sábado, 8 de junio de 2013

La incondicional

Mucho se ha dicho sobre el ejército y sus miembros en los últimos meses, a causa del juicio por Genocidio, tanto en contra como a favor. Aunque me cueste entenderlo y aceptarlo, sí hay quienes los defienden, claro, de una manera muy peculiar.

Eso me ha dejado pensando mucho. Estando en la universidad y metida en diversas organizaciones “de izquierda” empezó mi rechazo a los militares, gracias a mis lecturas y conversaciones con los compas. Era lo más natural, como si fuéramos enemigos naturales.

Sin embargo, crecí en un mundo donde el papel de los militares era considerado importante y de prestigio. Esto ocurría en medio de la guerra, cuando no se sabía en detalle todo lo que ocurría en realidad en el interior. A la ciudad sólo nos llegaban las noticias oficiales dónde, claro, los héroes eran los chafas.

Estudié en un colegio católico de la zona 5 que está muy cerca del Campo Marte (el patio colindaba con la escuela de equitación del ejército). Un colegio austero, ni bonito ni feo, académicamente muy bueno y que aceptaba jovencitas de todo tipo. Habíamos muchas del barrio, hijas de obreros y comerciantes, gente sencilla. Pero además había hijas o familiares de militares. Algunas venían expulsadas de colegios “caqueros”, pero a otras  sus padres querían enseñarles algo al inscribirlas en un colegio promedio. Vivían en la zona 16, en la colonia “Lourdes” y sus alrededores (algunas, como V. vivían en grandes terrenos que más parecían granjas).

Allí se creía que estar emparentado o relacionado con algún miembro del ejército tenía algo de glamour. Para terminarla de fregar, estaba de moda “La incondicional” de Luis Miguel,  en cuyo video se podía ver una romántica historia de amor imposible entre una colegiala y un cadete. Mis compañeras suspiraban por los estudiantes del Adolfo V. Hall o de la Politécnica, sobre todo vestidos de gala (yo suspiraba por un guitarrista). Que te invitaran a uno de sus “bailes” era algo que te daba status (yo fui una vez acompañando a un primo que no encontró con quién ir, fue una experiencia bastante aburrida, estirada y fría, nada parecida al video clip del mexicano).

Claro, con el tiempo comprendí que quienes miraban de lejos a los militares solo apreciaban la fachada, el brillo y la pompa. Pensaban que ser novia o esposa de un oficial era sacarse la lotería, que se aseguraban una vida de comodidades y mimos. Sin embargo, también descubrí que las que estaban adentro vivían muchas veces realidades muy poco románticas que incluían infidelidades, indiferencia, machismo y violencia intrafamiliar que se vivían de la puerta para adentro.

Nunca voy a olvidar a V. cuando le tocaba hacer la oración de la mañana. Ella era una patoja flaquita, obediente y calladita, pero había algo de tristeza en su mirada. Tal vez era solo mi imaginación. Estábamos en 5to secretariado bilingüe, era el año 1989, en su plegaria además de pedir por nosotras y nuestras familias, ella con los ojos cerrados, casi a punto de llorar, le pedía a Dios por los “especialistas” del ejército que estaban luchando por la patria. Yo era muy ingenua todavía y no sabía de qué hablaba.

Cuando me enteré qué eran los especialistas y cuál era su trabajo, me sentí muy ofendida por haber sido parte de esas oraciones. Menos mal nunca tuve verdadera fe, así que de mi parte esas peticiones no creo que hayan servido de nada.

Está claro que gente como V. y su familia ahora no entienden a los que vemos con horror lo que realmente pasó en la guerra y pedimos justicia. Para ellos esos militares son héroes a los que hay que honrar. Lo tienen metido en su cabeza desde niños. Me gustaría ahora hablar con V. y preguntarle si volvería a rezar por un torturador, pero casi puedo oír su larga e indignada respuesta como la misma de ayer, la incondicional, o sea que mejor no lo haré.

jueves, 9 de mayo de 2013






El primer día de la madre

Allí estaba yo: soltera y embarazada a los 33 años. Fue todo un shock, la noticia más devastadora que había recibido jamás. Como suele pasar, fueron mis compañeros de trabajo en Siglo Veintiuno quienes se enteraron en primicia, todos ellos solteros y bohemios que lejos estaban de siquiera pensar en tener hijos. Sin embargo, fueron muy solidarios.

Me sentía de bajón, la sensación del embarazo era muy rara para mí. Cansancio, sueño, calor, náusea, emociones encontradas, euforia, incertidumbre, todo junto. Supongo que hay personas que se han pasado toda su vida esperando por el momento de ser padres y lo ven como algo indispensable. Pero hay otros, como yo, que no están tan seguros que sea una buena idea traer a otro habitante a un mundo tan decadente y corrompido.

Con un poco más de dos meses de embarazo, o sea que casi no se me notaba, no les había contado a muchas personas acerca de mi estado. Tenía que asimilarlo yo primero, lo más importante era acomodar esa sensación dentro de mí. Además, no sabía qué respondería a las preguntas que inevitablemente vendrían, sobre todo de mi familia, si no había resuelto qué haría con mi existencia y la del fruto de mis entrañas.

Sin duda, era tan fuerte el dilema que estaba pasando que afectaba mi trabajo, el cual hasta entonces era lo más importante en mi vida. Por esa razón, en una reunión editorial, decidimos que escribiría un tema sobre algo que no sabía que existía: la depresión pre parto. Así mataría dos pájaros de un tiro: haría un artículo para el día de la madre y encontraría respuestas a mi problemática.

Investigué el tema y no fue difícil entender que efectivamente eso era lo que yo tenía. Sentía que el mundo seguía adelante sin mí, que ya no encajaba en él. Al terminar de escribirlo, me sentí mucho mejor al comprender que ser madre es un proceso complejo, no era para nada como yo me lo imaginaba. Si yo a los 33 años estaba en medio de una tormenta al enterarme de mi embarazo, me imagino lo que tienen que pasar las adolescentes que “meten las patas” y son juzgadas por quienes las rodean.

