martes, 21 de enero de 2014

El nacimiento de una bitch

Hace muchos años, en algún lugar escuchaste que para que una mujer logre triunfar y conseguir lo que quiere, debe ser una bitch, en el sentido de ser despiadada y aparentemente mala, una bruja. Te aterrorizaste, pensaste dulcemente: jamás seré así.

A lo largo de tu camino en la vida, has visto efectivamente que muchas mujeres con poder podrían ser la malvada de cualquier cuento, muchas de ellas solteras o divorciadas, son temidas hasta por sus más allegados. Los esposos o novios son compañeros de buenos momentos, pero no el centro de sus vidas, y totalmente prescindibles.

Siendo como eres, con ideas diferentes y bastante original, la vida de mujer de en un país machista ha sido difícil para ti. De niña, perteneciste a la clase (inferior) que constituían las mujeres de “su casa”. Como esos esclavos rebeldes que salen en las películas, hacías tus quehaceres mascullando consignas y te ibas a dormir para soñar que valías lo mismo que un hombre.

Ya que te lanzaron a ganarte la vida a los 18 años, también tuviste la oportunidad de aspirar a intentar cambiar lo que no te gustaba del mundo. Pero acercarte a los “revolucionarios” de la universidad fue complicado. Todas las mujeres jóvenes eran consideradas adornos, y cuando pasaba la emoción eran las encargadas de conseguir y servir los abastos. (Tu primera tarea en a la Huelga de Dolores fue llevar frijoles volteados).

Pero tú no querías quedarte allí, esperando a que alguno de esos muchachos fuera tu novio y luego tu esposo. Decidiste que te ganarías un espacio. Además de estudiar con ganas y hacer un compromiso, aprendiste a hablar más alto, a putear, a contestar sarcasmo con sarcasmo y hasta violencia con violencia para poder sobrevivir en actividades reservadas para los hombres. Tuviste amargas experiencias de abusos y humillaciones, pero saliste de allí con tu rebeldía ya más madura, más acostumbrada a decir las cosas como las piensas. Claro, siempre con una dulce sonrisa y luciendo las perlas de tu abuela.

Y qué decir los lugares de trabajo, ay dios… Las secretarias como tú eran elegidas por su presentación, no por sus capacidades. Los jefes las trataban como una a hija, como a una esposa o como a una sirvienta, según la suerte de cada quien. Pero con mucho trabajo, y también enfrentamientos, al final de tu carrera como secretaria lograste que te vieran como a una igual.

Como profesional te fue mejor, los tiempos habían cambiado y las nuevas  generaciones ya tenían nuevas ideas. Sin embargo, igual te encontraste cada macho que se creía con la libertad de mandarte a hacer café, a servir la comida, que se sentía atractivo aunque fuera horrible y te coqueteaba, o incluso, al final, te decían cosas como fea, gorda y vieja para minimizarte. Te hacían sentir culpable por querer irte a casa a cuidar a tu hija.

Pero la trampa más sutil fue la del amor, la maternidad y la convivencia. El ejemplo de tus antecesoras y esas charadas sentimentales que se venden en los libros, canciones y telenovelas te quieren lavar el cerebro para que vayas cayendo poco a poco en el lugar que la sociedad te tiene destinado.

Hay dos caminos. Si una mujer compra esas ideas y ése es su única meta en la vida, el día de la madre se lo agradecerán con flores, pero tendrá un trabajo de 24 horas al día no remunerado, considerado inferior. Si se divorcia, será vista como una carga, porque nunca aprendió a hacer otra cosa.

¿Quieres seguir siendo profesional y además tener una familia? Perfecto, pero entonces deberás tener una doble jornada porque las cosas de la casa y de los hijos seguirán siendo tu responsabilidad. Sí, aunque tengas empleadas domésticas, ellas querrán que tu organices todo y  estés pendiente de cada detalle.

Uno cae por amor, por pasión, por instinto maternal, por conveniencia, por presión social, y cuando te das cuenta, trabajas como un hombre (o más), siempre estás cansada y siempre hay algo pendiente. ¿Tus sueños? ¿Tus ideales? ¿tus proyectos? Bah, pueden esperar te dice la sociedad, ¿qué es más importante que tu hogar, tu familia, tu esposo y tus hijos?

Puedes pasar años así, incubando algo que no sabes bien qué es. Entonces, de pronto, bam! La bitch quiere salir porque te enojas, porque no consideras justo todo eso. Añoras estar sola, dedicarte con pasión a lo que te gusta no porque te da dinero para sobrevivir, sino porque es lo que realmente quieres hacer.

Te vuelves una bitch en el trabajo para que te respeten y te paguen bien, que no te exploten para poder hacer otras cosas. Te vuelves una bitch con tus empleadas domésticas porque te juzgan, te reprueban por no ser una mamá y esposa de los 50s, entonces debes decirles que estás más cansada que el “señor” y que te atiendan igual.

Te vuelves una bitch con tu familia, que con una sonrisa y con un gesto amable te empuja para que te vayas convirtiendo en tu mamá y en tu abuela, eligiendo la comida y la ropa de todos, arreglando la casa para cada celebración y temporada, haciendo loncheras y  listas de supermercado. Estallas, rompes el collar de perlas, les dices, como buena bitch, que no tienes tiempo, ni ganas, ni es tu obligación.

Te vuelves una bitch con tu pareja porque estás harta de que quiera que le ayudes en lo económico, pero no hace nada en la casa, que sea el rey y señor que llega a buscar sus pantuflas y su martini. ¿Es que no puede arreglar ese foco descompuesto? ¿es que no puede cocinar alguna receta que encuentre aunque sea en el internet?

La furia se apodera de ti, sientes que eres una más entre millones de mujeres sepultadas por sus roles. No puedes sino gritar, llorar, maldecir, somatar puertas y, de pronto, encuentras a tu dulce hija, que te mira con esos ojos tan inocentes y te pide que les de comer, que le ayudes a bañarse y le pongas su pijama. Luego se va a dormir.

Quedas desolada, un trago parece ayudar solo un poco. La furia parece apaciguarse, te da tanta pena por esa pequeña niña. Llegas a pensar que le tocó la peor madre del mundo, que estaría mejor con alguien más. Esperas que cuando crezca el mundo haya cambiado, pero sabes que estará igual.

Sientes culpa, tu mente da vueltas y vueltas, ¿cuántas personas quisieran tener lo que tienes? ¿por qué de pronto sientes que te asfixia? Pero también piensas en esa larga lista de proyectos que siguen pendientes y cada día parecen más lejanos. Te quedas dormida llorando sin que nadie se dé cuenta. Has iniciado un nuevo año.

No hay comentarios: