jueves, 1 de octubre de 2009

Mi niño


La primera vez que lo vi era un frijol con corazón, un minúsculo ser en forma de guisante que brincaba con cada latido en la pantalla de la clínica. Meses después, pude verlo en una impresión de ultrasonido, lo que para los demás era un montón de sombras, para mí era un rostro que me sonreía.
Cuando al fin vino al mundo, recuerdo que era moradito y al besarlo lo sentí tibiecito, lloraba desesperado en medio de aquella sala de partos. Inmediatamente se lo llevaron para pesarlo, limpiarlo, vestirlo, fue la primera vez que nos separábamos y yo me quedé preocupada y desconcertada. Me preguntaron si me quería dormir pero yo no quise, quería estar despierta para cuando regresara.
Mientras me recuperaba de la operación, no dejaba de preguntar dónde estaba mi bebé. Las enfermeras se miraban entre sí como preguntándose ¿y ésta por qué no está dormida? Una de ellas se compadeció y fue a traer a una cosita arrugadita enrollada como un taco y con los ojos hinchados, que me acercó apenas por unos segundos.
Creo que fue una crueldad hacerme esperar toda la noche (la cesárea terminó como a las 11) para reunirme con mi hijo. Como no había aceptado los medicamentos para dormir, no pude pegar un ojo, pasé toda la noche pensando y pensando y pensando. Fue una larga vigilia, contando cada segundo. El amanecer me encontró ojerosa y emocionada, luego llegó una enfermera con un carrito donde él iba dentro. Ya menos morado y no tan llorón, abrió los ojos lo más que pudo y no dejaba de mirarme, como reconociéndome. Yo, sencillamente, estaba en éxtasis.
Desde entonces, tengo un refugio en su mirada, en sus pequeños brazos, en su boquita que dice las cosas más divertidas (aprendió a decir “te keko” bien rápido). Tiene una forma de ser muy especial, en realidad es tranquilo, como su papá. Aún así, a veces me saca de quicio cuando quiere andar en triciclo por la casa, cuando quiere bailar mil veces la misma canción. Quizá no soy la mujer más maternal del mundo, quizá el papel de madre no es el más idóneo para mí, pero cómo amo a ese niño. Ese pequeño al que le encantan los carros, que gusta de “aplastarme” en el sillón, que tiene una hermana imaginaria (a quien llama “nena” pero es en realidad una vieja almohada) a quien corrige y enseña, que discute y juega con su amigo imaginario a quien llama “gunasito”. Ese niño que adora los chocolates, el yogourt y cualquier cosa con limón y sal.
Hoy quisiera regalarle un mundo mejor, quisiera prometerle que tendrá una larga y feliz vida, quisiera darle la mejor educación posible, quisiera, quisiera quisiera…
Sin embargo, él no pide nada. Solamente me recibe feliz en la puerta cada tarde, feliz de verme, feliz de que sea su madre. Su inocencia es el mejor antídoto para la locura de cada día, para el cansancio, para las preocupaciones adultas. Tenerlo en mi vida me ha cambiado, me ha humanizado, me ha enseñado mucho más de lo que yo podré enseñarle a él jamás.
Apenas va a cumplir 4 años, cuánto nos faltan por recorrer. Solo espero estar ahí en cada caída, en cada alegría, en cada corazón roto, en cada triunfo.
Feliz día del niño, mi amado Manuel.

7 comentarios:

el VERDE !!! dijo...

encantador post...

thisisnotabloggerblog3 dijo...

Qué de a huevo. Feliz día del niño para tu hijo y para ti.

maruluarca dijo...

Siempre te leo y no comento. Pero este post me movió el tapete. Es tu historia y es la mía. El guión de ser mamá. Felíz día del niño para tu Manuel!

Engler dijo...

genial! como los niños! GENIALES!

Patricia Cifuentes dijo...

Maravilloso post!

David Lepe dijo...

Precioso.

Stanley Herrarte dijo...

wow, la jes maduró. te keko amigis!