Escribí el artículo de manera bastante personal, dejando claro que yo estaba embarazada. Sería mi muy particular forma de dar a conocer que sería madre. Tenía tanta libertad creativa en ese entonces, así como le declaré mi amor al padre de mi bebé por medio de una columna, le gritaría al mundo por medio de una nota periodística que tendría un bebé, dándole la bienvenida como a un pasajero dentro mi para iniciar un viaje juntos.

Solo había un problema, mi mamá no sabía todavía y sería de muy mal gusto que se enterara al leer el periódico. Debía decirle antes porque lo primero que hacía mi mamá los domingos, luego de servirse el café, era abrir la Magazine 21 para ver qué había escrito su hija.

Los días pasaban y no me atrevía, mientras tanto el artículo iba derecho a las rotativas para imprimirse. Saldría el domingo 8 de mayo, sin falta. Yo que tan osada me creía, tan liberada, tan avant garde, tenía pánico de enfrentarme a mi madre, oh,  mi madre. Una mujer sencilla tan diferente a mí, que se escuda tras su maternidad sufrida y abnegada, que ve todo blanco y negro, que pensaba que yo era una oveja negra que algún día se blanquearía y entraría en el rebaño.

Pero yo quería ser madre para seguir creciendo como ser humano, pero sin renunciar a todo lo que había conseguido, a mi forma de vida, a mis principios.

Así que llegó el viernes 6 de mayo 2005, mi última oportunidad para decirle a mi mamá que sería abuela otra vez. Decidí ir sola porque yo sabía que no sería nada fácil, no quería que mi amado sufriera las consecuencias. Fui a su casa y la encontré inusualmente contenta, me dio pena arruinarle ese día su alegría, luego de cenar me hizo piojito hasta que me quedé dormida y ella miraba noti7. El sábado por la mañana yo tenía un antojo muy fuerte de huevos revueltos con pan francés, y ella muy complaciente me los sirvió y desayunamos. No me atrevía, ¿cómo decirle que estaba embarazada sin estar casada cuando para ella eso era literalmente pecado?

Salimos a caminar, hacía un día precioso, pensé “se lo diré bajo un árbol, en medio de flores y pájaros, y será un momento inolvidable”. Pasamos el árbol y fuimos a comprar ingredientes para un almuerzo que según ella me gustaría. Sin embargo, todo lo que olía me daba náusea y estaba cansada de tener que disimular.

Apenas toqué la comida, luego me dio un sopor extraño que me daba luego del almuerzo: sueño y calor, una incomodidad total. Me dormí un rato, inquieta. Desperté sudando y decidida. La senté en la mesa, la vi a los ojos y le dije que tenía algo importante que decirle. Ella, todavía sonriente, me preguntó “¿se va a casar?”. Cuando le dije que no, pero que estaba embarazada, fue lo más parecido a romperle el corazón.

A la vez que mi cuerpo se relajaba y la pancita se asomaba con más confianza, ella fue montando en cólera. Como no podía agredirme físicamente (por primera vez algo la detenía), me acuchilló con palabras más hirientes que una bofetada. No paró hasta que me sacó de su casa, sabía que su enojo no terminaría, así prefería que me fuera. Agarré mis cosas y me fui.

Fue la caminata más triste, no sabía hacia dónde ir, así exactamente me sentía con mi vida. No sabía que rumbo tomar. Tomé un bus pues mi carcacha no estaba funcionando, y me senté viendo hacia afuera. El mundo se miraba diferente, más amenazante y complicado. Cuando me di cuenta estaba llorando y tenía náuseas por el humo negro. Me bajé en el Parque Central a pensar.

Millones de mujeres han pasado por esto, pensé, pero no deja de ser impactante darte cuenta que no solo darás vida sino que serás responsable de ella por muchos años. Luego tendrás un vínculo que no se romperá ni con la muerte. Todavía no tenía un rostro o una manita a la cual adorar o aferrarme, mi hijo todavía era algo abstracto allá dentro que me hacía sentir físicamente mal.

Fui a comer sola a la Patsy y pedí un chuchito, otro antojo. Mientras miraba a la gente pasar, pensé que como siempre lo había hecho hasta ese día, sería totalmente responsable de mis actos, asumiría las consecuencias como vinieran, con valor.

Al día siguiente salió el artículo que pueden ver arriba, todo el mundo se enteró que sería mamá y viví un embarazo difícil por muchas razones. Lo bueno, lo veo ahora, es que esos 9 meses y sus achaques y clavos no son nada comparados con la felicidad que vino luego. Exactamente un año después de ese fin de semana con mi mamá, inicié la etapa más feliz de mi vida y que no ha terminado aún junto al hombre que amo y a mi precioso Manuel, el mejor maestro que he tenido. Todo el sufrimiento valió la pena.

sábado, 6 de abril de 2013

Escritores inéditos dejan de serlo


He sido jurado en un concurso de literatura, una vez más. Cada vez que lo hago siento una gran responsabilidad pero también mucha honra.

Leí poemas, cuentos y novelas de todo tipo. De personas que están empezando, de otras que están a medio camino para tener “oficio” y de otras que saben lo que están haciendo pero simplemente no les sonó la flauta de la inspiración. Digamos que hasta aquí es más o menos fácil ser objetivo, pues se eliminan los que no llenan los requisitos mínimos y no tienen “atributos” como para ser premiados.

Solamente una vez en un concurso después de leer todos los cuentos, 50, supe exactamente cuál debía ser el ganador y coincidimos con el resto del jurado (al abrir la plica la obra era de Maurice Echeverría, cosa que no me sorprendió para nada).

En cambio esta vez había varios finalistas, todos ellos escritores que no han publicado nunca y que seguramente están esperando por una oportunidad. Todos tenían algo interesante, pero había que escoger a los ganadores.

En el caso del cuento, para elegir al primer lugar me decidí por una colección de cuentos que me cautivaron desde la primera línea, que me llevaron a un mundo íntimo y fascinante. Cuando abrimos la plica, descubrí que se trata de una mujer, no sé de qué edad pero si pudiera adivinar diría que está entre los 35 y 40.

Se aprecia claramente una voz literaria que seduce y entretiene, a la vez que sorprende. Con una mirada intimista, en estos cuentos es posible asomarse en la vida de mujeres de diversas edades, tanto en sus alegrías como en sus vicisitudes. Las historias tienen cierres eficaces que dejan al lector satisfecho y con ganas de seguir leyendo.

