miércoles, 12 de mayo de 2010

De cómo conocí al Tecolote


Ah, el Tecolote, el famoso Arnoldo Ramírez Amaya, a veces me hace sentir incómoda con las cosas que me dice y cómo me trata. Supongo que no soy la única. Aquí les comparto la entrevista que le hice cuando lo conocí, hace unos 3 años.


“Quiero quitarme de encima la mala fama”

Por Jessica Masaya - Guatemala, 25 de febrero de 2007

Con renovada energía, el artista guatemalteco Arnoldo Ramírez Amaya inicia una nueva etapa luego de 20 años de aislamiento.

La reputación de Arnoldo Ramírez Amaya es la de un genio caprichoso que es huraño con la gente. O era. Porque el rumor dice que desde hace casi un año, Arnoldo Ramírez Amaya ha salido de un exilio autoimpuesto. Se comenta que atrás quedaron sus correrías (hoteles incendiados, visitas a las cárceles, etc.) “No puede ser tan terrible entrevistarlo”, pienso.

Agarro camino porque no he podido comunicarme por teléfono; la renuencia del artista ante la tecnología es también legendaria. El hotel donde vive (limpio, luminoso, bien atendido), de entrada denota que es el hogar del Tecolote, pues sus obras lo anuncian por doquier.

Nervios. ¿Cómo le hablo para pedirle la entrevista?¿Le digo ‘maestro’, lo llamo por su nombre o por su legendario apodo? Llego al final del último pasillo, que tiene una magnífica vista del centro histórico, y toco la puerta. Unos segundos después estoy frente a un hombre de más de 60 años, desnudo. Por alguna razón, los nervios se esfuman.

Los dominios del Tecolote
En el documental El pájaro sobreviviente, del guatemalteco Luis Urrutia, Ramírez Amaya explicó que su costumbre de andar desnudo es porque así se siente más limpio. Así es que no hay malicia ni maldad en su actitud, es un Tecolote en su hábitat natural.

Uno de los trabajadores del hotel donde vive el artista, don Ceferino, me cuenta que el inquilino más famoso ha cambiado. “Antes no nos dejaba dormir porque salía a cada rato todas las noches. Ahora se dedica a trabajar”, afirma. También me comenta que ya no se niega a recibir visitas.

A pesar de las cosas negativas que se han regado por ahí acerca de Ramírez Amaya, es un imán para muchos. Don Ceferino recuerda que cuando sucedió el incendio del hotel donde vivía antes, del cual salió desnudo, apenas cubierto por una sábana, el pintor lo perdió todo. “Pero ese mismo día el dueño de este hotel lo trajo y le compró ropa. Luego, la gente que lo quiere le trajo de todo en cajas que se amontonaban”.

En la segunda visita al santuario del Tecolote, su puerta está abierta. Adentro, el Tecolote da los últimos toques a su arreglo. No, no es un fantasma ni un cadáver como lo han descrito. Recién bañado, se ha puesto unos jeans amplios con tirantes de colores. Luego de amarrar sus botas estilo militar, nos saluda con aparente formalidad, mientras sus ojos brincan de un lado a otro. Hay cierta galantería en sus maneras. Tiene ganas de hablar.

Honestidad; ante todo
En realidad es de madrugada para él, pues suele despertar a eso de las 3 ó 4 de la tarde. Luego de platicar con nosotros, irá a desayunar. Enciende un cigarrillo y me menciona su crisis de 20 años, pero luego parece repensar lo que dijo.

“Bueno, en realidad fue una larga parranda; no sé cómo la aguanté”, dice más para sí mismo. Apenas hace un año era diferente su vida. Entregado a la cocaína y el crack, el mundo parecía no importar para él.

Esta dura etapa empezó cuando secuestraron a sus hijos que criaba solo, a mediados de los años 80. “Pensé que era la represión que me daba donde más me dolía, pero luego descubrí que la mamá de los niños se los había llevado, ayudada por su marido”, recuerda con rastros de amargura.

En esa misma época le descubrieron un tumor en la cabeza y le daban poco tiempo de vida; además, murió su papá y una gran amiga se suicidó, sin mencionar una gran pérdida económica.

“Lo peor que uno puede hacer en la vida es el ridículo”, dice para justificar lo que dirá después. “Estar senil o gravemente enfermo es ridículo. Yo me voy a morir el día que yo quiera”, afirma.

Así es que decidió acabar con todo; empezó a ingerir mucha droga, esperando el momento más indicado para darse un tiro. Pero en lugar de matarlo, ahora cree que la cocaína le ayudó a aguantar la situación; además, el tumor desapareció como por arte de magia cuando sus hijos aparecieron, 10 años después, en Suiza.

No se arrepiente
Ya recuperado y feliz de saber que sus hijos estaban vivos, Ramírez Amaya se dedicó a vivir de fiesta. “Estuvo alegre”, comenta divertido. “No he visto a nadie salir de esto con vida”, asegura. A pesar de la autodestrucción y el aislamiento, nunca dejó de trabajar. Tristemente, mucha de la obra que hizo se quemó en el hotel anterior. A pesar de los problemas, el Tecolote afirma que estos 20 años fueron un viaje muy importante en su vida.

