A veces las cosas que
creemos que nos darán la felicidad eterna, simplemente no lo hacen. A muchos
les pasa con el matrimonio, sueñan con vestidos blancos y fiestas de ensueño y,
bueno, unos años después muchas veces viene la desilusión. Una sensación de
“¿esto era todo”.
A me pasó con lo de
publicar. De jovencita mi sueño dorado era entrar en una librería y ver un
libro mío en los estantes. Pensaba que en ese momento algo en el universo se
alinearía y habría un estallido de amor y paz.
Sí fue emocionante,
pero no cambió mi vida.
Publicar es un acto
ajeno a la literatura, está más ligado al marketing, a lo material. Como dijo
Cortázar, al terminar de escribir hay que guardar la pluma e irse a beber vino
con los amigos. Que otros se encarguen de lo que sigue. Para muchos escritores
las presentaciones y lecturas son un mal necesario para que se conozcan los
libros, aunque es de admitir que hay algunos que las disfrutan. Los admiro,
logran una comunicación especial con los lectores y amantes de la literatura.
Yo sufro mucho, quiero
que la gente me lea, no que me oiga tartamudear y olvidar lo que tengo que
decir.
Algo que sí me gusta
mucho, aunque es posterior al acto de escribir, es cuando la gente expresa lo
que siente al leerte. Aunque sean críticas, es interesante que alguien entre a
tu mundo y trate de recibir el mensaje que mandas, aunque a veces esté cifrado.
Cuando alguien analiza y critica con fundamentos, uno puede mejorar.
Pero cuando son
elogios, por curioso que parezca, es más complicado aceptarlos. Es como cuando
alguien te echa piropos, no sabes si son sinceros para empezar, y luego no
sabes cómo reaccionar para no parecer presumida sino más bien agradecida. Es un
sentimiento complejo.
A veces la gente
quiere saber por qué escribiste tal cosa, y no saben que uno a veces también
quiere saber lo mismo. Preguntan cada cosa, unos estudiantes universitarios me
preguntaron “¿para qué grupo objetivo escribe?”. Se pueden imaginar mi
respuesta.
Además de periodistas,
me han entrevistado gente de toda edad por tareas de la U o del colegio, u otros solamente quieren saber qué onda conmigo. Algunas personas con
las que me topo me dicen: no te conozco a ti pero sí lo que escribes. Se siente
bien.
Una vez cuando iba
rumbo a la universidad en un metrobus repleto de estudiantes que iban tarde a
clases y exámenes, muchos todavía preparándose a última hora, me tocó ir de pie
junto a una chica que leía mi Diosas Decadentes. Fui todo el camino viendo la
cara que ponía, tenía miedo de algún gesto de espanto, o alguna mueca de
desprecio.
Pero no. Iba leyendo
absorta, quizá tenía una comprobación de lectura esa misma tarde. Sus ojos
volaban de una línea a otra. En algún momento sonrió divertida y vio a su
alrededor, algo pícara. No se imaginaba que quien escribió aquello iba allí
delante de ella.
No obstante, luego de
tantos años, todavía me cuesta trabajo asumirme como escritora, siempre fue
así. A pesar de que escribo todos los días, y si no lo hago me siento vacía. Mi
marido se enoja cuando me presento como “periodista”, generalmente me corrige y
le dice a la gente: “no, ella es escritora”. Yo me sonrojo pero él se siente orgulloso de mi.
Mi problema, como
decía el Bolo Flores, es que tengo demasiado idealizada a la literatura. No me
importa tanto publicar y figurar y ser llamada artista, como escribir ese libro
que yo quisiera leer. Esa es una tarea titánica. No es cuestión de sentarse
a escribir y ya.
Como dijo Sabato, mi
adorado Sabato, el principal problema del escritor tal vez sea evitar la
tentación de juntar palabras para hacer una obra. Según él, Claudel dijo que no
fueron las palabras las que hicieron la Odisea, sino al revés.
Para mientras hay que
llenar el “pozo” de experiencias, de lecturas, de sensaciones, de música, de
lágrimas, de orgasmos. Hay que salir a darse contra el piso, a oler flores, a
bailar dando brincos, a dar besos en la madrugada, a llorar como un niño. Yo procuro siempre hacerlo, luego de esas largas jornadas vuelvo con tanto que decir, con todo atorado en la mente y en los dedos,
lo voy dejando salir poquito a poquito, gota a gota…
Para mí, así es como
ocurre la magia. Luego viene un largo trabajo de edición, de “orfebrería”, y
más edición.
Eso es la literatura,
lo demás, es ajeno pero no deja de ser placentero también. El domingo pasado
llegamos corriendo al cine porque la función ya iba a empezar. Cuando le
entregué mi tarjeta a la chica de la caja vio mi nombre y levantó la vista. Oh
no, pensé, hay algún problema con mi compra en línea.
Ella me dijo: “¿usted
es la escritora?”. Detuve mi tren y mi estrés y sonreí, un día antes me había
pasado lo mismo en una fiesta. A veces me siento olvidada por la gente, lo cual
probablemente es mejor, pero cuando esto pasa te das cuenta que tal vez, solo
tal vez, ya es hora de publicar otra vez.
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