Y para el segundo lugar elegí un solo cuento largo, que en un inicio me pareció que había sido escrito por un hombre, pero no. Al abrir la plica vimos que se trata de otra mujer, seguramente joven, que no ha llegado a los 30. El cuento tiene una excelente caracterización del personaje principal, quien además es el narrador. Se aprecia un lenguaje urbano bien utilizado y una introspección muy efectiva. Por otro lado, gracias a la descripción tan certera, el lector puede sentirse realmente frente a los personajes y en medio de las situaciones que allí se cuentan. Además, tiene pasajes poéticos y oníricos que conducen hábilmente hacia un final inesperado.

Da gusto encontrar escritoras como estas. Me imagino que son personas que ha trabajado a la sombra y con mucho empeño. Se notan que son buenas lectoras pero que a la hora de escribir no se quieren parecer a nadie. Ahora debo esperar al día de la premiación para conocerlas, será maravillosa estrecharles la mano y conversar.

Al final ser jurado, contrario a lo que pensé al empezar a leer, fue una experiencia enriquecedora. Me encantaría ser yo quien les diera la noticia de que ganaron, decirles que su gran ilusión, la de ser escritores publicados, se hará realidad. Pero no me corresponde, solo me queda imaginar, recordando mi propia experiencia, la agradable sensación que se tiene al descubrir que un jurado ha considerado que tu obra es merecedora de un premio.

Recuerdo cuando me llamaron por primera vez para decirme que había ganado un concurso nacional. Antes de esa llamada no me creía que fuera capaz de publicar jamás. Como no le daba a leer a nadie mis escritos, no tenía la menor idea si estaba haciendo algo digno de leerse o no. Pero luego de saber que era la ganadora, fui a mi cuarto y me cambié, simbólicamente me vestí de “escritora”, llamé a mi mejor amiga y nos fuimos a celebrar a La Bodeguita. Desde ese momento, la imagen que tenía de mi misma cambió para siempre.

Qué daría por volver a tener esa sensación…

Hay que disfrutarla mientras dure, porque cuando pasa uno se da cuenta que la cosa no es tan fácil, que publicar en un país como Guatemala no significa mayor cosa, que es una profesión solitaria y que requiere mucho trabajo.

martes, 2 de abril de 2013

Escritura automática


Hay un demonio en mí, ni dudarlo. A veces duerme por días, semanas, meses, mientras aparento ser normal, como todos los demás. Me gustan los helados, los atardeceres y los niños. Sonrío y me sonríen de vuelta, sin que la gente se imagine que en cualquier momento despertará el demonio. Paso las horas sin decir mayor cosa, sin opinar, sin proferir nada amenazante.
A veces pienso que ya nunca volverá, que ha partido a través de mi aliento de la madrugada buscando otra mente con la cual jugar. Me pregunto si acaso ya soy normal, si ya no habita en mi la necesidad de amasar la locura como barro para hacer espectrales figuras.
Pero de pronto todo cambia. La respiración se acelera, se siente la atmósfera diferente.
Él toma mi mente, mis palabras y mis dedos. Sé que ha vuelto porque la amargura se instala y hasta lo más sublime me parece estúpido. Y, así, al fin, empiezo a escribir otra vez. Los ojos se dilatan, la mirada se pierde y pican los dedos. Empieza un frenesí guiado por no se sabe que fuerzas oscuras, una actividad febril adentro de la cabeza.
Escribir es caer en trance, como un médium, ser poseído sin saber si son fuerzas buenas o malas las que mueven la mano que escribe mensajes de seres de otras realidades.

lunes, 22 de octubre de 2012

Me odias


Conozco ese sentimiento, nadie nos ha enseñado que se llama odio, solo sabemos que es como un latigazo que te golpea de pronto las entrañas, esa marea de ardor que sube por tu garganta y te hace querer gritar, o gruñir, o al menos gemir un insulto.

Me odias, lo has hecho desde el mismo momento que supiste que yo existía, sin ni siquiera conocer mi rostro, sin saber nada acerca de mí. No lo necesitaste. Empezaste, supongo, a crearme en tu mente para tener una imagen contra la cual escupir tu dolor.

Yo era, soy, la materialización de todos tus temores. Pensé que vendrías a destruirme para acabar con tu pesadilla, pero no. Te quedaste como paralizada, doblada por ese golpe que sacó todo el aire de tus pulmones y te hizo morder el polvo.

Me odias porque pensaste que yo te había dado ese gancho al hígado, pero no fui yo, fueron las circunstancias que se fueron trenzando a tu alrededor sin que te dieras cuenta, hundida en ese sopor en el que vivías. Yo he odiado por la misma razón, también he volcado mi ira sobre alguien que he creído ladrona, cuando en realidad era emisaria de la nueva etapa que debía iniciar, la señal de que había que cambiar de escenario. Quizá todo esto te ayudó a despertar, quizá en realidad quedaste libre para ser feliz. Quizá.

Al principio no quisiste conocer a mi verdadero yo, te quedaste con esa imagen que parió tu mente, ésa que era la mezcla de todas tus sospechas. Hiciste de mí una Frankenstein hecha con los retazos de todas tus inseguridades, tus dudas, tus debilidades. Ahora que me ves cara a cara, que hablamos con cortesía y disimulo, espero que se me vaya cayendo todas esas deformidades y tornillos que me pusiste. No tengo superpoderes, ni escupo sapos y culebras, ni hago maldiciones, mucho menos soy una sirena hechicera. Solo soy yo, una mujer promedio, una mujer luchadora, una mujer enamorada.

Yo no te odio, te temo. Ya pasaron 8 años, supongo que seguiremos en este estira y encoge por muchos más. ¿Por qué no seguimos adelante? La vida es corta como para estar gastándola en odiar y temer.

jueves, 6 de septiembre de 2012

Crónica de un par de días


Ver, oír y no callar es la labor del periodista, o del chismoso, según se vea. A mi lo que me encanta es narrar lo que veo como un ejercicio, como el que se entrena para una importante competencia (que en mi caso es terminar mi primera novela).