Ver el documental El pájaro sobreviviente y volver a ver a sus hijos lo cambió. “También el enfrentamiento con el pasado a través de la filmación de Urrutia me ayudó a tomar la decisión de salir del encierro. La gran conclusión a la que llegué es que todavía tengo más que hacer en este mundo”, explica con seriedad. Ramírez Amaya es un hombre lúcido que habla deprisa, pero es un buen conversador. Su mirada, a veces más exaltada por el tema, acapara de inmediato al interlocutor.

Pero este cambio no ha vuelto conservador al Tecolote, para nada. “Lo malo de las drogas es que están en manos de criminales y no de intelectuales”, dice seguro. “Los artistas viven de manera diferente. Uno no elige ser artista, sino que se nace y luego se acepta dicho destino”, explica. “El laboratorio del artista, su conejillo de Indias, es él mismo. Así logra hacer experimentaciones importantes, en su cabeza”, señala, refiriéndose a la experimentación con sustancias ilícitas.

Nuevo plumaje
Ramírez Amaya se dio cuenta, quizá de la manera más difícil, de que no es nada sencillo salir de las drogas. No tuvo problema para moderar la bebida años atrás, cuando decidió aprender a beber para no hacer pasar malos momentos a su ex esposa, la escritora Ana María Rodas. “Pensé que podía hacer lo mismo con las drogas, pero no fue así”, afirma.

Con mucho esfuerzo logró rehabilitarse, pero no por medio de los métodos tradicionales. “No tengo un pelo de tonto”, asegura. “No me veo metido en reuniones ni respetando reglas. Ahora no me hacen consumir por nada del mundo”, declara convencido.

Advierte que en este resurgimiento, su círculo será el mismo que cuando estaba confinado. “No cualquiera entra aquí, mi círculo es muy cerrado, mi círculo soy yo”, dice, y nos hace sentir honrados. “La soledad no me molesta”, confiesa, mientras prende otro cigarro.
No obstante su inclinación solitaria, la gente lo busca, incluidos muchos jóvenes, quienes lo entusiasman. “Para mí es muy importante que ellos entiendan mi obra; eso quiere decir que no fallé”.

Además de una nueva energía, de esta ida y vuelta a la locura durante 20 años, le quedó un hijo que ahora tiene 3 años. Sin embargo, nuevamente, por azares del destino, le fue quitado de su lado. El tema de la paternidad parece ser algo inconcluso en su vida. “Me encantan los niños”, afirma con disimulada tristeza.

Basta de mala fama
Usted podría pasarse escuchando pasajes de la vida de Ramírez Amaya por horas y horas. La historia de sus 62 años de vida a veces, en algunos episodios, parece más una increíble película. Sus viajes, sus aventuras, sus parrandas, sus desgracias, sus batallas, le han dado una sabiduría “buena nota”, como diría él.

Además de convivir con los más grandes intelectuales y gente de sociedad, ha tenido nexos con todo tipo de personas, incluidos personajes del hampa y el bajo mundo. Todo ha sido una escuela que lo hace la leyenda que es hoy. El pintor no quiere romper con el pasado, pues lo recuerda como si fue ayer, y con cariño. Acepta, sí, que ya era un cadáver que casi nadie veía, pues se encerraba. En cambio ahora tiene ganas de salir, de exponer, de publicar, de vivir.

Olvidando que vivimos en horarios diferentes, Ramírez Amaya nos invita a desayunar a las 5 de la tarde; pero debemos declinar. Para finalizar, nos dice: “También quiero quitarme de encima la mala fama”, mientras que en sus ojos brilla ese genio que pocos poseen. Cual ave fénix, este Tecolote quiere resurgir de sus cenizas.

En pocas palabras
Don dinero
“Nunca he tenido problemas de dinero. Pago la renta y la comida usando dibujos, ¿por qué no? No me cuesta, me gusta, me salen bien y me pagan bien…”

Exageraciones
“Nunca me engañé; la gente tiene una mala imagen de mí. Sin embargo, las cosas han sido corregidas y aumentadas por los mismos artistas. En realidad, yo nunca perdí la dignidad”.

Sobre los vicios
“No niego que soy vicioso: del arte, de la vida, del amor, de mi trabajo, de la revolución. Si su vida, su trabajo no es un vicio, mejor búsquese otro. Ahora mi parranda es mi trabajo”.

De su gremio
“En la literatura sí tengo amigos, pues no me junto con mis colegas porque los pintores son muy tontos. Creo que la razón podría ser que en la plástica se puede tener éxito muy joven”.

Más de treinta años después
El próximo 28 de febrero la Editorial Del Pensativo presentará la primera edición guatemalteca de Sobre la libertad, el dictador y sus perros fieles, prologado por Gabriel García Márquez, que originalmente se imprimió en México.

Según Ramírez Amaya, eventos mundiales como la invasión a Iraq, por ejemplo, hacen que este libro siga vigente. Otros textos que ha publicado el artista son El cantar del tecolote y El pájaro sobreviviente; los tres mencionados con su estilo único, conocido como poesía gráfica.

4 comentarios:

Prado dijo...

genial, recuerdo cuando la leí impresa. Un abrazo!

thisisnotabloggerblog3 dijo...

¡Buenísimo!

klavaza dijo...

Buenísima!!!

Alvaro Montenegro dijo...

Creo que el arte del Tecolote trasciende el tiempo y la edad de las personas. Es el artista visual que más me ha impactado. Excelente entrevista. www.sucursaldelinfierno.blogspot.com