Los fines
de semana, o cuando yo estaba de vacaciones, la acompañaba y así podía ver cómo
hacía su magia. Si eran fechas normales sin nada que celebrar, íbamos a
mercados improvisados en calles de la zona 5, en las colonias Arrivillaga ó
Santa Ana, incluso a uno que no sé dónde quedaba pero que era conocido como “el
tierrero”, donde las ventas estaban colocadas en una calle empinada y sin asfaltar.
Cuando soplaba el viento, las señoras se tapaban la boca y los ojos pues se levantaba el polvo, mientras
las faldas parecían banderas de todos colores.
En esas
ocasiones, eran compras rápidas, ella sabía cómo hacer todo más eficiente, qué
comprar primero y qué de último, dónde estaban los mejores productos, con quién
podía regatear y con quién no.
Porque,
claro, la magia del estiramiento monetario tenía que ver con la forma de pedir
que algo que costaba Q1 se lo vendieran en 25 centavos. Los marchantes se reían
en su cara, pero mi mamá no se inmutaba, examinaba la mercancía en cuestión
(una naranja, un ramo de flores, un corte de carne, un manojo de hierbas, un
brócoli, una olla de peltre) como diciendo “esto no vale lo que me pides”. Yo
tenía miedo, oh niña miedosa que era, de que nos sacaran a escobazos del lugar.
Pero su cara de póker la hacía ganar la partida, al final nos íbamos con muchos
productos más baratos.
Pero cuando
había una ocasión especial, o había más dinerito, íbamos al mercado de La
Palmita. Esa era una expedición mucho más importante. No quedaba cerca de
nuestra casa, así que íbamos en bus, lo cual hacía más emocionante el viaje.
Además, allí no vendían solamente artículos de primera necesidad, también habían
otras cosas muy atractivas como ropa, juguetes, revistas, ¡cosméticos! Incluso muebles,
plantas, electrodomésticos. Aquello era una locura para una niña de 7 u 8 años.
En esas
ocasiones, mi presencia y a veces la de mi hermano eran útiles. Ayudábamos a
cargar lo que mi mamá iba comprando con paciencia, con su misma cara de póker.
Por eso al principio la visita era divertida, pero conforme iban avanzando los
minutos se volvía literalmente pesada. Como premio a veces, solo a veces, me
compraba un juguete, una prenda o incluso un accesorio como una moña para mi
cabello o una pulsera.
Muchos de
esos juguetes tenían que ver con todo ese mundo de comprar, cocinar, limpiar,
cuidar a los niños. Tuve pequeñas balanzas hechas con dos guacalitos, canastitas
para hacer el mercado, verduras y frutas de plástico en miniatura, tablitas de
picar, coladores y sartenes de hojalata, hasta una pequeña “pila” o lavadero.
En nuestro
mundo de las compras cotidianas, un día hubo un cambio radical. La vecinas de
mi mamá le llegaron a contar que habían abierto un supermercado, un “Paiz”, no
muy lejos de nuestro barrio. Pero no solo eso, estaba dentro de un centro
comercial. Todo eso era novedoso, no era muy común ir a centros comerciales
todavía. Lo más parecido era ir al “centro”, que completito era un gran mall.
Pero el
Novicentro de Jardines era diferente, dentro de un solo edificio habían
variados comercios. Entre ellos el susodicho supermercado, una palabra para mi
nueva. Si los mercados me parecían fascinantes, me imaginé que estos otros
lugares debían ser mucho mejores, como un super héroe de las ventas al detalle.
Como todos,
nos fuimos a conocer el nuevo lugar. Nos fuimos a pie, acostumbrados a recorrer
nuestra zona 5 caminando. A mis hermanos lo que les fascinó fue la pista de
patinaje, creo que se llamaba Novi Roli, o algo así. Parecía una discoteca, lo
único que se veían eran las luces de colores.
Mi mamá y
yo fuimos a Paiz. Parecía una abarrotería gigante, a mis ojos de niña, era un
laberinto sin fin. Tuve pesadillas, creo que todavía las tengo, donde me perdía
entre los pasillos de latas y vasos de vidrio por docena. Recuerdo que por motivo de la
inauguración, habían concursos que consistían en que ilusionadas amas de casa
tenían cierto tiempo, digamos 5 minutos, para meter en su carreta todo lo que
pudieran. No sé recuerdo cómo lo decidían, pero la ganadora se llevaba todo eso
gratis.
Yo me
divertía viendo todo aquella algarabía, pero mi mamá se veía algo desubicada.
Creo que no se sentía a gusto, se miraba tímida sin poder desplegar su magia
regateadora. Me pareció verle hasta un poco de desilusión al llegar a la caja,
donde una amable empleada le cobró exactamente lo que decía en la etiqueta.