Siempre se pasa de largo Mixco cuando uno sale de la capital por la Calzada Roosevelt. Hay una vuelta allí que te lleva a ese pequeño pueblo en dos minutos, pero la había pasado toda mi vida sin percatarme. Así que me sentí algo perdida buscando el parque central, que resultó ser pequeño y rodeado de innumerables buses rojos que llevan y traen a miles de mixqueños que a diario trabajan en la vecina y gigantesca capital. Al fin llego a mi destino, sé que estoy cerca de mi ruidosa ciudad pero me siento lejos.

El encargado de la oficina de Relaciones Públicas y Comunicación de la Municipalidad de Mixco es un Mayor del Ejército de Guatemala. Él explica, por si hay alguna duda de su capacidad, que estudió periodismo y que tiene mucha experiencia en el campo.
Además, afirma que es el encargado de organizar la agenda y protocolo del hijo del Presidente de Guatemala, Otto Pérez Leal, actual alcalde de este municipio. Según el Mayor, lo acompaña a todos lados y afirma, como una confidencia no solicitada, “sí, estoy de alta (en el ejército), ese es mi rol”, sin dejar de traslucir cierto orgullo. Finjo interés pero no estoy muy segura de lo que esto significa.

La Municipalidad de Mixco debería ser más grande, y más bonita. Representa a una gran cantidad de guatemaltecos que viven en el Departamento más importante. En cambio, me recordó a las que están en las pueblos más recónditos de nuestro país. Por ejemplo, el baño que usan los visitantes, que es unisex por cierto, es espantoso, apesta, casi casi como el de Trainspotting.

Las oficinas son más bien sencillas y pequeñas. En la de Relaciones Públicas, trabajan hasta 6 personas en un espacio de unos tres metros por tres. Mobiliario sencillo, paredes pintadas de naranja. Eso sí, me contaron que la oficina del Primer Hijo del país sí es digna de un alto funcionario, pero, como dicen en los diarios, este extremo no me consta.

La diminuta pero bien iluminada oficina del Mayor tiene una puerta corrediza que no sirve de nada porque es transparente y arriba no tiene pared, junto al escritorio hay una foto de tamaño casi real del alcalde. En una esquina, que queda justo detrás de él, hay una especie de altar. No llevaba mis lentes, así que me llevó un tiempo darme cuenta que su tema no es religioso, está dedicado a los Kaibiles. Algo dentro de mi se revolvió, pero seguí con una actitud profesional.

Casi 8 meses después de haber tomado posesión este equipo de trabajo, pareciera que no se han terminado de acomodar. Aquello parece una agencia de empleos, muchas personas dejan expedientes que se acumulan y también llegan a preguntar cómo va su “caso”, desde jóvenes graduados del colegio, o incluso con alguna licenciatura, hasta personas modestas, mayores y desdentadas. Nadie habla directamente con el Alcalde, sino que el Mayor es el que recibe las solicitudes y las procesa, busca respuestas y da los veredictos. Esto sin descuidar la agenda política y personal de Pérez Leal.

Gracias a ello, supongo, el Delfincito del PP (que mide casi dos metros) puede trabajar más a gusto. Se le ve entrar y salir con soltura del edificio, vestido nítidamente de manera casual, con las mangas arremangadas pero acompañado por los clásicos guardespaldas de por aquí: corte militar, traje de saco y corbata de color oscuro con mucho uso, lentes ray ban y actitud de desconfianza por todo lo que se mueva.

El alcalde circula serio pero sin evitar los saludos de quienes se le acercan. Un grupo de señoras, por ejemplo, esperaban su clase de baile sin éxito, por lo que él quiso ayudarlas y ellas agradecieron emocionadas. Como decía mi amigo Domingo, un político siempre está en campaña. Luego de ser todo lo dulce que pudo con las damas barrigonas de la sala de espera, entró a Relaciones Públicas con el seño fruncido a regañar a todos por tener ocupado el salón municipal ¡en la hora del baile de la tercera edad! El regaño fue todo un sismo, que incluso tuvo réplicas todo el resto del día. Me imaginé que así ha de ser su papá y así lo aprendió él. Una vida estilo militar, todo en su lugar, cada quien en su puesto y haciendo lo que le corresponde sin chistar.

Quizá por eso quienes trabajan con él tratan de no enojarlo, no perturbarlo, para dejarlo que entre y salga a sus compromisos en las 11 zonas de Mixco, o en la “capital” como dicen ellos, o con otros alcaldes con los que trabaja para formar alianzas y pedir más apoyo del gobierno central aprovechando, claro está, que papi escuchará lo que tengan que solicitar. A veces va con su esposa, una joven de lo más fashion, nítida de la cabeza los pies, que todos miran con curiosidad porque es como poner a una Kardashian en el Mercado Central, como un personaje de otra película.

Los que esperan por sus plazas de trabajo, se mantienen a la expectativa. Se ofrecen incluso a trabajar ad honorem mientras llega la ansiada resolución, que a veces es negativa. Me contaron que se ha visto a varios regalar uno, dos o tres meses de trabajo sin ninguna remuneración. Quién sabe, tal vez más adelante los llamen, este año, el otro, el otro ó el último. O tal vez se relija, o tal vez llegue a diputado, a ministro, o ¡a presidente! igual que su papá. Para todos ellos tiene palabras de aliento el Mayor, de entusiasmo, los invita a creer y a esperar, hay cierto optimismo en el aire. Nadie parece quejarse.

Algo muy extraño ocurre, llaman por teléfono a los que esperan y les piden que lleguen todos al día siguiente vestidos de la misma forma: camisa blanca y pantalón caqui. Pero todavía más extraño, todos aceptan sin ni siquiera preguntar para qué. Así que llegan puntuales y se instalan frente a la Municipialidad, confiados que al fin les confirmarían su añorada plaza. Así se quedan desde las 8 de la mañana dispuestos a esperar lo que sea necesario, es que ya han esperado casi 8 meses, qué más da.

El Mayor es hiperactivo, de otra manera no podría salir de “comisión” en cualquier momento, manejar las Relaciones Públicas y atender a todos los que piden empleo. A veces es enojado, a veces las cosas no le salen como esperaba, a veces lo regaña el “jefe” allá arriba y entonces debe bajar a buscar culpables.

