jueves, 8 de abril de 2010

Cerrando círculos: Alma Mater



Hace poco volví a la USAC después de unos cuatro años de ni siquiera pasar cerca, y luego de 10 años de haber terminado mi carrera y 7 de haber renunciado a mi trabajo.
Se graduaba un amigo en la Facultad de Derecho. Cuando me invitaron, de inmediato entré en una especie de frenesí, la USAC y sus círculos representan algo que me cuesta trabajo explicar.

Al llegar me sorprendió ver el mar de carros que inunda el campus desde las puertas principales. No la recordaba así, todavía no eran las 5 de la tarde y no parecía caber ni un monopatín más. Cuando al fin entramos un lugar, porque salió un carro y puse pie en mi alma Mater se me enchinó la piel. Fue raro. Cual Virgilio, conduje a mi Dante entre los vericuetos de los edificios, ahora invadidos por ventas de todo tipo. Todo vino a mí de golpe, sobre todo cuando pasamos enfrente de mi amada Facultad de Humanidades. Quise encontrar las caras conocidas de antes, pero todo es tan diferente, y tan igual.

El rito de graduación, por lo menos el de la USAC, tiene algo de solemne, de antiguo, pero a la vez de campechano y chapín que siempre me conmueve. La USAC es un conjunto complejo de cosas, entre la academia, la política, la extensión, lo estudiantil, lo obrero, lo popular, lo riguroso y lo loco hay un espíritu, para mi, irresistible. Mientras el solemne acto de graduación ocurría, busqué las raíces de ese amorío interminable con esa casa de estudios. La primera vez que fui a una graduación fue hace unos 30 años, siendo una niña. Allí mismo, me nació el ansia de llegar pronto allí. Cuando mi primo terminó de graduarse, entró una estudiantina cantando una canción pegajosa pero desconocida para una niña: La Chalana.

Tener contactos con la USAC en el colegio era algo emocionante. Ya en el secretariado, teníamos amigos universitarios dispuestos a encandilar a ingenuas colegialas gracias a sus palabrejas difíciles. Nos presentaron a Rius, Marx y a Silvio, incluso nos regalaron un purito de mota. Yo conseguí algo más: mi primer libro de Cortázar.
En el colegio, sentía la necesidad de conocer ideas nuevas fuera de los dogmas, la sensación de no pertenecer a ningún lugar.

En esa graduación reciente que les cuento, como a la mayoría de presentes se me llenaron los ojos de lágrimas ante las palabras entrecortadas de nuestro amigo graduando. Pero más cuando el Decano lo felicitó por su emoción, pues así probaba que no solamente graduaban abogados sino también a seres humanos. Como una bella excepción, se permitió que los padres del joven, oriundos de Aguacatán, sin ser graduados le impusieran el bonete al nuevo profesional.

Recordé perfectamente el día que fui a inscribirme, en aquel tiempo se hacía en el Paraninfo, fue una mañana en la que tembló. Mis primeros años en la USAC fueron intermitentes, empecé estudiando letras los sábados y arte dramático de lunes a viernes. Eso fue solamente por un año. Luego de abandonar las tablas, me inscribí en el plan diario pero era difícil llegar a las 5:15 desde donde trabajaba. La vida universitaria se me hacía un poco difícil y accidentada.

Hasta que encontré un trabajo en la misma USAC, entonces me me sentí la chica más feliz del mundo. Así inició el verdadero romance. Empecé a involucrarme realmente en todo y a disfrutarlo plenamente. Mis padres veían como salía de casa a las 7 de la mañana sin saber a qué hora o cómo regresaría (en cuanto a transporte y algunas veces a estado etílico). Recibí muchos regaños y críticas de parte de mi entorno y de amigos ajenos a la USAC, que me absorbía totalmente. Hasta que me fui a vivir sola, a un condominio que quedaba a escasos metros de mi trabajo (podía ver mi oficina desde la ventana de mi dormitorio).

Entonces mi vida transcurría en un radio de acción pequeño. Todo quedaba allí nomasito. A veces, si no me había desvelado claro, salía a correr al bosque Las Ardillitas, luego compraba mi desayuno en la cafetería del M5, luego me iba a trabajar al M1. Por asuntos de trabajo, y de amistades, me movía también entre el M2 y el M3. Si hacía frío, iba a sentarme a la Plaza Oliverio Castañeda de León; si hacía calor, compraba un helado en la caseta que estaba enfrente del S1. Si quería estar sola, caminaba hasta la Facultad de Farmacia o Agronomía, y cuando se me antojaba iba a comer un ceviche en el parqueo de Medicina. Al medio día, si escaseaba el dinero iba a almorzar donde los Chatos, si había un poco más, a donde Danilo.

