lunes, 4 de octubre de 2010

El sabor de mis palabras



No tengo ningún problema en comerme mis palabras, lo he hecho antes, saben bien con limón y sal. Estas me las voy a comer con chirmol y chile chiltepe…

Sigo pensando que el pueblo indígena tiene limitaciones en todos los campos, incluido el artístico, debido a factores ancestrales de injusticia y opresión. Por eso admiro tanto a quienes logran destacar en un mundo adverso, a los que dan un paso adelante y combinan su rica cosmovisión con manifestaciones contemporáneas.

Me disculpo con Lisandro Guarcax por lo que dije alguna vez sobre su grupo. Pequé de ignorante, de pinche rata de ciudad, de celosa. Y no me disculpo a causa de su muerte, sino más bien porque a consecuencia de ella pude conocerlo mejor.

Mientras íbamos en camino a El Tablón, su lugar de origen, recordé cómo me entusiasmé cuando oí hablar de Sotz’il, creo que a finales del 2007. Fui a hacer un reportaje sobre las comunidades del lago de Atitlán y quería incluirlos, por lo que los llamé. Hablé con Lisandro pero no pudimos ponernos de acuerdo, estaban ocupados en otras actividades y la cosa quedó pendiente.

Tuvo que pasar algún tiempo, que hizo crecer la expectativa, para que pudiera ver a Sotz’il en acción. Fue en el Festival de Junio del 2008, en una noche fría y con mucho viento. Al final, tomé una bebida espirituosa y bailé con ellos. Sin embargo, su presentación no fue lo que yo esperaba, era muy diferente. ¿Qué sabía yo del enorme trabajo que había detrás? Nada, como la mayoría de periodistas que vemos todo con cierto cinismo, cierta indiferencia.

Cuando se armó lo del viaje a Noruega, hace apenas unos 4 meses, ya lo conocí mejor. Su evolución y la del grupo eran evidentes, todo sonaba mucho mejor. Sin embargo, sin saber todavía las interioridades del trabajo de estos jóvenes mayas, otra vez fui dura.

Pero empecé a comprender el sábado pasado, al bajarme del microbus, caminando torpemente con mis estúpidos tacones corridos, en la oscuridad de los maizales. La sede del grupo Sotz’il queda convenientemente alejada de la carretera. Me imaginé cuántas veces y con qué energía Lisandro caminó ese sendero, seguro de sí, no como yo que iba trastabillando y metiéndome en cada charco.

Al llegar, sentí un calor de hogar, como cuando una casa te abraza. Pero esta casa estaba triste, echaba de menos a su mejor hijo.

El padre de Lisandro, que le habló al grupo reunido junto al fuego, confirmó mis imaginaciones: Lisandro iba a este lugar en busca de paz, de aire puro, de inspiración. Fue imposible no llorar al escuchar a este maravilloso hombre, sencillo y sabio, hablar de su hijo. Entendí que mucho de lo valioso del artista venía de él, que fue su inspiración, su motor. Su voz se entrecortó al verlo en su memoria sentado en medio de la naturaleza, mientras el fuego chisporroteaba y los presentes queríamos salir a esa naturaleza y buscar a Lisandro en el viento, en las nubes, en el rocío… Nos tuvimos que conformar con verlo en fotografías, escuchar sus palabras en boca de sus compañeros.

Al salir de nuevo a la fría y oscura noche, había algo diferente en todos nosotros. El camino fue más amigable, pero yo con cada paso quería también desandar lo dicho. Con cada nuevo detalle que conocía, con cada cosa sorprendente que vi en las actividades de este movimiento maya, me sentí cada vez más pequeñita e injusta.

Sotz’il no necesita hacer música o teatro sofisticado. Es un grupo de jóvenes en búsqueda de su identidad, no para pasearla por el mundo sino para sentirse orgullosos de ella, para no dejar que muera, para hacer propuestas en una sociedad que los quiere acallar. No quieren confrontación, pero quieren ser oídos y respetados, por los que los han oprimido por siglos, por los que los han ignorado, y por los prepotentes como yo que hablan sin conocer primero.

Espero de todo corazón que el trabajo de este grupo no se detenga jamás, que ese entusiasmo, organización y pasión que vimos en el Festival Tu Corazón Florecerá siga adelante. Y por lo que vi, es seguro que así será pues la vida de Lisandro marcó de manera determinante a quienes pudieron convivir con él.

Quisiera que hubiera un grupo Sotz’il en cada comunidad guatemalteca, no hay nada peor que ir por allí sin saber quiénes somos. Los capitalinos estamos inmersos en un mundo tan artificial, tan impuesto, tan superfluo, no nos caería mal buscarnos debajo de todo esto que nos sepulta.

3 comentarios:

David Lepe dijo...

qué interesante Jess.
qué bien que conociste ese lado, ese rollo. gracias por compartirlo.

J M dijo...

Gracias amigo, debía esta aclaración, me sentí muy tonta...

Rosa Chávez dijo...

Amiga, no había visto este post,abrazos.