Uno pudiera pensar que algunas cosas se hacen de manera oculta, pero no. Por ejemplo, no ocultó para nada la llamada que recibió de una misteriosa cantante a la que trataba con especial cuidado, como se le habla a una hija, o la hija del jefe, a una mujer consentida que al parecer está del otro lado haciendo caritas de capricho. Ni siquiera intentó cerrar la puerta corrediza.

Esta cantante también llamaba para preguntar por la plaza ofrecida. El contestó que ya todo estaba arreglado, que la “licenciada” ya había dado luz verde, que llegara a formalizar el contrato. Pude imaginar la cara de complacencia de la chica y yo me quedé pensando ¿una municipalidad contratando a una cantante? Luego él le explicó, como para que entendiera que había sido un favor especial, que habían tenido que despedir a los payasitos que daban presentaciones en las actividades infantiles para poder contratarla a ella.

Seguramente, la siguiente pregunta de ella fue acerca del salario. El Mayor cambió de tono y empezó a hablar más despacio. “Sí, mira linda, no se puede dar lo que se te había ofrecido. La Controloría está haciendo auditoría de plazas, es más complicado de lo que parece”. De plano ella preguntó de cuánto estaban hablando,él dijo “cuatro mil quetzales es lo que se te ofrece”. Agregó que “aquí hay graduados de la universidad que ganan menos de Q3 mil” como para que sintiera afortunada, quizá ella no tenía estudios superiores. Luego estuvo varios minutos oyendo, seguro que ella estaba enojada por no recibir lo que esperaba, ¿el doble? ¿el triple? Él asentía y escuchaba.

Luego le dijo, claro y pelado y en presencia de mucha gente, “pero ni siquiera tienes que venir, harías presentaciones los fines de semana y ya, o a veces ni eso". A mi me pareció,ver un enojo fugaz en la cara de una de las personas que trabaja allí hasta 10 horas diarias, incluso fines de semana. "Puedes conseguir otros trabajos y esos Q4 mil serían algo fijo, seguro”, dijo después el Mayor pero la chica parecía no convencerse y él que inició la conversación tan paciente, fue poco a poco cansándose de rogarla que aceptara. Al final, casi le dijo “bueno, lo tomas o lo dejas” porque el otro celular le sonaba y le entraban mails en su iPad.

Parece que ella dijo que sí, porque entonces él le recomendó que le mandara un mail a la “licenciada” agradeciendo la plaza que a mí me sonó medio fantasmal. “Sí mi reina, todo está bien, sí linda, vas a ver que esto te conviene, aquí te espero”, colgó y salió corriendo de su oficina junto al resto de los que acompañan de comisión al Alcalde, salieron sin ver al grupo de personas vestidas iguales que esperaban afuera ya por más de cinco horas, que los vieron partir con disimulada desesperación.

Mientras me alejaba en un taxi corinto, pensaba que nunca sabré qué pasó con el escuadrón blanco y caqui, y tampoco el nombre de la cantante que desbancó a los payasos. Además, imaginé que escenas como estas pasan en cientos de oficinas parecidas en todo el país.

Such is life in the tropics.

domingo, 26 de agosto de 2012

Free lance world


La sociedad te quiere moldear según su conveniencia, eso está claro. Desde pequeña, quisieron matar todo rastro de sueños o aspiraciones. Mis intentos de poner las obras de teatro que yo misma escribía en la primaria fueron objeto de rechazo y hasta de regaños (por los temas que trataba en ellas), pero yo sentía que necesitaba esa expresión. Además, me pareció curioso cómo otros niños necesitaban de mi rebeldía, me apoyaban en mis iniciativas y se involucraban, aunque después yo pagaba “el pato” por todos.

Claro, la censura y los regaños me afectaron, crear se volvió un acto íntimo, clandestino, secreto. A solas iba haciendo los planes que quería lograr cuando creciera, por fuera era una chica más del barrio, en mi mente ansiaba llegar a ser artista. Los libros y los diarios fueron mis únicos compañeros en mi solitaria y oscura infancia.

Cuando estaba en quinto secretariado, o sea tendría unos 17 años, en clase nos pidieron que escribiéramos un ensayo acerca de lo íbamos a ser cuando fuéramos mayores. No fue difícil para mí, no tenía duda alguna. La “miss” que nos encomendó la tarea era una señora algo snob, creo daba clases para no aburrirse solita en su gran casa. Tenía mundo y cultura (nos contaba sus aventuras en París una y otra vez), pero era machista y algo discriminadora. Llegó incluso a recordarnos que habían profesiones para mujeres y otras para hombres, y para pobres y para ricos.

Pues escribí mi ensayo con toda sinceridad, quería estudiar letras y dedicarme a escribir. En otra persona, en otra situación, en otra sociedad, esto no hubiera sonado tan descabellado quizá. Mis compañeras que dijeron que querían ser decoradoras de interiores, nutricionistas, psicólogas, terapistas del habla, recibieron un 100, ¿yo? Otra vez un regaño.

La Miss me llamó aparte, y en pocas palabras, me dijo que una chica pobre como yo no podía ser artista. ¿De qué iba a vivir? Otra vez recibía un NO rotundo por intentar salirme del molde, quería hacerme sentir ridícula por mis anhelos. Lo bueno era que yo ya estaba acostumbrada a la burla y el rechazo, lo malo es que esto solamente hacía crecer mi rebeldía.

Estudiaba en un colegio que tenía gente de todo tipo, muchachas del barrio como yo, pero también hijas de militares y empresarios que como castigo o tacañería estudiaban con la chusma. En lugar de no hacer énfasis en estas diferencias, las maestras las acentuaban. Según ellas, nuestro origen determinaba nuestro destino. Nadie daba un len por mí, estoy segura que muchas pensaron que terminaría mal (mucho más luego de un incidente con la mariguana de la mamá artrítica de una compañera y de un periódico extremista que fundé en el salón de mecanografía).

Cumpliendo con los pronósticos de estas señoras, tuve que trabajar nada más graduándome del colegio. Casi una niña ya tenía que ver por mi misma. Si quería estudiar debía ver cómo lo hacía porque nadie me iba a ayudar. No le hice el feo, además det rabajar de lunes a viernes de 8 a 5, no solo me inscribí en la USAC sino también en la UP para estudiar teatro. Claro, perdí muchas clases por tener que quedarme en la oficina más tiempo, y llegaba a mi casa molida ya tarde en la noche.

