, que alguien por pura mezquindad le vede el paso a una vida plena.

Me siento como el dueño del pájaro de azul. ¿Acaso la solución es la que él plantea Darío en su cuento? ¿Un balazo que acabe con él, pero también conmigo?
Oh Darío, ilumina mi pluma y ayúdame con este dilema. Poetas malditos, los invoco...