Hace poco
una buena amiga me recordó el primer apartamento donde viví como mujer
independiente. Son lejanos pero queridos recuerdos, conservo queridas amigas
que conocí en ese tiempo.
Irse de la
casa de los padres es difícil, pero a mi entender, necesario. Viviendo por nuestra
cuenta se aprenden valiosas lecciones que sirven para toda la vida. En mi caso, ya no me sentía bien. Siendo
independiente económicamente también quería serlo de otras formas. Porque es
lógico, como dice la gente, mientras estés bajo el techo de tus padres ellos
ponen las reglas.
Es un momento incómodo, cuando tu familia es convencional quieren que llegando a los 25 uno empiece a pensar en casarse, que siente cabeza, como si fuera la única opción para la mujer. Si uno no lo hace o no tiene interés, lo empiezan a ver como rara, o que tiene algún problema. Ese es un momento crucial, pues quedarse significa vivir con esa presión y/o vivir con muchos problemas y desacuerdos. Irse podría ser una especie de ruptura con la familia, pero es encontrarse con uno mismo. Opino que hay que vivir con intensidad todas las etapas, no saltarse ni una. Si no, luego puede arrepentirse. He visto chicas que se casaron "bien" y muy jóvenes, pero luego añoraron todo lo que la independencia otorga y enseña.
Todavía
algo indecisa, tuve un golpe de suerte. En un condominio que quedaba a metros
de mi trabajo, mi centro de estudios y el centro del universo para mi (la
USAC), un grupo de patojas necesitaban una roommate más. Claro, como todos, yo
soñaba con tener mi propio departamento para mi solita, pero era imposible con
un sueldo de oficinista.
No logro
recordar cómo me enteré que en el Condominio Santa Rosa había una “vacante”.
Era, supongo que todavía lo es, un complejo de apartamentos seguros, amplios y
muy bien diseñados, con áreas de jardín y de juegos. Un lugar donde cualquiera
quisiera vivir.
Toqué la
puerta vestida de manera más bien formal debido a mi trabajo como secretaria, y
me abrió una chica en chancletas y pantaloneta. Adentro había otras patojas que
casi al medio día parecían que se acababan de levantar. Todas eran más jóvenes que
yo y del interior del país, sus padres las habían mandado a la capital a
estudiar y les mandaban mensualmente dinero (y a veces cajas con comida casera).
A ellas les extrañó mi caso, siendo de aquí no quería vivir con mis padres,
cosa que ellas añoraban.
El
apartamento era grande como para una familia numerosa, así que para que los
costos fueran menores se podían acomodar hasta 6 personas. Por esa razón, la
renta era una ganga. No lo dudé ni un segundo y acepté. Ellas me dijeron cuáles
eran sus reglas y todas me parecieron razonables (del tipo de hacer pagos
puntuales, cada quien usa su champú, nadie debe tocar la comida de las demás,
entre otras).
A comparación
de la amplitud con la que vivía con mis padres (además de mi dormitorio con un
gran clóset, después de que se casaron mis hermanos tenía espacio de sobra,
hasta tenía un cuarto donde guardaba solo zapatos y otro para mis amigas cuando
se quedaban), la habitación que me tocó era pequeña pero era perfecta para mi.
Afortunadamente, el resto de la casa era amplia y luminosa. Además, era
satisfactorio poder pagar todo eso con mi propio dinero.
Yo les pedí
solo una cosa: quería redecorar el lugar. Me horroricé al ver las cortinas que se
sostenían con lazos, las paredes estaban desnudas, prácticamente no había
muebles. Ellas aceptaron un poco intrigadas, no entendían por qué quería hacer
eso. Siempre he tenido la necesidad de personalizar lo que me rodea.
Recuerdo
que al final de la negociación, una de ellas me dijo: “vamos a vivir como en la
serie Friends”. Yo sonreí a la fuerza. Es un cambio muy brusco de repente
chocar con otras 5 formas de vida con personas que no son de tu familia, aunque
puede ser una fiesta, claro, también hay problemas cotidianos.
A pesar de
los años de trabajar y estudiar en la U, y estar metida en política
estudiantil, había situaciones en las que realmente era inexperta. No sabía
dónde se pagaba la luz, por ejemplo, ni cómo preparar una simple olla de arroz.
Recuerdo que las primeras semanas fueron una fiesta sin parar, podía hacer lo
que se viniera en gana (claro, sin dejar nunca de ir al trabajo o a estudiar).
Cosas tan tontas como poder ver tele hasta tarde o comer en la cama me hacían
feliz. Pero, llegó un día en que me enfermé de gripe. Allí me sentí indefensa y
extrañé mi casa, a mi mamá para que me cuidara y curara, pero tuve que hacerle
frente sola. Fue toda una lección.
Para las
demás, aquel apartamento era un lugar para hacer tareas, comer y dormir. Su
verdadera casa, estaba en su pueblo. Para mi, no había otro lugar a dónde ir,
por eso me esforcé por hacerlo mi hogar.
A ellas les
encantó que hubiera un cómodo amueblado de sala, de bambú para más señas, pero
no entendían las manchas que había colgado en un cuadro. Era una reproducción
de obra de Kandinski. A pesar de que me esforcé, y gasté, para que aquello
pareciera un hogar, era la que menos lo disfrutaba. Salía muy temprano a mi
oficina, que podía ver desde mi ventana, y regresaba en la noche después de
clases. Prácticamente no usaba mi carro, solo para ir a lavar mi ropa, a
visitar a mi mamá y al supermercado.
A veces
regresaba a media tarde a hacer una siesta y encontraba a mis compañeras jugando
como niñas, en guerras de agua o de comida. Oyendo música merengue o salsa a
todo volumen, hablando por teléfono sin parar o chateando con extraños de otros
países. No podíamos ser más diferentes.
Pero los
fines de semana, feriados y vacaciones aquel lugar quedaba vacío (ellas se iban
con su familia) y era todo para mi. Había música trova y rock, olor a incienso,
tabaco y mariguana y, sobre todo, largas charlas sobre arte y literatura. A
veces subíamos al techo a ver las estrellas por horas. Mis amigos, algunos
peludos y otros de aspecto dark, no le caían bien a los guardianes ni a los
vecinos.
Mis compañeras tenían que aguantar mis costumbres para ellas raras. Tengo que reconocer que llegué a escandalizarlas (sobre todo a las primeras habitantes) y hasta cierto punto fui la causante de que las cosas cambiaran, se dieron por vencidas conmigo y las originales se fueron, me fui quedando con el control y administración.
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