Así pasaron muchos años, digamos que en realidad fui una trabajadora que estudiaba y no al revés. Recuerdo un cansancio constante, incluso hambre en esas largas jornadas, penurias pero también una necedad de hacer lo que me gusta.

Así pasé casi una década. Dejé el teatro y me involucré en política y otras actvidades “relacionadas” (huelgueras pues). Luego terminé la U y, claro, a seguir trabajando. Viví unos 21 años ininterrumpidos siendo asalariada.

Dos décadas de aguantar muchas cosas por un cheque, por un aguinaldo, por un bono 14. Aprendí muchísimo de esto, no lo niego, conocí personas y lugares que fueron impactantes en mi vida, fui moldeando lo que soy hoy. Pero también hubo muchas humillaciones, injusticias y malos tratos. Todo eso se volvió más doloroso desde que soy mamá. De eso también aprendí.

Vivir de acuerdo a lo que los jefes dictan, regir tus actividades y hasta tu vida por los horarios de trabajo por más de 20 años hace mella en cualquiera. No soy buena para levantarme temprano, nunca lo fui, soy una persona nocturna. Además, mis problemas con la autoridad nunca se resolvieron sino que creo que empeoraron. Pensar diferente a la mayoría (atea, femininista, de izquierda) también fue un problema constante. Con todas estas características, veo hacia atrás y no comprendo cómo pude ser una trabajadora tan dedicada por tanto tiempo. Increíble.

Paralelamente, siempre luchando por hacer algo en el arte, en las letras. Escribiendo en momentos robados, en computadoras prestadas, como un gran desahogo, como un gran acto de fe.

Sí, he publicado y todo pero no es como yo esperaba. Este país y este mundo moderno que menosprecia el arte y adora las celebridades y el fashion me desmoraliza. Para mí, la literatura no es un club ni un concurso de popularidad. Yo solo quiero escribir cuando yo quiero, cuando lo necesito, así de simple, si no vuelvo a escribir más es porque quizá ya no tengo nada que decir.

Pero, hace tres meses hubo un parteaguas en mi vida, parte de mi identidad cambió.

Ahora, trabajo en mi casa y tengo toda la flexibilidad que yo misma me doy. Primero sentí miedo, luego un júbilo enorme, ahora me estoy empezando a sentir un tanto rara. Da risa pero no me acostumbro a tener tiempo para mí misma. No tener a alguien que esté todo el tiempo diciéndome qué hacer y vigilando mis movimientos.

Me levanto temprano porque debo mandar a mi hijo al colegio, pero luego de despedir a mi Manuel y a mi marido en la puerta y se cierra el elevador me quedo allí conmigo misma. Regreso a mi “oficina”, pongo música de mi gusto (ya no más audífonos para no molestar a los demás), pongo un incienso y desayuno mientras leo el periódico.

Sé lo que tengo que hacer y lo cumplo, aunque he tenido que desvelarme hasta la madrugada, pero también me trato bien a mi misma y a quienes amo. No sé cómo pude tener tanto tiempo mi vida en espera, en pausa, cumpliendo los objetivos de otros.

Este es un momento crucial para mí, ¿todavía soy escritora? Los proyectos literarios que tengo parados ¿todavía son relevantes? Ó ¿debo empezar de cero ahora que ya no soy la misma?

Todo esto lo pienso desde mi ventana, donde veo cientos de lucecitas de carros y buses que se mueven lentamente bajo la lluvia. Imagino a quienes van cansados rumbo a sus lejanas casas, soñando con una vida que no se atreven a salir a buscar.

viernes, 27 de abril de 2012

El segundo aire



(En la primera foto tengo 31, en la segunda 40)

Tal vez de veras la vida empieza a los 40, pero la segunda vida. La noche antes de cumplir 39 todo se ve de una manera, te acuestas a dormir pensando “ay, no pasa nada, qué mentira”.

Pero no, nada más te despiertas, te sientes diferente. Para empezar, esta vez no brinqué de la cama emocionada gritando “!Hoy es mi cumple!”, esperando regalos y fiestas y desenfreno.  Esta vez me costó despertar a pesar de la serenata que me daba mi marido y mi hijo. Tener dos trabajos no es fácil y me mantiene permanentemente agotada.

Tengo que reportar esto para advertir a los que vienen atrás, a mi me hubiera gustado que me lo advirtieran. Es como cuando todas en el colegio éramos vírgenes, hicimos un pacto: la primera que dejara de serlo lo contaría con todos los detalles posibles, todito. La pionera en el sexo, que lo hizo unos días antes de cumplir 15 años, no reportó nada porque le dio vergüenza, más que todo porque había sido con un primo.

Tuvimos que esperar a que una chica a los 17 se animara a hacerlo con su novio desde la infancia.  Pues lo que contó de su primera vez fue lo más horrible que había escuchado en mi vida. Su relato, que en lugar de ser romántico o sensual era hasta escatológico (comparaba la penetración con el estreñimiento), me dejó literalmente una cara de “poker”. No lo creía, ¿entonces las telenovelas que miraba mi mamá mentían? Por mucho, esa experiencia ajena ayudó a que esperara bastante antes de intentarlo yo.

La gran mayoría de mis amigos actuales son menores que yo. ¿Por qué? No lo sé, como que los de mi edad o mayores no evolucionaron como yo y se quedaron en la guerra fría, además se casaron y “enseñoraron” muy rápido. Los que venían detrás me parecieron interesantes, más de la generación X como yo, en el  grunge me hicieron sentir en casa, aunque les llevara 4,6 u 8 años de delantera. Además, me hicieron sentir más joven de lo que soy.
A ellos les faltan algunos añitos y están muy lejos de verse viejos. ¿Yo? También, pero me gustaría reportar algunos hallazgos.

Empecemos por lo físico, que es lo de menos. No hay mucha diferencia entre lo que se sentía hace 10 años a lo que siento hoy (mire la foto, quizá cambié de estilo).
Estar en forma nunca ha sido mi fuerte, no hago ejercicios y mi dieta es “diversa”, nada estricto (lo único es que no consumo azúcar por mi glucosa pero de allí todo a lo que le pueda hincar el diente). Sin embargo, tengo buena salud dentro de lo que cabe.