¿Qué emoción había en eso?
La verdad,
ella nunca dejó de ir al mercado todos los días, sobre todo porque le quedaba a
la vuelta de la esquina. Se regocijaba al encontrar quesos realmente frescos y fruta
recién cortada, pero sobre todo siempre con la idea de poder sacarle más jugo a
su dinero.
Ya mayor, cuando
yo regresaba de la USAC a las 9 de la noche y caminaba en medio del mercado de Santa Ana en
penumbras, me parecía un circo en reposo. Todo envuelto y cubierto pero listo
para volver a representar su show cada día.
Desde las 5
de la mañana, se oía el despertar de aquel alegre campamento. Con sus
vendedoras ebrias y mal habladas, sus carniceros enamoradizos, sus loquitos que
hablaban solos, las misteriosas vendedoras de hierbas y pócimas, los
indiscretos vendedores de ropa interior, los bolitos que cargaban la compra por
unos pocos centavos. No faltaba el que llegaba con su megáfono a ofrecer a todo
pulmón lo último de la moda o de la medicina natural. “Pasen pasen, no se lo
pierdan”.
Epílogo
Desde que
tengo una familia y trabajo para alimentarla, una buena parte de mi sueldo se
queda en los supermercados. Qué daría yo por ir a los mercados de barrio, pero
¿a qué hora? Y ¿con qué energía? Esas ventas de artículos de primera necesidad
que no cierran nunca son un mal necesario.
Como mamá,
al principio incluso iba sola con mi hijo de meses, pero en Paiz de Jardines se
portaban muy amables (ya no está en Novicentro, pero está cerca), no me dejaban
meter sola mi compra en el carro. Pero eso fue cambiando poco a poco, desde que
es un Waltmart más en el mundo.
Antes la
mayoría de empleados eran maduros y sonrientes, en los pasillos había alguien
para ayudarte, la sección de carnicería era muy eficiente y en cada caja había
un cajero y un empacador.
Cuando
Waltmart llegó, además de las remodelaciones, en Paiz Las Américas se empezaron a ver menos empleados.
Luego, las caras fueron otras, más jóvenes y ciertamente menos amigables.
Un día anunciaron que el horario se ampliaba pues el supermercado estaría abierto
15 horas al día todos los días del año, y empezamos a notar apatía y amargura en
los empleados, que ya ni siquiera sonríen al atenderte. Se nota la
inconformidad, la mala gana, avientan las cosas y pasan trayendo lo que está a
su paso. Varias veces me he escapado de ser atropellada por gigantescos carretas
llenas de pesadas cajas.
Me hace
pensar que estas multinacionales no solo han recortado personal (un experto en
recursos humanos me explicó que cuentan con que los compradores sean atendidos por las
impulsadoras de los proveedores), sino también le han recortado presupuesto a
la formación en servicio al cliente.
Se nota
además que han alargado los horarios y las atribuciones, pero no han mejorado
los sueldos. Es la única respuesta que encuentro ante tal maltrato que nos dan
cada lunes en Paiz Las Américas.
5 comentarios:
Que bonitos recuerdos, gracias por llevarnos en ese lindo viaje del tiempo. Ahhh que recuerdos. Bendiciones y no pares de escribir.
Saludos desde Maryland USA
Me encantó , me hablas del mercado de Santa Ana que conozco como a la palma de mi mano desde mi niñez que sigo visitando por lo menos una vez a la semana. Sí es toda una aventura y sí vale la pena! Al de la Palmita también voy seguido pero a buscar específicamente los chicharrones , queso , quesillo y camarones y ahora los productos de cuidado del pelo o para uñas en la "beauty shop" versión clase media donde encuentro lo mismo que en la de Cayalá pero por mucho menos dinero. Aprovecho la conveniencia del súper pero soy compradora de mercado de corazón . Me hiciste recordar a mi abuelita y sus viajes todos los días al de Santa Ana , a veces iba más de una vez pues vivía a una cuadra y era como vivir cerca del " mall" jajaja, un abrazo
Cautivante relato, es un viaje en el tiempo y recordar a las abuelitas que todos los días iban a la plaza. Excelente forma de escribir, queda uno motivado a continuar la lectura. Felicitaciones.
Gracias por sus comentarios!!!! :)
Hasta hoy he podido leer su blog... simplemente me encantó este artículo, me hizo recordar tantas cosas... mi abuelita era de ir al mercado, al de la zona 11, mi mamá jamás, jaja, ella siempre fue de super, pero del Paiz Montúfar, cuando se convirtió en Walmart la magia se perdió para mi madre.
Publicar un comentario