Como la mayoría de nosotros tengo miles de
fotos digitales archivadas, al tratar de organizarlas me di cuenta que en los
últimos siete años le he tomado imágenes de casi cualquier cosa gracias a que
siempre, literalmente, tengo una poderosa cámara en la mano. Pero no siempre
fue así.
Cuando mi hijo nació hace 10 años, y yo empezaba
a acostumbrarme a lo de las fotos digitales, me hice el propósito de ir
imprimiendo las fotos de 100 en 100. Pero solo lo hice dos veces, luego no solo
era imposible elegir solo 100, sino que ese artefacto llamado álbum de fotos se
volvió casi casi un artículo de museo.
Ahora se reserva para documentar eventos especiales
como bodas, bautizos, graduaciones. Se acostumbra para compartir los momentos
más importantes de esos eventos con otros, tener a mano ese registro. Pero aún
esas versiones están seriamente amenazadas por otras presentaciones, como los
marcos digitales o las televisiones inteligentes. Incluso, acabo de ver una
especie de "revista" de una boda que tomó el lugar del famoso álbum.
Todas las casas de nuestros padres estaban
llenas de ellos de esos álbumes, algunos eran gordos y pesados, algunos más
livianos o incluso algunos solo contenían 24 o 12 fotos y parecían pequeñas
libretas. También habían bolsas o cajas de fotos menos importantes, huérfanas o
que simplemente no alcanzaron a ocupar una página de los álbumes.
En realidad antes tomábamos fotos solo en ciertas
ocasiones y no eran muchas porque había que cuidar el rollo (y el bolsillo). Pero
además, había sorpresas al revelar, llegaba uno todo feliz a recoger las fotos
y la mitad medio eran buenas, el resto movidas, con un dedo que tapaba la cara
de alguien o de plano una que solo era una mancha negra.
En el periodismo me tocó vivir también la
transición. El periódico en el que empecé a trabajar fue de los más rezagados
en este tema, así que mi compañero de fórmula, generalmente Stanley Herrarte,
se las tenía que ingeniar para administrar los rollos que le daban. No sé, me
parecía que por eso mismo las fotos eran más pensadas, más planificadas y, bueno,
mejores. Me daba cuenta de la dedicación que le ponía a cada toma, como un
artista componiendo un cuadro en su cabeza.
Por la dinámica de las noticias, el rollo
de película implicaba ciertos inconvenientes. A veces había que correr para ir
a dejar el rollo y así pudieran trabajarlo y digitalizarlo, así las fotos
estarían listas para la hora de cierre. Había unidades móviles que se encargaban
de andar recogiendo el material (ahora una computadora, o un teléfono
inteligente, y una buena conexión a internet son suficientes).
Las primeras veces que me tocó lidiar con
las fotos digitales para un artículo no me gustó. Recuerdo por ejemplo que
luego de una visita al lago de Amatitlán, cuando me tocó trabajar con otro fotógrafo.
Al regreso del viaje me pidió que eligiera fotos para la nota y me entregó una
"selección" de 500 fotos. Me fui de espaldas. Me costó decidir cuáles
serían las 7 que salieron en mi artículo.
Soy nostálgica. Siento cierta atracción por
las fotos de antes, a mi me encanta llegar a una casa y que me enseñen los
álbumes de la familia. Creo que esas fotos encierran una historia rica, más
real y que se pierde cada segundo.
Porque las fotos impresas no son eternas,
se borran con los años, y los negativos son escurridizos, se pierden. Tal vez
por eso hay que ver los álbumes cada cierto tiempo, ir viendo cómo se van
esfumando poco a poco las imágenes hasta llegar a ser casi sombras. Luego solo
serán recuerdos. La humedad y las polillas, en casa de padres y abuelos, puede
acelerar el proceso.
Cuando me mudé al apartamento donde vivo encontré cientos de fotos de la familia de mi marido. Algunas caras eran
muy conocidas, otras no tanto. Por eso es necesario que alguien te guíe como en
un museo, explicando las “piezas” que no comprendes. Una “visita” por esas
imágenes me hizo comprender mejor al hombre que amo, ver su devenir. Lo vi
transformarse de un flaco adolescente a un rockero, luego a amoroso padre de dos
hermosas hijas.
También pude ver a mis suegros en sus
múltiples viajes y logros académicos, a mis cuñados en sus bodas y nacimientos
de sus hijos. Aunque llegué a esta familia no hace mucho, las fotos me pusieron
al día de los momentos más importantes. A mi hijo también le encanta hacer
estos recorridos y reconocerse en los rostros que ve.
Así pudimos darnos cuenta que el espacio
que ocupamos en esta casa ahora ha sido por décadas el escenario de importantes
momentos familiares.
Pero también noté que en los álbumes hay
imágenes que faltan, espacios donde evidentemente había fotos que fueron
removidas. Con esas sustracciones, aquellos guiones que se armaban en los
álbumes de fotos quedaban sin una pieza que toca imaginar porque, en
realidad, nadie quiere hablar de "eso" que falta.
Qué cosa tan triste cuando, a propósito se "borra” a una persona de la historia. Es decir, luego de haber sido
parte de ese entorno ocurren rupturas que destierran a esas personas hasta de
las imágenes. A veces por respeto a quienes han tomado sus lugares, otras
porque su presencia dejó mal que sabor de boca en todos. O por ambas razones.
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