Por las tardes a veces iba a caminar al Estadio Revolución con unas amigas, sino, a leer a la Biblioteca. A las 5 en punto de la tarde estaba fumando en el peladero del S4, de mi amada Facultad de Humanidades donde esperaba a mis compañeros. Ellos aparecían en carreras, con estrés, pues venían “de afuera”, algo que yo no comprendía muy bien. Luego a clases.

A las 8:30 de la noche, cuando los demás se preocupaban por el tráfico y la inseguridad, yo todavía me quedaba a cenar por allí en alguna caseta, como la que está entre Derecho y "el gallinero". Si no tenía apetito, caminaba con calma y me compraba un elote loco que me comía viendo la televisión.

De martes a viernes, seguro salía algo más tarde. Solo teníamos que salir a la calle y allí nomás estaba el Tarro Dorado, El Tronco, los Chatos, La Chicharronera (La Braserie), y el desaparecido callejón y su excelente oferta de entretención (habían muchos barcitos diferentes para todos los gustos, pero el mejor era Xibalbá). Recuerdo especialmente el 11 de septiembre 2001, que fue un día extraño en la USAC (y supongo que en todos lados). En la noche, ya se sentía como ganas de decir algo diferente a lo políticamente correcto, y poco a poco se fue reuniendo gente en las penumbras de Xibalbá. No era una celebración precisamente, sino que una nerviosa incredulidad ante los ataques a la gran potencia que, según los parroquianos, se los habían buscado por décadas. Esa noche también nació un nuevo bar en el callejón, el Ta-libando, que tuvo su auge en los meses siguientes.

Para las resacas duras, estaba don Mike (creo que así se llamaba), que llegaba por las mañanas a vender sueritos y ceviches bien picantes en la cajuela de su carro. Si me enfermaba, tenía clínicas y farmacia dentro del campus. Prácticamente usaba mi carro y me alejaba del perímetro universitario solamente para ir al supermercado y visitar a mi mamá, cada dos semanas.

Clases, lecturas, conferencias, protestas, reuniones, manifestaciones, amoríos, peleas, amistades, enemistades, adoctrinamientos, fiestas, lutos, alegrías, tristezas, derrotas, victorias, todo en un solo lugar.

Cuando salimos de la graduación, hace unas semanas, me sentí tan ajena a un mundo que era tan mío antes. Ese teléfono público, la cafe, la chiclera, esa banca de concreto, ese arbolito para leer, ese paisaje y bullicio, antes tan cotidianos se sentían ajenos, lejanos.

Tomé del brazo a ese hombre que tanto amo, le sonreí y sentí como si me había acompañado a visitar a un familiar querido al que no veía en mucho tiempo. El estaba algo confundido, su alma mater es otra. Le agradecí la paciencia y caminamos de regreso a mi vida actual. Me sentí feliz de haber tenido un pasado tan rico, pero debo dejarlo atrás. Lo que aprendí allí me hizo la persona que soy, lo cual agradezco. Fueron 10 años maravillosos.

Vivat Academia,
vivant professores.
Vivat membrum quodlibet,
vivant membra quaelibet,
semper sint in flore.

(Viva la Universidad,
vivan los profesores.
Vivan todos y cada uno
de sus miembros,
resplandezcan siempre)

fragmento del Gaudeamus Igitur, himno universitario

4 comentarios:

Stanley Herrarte dijo...

la USAC es una gran escuela de trecientos años, donde los maestros no te enseñan mucho... pero sus pasillos, su gente y sus problemas te preparan (a vergazos )para vivir. yo xtrño a la u... :(

Engler dijo...

Qué envidia ver a la Universidad con ojos así... Yo en cambio la recuerdo como en aquellos párrafos de Ruido de Fondo.

En serio! Qué envidia!!!

Saludos,

G..... dijo...

LA USAC ES NUESTRA ALMA MATER.
Por una educación Pública, Autónoma y Popular

• Pública: Para detener la oleada de Privatizaciones que se desata en Latinoamérica desde los 90's
• Autónoma: para exigir un presupuesto acorde a las necesidades de la población universitaria, por el restablecimiento de los derechos estudiantiles y de los trabajadores/as.
• Popular: Para que la educación pública y Autónoma atienda el sentir y las demandas de las grandes mayorías.

Anónimo dijo...

hoy caí en este blog y me encantó! tengo un recuerdo parecido a mis años de estudios en la u, con algunas variantes (no fui a la chicha o antros de por allí, por ejemplo). También tuve una banquita especial de lectura, un árbol que me abrazaba con su sombra entre clases para leer y sobretodo, tuve un amor que me dura para toda la vida!
Hoy trabajo allí, hoy voy a correr los fines de semana y me la gozo tanto como hace 10 años que entré.