Mi pequeño y blanquecino cuerpo ha dejado de ser heroicamente resistente y la gravedad ha empezado a notarse en lugares donde uno realmente quisiera ser firme. Aunque eso cambió desde que nació Manuel, hace 6 años y medio. Mis pechos siempre habían sido de mi agrado y cuando se llenaron de leche crecieron y me sentí realmente “chichuda”, era increíble cómo llamaban la atención, entendí por qué a algunas les gusta la idea de tenerlos grandes. Pero cuando Manuel cumplió 6 meses, corté la lactancia y, bueno, no solo volvieron a su tamaño normal sino que ya no se miraban igual.

Ya tengo más canas, las empecé a cultivar desde los 28, mi vista se siente cansada pero no tengo que usar los lentes permanentemente. Y aquí llego al cambio más grande que he encontrado: mi cara. No tengo arrugas ni manchas, pero todo se me nota más. Si me enojo, el ceño se me frunce de verdad, si estoy cansada se me nota de inmediato, igual que el desvelo.

De las resacas, ni hablar. Me embriago con menos, cosa que es hasta económica, pero amanezco peor, casi con un pie en la tumba, al punto de ver afectadas mis actividades normales (cuando antes parrandeaba hasta 4 veces por semana y al día siguiente nítida).

Sin embargo, es más allá de lo físico en donde está el verdadero cambio. La gente te percibe diferente y espera que seas más “maduro”, los chavitos creen que no entiendes nada de lo que hablan (y a veces es cierto), y los mayores ya te hablan como quien dice como a un “igual”.

Entonces tú dices: “un momento, hey, ¡soy joven! Me siento igual, me visto igual, oigo heavy metal, tengo vida nocturna y participo en las redes sociales, soy tan irreverente como hace 20 años”. Pero nadie te cree, tanto es así, que empiezas a dudar.

Me considero una adicta a la información (a algo tengo que serlo, tengo esa personalidad), por lo que estar “al día” es lo mío. Sin embargo, unos editores de un periódico que no mencionaré, consideraron que no era lo suficientemente joven para escribir sobre actualidad en la cultura y el espectáculo. Están totalmente equivocados, pero, claro, cómo convencerlos si al solo ver en mi currículo la fecha de mi nacimiento me tacharon de la lista de aspirantes. Si tan solo me hubieran entrevistado.

No me quejo, supongo que la vida me está llevando al lugar que pertenezco: a la literatura. Emprender el camino de regreso ha sido duro, pero me ha ayudado a conocerme mejor y a valorarme.

Tener 40 años me agarró como no lo había planeado, sin dinero, sin fiesta, sin boda, pero a la vez me está brindando la oportunidad de replantear muchas cosas. Estoy empezando a planificar cómo será esta nueva vida, que estoy construyendo a mi medida, no al revés.

Como lo he plasmado en este blog, mis primero 40 años, mi primera vida, ha sido intensa. Espero que este segundo aire lo sea aun más. Soy dueña de mí, me siento a gusto con mi piel.

Queda allanado el camino queridos amigos, como dijo Lester Burnham en American Beauty, “no tienen idea de lo que les hablo seguro, pero no se preocupen, algún día la tendrán”.

sábado, 24 de marzo de 2012

Me contaron de mí



Antes me enorgullecía de mi memoria, realmente creía que no olvidaba nada ni a nadie. Eso cambió hace unos años, pues hay muchas cosas que no recuerdo. Eso es embarazoso cuando alguien te lo trae a colación y te dice “te acordás aquella vez que hiciste y dijiste tal cosa?”, yo me siento realmente avergonzada por no tener la menor idea y termino asintiendo.

Ahora, resignada ante mi falta de registro, bromeo acerca de las veces que me he golpeado la cabeza, sobre las neuronas y el alcohol y cosas por el estilo. Secretamente, me he dicho a mi misma que he vivido tanto y he conocido a tantas personas, que es imposible recordarlo todo.

Pero, por qué recordamos algunas cosas y otras no? Yo creía, hasta hoy, que lo más importante, impactante, espeluznante, era lo que no se borraba y lo insignificante se iba sin remedio. Siempre he dicho que mi recuerdo más antiguo es el terremoto de 1976, ya que a pesar de tener solo 4 años tengo algunas imágenes en mi cabeza.

Eso también me hace sospechar de que algunos son, incluso, falsos recuerdos, cosas que otras personas te contaban y terminaste plantando en tu cabeza tomando forma de recuerdos. No sé.

Es que a veces dudo de ciertas memorias, pues algunas situaciones son hasta increíbles, tanto por ser demasiado hermosas o extremadamente estúpidas. De estas últimas, algunas quisiera no solamente que se borraran sino que no hubieran sucedido. Me puse en riesgo de maneras tan absurdas, que realmente no sé cómo estoy aquí.

Pero hoy sucedió algo realmente impresionante. Yo, la que soy a punto de cumplir 40 años, soy un resultado de tantas cosas, de una evolución. Encontrarme con las personas que convivieron con todas las demás que fui antes es como revisitarme a mi misma.

Todas esas Yo son como mis huellas, algunas torcidas, algunas firmes, algunas borrosas, algunas sutiles. Han sido 40 años tan ricos, tan duros, tan bellos, tan horribles, tan difíciles, tan alegres, tan decadentes, no sé cuántas yo ha habido.

Pero hoy me recordaron a una Yo que me hizo llorar. Una que andaba perdida, buscando algo desesperadamente en la calle, en las cervezas, en la gente. Una que salía a jugarse la vida en la oscuridad, en el peligro, a pesar de todavía estar en casa y en el yugo de mis padres.

La persona que me la recordó ha visto mi evolución por más de dos décadas, o sea, conoce muchas Yo. Me quedé fría cuando me contó, por que ella fue testigo, como mi Yo de hace unos 20 años fue vapuleada y golpeada, a patadas y en el piso, por mis padres y mi hermano.

Fue impactante, porque como no recordaba nada, nadita de esa ocasión, tuve que preguntar todo como si se tratara de la vida de alguien más. Fue realmente bizarro.

