A lo largo
de tu camino en la vida, has visto efectivamente que muchas mujeres con poder
podrían ser la malvada de cualquier cuento, muchas de ellas solteras o
divorciadas, son temidas hasta por sus más allegados. Los esposos o novios son
compañeros de buenos momentos, pero no el centro de sus vidas, y totalmente
prescindibles.
Siendo como
eres, con ideas diferentes y bastante original, la vida de mujer de en un país
machista ha sido difícil para ti. De niña, perteneciste a la clase (inferior)
que constituían las mujeres de “su casa”. Como esos esclavos rebeldes que salen
en las películas, hacías tus quehaceres mascullando consignas y te ibas a
dormir para soñar que valías lo mismo que un hombre.
Ya que te
lanzaron a ganarte la vida a los 18 años, también tuviste la oportunidad de
aspirar a intentar cambiar lo que no te gustaba del mundo. Pero acercarte a los
“revolucionarios” de la universidad fue complicado. Todas las mujeres jóvenes
eran consideradas adornos, y cuando pasaba la emoción eran las encargadas de
conseguir y servir los abastos. (Tu primera tarea en a la Huelga de Dolores fue
llevar frijoles volteados).
Pero tú no
querías quedarte allí, esperando a que alguno de esos muchachos fuera tu novio
y luego tu esposo. Decidiste que te ganarías un espacio. Además de estudiar con
ganas y hacer un compromiso, aprendiste a hablar más alto, a putear, a
contestar sarcasmo con sarcasmo y hasta violencia con violencia para poder
sobrevivir en actividades reservadas para los hombres. Tuviste amargas
experiencias de abusos y humillaciones, pero saliste de allí con tu rebeldía ya
más madura, más acostumbrada a decir las cosas como las piensas. Claro, siempre
con una dulce sonrisa y luciendo las perlas de tu abuela.
Y qué decir
los lugares de trabajo, ay dios… Las secretarias como tú eran elegidas por su
presentación, no por sus capacidades. Los jefes las trataban como una a hija,
como a una esposa o como a una sirvienta, según la suerte de cada quien. Pero con
mucho trabajo, y también enfrentamientos, al final de tu carrera como
secretaria lograste que te vieran como a una igual.
Como
profesional te fue mejor, los tiempos habían cambiado y las nuevas generaciones ya tenían nuevas ideas. Sin
embargo, igual te encontraste cada macho que se creía con la libertad de
mandarte a hacer café, a servir la comida, que se sentía atractivo aunque fuera
horrible y te coqueteaba, o incluso, al final, te decían cosas como fea, gorda
y vieja para minimizarte. Te hacían sentir culpable por querer irte a casa a
cuidar a tu hija.
Pero la
trampa más sutil fue la del amor, la maternidad y la convivencia. El ejemplo de
tus antecesoras y esas charadas sentimentales que se venden en los libros,
canciones y telenovelas te quieren lavar el cerebro para que vayas cayendo poco
a poco en el lugar que la sociedad te tiene destinado.
Hay dos
caminos. Si una mujer compra esas ideas y ése es su única meta en la vida, el
día de la madre se lo agradecerán con flores, pero tendrá un trabajo de 24 horas
al día no remunerado, considerado inferior. Si se divorcia, será vista como una
carga, porque nunca aprendió a hacer otra cosa.
¿Quieres seguir
siendo profesional y además tener una familia? Perfecto, pero entonces deberás
tener una doble jornada porque las cosas de la casa y de los hijos seguirán
siendo tu responsabilidad. Sí, aunque tengas empleadas domésticas, ellas
querrán que tu organices todo y estés
pendiente de cada detalle.
Uno cae por
amor, por pasión, por instinto maternal, por conveniencia, por presión social,
y cuando te das cuenta, trabajas como un hombre (o más), siempre estás cansada
y siempre hay algo pendiente. ¿Tus sueños? ¿Tus ideales? ¿tus proyectos? Bah,
pueden esperar te dice la sociedad, ¿qué es más importante que tu hogar, tu
familia, tu esposo y tus hijos?
Puedes
pasar años así, incubando algo que no sabes bien qué es. Entonces, de pronto,
bam! La bitch quiere salir porque te enojas, porque no consideras justo todo eso.
Añoras estar sola, dedicarte con pasión a lo que te gusta no porque te da
dinero para sobrevivir, sino porque es lo que realmente quieres hacer.
Te vuelves
una bitch en el trabajo para que te respeten y te paguen bien, que no te
exploten para poder hacer otras cosas. Te vuelves una bitch con tus empleadas
domésticas porque te juzgan, te reprueban por no ser una mamá y esposa de los
50s, entonces debes decirles que estás más cansada que el “señor” y que te
atiendan igual.
Te vuelves
una bitch con tu familia, que con una sonrisa y con un gesto amable te empuja
para que te vayas convirtiendo en tu mamá y en tu abuela, eligiendo la comida y
la ropa de todos, arreglando la casa para cada celebración y temporada,
haciendo loncheras y listas de supermercado.
Estallas, rompes el collar de perlas, les dices, como buena bitch, que no
tienes tiempo, ni ganas, ni es tu obligación.
Te vuelves
una bitch con tu pareja porque estás harta de que quiera que le ayudes en lo
económico, pero no hace nada en la casa, que sea el rey y señor que llega a
buscar sus pantuflas y su martini. ¿Es que no puede arreglar ese foco
descompuesto? ¿es que no puede cocinar alguna receta que encuentre aunque sea en
el internet?
La furia se
apodera de ti, sientes que eres una más entre millones de mujeres sepultadas
por sus roles. No puedes sino gritar, llorar, maldecir, somatar puertas y, de
pronto, encuentras a tu dulce hija, que te mira con esos ojos tan inocentes y
te pide que les de comer, que le ayudes a bañarse y le pongas su pijama. Luego
se va a dormir.
Quedas
desolada, un trago parece ayudar solo un poco. La furia parece apaciguarse, te
da tanta pena por esa pequeña niña. Llegas a pensar que le tocó la peor madre
del mundo, que estaría mejor con alguien más. Esperas que cuando crezca el mundo haya cambiado, pero sabes que estará igual.
Sientes culpa, tu mente da vueltas y vueltas, ¿cuántas personas quisieran tener lo que tienes? ¿por qué de pronto sientes que te asfixia? Pero también piensas en esa larga lista de proyectos que siguen pendientes y cada día parecen más lejanos. Te quedas dormida llorando sin que nadie se dé cuenta. Has iniciado un nuevo año.
Sientes culpa, tu mente da vueltas y vueltas, ¿cuántas personas quisieran tener lo que tienes? ¿por qué de pronto sientes que te asfixia? Pero también piensas en esa larga lista de proyectos que siguen pendientes y cada día parecen más lejanos. Te quedas dormida llorando sin que nadie se dé cuenta. Has iniciado un nuevo año.
No hay comentarios:
Publicar un comentario