martes, 3 de agosto de 2010

Yo no tengo ese chip



Hace poco dos compañeras casadas estaban conversando sobre sus problemas domésticos. Señalaban lo complicado que era cumplir con que la comida de sus hogares estuviera lista a tiempo y que fuera del agrado de todos.

Cuando yo hice ojos de “no las entiendo”, una de ellas, cinco años más joven que yo, dijo “es que uno siempre está pendiente de eso, es como un chip que le metieron a uno de niña”. Por unos segundos, hice un examen de conciencia y luego les dije “yo no lo tengo”.

Quizá lo tuve, pero me las ingenié para deshacerme de él. Desde muy joven me caía muy mal que las mujeres tuvieran que “servir” solo porque así debía ser, mientras los demás se dedicaban a disfrutar de la vida.

Antes las cosas eran muy diferentes. El hombre sostenía a todos y la esposa se dedicaba a su casa, se preocupaba de que todos en la familia estuvieran bien, comieran bien, tuvieran ropa limpia y planchada, ése era su chance. Un trabajo sin remuneración económica, pero que era visto como el de una “buena mujer”, abnegada y madre ejemplar.

Ahora que casi todas las mujeres trabajamos, el chip sigue funcionando para deleite de esposos y suegras. Pareciera que a la mujer se le permite trabajar toda vez cumpla también su otro papel, el de esposa. El resultado son mujeres exhaustas con dos jornadas de trabajo. Profesionales que aportan dinero al hogar y trabajan tanto o más que sus esposos, pero se levantan de madrugada para velar que todo quede en orden, durante el día hacen mandados escapándose de su trabajo (para pagar la luz, ir a recoger a los niños, para conseguir un disfraz), y al salir no solo deben hacer compras sino llegar a casa a cocinar, a hacer tareas, a bañar niños, a tener listos los atuendos de todos e incluso a limpiar si no alcanza para una empleada doméstica.

Muchos hombres, debo admitir, ayudan por lo menos en algo. Otros ni se meten, se hacen los ocupados, cansados y preocupados. Está como implícito para ellos que la casa y todo lo que ocurre en ella es responsabilidad de la mujer. Aunque sea joven, si tuvo una mamá con chip muy probablemente le enseñó que la mujer para eso se casa.

Si para una mujer tener una casa perfecta, unos hijos perfectos y un esposo bien atendido es su forma de ser feliz, me alegro, porque no extrañará para nada los libros que no puede leer, las películas de las que todos hablan pero no ha visto, los tragos (o capuchinos) en compañía de amigos, escapadas al spa o a la playa. Ah, porque cada minuto libre debe ser aprovechado para seguir construyendo su castillo encantado de princesa encantada. Cada centavo extra debe ser usado para comprar más adornos y accesorios para esta casa Barbie.

El trabajo para muchas de estas mujeres controladas por el chip es solamente un medio, lo hacen por necesidad económica. No están “casadas” con su profesión, por lo que se desempeñan a medias o de mala gana, cansadas, desveladas.

El problema es para el otro tipo de mujeres, que no tienen chip y realmente quiere destacar en su vida pública y profesional. Para ellas quizá un matrimonio tradicional no es la mejor opción, la sociedad y su familia tratarán de hacerla sentir culpable por llegar tarde, por llevar trabajo a casa, por salir un par de días a la semana para cultivar sus intereses, por no cocinar como lo hacía su mamá. Terminará frustrada ó muy probablemente divorciada.

Por eso, chicas solteras, piénsenlo bien. Si el trabajo o los estudios son solamente un entretenimiento mientras se casan y sueñan con activar su chip y seguir con la tradición, perfecto, vayan derecho al altar. La sociedad conservadora en la que vivimos, y los hombres machistas criados por sus mamis para ser atendidos, las necesitan.

Pero si tienen grandes metas en la vida, fíjense bien cómo es ese candidato a marido. Discretamente hay que averiguar qué piensa, cuáles son sus ideas sobre una buena esposa, luego hay que compararlas con las propias. Puede haber sorpresas, puede que ahora le encante que su novia sea sexy, pero piense que una esposa debe lucir “decente”, por ejemplo. Pueden aparecer ideas como que las esposas no salen solas, no tienen amigos, no deben hacer cosas buenas que parezcan malas. Muchos de ellos serán de los que luego del trabajo llegan cansados, ensimismados, malhumorados, a tirarse en el sofá a ver la televisión mientras esperan a que la cena esté lista. Sus trabajos y problemas serán siempre más importantes que “las tonterías femeninas”. En el peor de los casos, según el modelo de matrimonio de sus padres, pueden incluso creer que el hombre puede ser infiel.

En cambio, si es un muchacho educado por una mujer independiente y fuerte, sin chip, probablemente no solo sepa hacer cosas en la casa (cocinar, lavar ropa, hacer la cama, sembrar flores), sino que apoyará a su mujer para que llegue tan lejos como ella quiera. La animará a que siga con sus intereses propios para tener una compañera estimulante, siempre en desarrollo.

Si la casa está desordenada y la ropa no está planchada, no será el fin del mundo, agarrará la plancha o contratará a alguien. Juntos velarán porque haya comida, y si no hay, tendrá una lista de restaurantes que reparten a domicilio pegada cerca del teléfono y le preguntará a su esposita ¿qué se te antoja hoy?

1 comentario:

Engler dijo...

En una charla con una amiga resumió el tema: "que liberación femenina ni que ocho cuartos" lo demás que dijo, pues casi como que ella hubiera escrito el post...

Aunque ella hubiese querido que nunca hubiera existido eso de la "liberación femenina"