Tuve tanta lástima por esa mi Yo veinteañera, esa que nunca quiso hacer caso de las reglas, que nunca llenó los requisitos de ser una niña de su casa. La persona que me lo contó, mi cómplice de esa noche, me dijo que para ella el recuerdo era vívido por impresionante. Esa lejana noche, al bajarme de su carro, las personas que vivían conmigo, que debían amarme y protegerme, me golpearon como a un perro sarnoso.

Por qué borré ese recuerdo? Qué tan borracha llegué? Sentí los golpes? Cómo llegué a mi cuarto, a mi cama? Cómo amanecí el día siguiente? Quién me consoló y ayudó con las secuelas? Todo es un misterio, doloroso. Me imagino allí, pálida y sangrando, tratando de endurecer mi corazón. Con lágrimas en los ojos, estoy descubriendo que seguramente fue algo tan espantoso que preferí olvidarlo, o quizá allí empezaron los famosos golpes en la cabeza.

Lo que sí recuerdo de esos años es el vacío, el dolor, la necesidad de huir. Con episodios como este, seguramente se explican tantas cosas de mi Yo posterior, pues en esos años se incubaba la peor yo, la más monstruosa.

Cómo pude perdonarlos? Seguramente me convencieron, como solían hacerlo, que todo era mi culpa. ¡Qué daría por ir a abrazar a esa pobre yo!, allí deseando morir pero no a manos de ellos.

martes, 14 de febrero de 2012

Voy a extrañar la sala de redacción


Mi mejor amiga del colegio soñaba con ser periodista, yo con ser escritora. Bromeábamos y soñábamos sobre nuestra vida como adultas. Éramos las dos formas de ver el mundo, lo tangible y lo fantasioso, cómo nos reíamos, cómo nos complementábamos...

Mientras estudiaba letras, por años escribí, releí y corregí con ahínco. Así hice relatos que me salían de las entrañas, de las tripas. Luego, gane unos concursos y de pronto el sueño estaba cumplido: publiqué un libro. Pero, luego ¿qué? La euforia duró poco, caí de la nube y descubrí que en Guatemala no se puede vivir de escribir ficción. Es mandatorio tomarlo como hobbie o segunda profesión.

¿Cómo paré de periodista, si nunca fue mi objetivo? Me acerqué a esta noble profesión porque un editor tuvo una idea: quería que se hiciera periodismo narrativo en su periódico. Nunca me había pasado por la mente ser periodista, pero el editor dijo: es más fácil que un escritor aprenda a reportear, a que un periodista aprenda a escribir.

De pronto estaba yo describiendo la realidad de una forma más humana, viéndola desde ángulos que para muchos son intrascendentes. Fue una buena época. Sin embargo, tengo que reconocer que lo hacía sin tener más orientación que unas charlas y fotocopias que me proporcionó el susodicho editor, y los excelentes ejemplos que leía en Gato Pardo y Etiqueta Negra. Lo demás lo aprendí haciendo, no fue fácil.

No pude desarrollarme más en el periodismo narrativo porque el experimento fracasó (mis sábanas de texto eran leídas por pocos, aunque ganaron un par de premios), y fui metida en las filas de los otros periodistas, los verdaderos. Sin darme cuenta, he trabajado en esto ya por casi 9 años, he cubierto de todo.

La creación literaria se quedó de lado, un poco bastante olvidada. Dejé de escribir cada pieza periodística como si fuera parte de mi obra, a falta de espacio y de tiempo. Últimamente, incluso, dejé de usar las palabras con cuidado, como joyas, para aporrear el teclado porque el reloj anunciaba implacable la hora de cierre de la nota diaria. Mis nervios, mi energía, mi paciencia, se han ido deteriorando.

¿Será que mi desasosiego tiene que ver con que este en realidad no es mi camino? Mi inconformismo puede ser que esté ligado a estar en el lugar equivocado.

Quienes estudiaron periodismo, no pueden decir “voy a dejarlo”, porque llevan esa profesión en la sangre. Creo que ellos supieron, desde el primer día de clases en la U, que esta es una profesión de entrega y sacrificio.

Pero yo no me siento así, tengo un problema de identidad. Estoy a un paso, más bien un pelo, de decirle adiós a la sala de redacción. Pero la verdad es que esta profesión es difícil de dejar. La adrenalina, la capacidad de comunicar cosas que de otra forma quizá no se sabrían, sentirse útil a la sociedad, estar en el ojo del huracán, es como un vicio.

Es de reconocer que uno se siente diferente a los demás, no superior, simplemente diferente. En estos años he aprendido tanto, he conocido a tanta gente, de todo tipo, he visto tantas cosas, buenas, malas y horripilantes, he encontrado la manera de siempre encontrar lo que busco y así sentir una gran satisfacción. A veces pienso que no podré vivir sin todo eso.

Considero esta experiencia, no buscada, lo mejor que me ha pasado en mi vida. Hallé amistad y amor, aprendí humildad y valentía, un amor propio que nace no de la vanidad, sino del trabajo bien hecho, de la jornada larga pero productiva. He sido testigo de tantas cosas, y he madurado tanto, he comprendido que no soy el centro del universo pero que puedo aportar mucho.

Gracias a esta travesía, soy quien soy hoy. Cada entrevista, cada cobertura, cada lectura, cada investigación, cada aventura, dejó algo en mí. De otra manera, me hubiera quedado como ratona de biblioteca, snob y presumida, que no sabía ni la mitad de lo que es la vida. Tengo mucha gratitud por aquella oportunidad que se me dio.

Y es que un periodista con experiencia sabe un poco de todo, conoce a alguien en todos lados, entiende globalmente lo que pasa. No es especialista en nada, pero sabe a quién buscar para entender el mundo. Puede parecer arrogante por tanta información acumulada, pero es un excelente conversador.

Mañana será mi último día en esta sala de redacción, está decidido. No encontré cómo cuadrar mi vida personal y literaria con este oficio. Cómo quisiera poder seguir echando mano de tanto aprendizaje, pero no hay opciones. Nunca digo nunca, quién sabe lo que traerá este misterioso 2012.

Pero por el momento, cuelgo el gafete, la grabadora, la libreta y el lapicero. Mi amiga de la adolescencia, Karina, estaría tan orgullosa de mí.